viernes, 25 de noviembre de 2016

Párate un momento: El Evangelio del día 26 DE NOVIEMBRE – SÁBADO 34ª SEMANA DEL T.O.-C San Silvestre Gozzolini



26 DE   NOVIEMBRE – SÁBADO
34ª    SEMANA DEL T.O.-C
San Silvestre Gozzolini

Evangelio según san Lucas 21, 34-36
    En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
"Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida. Y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.
Estad siempre despiertos, pidiendo fuerzas para escapar de todo lo que está por venir y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre".

1.  Termina el año litúrgico. Y concluye con una sentencia fuerte de Jesús para que tengamos   sumo cuidado. ¿De qué?
Lo que a Jesús le preocupa es la gente a la que "se le embota la mente". Porque a quien le sucede eso, no ve la vida como es, ni las cosas como se tienen que ver. Todo se trastorna en nuestro interior. Y quedamos ofuscados, confundidos, engañados.  Una persona así, está expuesta a cualquier forma de manipulación, de extravío de ir por la vida sin saber a dónde va. Y sin hacer lo que tiene que hacer.

2. ¿Por qué ocurre esto?
Jesús habla de sus tres causas. "El vicio, la bebida, los agobios de la vida".
 Esto mismo se tendría que decir hoy echando mano de otras expresiones simbólicas.
Hoy hablaríamos del consumo, el bienestar, el dinero... En cualquier caso, la "seducción" tiene hoy más poder y más fuerza que la "represión" por fuerte que esta sea. De ahí que nuestro máximo cuidado se tiene que centrar en todo aquello que nos seduce.
De todas maneras, lo que importa es que efectivamente todos   tenemos el peligro de habituarnos a comportamientos torcidos y engañosos, que nos crean adicciones y dependencias, que nos limitan o anulan la libertad. Y, sobre todo, nos oscurecen la mente. Y así, nos impiden ver la realidad tal cual es.
Ahora bien, desde el momento en que nos ocurre algo de eso, desde ese instante quedamos   expuestos a hacer los mayores disparates sin darnos cuenta de lo que realmente   hacemos. Una persona así, está perdida tanto desde el punto de vista humano como religioso.

3.  Jesús termina diciendo que lo que importa de verdad es tener fuerza para "mantenernos en pie ante el Hijo del Hombre".
Sin duda, esta frase se puede interpretar de forma muy diversa. En cualquier caso, una cosa parece clara: "Mantenerse en pie ante Jesús" es tenerse de pie ante el reto constante que todos tenemos que afrontar, de no perder nuestra humanidad, superar constantemente la inhumanidad que tanto daño hace y, en definitiva, ser profundamente humanos.
Porque la humanidad es la condición que asumió Dios mismo. Para que en este mundo   haya esperanza y la vida tenga sentido.
Una "cultura" arrastrada, desde siglos atrás, nos ha metido en la cabeza la desgraciada idea de que "ser humano" es "ser pecador". Lo que nos ha llevado a un mal disimulado desprecio por lo humano, que, desde los tratados de "desprecio del mundo” del medievo, nos han llevado al convencimiento de que lo "sobrenatural", "lo divino", "lo eterno", "el superhombre" o incluso "el extraterrestre", eso es lo que se nos propone como salida y solución a nuestras desgracias, limitaciones y miserias.
Nunca acabamos de entender y vivir con gozo que lo más grande, que tenemos los humanos, es nuestra propia humanidad. A fin de cuentas, para salvar al mundo, lo que Dios vio que tenía que hacer era humanizarse. Eso es la encarnación de Dios en Jesús.

San Silvestre Gozzolini
Junto a Fabriano, en el Piceno, de Italia, san Silvestre Gozzolini, abad, que habiendo calado hasta el fondo la vanidad de todas las cosas del mundo, a la vista de la sepultura abierta de un amigo, fallecido poco antes, se fue al eremo, cambiando varias veces de sitio para permanecer más oculto a los hombres, y por fin, en el desierto, junto al monte Fano, trazó las bases de la Congregación de los Silvestrinos, bajo la Regla de san Benito.
San Silvestre, que nació en 1177 en Ósimo de una noble familia, fue canónico allí mismo. En 1227, a raíz de la muerte de un amigo, toma conciencia, como señala el elogio del Martirologio Romano, de la vanidad de la vida, y abandona el mundo para llevar vida solitaria en una cueva, en Grottafucile, en los Apeninos de Las Marcas. Pero, como suele suceder a los santos eremitas, al poco tiempo se le comenzaron a unir discípulos que querían imitar su vida y se guiados por él. De tal modo que en 1230 decide trasladar la comunidad a Monte Fano, cerca de Fabriano, y adoptar para su comunidad la regla de San Benito. La fundación no tardó en ser aprobada, lo hizo el papa Inocencio IV en 1247; sin embargo, ya para ese momento había doce casas de los «silvestrinos», que se distinguían por su pobreza, abstinencia y riguroso ayuno, unidos a la predicación en los alrededores y la escucha de confesiones.
Del santo fundador habla SS Juan Pablo II en el discurso a los silvestrinos reunidos en capítulo general en 2001: «injertó una nueva congregación en el árbol fecundo de la Orden benedictina. Silvestre, alma contemplativa y deseosa de coherencia evangélica, se hizo ermitaño practicando una ascesis rigurosa y madurando una profunda y vigorosa espiritualidad. Para sus discípulos eligió la Regla de san Benito, pues quería formar una comunidad dedicada a la contemplación que, a pesar de ello, no descuidara la realidad social de su entorno. En efecto, él mismo unía al recogimiento el ministerio de una estimada paternidad espiritual y el anuncio del Evangelio a las poblaciones de la región.»



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