26 DE NOVIEMBRE – SÁBADO
34ª SEMANA DEL T.O.-C
San Silvestre Gozzolini
Evangelio
según san Lucas 21, 34-36
En aquel tiempo, dijo Jesús a
sus discípulos:
"Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la
bebida y los agobios de la vida. Y se os eche encima de repente aquel día;
porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.
Estad siempre despiertos, pidiendo fuerzas para escapar de todo
lo que está por venir y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre".
1. Termina
el año litúrgico. Y concluye con una sentencia fuerte de Jesús para que
tengamos sumo cuidado. ¿De qué?
Lo que a Jesús le preocupa es la gente a la
que "se le embota la mente". Porque a quien le sucede eso, no ve la
vida como es, ni las cosas como se tienen que ver. Todo se trastorna en nuestro
interior. Y quedamos ofuscados, confundidos, engañados. Una persona así, está expuesta a cualquier forma
de manipulación, de extravío de ir por la vida sin saber a dónde va. Y sin
hacer lo que tiene que hacer.
2. ¿Por qué ocurre esto?
Jesús habla de sus tres causas. "El
vicio, la bebida, los agobios de la vida".
Esto
mismo se tendría que decir hoy echando mano de otras expresiones simbólicas.
Hoy hablaríamos del consumo, el bienestar, el
dinero... En cualquier caso, la "seducción" tiene hoy más poder y más
fuerza que la "represión" por fuerte que esta sea. De ahí que nuestro
máximo cuidado se tiene que centrar en todo aquello que nos seduce.
De todas maneras, lo que importa es que
efectivamente todos tenemos el peligro
de habituarnos a comportamientos torcidos y engañosos, que nos crean adicciones
y dependencias, que nos limitan o anulan la libertad. Y, sobre todo, nos
oscurecen la mente. Y así, nos impiden ver la realidad tal cual es.
Ahora bien, desde el momento en que nos
ocurre algo de eso, desde ese instante quedamos expuestos a hacer los mayores disparates sin
darnos cuenta de lo que realmente
hacemos. Una persona así, está perdida tanto desde el punto de vista
humano como religioso.
3.
Jesús termina diciendo que lo que importa de verdad es tener fuerza para
"mantenernos en pie ante el Hijo del Hombre".
Sin duda, esta frase se puede interpretar de
forma muy diversa. En cualquier caso, una cosa parece clara: "Mantenerse
en pie ante Jesús" es tenerse de pie ante el reto constante que todos
tenemos que afrontar, de no perder nuestra humanidad, superar constantemente la
inhumanidad que tanto daño hace y, en definitiva, ser profundamente humanos.
Porque la humanidad es la condición que asumió
Dios mismo. Para que en este mundo haya
esperanza y la vida tenga sentido.
Una "cultura" arrastrada, desde
siglos atrás, nos ha metido en la cabeza la desgraciada idea de que "ser
humano" es "ser pecador". Lo que nos ha llevado a un mal disimulado
desprecio por lo humano, que, desde los tratados de "desprecio del mundo”
del medievo, nos han llevado al convencimiento de que lo
"sobrenatural", "lo divino", "lo eterno",
"el superhombre" o incluso "el extraterrestre", eso es lo
que se nos propone como salida y solución a nuestras desgracias, limitaciones y
miserias.
Nunca acabamos de entender y vivir con gozo
que lo más grande, que tenemos los humanos, es nuestra propia humanidad. A fin
de cuentas, para salvar al mundo, lo que Dios vio que tenía que hacer era
humanizarse. Eso es la encarnación de Dios en Jesús.
San Silvestre Gozzolini
Junto a Fabriano, en el Piceno, de Italia, san Silvestre Gozzolini,
abad, que habiendo calado hasta el fondo la vanidad de todas las cosas del
mundo, a la vista de la sepultura abierta de un amigo, fallecido poco antes, se
fue al eremo, cambiando varias veces de sitio para permanecer más oculto a los
hombres, y por fin, en el desierto, junto al monte Fano, trazó las bases de la
Congregación de los Silvestrinos, bajo la Regla de san Benito.
San Silvestre, que nació en 1177 en Ósimo de una noble familia, fue
canónico allí mismo. En 1227, a raíz de la muerte de un amigo, toma conciencia,
como señala el elogio del Martirologio Romano, de la vanidad de la vida, y
abandona el mundo para llevar vida solitaria en una cueva, en Grottafucile, en
los Apeninos de Las Marcas. Pero, como suele suceder a los santos eremitas, al
poco tiempo se le comenzaron a unir discípulos que querían imitar su vida y se
guiados por él. De tal modo que en 1230 decide trasladar la comunidad a Monte
Fano, cerca de Fabriano, y adoptar para su comunidad la regla de San Benito. La
fundación no tardó en ser aprobada, lo hizo el papa Inocencio IV en 1247; sin
embargo, ya para ese momento había doce casas de los «silvestrinos», que se
distinguían por su pobreza, abstinencia y riguroso ayuno, unidos a la predicación
en los alrededores y la escucha de confesiones.
Del santo fundador habla SS Juan Pablo II en el discurso a los
silvestrinos reunidos en capítulo general en 2001: «injertó una nueva
congregación en el árbol fecundo de la Orden benedictina. Silvestre, alma
contemplativa y deseosa de coherencia evangélica, se hizo ermitaño practicando
una ascesis rigurosa y madurando una profunda y vigorosa espiritualidad. Para
sus discípulos eligió la Regla de san Benito, pues quería formar una comunidad
dedicada a la contemplación que, a pesar de ello, no descuidara la realidad
social de su entorno. En efecto, él mismo unía al recogimiento el ministerio de
una estimada paternidad espiritual y el anuncio del Evangelio a las poblaciones
de la región.»
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