23 DE NOVIEMBRE -
MIÉRCOLES 34ª - SEMANA DEL T.O.-C
Beato Miguel Agustín Pro
Evangelio
según san Lucas 21, 12-19
Dijo Jesús a sus discípulos:
"Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas
y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía.
Así tendréis ocasión de dar testimonio.
Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os
daré palabras y sabiduría a las que no podrán hacer frente ni contradecir
ningún adversario vuestro.
Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os
traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa
mía.
Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra
perseverancia salvaréis vuestras almas'.
1. Una
vez más, Jesús anuncia a sus discípulos que su condición en este mundo es la condición de incomprendidos, rechazados
y perseguidos.
Al mencionar "sinagogas" y “cárceles",
Jesús se estaba refiriendo a persecuciones que vendrán de las autoridades
religiosas y también de las autoridades civiles. Lo cual, por lo demás, resulta
comprensible. Eso, ni más ni menos, es lo que le sucedió al propio Jesús.
Si él fue incomprendido y perseguido, lo
lógico es que quienes siguen sus pasos, se tendrán que ver en situaciones
parecidas a las que él pasó. Lo extraño es que no sucediera eso.
2.
Pero Jesús llegó más lejos. Porque él radicalizó esta condición de
"incomprendidos y perseguidos",
propia de los seguidores del Evangelio, llegando a decir que hasta los amigos y
los familiares más cercanos van a tomar partido contra quienes deciden ser
fieles a la causa de Jesús. Desde este punto de vista, se puede decir que la
condición del seguidor de Jesús es la condición del que, con frecuencia, se va
a ver desamparado, abandonado, incomprendido y solo.
La fuerza para seguir adelante en tales
condiciones, será el convencimiento de que así es como hay que "dar testimonio".
Es decir, solo así se puede ser testigo del Evangelio.
3. ¿Por qué tiene que ser esto así?
No se trata de que Jesús quiera que sus seguidores
se vean como seres extraños o peligrosos.
Ni Jesús ni su Evangelio propugnan el sadismo
como solución para este mundo tan roto y desorientado. Eso sería causa de
sufrimientos y desgracias. Pero es evidente que Jesús no puede querer que sus discípulos
sean unos desgraciados. Lo que ocurre es que este mundo, tal como está "organizado",
y tal como funciona, es causa de mucho sufrimiento y muchas desgracias.
Es decir, vivimos de espaldas al Evangelio.
No necesariamente por maldad, sino porque
los principios determinantes del "orden presente" no son los que
emanan del Evangelio, sino del interés humano y del egoísmo que brota de la “in-humanidad"
que nos deshumaniza. Por eso, todo el que, fiel al Evangelio, toma la misma opción
que tomó Jesús, y echa por el mismo camino que él tomó en la vida, ese sin más
remedio tendrá que seguir el destino que siguió Jesús.
Precisamente porque se quiere de verdad la
felicidad y la paz para este mundo. En consecuencia, si decimos en serio que la
tradición de Occidente es cristiana,
¿no tendría que ser una tradición más
condicionada y marcada por el Evangelio?
Beato Miguel Agustín Pro
En la ciudad de Guadalupe, en el territorio de Zacatecas, en México,
beato Miguel Agustín Pro, presbítero de la Compañía de Jesús y mártir, que, en
la cruel persecución contra la Iglesia, como si fuera un facineroso, le
condenaron sin juicio a la pena capital, y así alcanzó el martirio que tan
ardientemente deseaba.
Vida de Beato Miguel Agustín Pro
Miguel Agustín Pro Juárez (Padre Pro), nació el 13 de enero de 1891
en la población minera de Guadalupe, Zacatecas, tercero de once hermanos e hijo
de Miguel Pro y Josefa Juárez. El 19 de agosto de 1911, ingresa al Noviciado de
la Compañía de Jesús en El Llano, Michoacán, luego de unos Ejercicios hechos
con jesuitas y de haber madurado lentamente la decisión. Ya la familia había
dado antes dos vocaciones religiosas en la persona de dos hermanas mayores de
Miguel.
Luego del Noviciado, continúa sus estudios en Los Gatos, California,
obligados los jesuitas a abandonar Los Llanos a causa de la presencia de
fuerzas carrancistas. Estudia después retórica y filosofía en España. Desempeña
el oficio de profesor en el colegio de la Compañía en Granada, Nicaragua y hace
la teología en Enghien, Bélgica, donde recibe el presbiterado.
Un juicio imparcial sobre la vida de formación del P. Miguel nos
inclina a admitir que gozaba en alto grado de talento práctico, pero que
carecía de facilidad para los estudios especulativos, quizá debido a la
deficiente enseñanza de sus primeros años. Su gloriosa muerte contribuyó además
a que se esfumara el recuerdo de la parte negativa de su temperamento jocoso,
bromista y agudo.
Una úlcera estomacal, la oclusión del píloro y toda la ruina del
organismo hicieron prever un desenlace rápido al final de sus estudios en
Bélgica. "Los dolores no cesan -escribe en una carta íntima-. Disminuyo de
peso, 200 a 400 gramos cada semana, y a fuerza de embaular porquerías de
botica, tengo descarriado el estómago... Las dos operaciones últimas estuvieron
mal hechas y otro médico ve probable la cuarta". Luego detalla el
insoportable régimen dietético que se le hace sufrir. Su organismo se reduce a
tal extremo que sus superiores en Enghien tratan de apresurar el regreso a
México, para que la muerte no lo recoja fuera de su patria.
En esta situación realiza su anhelo de viajar a Lourdes, al pie del
Pirineo, donde espera una intervención de la Virgen que le devuelva las fuerzas
que necesitará en México para ayudar a los católicos entonces vejados por una
persecución. La prisión, el fusilamiento y el destierro están a la orden del
día.
De la visita a la célebre gruta, escribe: "Ha sido uno de los
días más felices de mi vida... No me pregunte lo que hice o qué dije. Sólo sé que
estaba a los pies de mi Madre y que yo sentí muy dentro de mí su presencia
bendita y su acción". Esa experiencia mística es para leerse entera en su
vida. Sabemos por ella que la Virgen le prometió salud para trabajar en México.
El exorbitante trabajo que tuvo los meses que vivió en la capital desde su
llegada en julio de 1926, realizado además mientras huía de casa en casa para
despistar a los sabuesos que seguían sus pasos, no hubiera podido ser ejercido
por un individuo de mediana salud, y menos por uno tan maltratado como Miguel
Agustín, de no haber sido por la intervención de la Madre de Jesucristo.
Así le sorprende el fracasado intento de Segura Vilchis para acabar
con Obregón, el presidente electo. Las bombas de aquel católico exasperado
estaban tan mal hechas que ni siquiera causaron desperfectos graves en el coche
abierto del prócer. El ingeniero Segura había procedido con todo sigilo para
preparar y ejecutar el acto. Nadie, sino el chofer y dos obreros estaban
enterados. La liga de Defensa Religiosa, y por tanto Humberto y Roberto Pro,
hermanos del Padre, y el mismo Padre, fueron ajenos al plan magnicida.
El Papa Pío XI había defendido a los católicos mexicanos y había
condenado la injusta persecución en tres ocasiones a través de documentos
públicos dirigidos al mundo. Calles, el perseguidor, estaba irritadísimo contra
él; pero no pudiendo descargar sus iras contra un enemigo tan distante las
descargó contra un eclesiástico, el P. Pro, al que la indiscreción de una mujer
y un niño hizo caer en las garras de la policía mientras cometía sus cotidianos
delitos de llevar la comunión, de confesar o socorrer a los indigentes. Calles
se vengaría del Papa en un cura... Y aprovechando que el Padre Pro estaba en
los sótanos de la Inspección de Policía atribuyó a él y a sus hermanos la
responsabilidad de un acto cuyo verdadero autor no había podido ser descubierto.
El autor verdadero, el lng. Segura Vilchis, había ágilmente saltado
del automóvil desde el que arrojó la fallida bomba. Luego siguió caminando
impertérrito por la banqueta mientras preparaba una coartada admirable. Obregón
se dirigía a los toros. Segura Vilchis, sin ser reconocido por los esbirros,
entró a la plaza detrás del general, buscó su palco y encontró el modo de
hacerse bien visible y reconocible por éste. Así podía citarlo como testigo de
que él se hallaba en los toros pocos minutos después del atentado.
No obstante, enterado por las extras de los periódicos de que
acusaban al padre Pro y a sus hermanos Humberto y Roberto del lanzamiento de la
bomba, Segura Vilchis resolvió su caso de conciencia y corrió a la Inspección
de Policía para presentarse al general Roberto Cruz, Inspector General y,
previa palabra de honor de que soltaría a los Pro, que nada tenían que ver con
el delito, se ofreció a decir quién era el verdadero autor. Se delató a sí
mismo y probó con toda facilidad que lo era. Con todo, de la Presidencia de la
República llegó la orden directa de fusilar a los Pro y a Segura Vilchis, sin
sombra de investigación judicial.
Así el 23 de noviembre de 1927, a la puerta del fatídico sótano, y
minutos después de la diez de la mañana, un policía llamo a gritos al preso:
"¡Miguel Agustín Pro!" Salió el padre y pudo ver el patio lleno de
ropa y de invitados como a un espectáculo de toros, a multitud de gente, a unos
seis fotógrafos por lo menos y a varios miembros del Cuerpo Diplomático
"para que se enteraran de cómo el gobierno castigaba la rebeldía de los
católicos".
El padre Pro caminó sereno y tuvo tiempo de oír a uno de sus
aprehensores, que le susurraba:
-Padre, perdóneme.
-No sólo
te perdono -le respondió-; te doy las gracias.
-¿Su última
voluntad? -le preguntaron ya delante del pelotón de fusilamiento.
-Que me
dejen rezar.
Se hincó delante de todos y, con los brazos cruzados, estuvo unos
momentos ofreciendo sin duda su vida por México, por el cese de la persecución,
y reiterando el ofrecimiento de su vida por Calles, como ya lo solía hacer
antes... Se levantó, abrió los brazos en cruz, pronunció claramente, sin gritar.
- ¡Viva Cristo Rey! y cayó al suelo para recibir luego el tiro de gracia.
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