7 DE MAYO - SÁBADO
6ª ~ SEMANA DE PASCUA
Santa Flavia Domitila, mártir
Evangelio
según san Juan 16, 23b-28
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
“Yo
os aseguro: si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi
nombre; pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa.
Os he hablado de esto en comparaciones: viene
la hora en que ya no hablaré en comparaciones, sino que os hablaré del Padre
claramente. Aquel día pediréis en mi
nombre y no digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os
quiere, porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios.
Salí
del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy
Al Padre”.
1. Como
es bien sabido, en las culturas orientales antiguas, el nombre representaba a
la persona que lo tenía. De ahí que
“pedir en nombre de Jesús” equivale a solicitar algo en cuanto que el que ora,
pide algo “como si fuera el mismo Jesús” el que hace la demanda. Esto significa que la petición en nombre de
Jesús se fundamenta sobre la base de que se pide, se desea, se quiere solamente
aquello que coincide exactamente con lo que desea y quiere el mismo Jesús. Es decir, la oración “en nombre de Jesús” presupone
una identificación cabal con los criterios, deseos y apetencias del propio
Jesús.
2. Por
eso, semejante oración es infalible. Porque, en esa plegaria, es el mismo Jesús
el que pide. Por boca del orante,
mediante los deseos del que hace la petición.
Lo que supone una identificación exacta de lo que uno quiere con lo que
siempre quiso y pidió Jesús mientras vivió en esta tierra.
3. En
el fondo, esto nos viene a decir que la oración perfecta es la que identifica los
propios deseos con los deseos de Jesús. Y
uno siente como necesidades propias las mismas cosas que Jesús vio y vivió como
las más urgentes y necesarias. Cuando dos
personas se quieren tanto que llegan a identificar lo que les gusta, lo que les
preocupa, lo que les interesa, lo que anhelan, no cabe la menor duda de que ese
cariño mutuo es muy fuerte. Porque, si ya es difícil en la vida “respetar” los
deseos de los otros, ¡cuánto más difícil y exigente tiene que ser “identificar”
los propios con los deseos del otro!
Santa Flavia Domitila, mártir
En Roma, conmemoración
de santa Domitila, mártir, que, siendo hija de la hermana del cónsul Flavio
Clemente, fue acusada durante la persecución bajo el emperador Domiciano de
haber renegado de los dioses paganos y, por ello, por su fe en Cristo, junto
con otros muchos cristianos fue desterrada a la isla de Ponza, en el Lacio, en
la que padeció un prolongado martirio (s. I/II).
El
emperador es Vespasiano. Flavio Clemente es su sobrino, está casado con Flavia
Domitila, se han hecho cristianos y es cónsul en el año 95. Tiene dos primos
carnales que son Tito y Domiciano que, al no tener descendencia directa
masculina, deberían dejar su puesto a uno de los hijos de Flavio Clemente según
el derecho romano; poco faltó para que la Iglesia tuviera en el primer siglo un
emperador cristiano, pero no sólo no fue así, sino que el emperador Domiciano
desató una violenta persecución.
No
distinguían muy bien por aquel entonces los que mandaban en Roma entre judíos y
cristianos; los llaman simplemente paganos porque ni unos ni otros adoraban
imágenes por seguir los Libros Santos. Vespasiano y Tito habían hecho la guerra
y destruido la Ciudad Santa; los judíos y cristianos -que para ellos es igual-
deben pagar impuestos. Como las cuentas cantan, Domiciano advierte por el monto
de la recaudación el gran número de paganos que hay en el Imperio y ve que
están presentes en todos los estamentos. Piensa que la depuración étnica se
impone y Flavio Clemente, entre muchos, es denunciado -dice Suetonio «con
acusaciones muy endebles»- y martirizado junto con su mujer o quizá ésta fuera
mandada al destierro a la isla de Pandataria, como era costumbre entre los
romanos para la gente noble. Así se concluyen los datos que proporciona la
historia bien documentada.
Pero así
como la historia ofrece unos datos seguros y fiables, la leyenda marca el paso
de la historia a la ficción en la historia novelada para gusto y edificación de
los cristianos cuando se habla de Flavia Domitila. Más que admitir la
existencia de dos Flavias en el mismo tiempo y lugar, según los datos que se
tienen, parece lo más probable y sensato aceptar la lectura en novela de la
mártir Flavia Domitila, desdoblada.
Así nos encontramos con una novela
de altos vuelos literarios en la que, con la base firme de la existencia de una
mártir perteneciente a la más alta nobleza, se narra el destierro de Flavia,
joven prometida de un joven pagano llamado Aureliano; los soldados Nereo y
Aquileo, terminan por convencer a la novia para que acepte la virginidad
rechazando la boda prevista. Se anota la esperada reacción violenta del joven
pagano despreciado: denuncia como cristiana a la novia y la destierran a la
isla de Poncia. La imaginación del autor hace intervenir al papa Clemente
consagrando la virginidad de Flavia Domitila. Hay enredos entre amigos de la
magia y adivinación por una parte y testigos que narran lo que pasó entre Pedro
y Simón, el mago, por otra.
La
protagonista que ocupa el centro del relato es un ejemplo de pulcritud y
sensatez, mantiene el nervio de la historia con la valentía del seguimiento a
Jesús ante la autoridad constituida, apareciendo también momentos de dudas que
mantienen el suspense sobre los inciertos resultados de su elección, y ¡cómo no!
su apostolado. Se desarrolla abundante doctrina para proclamar -en demasía- la
excelencia de la virginidad sobre el matrimonio. El guion no está exento de
elementos dramáticos que mantienen la atención de los lectores y oyentes con
los enredos de seducción por parte de Aureliano, que acaba dramáticamente
muerto por la decepción y el rechazo. También se condenan las orgías propias
del tiempo y la vanagloria de quien no tiene más perspectiva que la vida
presente. La vuelta del destierro, además de poner fin a la preciosa novela
ejemplar, sirve para describir el martirio con formas adecuadas al estilo del
relato: Flavia Domilitila y sus dos sirvientas neoconversas por su ejemplo y
palabras -también vírgenes cristianas- acaban quemadas vivas en su propia casa
de Terracina por denuncia de paganos.
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