lunes, 21 de noviembre de 2016



22 DE NOVIEMBRE    - MARTES
34ª - SEMANA     DEL T.O.-C
Santa Cecilia de Roma

Evangelio según san Lucas 21, 5-11
   Algunos ponderaban la belleza del Templo por la calidad de la piedra y los exvotos.
   Jesús les dijo:
"Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido'.
Ellos le preguntaron:
"Maestro, ¿cuándo va a ser eso? ¿Y cuál será la señal de que todo esto está para suceder?"
Él contestó:
 "Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: "Yo soy", o bien: "El momento está cerca"; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá enseguida'.
Luego les dijo: "Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo".

1. En los tiempos de crisis y de cambios profundos, que estamos viviendo, cuando estamos asistiendo a tantas y tan profundas transformaciones en casi todos los ámbitos de la vida, de la sociedad y de las costumbres, cuando sobre todo la crisis económica nos está golpeando a todos tan despiadadamente, el tema de las desgracias es el obsesivo problema que invade nuestros pensamientos, nuestras preocupaciones y el asunto más recurrente en las conversaciones de la mayoría de la gente. Podemos tener la impresión de que las desgracias y catástrofes, que aquí señala el Evangelio, es lo que nos está ocurriendo.

2. Sea lo que sea de todo esto, sabemos que Jesús fue muy claro al referirse a estas situaciones: "Cuidado que nadie os engañe...  no vayáis tras ellos".
En su famoso discurso de apertura del Concilio Vaticano II (11 de octubre de 1962), San Juan XXIII nos recordó la actualidad de lo que dijo Jesús: "parece necesario decir que disentimos de esos profetas de calamidades que siempre están anunciando infaustos sucesos como si fuese inminente el fin de los tiempos".
El Evangelio es muy claro: este tipo de discursos es falso y no lo quiere Dios. Solo el Señor sabe cuándo será el fin del mundo.

3. Es frecuente que, en situaciones como la que vivimos, los que más provecho intentan sacar de estos estados de cosas son los grupos más integristas, los más conservadores, los más fundamentalistas. Ellos se ven como "tradición acorralada" (A. Giddens).
La consecuencia es que se aferran a sus observancias tradicionales y a la sumisión total a la letra de sus catecismos y doctrinas. Con tales procedimientos no vamos a ninguna parte. Si el pasado nos ha hundido en la miseria que vivimos, parece absurdo aferrarse precisamente a un pasado, que no es el Evangelio, que no tiene garantías de ser lo que Dios quiere, y que no hace sino dejarnos más rezagados en esta inquietante marcha adelante de la historia humana.
La cosa se ha puesto tan mal, que el cambio no puede ser sino hacia mejor. Pero lo mejor será el logro de quienes, con libertad y audacia, pierdan el miedo ante cambios muy de fondo de los que podemos (y debemos) decir que no se trata de que se avecinan, sino que de ellos lo que tenemos que afirmar es que ya los tenemos aquí, entre nosotros y con nosotros. Ahora, lo importante es saber manejarlos para bien de todos.

Santa Cecilia de Roma
Santa Cecilia (o Celia) de Roma fue una noble romana, convertida al cristianismo, que fue martirizada por su fe entre el año 180 y 230. Es patrona de la música, de los poetas y de los ciegos (como [santa Lucía de Siracusa]).
Vida de Santa Cecilia de Roma
La antigüedad de su martirio y la amplitud de su recuerdo hicieron que su nombre esté presente en el canon de la Misa. También por este motivo, son numerosas las dedicaciones de templos a su nombre y puestos bajo su protección.
Lo extraño es que a pesar de tanta y tan notoria devoción se sepa tan poco de su vida; y digo saber, porque lo que nos ha llegado contado sobre su martirio en la "pasión", escrita muy tardíamente (s. VI), no es fiable desde el punto de vista histórico.
Suelen presentarla como perteneciente a una familia ilustre, de la nobleza romana, del linaje de los Cecilios, anteriores a Cristo y emparentados con Metelos y Pomponios. A Cecilia le señalan como antepasadas a Caya Cecilia y a Cecilia Metea, sin que en realidad sean estos datos demostrables; colocarla dentro de la flor y nata de los patricios romanos podría deberse al vivo deseo de ensalzar la figura de la santa o a la necesidad de cubrir la ausencia de datos con una mera posibilidad.
Dicen que se quedó huérfana desde pequeña, que la instruyó en la fe el obispo Urbano y que se bautizó a los trece años. La presentan los escritos dedicada a la oración, con obras de penitencia y asistiendo a los oficios de culto sin remilgos ni disimulos, aunque los tiempos no estaban para muchos aspavientos. ¡Qué otras cosas podían hacer los dados a la hagiografía si tienen que hablar de la vida de una santa y no disponen de materiales que le sirvan para su intento! Es lógico que apliquen a su figura todas las virtudes que son concebibles en su vida cristiana y quizá también deseen hablar de las que deberían tener los lectores de su vida para sentirse animados a su imitación. Se muestran extremadamente explícitos en hacer mención de la generosidad que Cecilia demostraba con las colas de pobres que se acercaban a la puerta de su casa en la Vía Apia donde siempre había un plato de sopa caliente y unas limosnas. Y aún son más las alabanzas a la santa cuando se explayan en poner de relieve la radicalidad de su fe hasta el punto de formular en su temprana edad un voto de castidad que puso bajo la custodia de su Ángel.
Lo sorprendente para el hombre de nuestro tiempo tan refinado y culto es que contrajo matrimonio con Valeriano y fue en la misma noche de bodas, después de las capitulaciones matrimoniales, cuando manifestó a su esposo el voto de virginidad que había hecho y lo importante que era respetarlo porque era nada menos que su ángel quien la defendería ante cualquier atropello. Pero lo más insólito del caso es que Valeriano -mucho debía amarla- no se sintiera defraudado por tal planteamiento y aceptara la condición de buen grado.
Valeriano y su hermano Tiburcio son dos mártires bien documentados en la iglesia de Roma. Se convirtieron del paganismo a la fe y dieron su vida por ella. Igual que Cecilia que fue condenada a muerte por decapitación, probablemente en tiempos de Marco Aurelio, sin que los primeros golpes de hacha sobre su cuello le llegaran a hacer daño.
Tampoco se sabe muy bien de dónde le viene a la santa su patronazgo sobre la música ni su protección a los amantes de las corcheas. ¿Sería por aquello de que "cantaba a Dios en su corazón"? Eso es lo que sucede cada vez que se reza a Dios con toda el alma. Quizá alguien, al leerlo en su passio, llegó a pensar en Cecilia, soprano acompañada de instrumentos musicales, y luego se decidió a divulgar la figura pintándola con su órgano.
Aunque no siempre fue así; Stefano Maderna, artista no muy conocido, esculpió la figura de santa Cecilia en mármol de Carrara, haciendo una estatua yacente, con las manos entrelazadas, mostrando una el dedo índice y la otra tres, simbolizando la fe inquebrantable en la unidad divina y en la trinidad de personas. En el altar mayor de la iglesia de su nombre, en el Trastévere romano, puede contemplarse la efigie junto a las reliquias milagrosas de la santa.
Como Cecilia ya trasciende el tiempo y está por encima de los defectos humanos que ella sabe comprender y disculpar, atenderá la súplica de los aún viandantes para formar parte un día del maravilloso coro del cielo, sin importarle mucho que seamos sordomudos, tengamos mal oído o no seamos capaces de disfrutar del pentagrama.



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