jueves, 24 de noviembre de 2016

Párate un momento: El Evangelio del día 25 DE NOVIEMBRE - VIERNES 34ª - SEMANA DEL T.O.-C Santa Catalina de Alejandría




25 DE NOVIEMBRE    -  VIERNES
34ª -  SEMANA DEL T.O.-C
Santa Catalina de Alejandría

Evangelio según san Lucas 21, 29-33
    En aquel tiempo, expuso Jesús una parábola a sus discípulos:
"Fijaos en la higuera o en cualquier árbol: cuando echan brotes, os basta verlos para saber que el verano está cerca.
Pues, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el Reino de Dios.
Os aseguro que antes que pase esta generación todo esto se cumplirá. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán".

1.  Por los evangelios sinópticos, sabemos que las comunidades primitivas pusieron en boca de Jesús afirmaciones contundentes en el sentido de que "algo importante" iba a suceder y por eso los cristianos vivían en una apremiante expectación (Mc 9, 1; Mt 10, 23; Lc 21, 32-33).
¿A qué se referían en concreto tales expectativas?
 Por más que no nos sea posible saberlo con seguridad (cf. J. A. Fitzmyer), no es menos
cierto que aquellas primeras comunidades de creyentes en Jesús vivían en el convencimiento de que un cambio muy   profundo se estaba gestando. Un cambio que afectaría a toda la historia siguiente de la humanidad.
¿Qué cambio podría ser este?

2.  Por lo menos, es seguro que   el gran acontecimiento que aquella generación vivió fue el mismo acontecimiento de Jesús, el Crucificado y el Resucitado, que fue el origen y el punto de partida, no solo ni principalmente, de una nueva era, sino por encima de todo lo demás, el arranque de un proceso lento, largo e imparable de la humanización.
En Jesús, Dios se humanizó. Y la humanización de Dios, en aquel judío enteramente y singular, es el inicio de la creciente superación de la deshumanización que a todos nos sigue causando tantos sufrimientos y tanta degradación.
Es este un tema capital que la teología cristiana no ha desentrañado debidamente.
Quizá hemos necesitado mucho tiempo para empezar a vislumbrar las consecuencias que lleva consigo la realidad que estamos viviendo.

3.  En todo caso, nuestra esperanza no se derrumba. Se mantiene firme, no obstante toda la deshumanización  que a estas  alturas de la historia nos sigue acosando.
Jesús lo dijo: "el cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán". Así es: la palabra y la promesa de Jesús sigue adelante en la historia. Es la palabra y la promesa de una creciente humanización que, al hacernos más humanos, por eso   mismo nos hace más divinos. 
Es decir, nos hace alcanzar la anhelada meta de un mundo más humano.  Y de una esperanza firme en que la vida tiene sentido. Porque tiene futuro.
El futuro definitivo del Trascendente que nos espera para siempre. Vamos dejando atrás tiempos de asombrosas desigualdades. De manera que, casi sin darnos cuenta, las nuevas generaciones tienen una sensibilidad para exigir los derechos humanos, la igualdad entre los pueblos y los mortales, la dignidad y el valor de la vida, el derecho que todos tenemos al goce y al disfrute de la existencia humana, que no se habían generalizado como ahora son ya patrimonio de la humanidad. Lo cual quiere
decir que la causa de Jesús sigue adelante.
Es sencillamente imparable.

Santa Catalina de Alejandría
Santa Catalina, mártir, que, según la tradición, fue una virgen de Alejandría dotada tanto de agudo ingenio y sabiduría como de fortaleza de ánimo. Su cuerpo se venera piadosamente en el célebre monasterio del monte Sinaí.
Nada sabemos con certeza histórica del lugar y fecha de su nacimiento. La historia nos tiene velado el nombre de sus padres. Los datos de su muerte, según la "passio", son tardíos y están pletóricos de elementos espureos. Por esto, algún historiador ha llegado a pensar que quizá esta santa nunca haya existido. Así, Catalina de Alejandría sería un personaje aleccionador salido de la literatura para ilustrar la vida de los cristianos y estimularles en su fidelidad a la fe. De todos modos, es seguro que la fantasía ha rellenado los huecos en el curso del tiempo.
Se la presenta como una joven de extremada belleza y aún mayor inteligencia. Perteneciente a una familia noble. Residente en Alejandría. Versada en los conocimientos filosóficos de la época y buscadora incansable de la verdad. Movida por la fe cristiana, se bautiza. Su vida está enmarcada en el siglo IV, cuando Maximino Daia se ha hecho Augusto del Imperio de Oriente. Sí, le ha tocado compartir el tiempo con este "hombre semibárbaro, fiera salvaje del Danubio, que habían soltado en las cultas ciudades del Oriente", según lo describe el padre Urbel, o, con términos de Lactancio, "el mundo para él era un juguete". Recrimina al emperador su conducta y lo enmudece con sus rectos razonamientos. Enfrentada con los sabios del imperio, descubre sus sofismas e incluso se convierten después de la dialéctica bizantina. Aparece como vencedora en la palestra de la razón y vencida por la fuerza de las armas en el martirio de rueda con cuchillas que llegan a saltar hiriendo a sus propios verdugos y por la espada que corta su cabeza de un tajo.



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