18 DE MAYO – MIÉRCOLES –
7ª - SEMANA DEL T.O.-C
San Juan I, papa y mártir
Evangelio
según san Marcos 9, 37-39
En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús: “Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se
lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros”.
Jesús respondió:
“No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre
no puede luego hablar mal de mi. El que
no está contra nosotros, está a favor nuestro”.
1. La propuesta de Juan a Jesús no puede
tener, en última instancia, nada más que un sentido: “el que no haga el bien como nosotros lo
hacemos, no tiene derecho a hacerlo. Y,
por tanto, hay que impedírselo”.
Eso es el fanatismo químicamente puro.
No olvidemos
que “la esencia del fanatismo reside en el deseo de obligar a los demás a
cambiar” (Samuel Oz).
Fanático es quien actúa con la convicción
de que solamente él es el que piensa y hace las cosas como hay que hacerlas. Y el que no actúa como yo actúo debe
desaparecer.
2. Las
religiones, si se toman en serio y con todas sus consecuencias llevan derechamente
a pensar y actuar así. Wolfgang Sofsky lo ha dicho muy bien: “Ningún dios, que
verdaderamente se precie, tolera otro dios junto a sí. Su pretensión es absoluta: pretensión de
verdad, de evidencia y de obediencia.
¿Qué dios sería aquel que consintiera la existencia
de otros dioses junto a él?”.
De
ahí que toda religión, vivida de verdad, lleva sin más remedio a pensar y
actuar de forma que desemboca en el exclusivismo más radical.
3. Sin
duda alguna, que Jesús se dio cuenta del peligro que entraña todo esto. Un peligro de consecuencias violentas hasta la
muerte y el exterminio. Lo sabemos por la
historia de las religiones. Y lo estamos viendo y sufriendo en lo que llevamos
del s. XXI. Desde el atentado del 11 S en Nueva York hasta los más recientes
actos terroristas de los que cada día tenemos noticias trágicas y aterradoras.
Las religiones son, desde este punto de
vista, una de las peores amenazas que ahora mismo sufre el mundo. Por eso hay que tener muy claro que Jesús, al
darse cuenta de este peligro, entre otros más que la religión lleva consigo, se
enfrentó a los sacerdotes, dirigentes del templo, al templo mismo, a los
rituales, normas y observancias que impone la
religión.
Esto es lo que relatan los evangelios
desde el comienzo de la vida pública de Jesús hasta que, como consecuencia de
esta forma de entender la religión y la vida, la religión
-consecuente
con lo que aquí se palpa- mataron a Jesús.
¿Qué solución tiene todo esto hoy? La que le dio Jesús. Es urgente, es apremiante, desplazar la
religión hasta entenderla y vivirla de otra manera. Y enseñarla así a todos los
mortales.
El centro de la religión no es el ritual
y el dogma excluyentes.
El centro de la religión es la ética de
la honradez y la bondad en todo y con todos.
San Juan I, papa y mártir
Nació en
Toscana, y en el año 523 fue elegido Sumo Pontífice. En Italia gobernaba el rey
Teodorico que apoyaba la herejía de los arrianos. Asimismo, el emperador
Justino de Constantinopla decretó cerrar todos los templos de los arrianos de
esa ciudad y prohibió que los que pertenecían a la herejía arriana ocuparan
empleos públicos. El rey Teodorico obligó entonces al Papa a que fuera a
Constantinopla a convencer al emperador de derogar las últimas leyes, pero el
Papa Juan I se negó rotundamente.
El Sumo
Pontífice realizó una visita pastoral a Constantinolpla donde fue recibido por
más de 15,000 fieles con velas encendidas en las manos, y estandartes. El Papa
presidió solemnemente las fiestas de Navidad, y luego exhortó a los feligreses
a mantenerse firmes en la fe, evitando caer en las herejías. Paralelamente, el
emperador Justino se mantuvo firme en su decisión, lo cual enfureció al rey
italiano quien mandó a llamar al Papa Juan y lo encerró en un oscuro calabozo.
Los constantes maltratos y suplicios sufridos por el santo Papa en la cárcel,
junto con otros mártires más, provocó su muerte a los pocos meses de haber sido
tomado prisionero.
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