jueves, 17 de noviembre de 2016

Párte un momento: El Evangelio del día 18 DE NOVIEMBRE - VIERNES 33ª - SEMANA DEL T. O.- C Dedicación de las basílicas de San Pedro y San Pablo



 


18  DE    NOVIEMBRE - VIERNES
33ª - SEMANA    DEL   T. O.- C
Dedicación de las basílicas de San Pedro y San Pablo

Evangelio según san Lucas 19, 45-48
    En aquel tiempo, entró Jesús en el Templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles:
"Está escrito: "Mi casa es casa de oración"; pero vosotros la habéis convertido en una "cueva de ladrones'.
 Todos los días enseñaba en el Templo.
 Los sumos sacerdotes, los letrados y los senadores del pueblo intentaban quitarlo de en medio; pero se dieron cuenta de que no podían hacer nada, porque el pueblo entero estaba pendiente de sus labios.

1.  Estamos ante uno de los relatos más elocuentes del Evangelio. Lo que hizo Jesús, en este caso, y cómo lo hizo, resume en gran medida una parte determinante de  todo lo que Jesús quiso enseñar.
Dicho esto, debe quedar claro que este episodio, en su contenido central, sucedió tal y como lo relatan los cuatro evangelios.
Así lo reconocen los más autorizados exegetas de los evangelios.
¿Qué es lo que pretendió Jesús mediante este gesto tan violento?

2.  Hay datos que   hacen pensar que quienes sabían bien lo que allí sucedió, enseguida se dieron cuenta de que   lo que estaba en peligro era la existencia misma del Templo. En el juicio religioso, a Jesús lo acusaron de que podía "echar abajo el santuario" (Mt 26, 61) o que había dicho: "yo derribaré este santuario" (Mc 14, 58). Acusaciones que le echan en cara al mismo Jesús en la cruz (Mt 27, 40; Mc 15, 29).
Y después de la resurrección, Esteban aseguraba que Jesús había dicho: "yo destruiré
este lugar" (Hech 6, 14). En todos estos casos, no se habla de "purificación", sino de "destrucción". Y ese es el peligro o amenaza que el Sanedrín en pleno temió que se le venía encima, si no liquidaban ellos a Jesús (Jn 11, 48).
Por tanto, los dirigentes judíos vieron en Jesús una amenaza directa para la existencia misma del Templo.
Que, en el fondo, es lo que Jesús había anunciado a la mujer samaritana: se acababa la adoración a Dios en "un lugar" determinado ("ni en este monte ni en Jerusalén") (Jn 4, 21). ¿Qué nos dice todo esto?

3.  Jesús se dio cuenta de una cosa enteramente fundamental en el hecho religioso.
El "templo" es el "espacio sagrado", que se contrapone y es distinto del "espacio profano". El templo, expresión de "lo sagrado" en cuanto separado de "lo profano", rompe la uniformidad y la homogeneidad   de la realidad existente a nuestro alcance (M. Eliade). Esto supone que hay espacios (edificios, locales, sitios...) que tienen una "dignidad" y   merecen unos  "privilegios" que no tienen las demás realidades humanas. 
Ahora bien, desde el momento en que se introduce este elemento extraño a la realidad de la vida en su conjunto, desde ese mismo momento se rompen la armonía y la igualdad en la convivencia humana. Y se introduce en el mundo un principio de confrontación, que, de una forma u otra, genera violencia, divisiones, enfrentamientos. Esto es lo que vio Jesús. Y con esto es con lo que Jesús quiso acabar. Pero, por desgracia, la Iglesia evolucionó en los siglos siguientes, de forma que paulatinamente se fue alejando del Evangelio y se fue identificando con el Imperio y sus prácticas religiosas.
Jesús puso "lo sagrado" en las personas. El clero lo ha metido, de nuevo, en los templos. Con todo lo que eso lleva consigo.

Dedicación de las basílicas de San Pedro y San Pablo


La actual Basílica de San Pedro en Roma fue consagrada por el Papa Urbano Octavo el 18 de noviembre de 1626, aniversario de la consagración de la Basílica antigua.
La construcción de este grandioso templo duró 170 años, bajo la dirección de 20 Sumos Pontífices. Está construida en la colina llamada Vaticano, sobre la tumba de San Pedro.
Allí en el Vaticano fue martirizado San Pedro (crucificándolo cabeza abajo) y ahí mismo fue sepultado. Sobre su sepulcro hizo construir el emperador Constantino una Basílica, en el año 323, y esa magnífica iglesia permaneció sin cambios durante dos siglos. Junto a ella en la colina llamada Vaticano fueron construyéndose varios edificios que pertenecían a los Sumos Pontífices. Durante siglos fueron hermoseando cada vez más la Basílica.
Cuando los Sumos Pontífices volvieron del destierro de Avignon el Papa empezó a vivir en el Vaticano, junto a la Basílica de San Pedro (hasta entonces los Pontífices habían vivido en el Palacio, junto a la Basílica de Letrán) y desde entonces la Basílica de San Pedro ha sido siempre el templo más famoso del mundo.
La Basílica de San Pedro mide 212 metros de largo, 140 de ancho, y 133 metros de altura en su cúpula. Ocupa 15,000 metros cuadrados. No hay otro templo en el mundo que le iguale en extensión.
Su construcción la empezó el Papa Nicolás V en 1454, y la terminó y consagró el Papa Urbano VIII en 1626 (170 años construyéndola). Trabajaron en ella los más famosos artistas como Bramante, Rafael, Miguel Ángel y Bernini. Su hermosura es impresionante.
Hoy recordamos también la consagración de la Basílica de San Pablo, que está al otro lado de Roma, a 11 kilómetros de San Pedro, en un sitio llamado "Las tres fontanas", porque la tradición cuenta que allí le fue cortada la cabeza a San Pablo y que al cortársela cayó al suelo y dio tres golpes y en cada golpe salió una fuente de agua (y allí están las tales tres fontantas).
La antigua Basílica de San Pablo la habían construido el Papa San León Magno y el emperador Teodosio, pero en 1823 fue destruida por un incendio, y entonces, con limosnas que los católicos enviaron desde todos los países del mundo se construyó la nueva, sobre el modelo de la antigua, pero más grande y más hermosa, la cual fue consagrada por el Papa Pío Nono en 1854. En los trabajos de reconstrucción se encontró un sepulcro sumamente antiguo (de antes del siglo IV) con esta inscripción: "A San Pablo, Apóstol y Mártir".
Estas Basílicas nos recuerdan lo generosos que han sido los católicos de todos los tiempos para que nuestros templos sean lo más hermoso posible, y cómo nosotros debemos contribuir generosamente para mantener bello y elegante el templo de nuestro barrio o de nuestra parroquia.



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