domingo, 13 de noviembre de 2016

Párate un momento: El Evangelio del día 14 DE NOVIEMBRE - LUNES 33ª - SEMANA DEL T.O.-C San José Pignatelli, presbítero




14 DE NOVIEMBRE  - LUNES
33ª - SEMANA DEL T.O.-C
San José Pignatelli, presbítero

Evangelio según san Lucas 18, 35-43
    En aquel tiempo, cuando se acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le explicaron:
"Pasa Jesús Nazareno'.
Entonces gritó:
"¡Jesús, ¡Hijo de David, ten compasión   de mí!"
Los que iban delante le regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte:
"¡Hijo de David, ten compasión de mí!"
Jesús se paró y mandó que se lo trajeran.
Cuando estuvo cerca, le preguntó:
"¿qué quieres que haga por ti?"
Él dijo:
"Señor, que vea otra vez".
Jesús le contestó:
"Recobra la vista, tu fe te ha curado".
    Enseguida recobró la vista y siguió glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios.

1.  El relato de la curación de este ciego quedó recogido por los tres sinópticos (Mc 10, 46-52; Mt 20, 29-36). Lo que sugiere que las comunidades   primitivas le dieron a esta curación notable importancia.
En el relato hay que señalar que el ciego llama a Jesús, por dos veces, con el título de "Hijo de David".
Al atribuirle a Jesús este título, el ciego invoca al Mesías en cuanto rey nacionalista, el rey esperado por los grupos más integristas del judaísmo   de entonces (Mt 9, 27; 12, 23; 15, 22; 20, 30 s = Mc 10, 47 s = Lc 18, 38 ss; Mt 21, 9. 15; Mc 11, 10; Rom 1, 3; Ap 3, 7) (X. Leon-Dufour).

2.  El problema que presenta este relato está en que, a juicio de los evangelios, este "mesianismo" integrista se presenta personificado en un ciego. Es decir, los primeros cristianos vieron, en quienes esperaban   al "Mesías-Rey-Nacionalista, una postura de auténtica ceguera. Y una ceguera inmovilista, representada   en el hombre sentado, indigente y, por tanto, incapacitado para ver la realidad, ver su futuro, darse cuenta de lo que le conviene y le puede ayudar en la vida.

3.  Pero, si lo dicho es cierto, no es menos verdad que el ciego pidió con insistencia -y venciendo la resistencia de la gente- la curación que podía venir de Jesús.
Por otra parte, Jesús tenía experiencia de lo peligroso que era aquel   nacionalismo fanático e intolerante (Lc 4, 14-30). Era el nacionalismo que anteponía sus intereses a la curación de los que sufrían y a la liberación de los sometidos y esclavizados.
En el fondo, es el problema que representa el hecho de mezclar religión y política.
Cuando   dos sentimientos, que entrañan "totalidad" en la vida de una   persona, se funden   en un mismo y solo sentimiento, el integrismo se endurece y ciega al hombre religioso hasta llevarle a comportamientos     que terminan siendo   peligrosos, para el que va ciego por la vida. Y para quienes se encuentran o se rozan con   un hombre   así. Esto es lo que cura Jesús y lo que quedó simbolizado en   la curación del ciego. La fe en Jesús es lo que puede curar este mal, en sí incurable.
Lo malo es cuando esta ceguera integrista le cierra los ojos a quien predica el Evangelio. Porque entonces nos podemos encontrar con la triste situación del ciego que guía a otro ciego. Es lo que vemos y oímos en tantas homilías y predicaciones de sacerdotes integristas, que hablan como ciegos que no ven lo que ocurre en el ambiente en que viven. Estos hombres son los que más daño hacen a la Iglesia. Y a quienes acuden a sus sermones.

San José Pignatelli

Vida de San José Pignatelli
Nació en Zaragoza, el 27 de Diciembre del año 1737. Su padre D. Antonio, de la familia de los duques de Monteleón, y su madre Doña María Francisca Moncayo Fernández de Heredia y Blanes. Fue el séptimo de nueve hermanos. Pasa la niñez en Nápoles y su hermana María Francisca es, a la vez que hermana, madre, puesto que perdió la suya cuando tenía José cuatro años.
Se forma entre Zaragoza, Tarragona, Calatayud y Manresa, primero en el colegio de los jesuitas y luego haciendo el noviciado, estudiando filosofía y cursando humanidades. Reside en Zaragoza, ejerciendo el ministerio sacerdotal entre enseñanza y visitas a pobres y encarcelados, todo el tiempo hasta que los jesuitas son expulsados por decreto de Carlos III, en 1767.
Civitacecchia, Córcega, Génova, los veinticuatro años transcurridos en Bolonia (1773-1797) dan testimonio del hombre que les pisó, sabiendo adoptar actitudes de altura humana con los hombres, y de confianza sobrenatural con Dios.
La Orden de San Ignacio ha sido abolida en 1773, sus miembros condenados al destierro y sus bienes confiscados. El último General, Lorenzo Ricci, consume su vida en la prisión del castillo de Sant’Angelo. Sólo quedan jesuitas con reconocimiento en Prusia y Rusia. Allí tanto Federico como Catalina han soportado las maniobras exteriores y no han publicado los edictos papales, aunque la resistencia de Federico no se prolongará más allá del año 1776. Queda como último reducto la Compañía de Rusia con un reconocimiento verbal primero por parte del Papa Pío VI y oficial después con documento del Papa Pío VII. José de Pignatelli comprende que la restauración legal de la Compañía de Jesús ha de pasar por la adhesión a la Compañía de Rusia. Renueva su profesión religiosa en su capilla privada de Bolonia.
No verá el día en que el Papa Pío VII restaure nuevamente la Compañía de Jesús en toda la Iglesia, el día 7 de Agosto de 1814, pero preparará bien el terreno para que esto sea posible en Roma, en Nápoles, en Sicilia. Formará a nuevos candidatos, reorganizará a antiguos jesuitas españoles e italianos dispersos y buscará nuevas vocaciones que forzosamente han de adherirse, como él mismo, a la Compañía de Rusia. Esta labor la realizará mientras es consejero del duque de Parma, don Fernando de Borbón nieto de Felipe V, y como provincial de Italia por nombramiento del vicario general de Rusia Blanca.
En este esfuerzo colosal, muere en Roma el 15 de Noviembre de 1811, en el alfoz del Coliseo.
Estuvo convencido el santo aragonés de que, si el restablecimiento de su Orden era cosa de Dios, tenía que pasar por el camino de la tribulación, del fracaso, de la humillación, de la cruz, de la vida interior que no se presupone sin humildad, sin confianza.



No hay comentarios:

Publicar un comentario