martes, 10 de mayo de 2016

Párate un momento: El evangelio del día 11 DE MAYO - MIÉRCOLES - 7ª ~ SEMANA DE PASCUA San Francisco de Jerónimo, presbítero




11 DE MAYO - MIÉRCOLES       -
7ª ~ SEMANA DE PASCUA
San Francisco de Jerónimo, presbítero

       Evangelio según san Juan17,11b-19

       En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, Jesús dijo:
       “Padre santo, guárdalos en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros.  
       Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste y los custodiaba, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura.  Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que ellos mismos tengan mi alegría cumplida.  Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
       No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal.  No son del mundo como tampoco yo soy del mundo.    Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad.  Como tú me enviaste al mundo así los envío yo también al mundo.  Y por ellos me consagro yo para que también se consagren ellos en la verdad”.

       1.   La importancia de esta oración de Jesús está, entre otras cosas, en que aquí Jesús expresa deseos mas intensos en cuanto se refiere a sus seguidores, al menos tal como el autor del IV evangelio veía estos deseos de Jesús.
       Tales deseos se centran en cuatro problemas fundamentales:
       àque se mantengan unidos;
       àque sean personas a quienes se les nota           la alegría, es decir, que sean felices;
       àque jamás cedan al mal en el mundo;
       àque se santifiquen en la verdad, es decir,   
           que siempre sean veraces.
       Por tanto, para Jesús, lo más importante en la vida es que vivamos unidos, que seamos felices, que no vivamos en el engaño y la mentira, que seamos veraces siempre.

       2.   Ser personas piadosas, devotas, observantes de los rituales o costumbres, todo eso, es relativamente fácil.  Lo difícil en la vida es la honradez transparente, la bondad sin fisuras, la honradez, el respeto, la tolerancia, todo eso que hace a una persona buena de verdad.  Eso es lo que, ante todo, quería Jesús para los suyos.

       3.   La oración de Jesús presenta aquí un ideal de vida que no está al alcance de lo que da de sí la condición humana.  Esta ejemplaridad es el signo de la presencia del Evangelio en el mundo.
       El signo, por tanto, de que lo de Jesús es verdad.  Y que el Evangelio es la fuerza que puede transformar este mundo tan roto y causante de tanto sufrimiento.
       Sin duda alguna, esta es la enseñanza más patente y más exigente que podemos aprender de la oración de Jesús, tal como la presenta el IV evangelio.

San Francisco de Jerónimo, presbítero

En Nápoles, de la Campania, san Francisco de Jerónimo, presbítero de la Compañía de Jesús, que se dedicó a predicar misiones populares y al servicio pastoral de los marginados (1716).
Etimológicamente: Francisco = Aquel que porta la bandera, es de origen germánico.
San Francisco nació en Grottaglie, cerca de Taranto, el 17 de diciembre de 1642.
Este elocuente misionero jesuita, al que llamaban "el apóstol de Nápoles", se distinguió por su ilimitado celo en favor de la conversión de los pecadores y por su amor a los pobres, los enfermos y los oprimidos.
En 1666, antes de cumplir los 24 años de edad, San Francisco recibió la ordenación sacerdotal. Durante los cinco años siguientes, enseñó en el "Collegio dei Nobili", que los jesuitas tenían en Nápoles.
A los 28 años ingresó en la Compañía de Jesús. De 1671 a 1674, ayudó en el trabajo misional al célebre predicador Agnello Bruno. Al concluir sus estudios de teología, los superiores le nombraron predicador de la Iglesia del Gesú Nuovo, de Nápoles.
Se dice que convertía por lo menos a unos 400 pecadores al año. El Santo visitaba las prisiones, los hospitales y no vacilaba en seguir a los pecadores hasta los antros del vicio, donde algunas veces fue brutalmente maltratado.
San Francisco murió el 11 de mayo de 1716 y fue sepultado en la Iglesia de los jesuitas de Nápoles.
Su canonización tuvo lugar el 26 de mayo de 1839 por el Papa Gregorio XVI.



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