12 DE MAYO – JUEVES –
7ª ~ SEMANA DE PASCUA – C
Santos Nereo, Aquiles y Pancracio
Evangelio
según san Juan 17,20-26
En aquel tiempo, Jesús levantando
los ojos al cielo, oró diciendo:
“Padre
Santo, no solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mi por la
palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti,
que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. También les di a ellos la gloria que me diste,
para que sean uno, como nosotros somos uno, yo en ellos Y Tú en mi para que
sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y los
has amado como me has amado a mí. Padre,
ese es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo, donde yo estoy y
contemplen mi glorias la que me diste, porque me amabas antes de la fundación
del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he
conocido, y estos han conocido que tú me enviaste.
Les
he dado a conocer y les daré a conocer tu Nombre, para que el amor que me
tenías esté en ellos, como también yo estoy en ellos”.
1. La
hondura y las consecuencias de lo que
expresa Jesús en esta oración es algo mucho más profundo de cuanto podemos
imaginar los humanos, por mucha teología que seamos capaces de abarcar. Jesús expresa, por supuesto, un deseo supremo:
el deseo por la unidad total. Unidad de
Dios, unidad de Dios con Jesús, unidad de Dios y de Jesús con toda la humaniad.
Esta unidad es decisiva para que en el
mundo pueda haber paz. Porque ya estamos
demasiado rotos, agotados, amenazados por causa de tantas divisiones y
enfrentamientos. Los monoteísmos se han
representado a Dios de tal manera, que, al ser Uno, y muchos Unos, han
terminado siendo “dioses” que generan violencia y muerte, destrozan las relaciones
entre hombres y pueblos y provocan violencia incesante.
Los terrorismos integristas nos tienen
asustados. Y la raíz última está en lo que aquí reflexionamos.
2. Pero
con lo dicho no basta. Porque el fondo del problema no es de orden “moral”. Hay
en todo esto algo mucho más profundo. Se
trata del problema “teológico”. Si el
padre, Jesús y los humanos estamos realmente fundidos en la perfecta unidad,
eso quiere decir que Jesús expresa aquí algo más radical que el logro de un ideal
ético. O sea, no se trata solamente de
que el Padre, Jesús y los humanos nos entendamos, nos amemos y nos llevemos
bien. Eso, desde luego. Pero, yendo
hasta el fondo del problema, lo que aquí expresa este evangelio es que Dios
está en Jesús, como Jesús está en Dios. Y,
llegando hasta las últimas consecuencias, si los humanos estamos también fundidos en esa
unidad divina, tenemos que concluir que en cada ser humano está el Padre, como
también en cada ser humano está Jesús.
3. Por
eso se comprende la afirmación suprema de Jesús. Dios, Jesús, los humanos,
“que todos
sean uno.., que sean completamente uno.., para que el mundo crea”. Es la unidad
de Jesús con el Padre (Jn 10,30; 17, 11.21 ss). Y la unidad de Dios, mediante su
Espíritu, con cada ser humano. Por tanto, no podemos pretender que vamos a tener
buena relación con Dios, si despreciamos, perseguimos, odiamos o dañamos a
cualquier ser humano. Es en cada ser
humano donde y en quien encontramos a Dios. Y a Jesús.
Santos Nereo, Aquiles y Pancracio
San Nereo y Aquineo. Siglo I.
Estos dos militares estaban al servicio de Flavia Domitila una de las primeras
señoras de Roma. El historiador Eusebio dice que esta noble dama era sobrina
del Emperador Domiciano y que el tal mandatario la envió al destierro, porque
ella se había declarado seguidora de Jesucristo. Con Domitila fueron enviados
también al destierro San Nereo y San Aquileo, porque proclamaban su fe en el
Divino Redentor. Afirma San Jerónimo que el destierro fue tan cruel y tan
largo que les sirvió de martirio. Después otro emperador mandó que les cortaran
la cabeza y así tuvieron el honor de derramar su sangre por proclamar su fe. El
Papa San Dámaso escribió en el año 400 la siguiente inscripción en la tumba de
estos dos mártires: "Nereo y Aquileo pertenecían al ejército del
emperador. Pero se negaron a cumplir ciertas órdenes que a ellos les parecían
crueles. Al convertirse al cristianismo abandonaron toda violencia y
prefirieron tener que abandonar el ejército antes que ser crueles con los
demás. Proclamaron su amor a Cristo en esta tierra y ahora gozan de la amistad
de Cristo en la eternidad".
San Pancracio. Año 304.
El doce de mayo se celebra también la fiesta de San Pancracio, un jovencito romano de sólo 14 años, que fue martirizado por declarase creyente y partidario de Nuestro Señor Jesucristo.
Dicen que su padre murió martirizado
y que la mamá recogió en unos algodones un poco de la sangre del mártir y la
guardó en un relicario de oro, y le dijo al niño: "Este relicario lo
llevarás colgado al cuello, cuando demuestres que eres tan valiente como lo fue
tu padre".
Un día Pancracio volvió de la
escuela muy golpeado pero muy contento. La mamá le preguntó la causa de
aquellas heridas y de la alegría que mostraba, y el jovencito le respondió:
"Es que en la escuela me declaré seguidor de Jesucristo y todos esos
paganos me golpearon para que abandonara mi religión. Pero yo deseo que de mí
se pueda decir lo que el Libro Santo afirma de los apóstoles: "En su
corazón había una gran alegría, por haber podido sufrir humillaciones por amor
a Jesucristo". (Hechos 6,41).
Al oír esto la buena mamá tomó en
sus manos el relicario con la sangre del padre martirizado, y colgándolo al
cuello de su hijo exclamó emocionada: "Muy bien: ya eres digno seguidor de
tu valiente padre".
Como Pancracio continuaba afirmando
que él creía en la divinidad de Cristo y que deseaba ser siempre su seguidor y amigo,
las autoridades paganas lo llevaron a la cárcel y lo condenaron y decretaron
pena de muerte contra él. Cuando lo llevaban hacia el sitio de su martirio (en
la vía Aurelia, a dos kilómetros de Roma) varios enviados del gobierno llegaron
a ofrecerle grandes premios y muchas ayudas para el futuro si dejaba de decir
que Cristo es Dios. El valiente joven proclamó con toda la valentía que él
quería ser creyente en Cristo hasta el último momento de su vida. Entonces para
obligarlo a desistir de sus creencias empezaron a azotarlo ferozmente mientras
lo llevaban hacia el lugar donde lo iban a martirizar, pero mientras más lo
azotaban, más fuertemente proclamaba él que Jesús es el Redentor del mundo.
Varias personas al contemplar este maravilloso ejemplo de valentía se
convirtieron al cristianismo.
Al llegar al sitio determinado,
Pancracio dio las gracias a los verdugos por que le permitían ir tan pronto a
encontrarse con Nuestro Señor Jesucristo, en el cielo, e invitó a todos los
allí presentes a creer siempre en Jesucristo a pesar de todas las
contrariedades y de todos los peligros. De muy buena voluntad se arrodilló y
colocó su cabeza en el sitio donde iba a recibir el hachazo del verdugo y más
parecía sentirse contento que temeroso al ofrecer su sangre y su vida por
proclamar su fidelidad a la verdadera religión.
Allí en Roma se levantó un templo en
honor de San Pancracio y por muchos siglos las muchedumbres han ido a venerar y
admirar en ese templo el glorioso ejemplo de un valeroso muchacho de 14 años,
que supo ofrecer su sangre y su vida por demostrar su fe en Dios y su amor por
Jesucristo.
San Pancracio: ruégale a Dios por
nuestra juventud que tiene tantos peligros de perder su fe y sus buenas
costumbres.
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