14 DE NOVIEMBRE - LUNES
33ª - SEMANA DEL T.O.-C
San José Pignatelli, presbítero
Evangelio
según san Lucas 18, 35-43
En aquel tiempo, cuando se
acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino, pidiendo
limosna. Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le explicaron:
"Pasa Jesús Nazareno'.
Entonces gritó:
"¡Jesús, ¡Hijo de David, ten compasión de mí!"
Los que iban delante le regañaban para que se callara, pero él
gritaba más fuerte:
"¡Hijo de David, ten compasión de mí!"
Jesús se paró y mandó que se lo trajeran.
Cuando estuvo cerca, le preguntó:
"¿qué quieres que haga por ti?"
Él dijo:
"Señor, que vea otra vez".
Jesús le contestó:
"Recobra la vista, tu fe te ha curado".
Enseguida recobró la
vista y siguió glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a
Dios.
1. El
relato de la curación de este ciego quedó recogido por los tres sinópticos (Mc
10, 46-52; Mt 20, 29-36). Lo que sugiere que las comunidades primitivas le dieron a esta curación notable
importancia.
En el relato hay que señalar que el ciego
llama a Jesús, por dos veces, con el título de "Hijo de David".
Al atribuirle a Jesús este título, el ciego
invoca al Mesías en cuanto rey nacionalista, el rey esperado por los grupos más
integristas del judaísmo de entonces (Mt
9, 27; 12, 23; 15, 22; 20, 30 s = Mc 10, 47 s = Lc 18, 38 ss; Mt 21, 9. 15; Mc
11, 10; Rom 1, 3; Ap 3, 7) (X. Leon-Dufour).
2. El
problema que presenta este relato está en que, a juicio de los evangelios, este
"mesianismo" integrista se presenta personificado en un ciego. Es
decir, los primeros cristianos vieron, en quienes esperaban al "Mesías-Rey-Nacionalista, una postura
de auténtica ceguera. Y una ceguera inmovilista, representada en el hombre sentado, indigente y, por tanto,
incapacitado para ver la realidad, ver su futuro, darse cuenta de lo que le
conviene y le puede ayudar en la vida.
3.
Pero, si lo dicho es cierto, no es menos verdad que el ciego pidió con
insistencia -y venciendo la resistencia de la gente- la curación que podía
venir de Jesús.
Por otra parte, Jesús tenía experiencia de lo
peligroso que era aquel nacionalismo fanático
e intolerante (Lc 4, 14-30). Era el nacionalismo que anteponía sus intereses a
la curación de los que sufrían y a la liberación de los sometidos y
esclavizados.
En el fondo, es el problema que representa el
hecho de mezclar religión y política.
Cuando
dos sentimientos, que entrañan "totalidad" en la vida de
una persona, se funden en un mismo y solo sentimiento, el
integrismo se endurece y ciega al hombre religioso hasta llevarle a
comportamientos que terminan siendo peligrosos, para el que va ciego por la
vida. Y para quienes se encuentran o se rozan con un hombre
así. Esto es lo que cura Jesús y lo que quedó simbolizado en la curación del ciego. La fe en Jesús es lo
que puede curar este mal, en sí incurable.
Lo malo es cuando esta ceguera integrista le
cierra los ojos a quien predica el Evangelio. Porque entonces nos podemos
encontrar con la triste situación del ciego que guía a otro ciego. Es lo que
vemos y oímos en tantas homilías y predicaciones de sacerdotes integristas, que
hablan como ciegos que no ven lo que ocurre en el ambiente en que viven. Estos
hombres son los que más daño hacen a la Iglesia. Y a quienes acuden a sus
sermones.
San José Pignatelli
Vida de San José Pignatelli
Nació en Zaragoza, el 27 de Diciembre del año 1737. Su padre D.
Antonio, de la familia de los duques de Monteleón, y su madre Doña María
Francisca Moncayo Fernández de Heredia y Blanes. Fue el séptimo de nueve
hermanos. Pasa la niñez en Nápoles y su hermana María Francisca es, a la vez
que hermana, madre, puesto que perdió la suya cuando tenía José cuatro años.
Se forma entre Zaragoza, Tarragona, Calatayud y Manresa, primero en
el colegio de los jesuitas y luego haciendo el noviciado, estudiando filosofía y
cursando humanidades. Reside en Zaragoza, ejerciendo el ministerio sacerdotal
entre enseñanza y visitas a pobres y encarcelados, todo el tiempo hasta que los
jesuitas son expulsados por decreto de Carlos III, en 1767.
Civitacecchia, Córcega, Génova, los veinticuatro años transcurridos
en Bolonia (1773-1797) dan testimonio del hombre que les pisó, sabiendo adoptar
actitudes de altura humana con los hombres, y de confianza sobrenatural con
Dios.
La Orden de San Ignacio ha sido abolida en 1773, sus miembros condenados
al destierro y sus bienes confiscados. El último General, Lorenzo Ricci,
consume su vida en la prisión del castillo de Sant’Angelo. Sólo quedan jesuitas
con reconocimiento en Prusia y Rusia. Allí tanto Federico como Catalina han
soportado las maniobras exteriores y no han publicado los edictos papales,
aunque la resistencia de Federico no se prolongará más allá del año 1776. Queda
como último reducto la Compañía de Rusia con un reconocimiento verbal primero
por parte del Papa Pío VI y oficial después con documento del Papa Pío VII.
José de Pignatelli comprende que la restauración legal de la Compañía de Jesús
ha de pasar por la adhesión a la Compañía de Rusia. Renueva su profesión
religiosa en su capilla privada de Bolonia.
No verá el día en que el Papa Pío VII restaure nuevamente la Compañía
de Jesús en toda la Iglesia, el día 7 de Agosto de 1814, pero preparará bien el
terreno para que esto sea posible en Roma, en Nápoles, en Sicilia. Formará a
nuevos candidatos, reorganizará a antiguos jesuitas españoles e italianos
dispersos y buscará nuevas vocaciones que forzosamente han de adherirse, como
él mismo, a la Compañía de Rusia. Esta labor la realizará mientras es consejero
del duque de Parma, don Fernando de Borbón nieto de Felipe V, y como provincial
de Italia por nombramiento del vicario general de Rusia Blanca.
En este esfuerzo colosal, muere en Roma el 15 de Noviembre de 1811,
en el alfoz del Coliseo.
Estuvo convencido el santo aragonés de que, si el restablecimiento de
su Orden era cosa de Dios, tenía que pasar por el camino de la tribulación, del
fracaso, de la humillación, de la cruz, de la vida interior que no se presupone
sin humildad, sin confianza.
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