30 DE MAYO – LUNES –
9ª- SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
San Fernando
Evangelio
según san Marcos 12, 1-12
En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar en parábolas a los
sumos sacerdotes, a los
letrados y a los senadores:
“Un hombre plantó una viña,
la rodeó con una cerca, cavó un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó
a unos labradores y se marchó de viaje. A su tiempo envió un criado a los
labradores, para percibir su tanto del fruto de la viña. Ellos lo agarraron, lo apalearon y lo
despidieron con las manos vacías.
Les envió otro criado: a este lo insultaron y lo
descalabraron.
Envió a otro y lo mataron; y a otros muchos, los apalearon y
los mataron.
Le quedaba uno, su hijo querido, y lo envió el último,
pensando que a su hijo lo respetarían.
Pero los labradores se dijeron:
“Este es el heredero. Venga, lo matamos, y será nuestra la
herencia”.
Y agarrándolo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña.
¿Qué hará el dueño de la viña?
Acabará con los labradores y arrendará la viña a otros.
¿No habéis leído aquel texto: “La piedra que desecharon los
arquitectos es ahora la piedra angular? ¿Es
el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”? Intentaron echarle mano, porque veían que la parábola
iba por ellos; pero temieron a la gente, y se marcharon.
1. Esta
parábola ha tenido, desde sus orígenes, una importancia notable en la Iglesia.
Prueba de ello es que la recogen los tres sinópticos y el Evangelio de Tomás, el
más autorizado de los apócrifos (Mc 12, 1-12; Mt 21, 33-46; Lc 20, 9-19; Ev.
Tom.65-66) Y está también en el Pastor de Hermas (Sim. V, 2, 1-8) (Kurt Aland,
379).
Esto es elocuente por sí solo.
Pero, ¿por qué interesó tanto esta
parábola en los orígenes de la Iglesia?
Posiblemente para dejar claro que el
enfrentamiento de Jesús no fue con el Pueblo de Israel, sino con sus
dirigentes, el Sanedrín. Y también es
posible que las primeras comunidades vieran ya algo de la pretensión de
apoderarse de la Iglesia en los primitivos dirigentes.
Su inclinación a gobernar como déspotas
quedó recogida en la primera carta de Pedro (5, 1-7).
2. Llama
la atención la peligrosa libertad que demuestra aquí Jesús. Cuando más tensa era la situación —y él lo
sabía muy bien, como consta por los tres anuncios de la pasión y muerte—, Jesús
les dice, a quienes querían y podían matarlo, que eran unos ladrones y unos
asesinos. Se lo dice en su cara y en
público.
La Iglesia naciente vio en esto algo muy
serio. ¿Por qué?
3. Lo
que la parábola deja fuera de duda es que “los labradores” (que representan a
las autoridades religiosas) se apropiaron de lo que no les pertenecía.
Se apropiaron de lo ajeno con tal y tanta
pasión, que persiguieron y asesinaron.
Su codicia se tradujo en violencia
brutal. Pero es evidente que, desde la
violencia, se hace imposible transmitir la memoria de Jesús y la ejemplaridad
de su evangelio.
Esto, por lo menos, tendría que palparse
en cada parroquia, en cada diócesis, en la curia
Vaticana, en
cualquier rincón del mundo donde esté —o pretenda estar presente la Iglesia.
Y queda claro que esta lección es
importante, no solo para sacerdotes y religiosos, sino para todos los que
decimos que creemos en Jesús.
San Fernando
Fernando III de Castilla, llamado «el
Santo» (Peleas de
Arriba, 1199 o 24 de junio de 12011 – Sevilla, 30 de mayo de 1252), fue rey de
Castilla entre 1217 y 1252 y de Leóna entre 1230 y 1252. Hijo de Berenguela,
reina de Castilla, y de Alfonso IX, rey de León, unificó definitivamente
durante su reinado las coronas castellana y leonesa, que habían permanecido
divididas desde la época de Alfonso VII «el Emperador», quien a su muerte las
repartió entre sus hijos, los infantes Sancho y Fernando.
Durante su reinado fueron conquistados, en el marco de la
Reconquista, el Reino de Jaén, el Reino de Córdoba, el Reino de Sevilla y
Extremadura, obligando con ello a retroceder a los reinos musulmanes. Al
finalizar el reinado de Fernando III, únicamente poseían en la Andalucía el
Reino de Niebla, Tejada y el Reino de Granada, este último como feudo
castellano. El infante Alfonso, futuro Alfonso X, sería enviado por Fernando a
la conquista del Reino de Murcia, capitulando los moros, dejando la región como
un señorío castellano, tras lo cual Alfonso conquistó las plazas de Mula y
Cartagena. Cuando Fernando accedió al trono, en 1217, su reino no rebasaba
apenas 150 000 kilómetros cuadrados; en 1230, al heredar León, añade otros 100
000 kilómetros cuadrados y, a base de conquistas ininterrumpidas, logrará
hacerse con 120 000 kilómetros cuadrados más.1
Fue canonizado en 1671, siendo papa Clemente X, y reinando en España
Carlos II.
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