miércoles, 16 de noviembre de 2016

Párate un momento: El Evangelio del día 17 DE NOVIEMBRE - JUEVES 33ª - SEMANA DEL T.O.- C Santa Isabel de Hungría



17 DE NOVIEMBRE   - JUEVES
33ª - SEMANA    DEL T.O.- C
      Santa Isabel de Hungría
Evangelio según san Lucas 19,41-44
   En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, le dijo llorando:
 "¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz! Pero no: está escondido a tus ojos.
Llegará un día en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el momento de mi venida".

1. Hay autores que piensan que este relato no corresponde a algo que realmente ocurrió al llegar Jesús a Jerusalén. Pero los que dicen eso no parece que tengan razón. Jesús anuncia desgracias que realmente ocurrieron. La guerra de los romanos contra los judíos es bien conocida, sobre todo por la detallada descripción que de ella hace Flavio Josefo en el De Bello Judaico. Pero resulta que los datos más importantes de aquella guerra no quedan   ni insinuados en lo que dice el evangelio de Lucas. No parece, pues, que esto fuera un "vaticinium ex eventu", contar como profecía lo que ya había sucedido. Sin embargo, el fondo del "oráculo de desgracias", que presenta Jesús, se produjo. Y sigue adelante en la historia. El pueblo judío quedó disperso. Y en la dispersión sigue.

2. Jesús, al ver la ciudad, el magnífico símbolo de Jerusalén como centro de la religiosidad de Israel, se emocionó hasta el punto de echarse a llorar. Y llorar con la más profunda tristeza.
Jesús, además, sabía que allí le esperaba el fin de sus días, de la forma más trágica posible. Jesús veía como inevitable, no solo su dramático final, sino además la dispersión de su pueblo y las mil persecuciones de que ese pueblo ha sido víctima y a costa de tantas víctimas humanas. Jesús lloraba como ser humano amenazado   de la más brutal de las torturas mortales. Y como israelita, lloraba por el final desastroso de su patria y de una historia que, a partir de entonces, quedó quebrada para siglos.

3. Es dramático, pero desgraciadamente real: la ciudad más religiosa del mundo es también la ciudad que concentra y simboliza tanta violencia y acumula tantos dramas humanos y religiosos.
¿Por qué se produce la contradictoria relación —la casi constante relación— entre "religión" y "violencia"?
Si hacemos de la religión la forma de presencia, en el mundo, del "Dios Único", del "Absoluto" sobre todos los demás "dioses" imaginables, es evidente que eso conduce, sin más remedio, a la violencia.
Dos, tres, "dioses únicos y absolutos" no pueden coexistir. Son excluyentes. Y sus adeptos lucharán hasta destruirse. Esto se debe detener. Por ese camino no vamos a ninguna parte. O, mejor dicho: vamos a la autodestrucción.
Decididamente, tenemos que entender la religión de otra manera. La religión es siempre la "representación inmanente” que los mortales nos hacemos del "Trascendente". Por tanto, es y será siempre una representación "incompleta” (nadie puede abarcar totalmente a Dios).
Por eso, la tarea de las religiones no debe ser la "defensa" de la Verdad, sino la "búsqueda" del Trascendente, al que nos iremos acercando en la medida en que nos vayamos acercando nosotros, coincidiendo en Dios, aunque seamos diferentes en la búsqueda.

Santa Isabel de Hungría

Memoria de santa Isabel de Hungría, que, siendo casi una niña, se casó con Luis, langradve de Turingia, a quien dio tres hijos, y al quedar viuda, después de sufrir muchas calamidades y siempre inclinada a la meditación de las cosas celestiales, se retiró a Marburgo, en un hospital que ella misma había fundado, donde, abrazándose a la pobreza, se dedicó al cuidado de los enfermos y de los pobres hasta el último suspiro de su vida, que fue a los veinticinco años de edad.
Vida de Santa Isabel de Hungría
Nació el año 1207. Era hija de Andrés, rey de Hungría.
Se casó muy joven con Luis, landgrave de Turinga, del que tuvo tres hijos.
Vivió como ejemplar esposa y madre de familia, distinguiéndose por su intensa piedad y penitencia.
Después de la muerte de su esposo, sufrió mucho al defender los derechos de su hijo mayor. Zanjados estos asuntos, se dedicó por entero a servir con humildad a los más pobres y necesitados. Erigió un hospital en el que ella misma servía a los enfermos.
Murió, todavía muy joven, en Marburgo el año 1231.


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