Domingo, 15 de mayo de 2016
Domingo de Pentecostés
Primera lectura: Lectura del
libro de los Hechos de los Apóstoles (2,1-11):
Al llegar el día de
Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del
cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban.
Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima
de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en
lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería. Se
encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la
tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque
cada uno los oía hablar en su propio idioma.
Enormemente
sorprendidos, preguntaban:
«¿No son galileos todos esos que están
hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua
nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en
Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia,
en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros
de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno
los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.»
Salmo: 103,1ab.24ac.29bc-30.31.34
R/. Envía tu Espíritu,
Señor,
y repuebla la faz de la tierra
·
Bendice,
alma mía, al Señor:
¡Dios mío,
qué grande eres!
Cuántas son
tus obras, Señor;
la tierra
está llena de tus criaturas. R/.
·
Les retiras
el aliento, y expiran
y vuelven a
ser polvo;
envías tu
aliento, y los creas,
y repueblas
la faz de la tierra. R/.
·
Gloria a
Dios para siempre,
goce el
Señor con sus obras.
Que le sea
agradable mi poema,
y yo me
alegraré con el Señor. R/.
Segunda lectura: Lectura de la
primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (12,3b-7.12-13):
Nadie puede decir:
«Jesús es Señor», si no
es bajo la acción del Espíritu Santo.
Hay diversidad de
dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo
Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en
todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque lo
mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del
cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos
nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un
mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo
Espíritu.
Secuencia
Ven, Espíritu
divino,
manda tu luz desde
el cielo.
Padre amoroso del
pobre;
don, en tus dones
espléndido;
luz que penetra las
almas;
fuente del mayor
consuelo.
Ven, dulce huésped
del alma,
descanso de nuestro
esfuerzo,
tregua en el duro
trabajo,
brisa en las horas
de fuego,
gozo que enjuga las
lágrimas
y reconforta en los
duelos.
Entra hasta el
fondo del alma,
divina luz, y
enriquécenos.
Mira el vacío del
hombre,
si tú le faltas por
dentro;
mira el poder del
pecado,
cuando no envías tu
aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas,
infunde calor de
vida en el hielo,
doma el espíritu
indómito,
guía al que tuerce
el sendero.
Reparte tus siete
dones,
según la fe de tus
siervos;
por tu bondad y tu
gracia,
dale al esfuerzo su
mérito;
salva al que busca
salvarse
y danos tu gozo
eterno.
Evangelio según san Juan
(20,19-23)
Al anochecer de aquel
día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las
puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en
medio y les dijo:
«Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les
enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver
al Señor.
Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como
el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló
su aliento sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les
perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les
quedan retenidos.»
Una catequesis poco feliz ha hecho que muchos cristianos, sobre todo de
mayor edad, vean al Espíritu Santo como algo raro, que no desempeña ningún
papel en sus vidas. Las lecturas de este domingo podrían ayudarles a cambiar de
opinión.
1. El Espíritu
Santo: orador y traductor simultaneo (Hechos 2,1-11).
Los frecuentes viajes que realizamos hoy
día nos han hecho conscientes de la importancia de los idiomas. Cuando solo se
trata de comprar un bocadillo o un refresco no es problema. Pero hablar de la
persona de Jesús y de su mensaje en las más diversas regiones del imperio
romano no era nada fácil. Omitiendo otros muchos pueblos, la lectura de Hechos
menciona a partos, medos, elamitas, habitantes de Mesopotamia, Judea,
Capadocia, Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, Libia, cretenses y árabes.
¿Cómo pudieron los primeros cristianos proclamar el evangelio en idiomas tan
distintos? Indudablemente, aprendiendo con enorme dificultad la lengua de cara
región, como hicieron más tarde los misioneros en todas partes del mundo.
El libro de los Hechos hablará de muy
diversas actuaciones del Espíritu. Pero Lucas quiere comenzar por este episodio
programático: si el evangelio se ha extendido por todo el mundo ha sido gracias
al Espíritu Santo. Todo ha sido obra suya: el mensaje y la capacidad de
traducirlo a cada lengua. El mensaje lo resumen los protagonistas en cuatro
palabras: “las maravillas de Dios”. Lo que no acaban de entender es cómo ha
sido posible ese fenómeno de traducción simultánea.
Para contar este acontecimiento, Lucas
se inspira en relatos del Antiguo Testamento.
Cuando Dios se revela a Moisés en el Sinaí: “hubo truenos y relámpagos y una
nube espesa sobre el monte... y toda la montaña temblaba” (Ex 19,16.18). Por
otra parte, el profeta Joel había anunciado que la venida del Espíritu iría
acompañada de “prodigios arriba en el cielo y signos abajo en la tierra:
sangre, fuego, columnas de humo”. Lucas no es tan tremendista. Le basta el
ruido de un “viento recio” y lenguas de fuego, que no aterrorizan a nadie, sino
que se posan suavemente sobre cada uno. El viento tiene estrecha relación con
el Espíritu (en hebreo y en griego se usan la misma palabra para ambas
realidades). Las lenguas anticipan ese don asombroso de hablar distintos
idiomas.
2. El Espíritu Santo y el sentirnos hijos de Dios (Romanos 8,8-17).
Jesús nos
enseñó a llamar a Dios “Padre”. Pero muchos lo siguen viendo como juez severo,
dispuesto a castigar nuestros pecados, que infunde temor; otros, como un ser
lejano, desinteresado de nuestros sufrimientos y preocupaciones. Si somos
cristianos, si estamos bautizados y hemos recibido el Espíritu, ¿cómo podemos
pensar de esa manera?
La carta a los Romanos ilumina este contraste. Hemos recibido un
espíritu de hijos, el Espíritu atestigua que somos hijos de Dios y herederos
suyos. Pero no somos los hijos de un millonario que heredarán todo
automáticamente mientras se dedican a derrochar la fortuna de la familia.
Además de ser hijos hay que sentirse hijos, dejándose llevar por el Espíritu;
para heredar con Jesús hay que compartir su pasión. En muchas ocasiones, lo
difícil será conjugar estas dos experiencias: la del sufrimiento, la pasión, y
la de la paternidad de Dios. Esa fe necesaria para llamar a Dios “Padre”, como
hace Jesús en el huerto de los olivos, incluso cuando están cerca el
sufrimiento y la muerte. Y esto lo conseguimos gracias al Espíritu.
3. El Espíritu Santo, un premio sorpresa (Juan 14,15-16., 23b-26).
“Si te portas bien, tendrás un premio”, dicen muchos padres a sus hijos.
“Si me amáis y guardáis mis mandamientos, tendréis dos premios”, dice Jesús a
sus discípulos. El primero será un ser misterioso que les servirá de consuelo
cuando Jesús esté ausente. El segundo, la visita del mismo Padre y de Jesús, no
una visita rápida y de compromiso sino quedarse con nosotros de forma
permanente. Y termina aclarando quién es ese ser misterioso del primer premio:
el Espíritu Santo. Este regalo no es un objeto inerte que nos limitamos a
contemplar. Nos recuerda todo lo que dijo Jesús y nos enseña a cómo ponerlo en
práctica. Consuelo, enseñanza y recuerdo, tres efectos del Espíritu en todos
nosotros.
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