6 de mayo viernes
6a SEMANA DE PASCUA
Santo Domingo Savio, confesor
Evangelio
según san Juan 16,20~23 a
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
“Os aseguro que lloraréis y os lamentaréis
vosotros, mientras el mundo estará alegre y vosotros estaréis tristes, pero vuestra
tristeza se convertirá en alegría. La
mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero
en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al
mundo le ha nacido un hombre. También vosotros
ahora sentís tristeza; pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y
nadie os quitará vuestra alegría. Ese
día no me preguntareis nada”.
1. El
Evangelio es siempre optimista. Y el optimismo es la fuerza que supera las dificultades
que entraña la vida. Por eso Jesús,
reconociendo de entrada que nos esperan llantos y lamentaciones, termina
asegurando que la vida tiene que ser gozo y alegría. Porque el verdadero motor de la vida no es el
miedo que paraliza, sino la alegría que seduce. Y al decir esto, estamos
tocando uno de los puntos vitales de la cultura actual. En este momento, como es bien sabido, se ha producido
un cambio cultural que mucha gente no advierte. El poder, que nos domina, no es ya el ‘poder opresor”
sino que es el “poder seductor”. Cuando
vemos a la gente, sobre todo a los jóvenes enganchados todo el día a los
teléfonos (con los que se comunican, juegan, se entretienen...) Quizá no nos damos cuenta de que “el
Smartphone sustituye a la cámara de tortura” (Byung-Chul Han). Antes, nos sometían las fuerzas de seguridad; ahora,
nos sometemos gustosamente, a las nuevas tecnologías. La cuestión es liberarnos del peso
insoportable de la libertad. El sometimiento
es más llevadero que ser verdaderamente libres.
2. La
mentalidad de Jesús no es la privación, la renuncia, el fastidiarse y pasarlo
mal. El sufrimiento y la ascética por sí mismos y por sí solos, no llevan a
Dios. No deformemos el Evangelio. Eso va contra un derecho básico y primordial
de todo ser humano: el derecho a vivir feliz. Entonces, ¿por qué habla Jesús de llantos y
lamentos?
3. La
vida es como es. Además, tal como está
configurado y cómo funciona el psiquismo humano, el “deseo de satisfacción
inmediata” tiene más fuerza y es más determinante de nuestra conducta que todo
cuando nos pueden ofrecer la fe y la esperanza de cualquier religión. Como también es más fuerte, para el común de los
mortales, que las propuestas sociales que se nos hacen desde los movimientos más
utópicos y más altruistas. Por eso Jesús termina haciendo una oferta de alegría
que nada ni nadie nos podrá arrebatar. El Evangelio vivido con coherencia lleva
derechamente a la alegría, a la paz, al gozo y al disfrute de todo lo bueno,
bello y satisfactorio que ofrece la vida. Y todo lo que no sea presentar así el
Evangelio, y la razón de ser del cristianismo, es una desorientación que lleva
directamente a no entender nada de religión, ni de fe, ni de Iglesia. Es lo que, por desgracia, le ocurre a
demasiada gente. Y menos en este
momento. Solo la “seducción” del
Evangelio, como “proyecto de vida”, nos puede dar la felicidad que anhelamos.
Santo Domingo Savio, confesor
(1842-1857)
Santo
Domingo Savio nació cerca de Turín el 1842. Sus padres, Carlos y Brígida, eran
fieles cristianos, que procuraron buena educación para sus hijos. Era costumbre
comulgar más tarde, pero Domingo fue admitido a los siete años dada su buena
preparación. Entre los propósitos de aquel día figuran: "Mis amigos, Jesús
y María. Antes morir que pecar". Y los cumplió.
A los doce
años su padre se lo presentó a Don Bosco. - ¿Para qué puede servir esta tela?,
preguntó Savio. - Para hacer un buen traje y regalárselo a Nuestro Señor. -
Entendido. Pues yo soy la tela y usted el sastre: hagamos ese traje. Y de este
modo entró Domingo en el colegio de Don Bosco, llamado "el Oratorio".
Oyó un día
decir a Don Bosco: "Es voluntad de Dios que todos seamos santos. Es fácil
hacerse santos, pues nunca falta la ayuda de Dios. Hay grandes premios para
quien se". Y Domingo decidió hacerse santo. Don Bosco, su confesor y
director, le enseñó que para ser santo no hacen falta grandes penitencias, sino
cumplir la voluntad de Dios y servirle con alegría. Para ello es necesario
sobrellevar con paciencia las molestias del prójimo, convertir en virtud lo que
es necesidad, cumplir alegremente el propio deber y trabajar con ilusión por la
salvación de las almas.
Domingo
tenía su genio y sus arrebatos, pero aprendió a dominarlos. También pasó por la
crisis de la edad. Don Bosco le repetía: "Constante alegría. Cumplimiento
de los deberes sin desfallecer. Empeño en la piedad y el estudio. Participar en
los recreos, que también pueden santificarse". Y tanto se esforzó éste
pequeño apóstol que, según Don Bosco "Savio llevaba más almas al
confesonario con sus recreos que los predicadores con sermones".
Era muy
amante del canto. Tenía una voz hermosísima. El Papa Pío XII lo nombró patrono
y modelo de los Pueri Cantores del mundo entero. Purificaba la intención:
cantaba sólo para agradar a Dios. En la clase siempre estaba entre los
primeros. También en esto quería dar ejemplo. Sabía que cada minuto de tiempo
es un tesoro. Sabía que el tiempo es cielo.
Se
desvivía por sus compañeros. Les aconsejaba, les corregía, les consolaba, les
reconciliaba, como a dos que se habían desafiado "a muerte". Les
socorría. A uno le dio sus guantes, aunque él tenía sabañones. No tenía
respetos humanos. Era valiente en la profesión de la fe. No toleraba palabras
malsonantes y menos blasfemias. Una vez sus compañeros tenían en sus manos una
revista sucia. Se la arrebató y la rompió en mil pedazos.
Practicó
una devoción tierna y profunda a la Virgen. A ella entregó su corazón. Vibró
con emoción cuando en 1854 Pío IX definió el dogma de la Inmaculada Concepción.
Su amor a Jesús Sacramentado era extraordinario. Apenas despertaba, su corazón
volaba al sagrario. Le gustaba ayudar a Misa. Parecía un serafín cuando la
ayudaba. Hacía frecuentes visitas "al Prisionero del altar". Otro de
sus grandes amores era el amor al Papa. El Señor le premió estos amores con
gracias y carismas muy especiales.
De repente
se presentó una misteriosa enfermedad. Las causas pudieron ser el rápido
crecimiento, el esfuerzo en el estudio -pues deseaba ser un santo y sabio
sacerdote- y la tensión espiritual, en su afán por la salvación de las almas
-otro de los amores de Don Bosco- especialmente en misiones.
Cuando se
acercaba la muerte, abrió los ojos y dijo: "¡Qué cosas tan hermosas estoy
viendo! ¡La Santísima Virgen viene a llevarme!" y así expiró. Era el 9 de
marzo de 1857. Pío XII lo proclamó Santo el año 1954.
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