29 de Mayo -Domingo -
Fiesta del Corpus Christi. Ciclo C.
Lectura del libro del Génesis
(14,18-20):
En aquellos días,
Melquisedec, rey de Salén, sacerdote del Dios altísimo, sacó pan y vino y
bendijo a Abran, diciendo:
«Bendito sea Abrahán
por el Dios altísimo, creador de cielo y tierra; bendito sea el Dios altísimo,
que te ha entregado tus enemigos.»
Y Abran le dio un
décimo de cada cosa.
Salmo 109,1.2.3.4
R/. Tú eres sacerdote
eterno, según el
rito de Melquisedec
·
Oráculo del
Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.» R/.
·
Desde Sión
extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla
a tus enemigos. R/.
«Eres
príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre
esplendores sagrados;
yo mismo te
engendré, como rocío,
antes de la
aurora.» R/.
·
El Señor lo
ha jurado y no se arrepiente: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de
Melquisedec.» R.
Lectura de la primera carta del apóstol san
Pablo a los Corintios (11,23-26):
Yo he recibido una
tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido:
Que el Señor Jesús, en
la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan y, pronunciando la acción de
gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que
se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.»
Lo mismo hizo con el
cáliz, después de cenar, diciendo:
«Este cáliz es la nueva
alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria
mía.»
Por eso, cada vez que coméis de este pan y
bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.
Evangelio según san Lucas
(9,11b-17):
En aquel tiempo, Jesús
se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban.
Caía la tarde, y los
Doce se le acercaron a decirle:
«Despide a la gente;
que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida,
porque aquí estamos en descampado.»
Él les contestó:
«Dadles vosotros de
comer.»
Ellos replicaron:
«No tenemos más que
cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este
gentío.»
Porque eran unos cinco
mil hombres.
Jesús dijo a sus discípulos:
«Decidles que se echen
en grupos de unos cincuenta.»
Lo hicieron así, y
todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada
al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los
discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron,
y cogieron las sobras: doce cestos.
Las tres lecturas
La primera, del libro del Génesis, ha sido elegida
porque habla del pan y del vino que el rey de Jerusalén ofreció a Abrán (no es
una errata, el nombre se lo cambió más tarde Dios en el de Abrahán). Parece un
poco traída por los pelos, pero los Padres de la Iglesia y los artistas han
visto siempre en esta escena un anuncio de la eucaristía, como la mejor ofrenda
que se nos puede hacer.
En aquellos días, Melquisedec, rey de
Salén, sacerdote del Dios altísimo, sacó pan y vino, y bendijo a Abrán, diciendo:
‒ «Bendito sea Abrán por el Dios altísimo, creador de cielo y tierra;
bendito sea el Dios altísimo, que te ha entregado tus enemigos.»
Y Abrán le dio un décimo de cada cosa.
La segunda, de la carta a los Corintios, cuenta lo
ocurrido en la última cena. Lo más típico de Pablo es la advertencia final:
cuando celebráis la cena del Señor, no estáis celebrando una comida normal y
corriente, en la que algunos se emborrachan o se hartan de comer mientras otros
pasan hambre (como ocurría de hecho en la comunidad); estáis recordando el
momento último de la vida de Jesús, su entrega a la muerte por nosotros.
Celebrar la eucaristía es recordar el mayor acto de generosidad y de amor,
incompatible con una actitud egoísta.
Hermano: Yo he recibido una tradición, que procede del
Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que
iban a entregarlo, tomó un pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió
y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria
mía.» Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la
nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en
memoria mía.» Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis
la muerte del Señor, hasta que vuelva.
En el evangelio, Lucas, siguiendo a Marcos con
pequeños cambios, describe una escena muy viva, en la que la iniciativa la
toman los discípulos. Le indican a Jesús lo que conviene hacer y, cuando él
ofrece otra alternativa, objetan que tienen poquísima comida. La orden de
recostarse en grupos de cincuenta simplifica lo que dice Marcos, que divide a
la gente en grupos de cien y de cincuenta. Esta orden tan extraña se comprende
recordando la organización del pueblo de Israel durante la marcha por el
desierto en grupos de mil, cien, cincuenta y veinte (Éx 18,21.25; Dt 1,15).
También en Qumrán se organiza al pueblo por millares, centenas, cincuentenas y
decenas (1QS 2,21; CD 13,1). Es una forma de indicar que la multitud que sigue
a Jesús equivale al nuevo pueblo de Israel y a la comunidad definitiva de los
esenios.
Jesús
realiza los gestos típicos de la eucaristía: alza la mirada al cielo, bendice
los panes, los parte y los reparte. Al final, las sobras se recogen en doce
cestos.
En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban. Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle:
‒ «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a
buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.»
Él les contestó:
‒ «Dadles
vosotros de comer.»
Ellos replicaron:
‒ «No
tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de
comer para todo este gentío.»
Porque eran unos cinco mil hombres. Jesús dijo a sus discípulos:
‒ «Decidles
que se echen en grupos de unos cincuenta.»
Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos
peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió
y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron
todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.
¿Cómo hay que interpretar la multiplicación
de los panes?
Podría entenderse como el recuerdo de un hecho histórico que nos enseña sobre
el poder de Jesús, su preocupación no sólo por la formación espiritual de la
gente, sino también por sus necesidades materiales.
Esta interpretación histórica encuentra grandes dificultades cuando intentamos
imaginar la escena. Se trata de una multitud enorme, cinco mil personas, sin
tener en cuenta que Lucas no habla de mujeres y niños, como hace Mateo. En
aquella época, la “ciudad” más grande de Galilea era Cafarnaúm, con unos mil
habitantes. Para reunir esa multitud tendrían que haberse quedados vacíos
varios pueblos de aquella zona. Incluso la propuesta de los discípulos de ir a
los pueblos cercanos a comprar comida resulta difícil de cumplir: harían falta
varios Hipercor y Carrefour para alimentar de pronto a tanta gente.
Aun admitiendo que Jesús multiplicase los panes y peces, su reparto entre esa
multitud, llevado a cabo por sólo doce personas (a unas mil por camarero, si
incluimos mujeres y niños) plantea grandes problemas. Además, ¿cómo se
multiplican los panes?, ¿en manos de Jesús, o en manos de Jesús y de cada
apóstol?, ¿tienen que ir dando viajes de ida y vuelta para recibir nuevos
trozos cada vez que se acaban? Después de repartir la comida a una multitud tan
grande, ya casi de noche, ¿a quién se le ocurre ir a recoger las sobras en
mitad del campo? ¿No resulta mucha casualidad que recojan precisamente doce
cestos, uno por apóstol? ¿Y cómo es que los apóstoles no se extrañan lo más
mínimo de lo sucedido?
Estas preguntas, que parecen ridículas, y que a algunos pueden molestar, son
importantes para valorar rectamente lo que cuenta el evangelio. ¿Se basa el
relato en un hecho histórico, y quiere recordarlo para dejar claro el poder y
la misericordia de Jesús? ¿Se trata de algo puramente inventado por los
evangelistas para transmitir una enseñanza?
El trasfondo
del Antiguo Testamento
Lucas,
muy buen conocedor del Antiguo Testamento vería en el relato la referencia
clarísima a dos episodios bíblicos.
En
primer lugar, la imagen de una gran multitud en el desierto, sin posibilidad de
alimentarse, evoca la del antiguo Israel, en su marcha desde Egipto a Canaán,
cuando es alimentado por Dios con el maná y las codornices gracias a la
intercesión de Moisés. Pero hay también otro relato sobre Eliseo que le vendría
espontáneo a la memoria. Este profeta, uno de los más famosos de los primeros
tiempos, estaba rodeado de un grupo abundante de discípulos de origen bastante
humilde y pobre. Un día ocurrió lo siguiente:
«Uno de Baal Salisá vino a traer al profeta el pan
de las primicias, veinte panes de cebada y grano reciente en la alforja. Eliseo
dijo:
―
Dáselos a la gente, que coman.
El
criado replicó:
―
¿Qué hago yo con esto para cien personas?
Eliseo
insistió:
―
Dáselos a la gente, que coman. Porque así dice el Señor: Comerán y sobrará.
Entonces
el criado se los sirvió, comieron y sobró, como había dicho el Señor»
(2
Re 4,42-44).
Lucas
podía extraer fácilmente una conclusión: Jesús se preocupa por las personas que
le siguen, las alimenta en medio de las dificultades, igual que hicieron Moisés
y Eliseo antiguamente. Al mismo tiempo, quedan claras ciertas diferencias. En
comparación con Moisés, Jesús no tiene que pedirle a Dios que resuelva el
problema, él mismo tiene capacidad de hacerlo. En comparación con Eliseo, su
poder es mucho mayor: no alimenta a cien personas con veinte panes, sino a
varios miles con solo cinco, y sobran doce cestos. La misericordia y el poder
de Jesús quedan subrayados de forma absoluta.
¿Sigue
saciando Jesús nuestra hambre?
Aquí entra en juego un aspecto del relato que parece evidente: su relación con
la celebración eucarística en las primeras comunidades cristianas. Jesús la
instituye antes de morir con el sentido expreso de alimento: “Tomad y comed...
tomad y bebed”.
Los cristianos saben que
con ese alimento no se sacia el hambre física; pero también saben que ese
alimento es esencial para sobrevivir espiritualmente. De la eucaristía, donde
recuerdan la muerte y resurrección de Jesús, sacan fuerzas para amar a Dios y
al prójimo, para superar las dificultades, para resistir en medio de las
persecuciones e incluso entregarse a la muerte. Lucas volverá sobre este tema
al final de su evangelio, en el episodio de los discípulos de Emaús, cuando
reconocen a Jesús “al partir el pan” y recobran todo el entusiasmo que habían
perdido.
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