lunes, 23 de mayo de 2016

Párate un momento: El Evangelio del dia 23 DE MAYO – LUNES – 8ª ~ SEMANA DEL T. O. San Lucio y compañeros mártires




23 DE MAYO – LUNES –
8ª ~ SEMANA DEL T. O.
San Lucio y compañeros mártires

       Evangelio según san  Marcos 10, 17-27

       En aquel tiempo, cuando salió Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó:
       “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?
       Jesús le contestó:
       “¿Por qué me llamas bueno?  No hay nadie bueno más que Dios.  Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre ya tu madre”.  
       Él replicó:
       “Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño”.
       Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo:
       “Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego, sígueme”.
       A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico.      Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos:
       “¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!”.
        Los discípulos se extrañaron de estas palabras.
       Jesús añadió:
       “Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero!  Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios”.
       Ellos se espantaron y comentaban:
       “Entonces, ¿quién puede salvarse?”.      Jesús se les quedó mirando y le dijo:
       “Es imposible para los hombres, no para Dios.  Dios lo puede todo”.

       1.   Este relato, llamado del “joven rico”, no es un relato solo para jóvenes con vocación sacerdotal o religiosa.  Ni siquiera es un relato para cristianos que quieren ser ejemplares.  Es un “relato-modelo” de “teología narrativa” para todo ser humano que pretenda ser verdaderamente “humano”.
       En esta narración, en efecto, se presenta el resumen condensado de cómo debe comportarse un “ser humano auténtico”.

       2.   En esta pequeña historia se afirma, ante todo, que los “mandamientos” del Decálogo (reducidos solamente a los que se refieren a la relación con los demás) son básicos en la vida. Pero con eso nada más no basta.  Además de los “mandamientos”, hay que afrontar el problema de la riqueza.  Esto es lo que le faltaba al joven del relato.
       Cumplía el Decálogo.  Pero pensaba que eso era compatible con la riqueza.  Y Jesús le dice que no.  Si no comparte su dinero con los pobres, no puede ser una persona cabal.

       3.   No hay que cavilar mucho para entender la profunda sabiduría que contiene este episodio.  En el mundo hay tanto sufrimiento, sobre todo por causa de la desigualdad en la posesión de las riquezas. Porque la desigualdad económica produce inevitablemente desigualdad en derechos.  Y de ahí se sigue la desigualdad social, política, sanitaria, educativa y todas las desigualdades (no las diferencias).
       Las diferencias son un “hecho”,  la igualdad es un “derecho”.  Todos los seres humanos tenemos derecho a la igualdad. Pero la riqueza, que acumulan unos pocos, destroza esa igualdad. Y así se producen las desigualdades que nos deshumanizan.
       Cuando Jesús dijo: “Da tu dinero a los pobres... y luego “sígueme”, lo que en realidad estaba diciendo fue esto: Haz que este mundo sea más igualitario, y entonces podrás convivir conmigo y así me podrás conocer.
       El “seguimiento” de Jesús es lo que hace posible el “conocimiento” de Jesús. Y ser tan humano como Jesús.

San Lucio y compañeros mártires

En la persecución arriana del emperador Constancio, Andrianópolis. 349. San Lucio fue elevado a la sede de Adrianópolis en Mancedonia, después de la muerte de San Eutropio, que había sido desterrado a la antigua Galia (Francia) por predicar contra los arríanos.

Lucio no fue menos valeroso que su predecesor en defender la divinidad de Nuestro Señor y también lo desterraron. Regresó a su sede, donde encontró que le habían levantado vergonzosas calumnias y volvió a ser expulsado. Fue a Roma para defender su inocencia y allí encontró a San Pablo, obispo de Constantinopla, y al gran San Atanasio, ambos desterrados como él.


Murió en la prisión a causa del trato que había recibido. La suerte de su amigo hizo gran impresión en San Atanasio, quien, en más de uno de sus escritos, trata de la constancia y valor de San Lucio y de los otros mártires de Adrianópolis.

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