12 de noviembre – sábado
32ª – semana del T.O.-C
SAN JOSAFAT, obispo
Evangelio según san Lucas 18, 1-8
En aquel tiempo, Jesús,
para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse,
les propuso esta parábola:
"Había un juez en una ciudad que ni temía a
Dios ni le importaban los hombres.
En la misma ciudad había una viuda que solía ir a
decirle: "Hazme justicia frente a mi adversario".
Por algún tiempo se negó, pero después se dijo:
“Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres,
como esa viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar
pegándome en la cara".
Y el Señor añadió:
"Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues
Dios,
-¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día
y noche?
-¿O les dará largas?
Os digo que les hará justicia sin tardar.
Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará
esta fe en la tierra?"
1. Supuesta la fe
intensa, que vivió Jesús, al que el autor de la Carta a los Hebreos denomina y
califica como "iniciador y consumador de la fe (Heb 12, 2), este mismo
Jesús puso en práctica su fe en el Padre, ante
todo, en su intensa vida de oración.
No en la oración
contemplativa, de la que no hablan los
evangelios, sino en la oración de petición. Por eso, sin duda, la oración que
Jesús enseñó y en la que insistió fue la oración de súplica.
No nos debe sorprender,
por tanto, el hecho de que Jesús, cuando habló de la oración, la forma de orar
que recomendó, fue la oración de petición.
Recalcando la
importancia de la petición insistente, sin desfallecer, ni cansarse, por muy
difícil de resolver que sea el asunto por el que se pide. Y por mucho que tarde
en resolverse.
Es evidente que
Jesús vio, en esta forma concreta de oración (la plegaria o la súplica) la
práctica que más necesitamos los creyentes en Jesús.
2. El ejemplo
chocante y extraño, que aquí presenta el Evangelio, es tan singular, que roza
lo extravagante. No es imaginable que un individuo tan degenerado, que ni temía
a Dios ni le importaban los hombres, un tipo así, fuera designado como juez.
Más extraño resulta
que un individuo así, llegara a temer que una pobre viuda le pudiera pegar en
la cara.
- ¿Es imaginable un
hombre, que ocupa un cargo relevante, tan degenerado y tan cobarde?
Así las cosas, el
argumento de Jesús, es decir a sus discípulos: "si semejante individuo
escucha y responde a lo que se le pide, ¿no
va a escuchar y responder vuestro Padre, el Padre
que más os quiere?"
3. No es extraño encontrar
cristianos que ponen objeciones al hecho mismo de la
oración de súplica. Porque pedirle a Dios lo que
necesitamos, -¿para qué se hace?
-¿Para informar a Dios? -¿Para intentar que modifique lo que quiere?
No se trata nada de
eso.
A Dios le pedimos
lo que necesitamos porque es humano pedir
cuando nos vemos necesitados. Pero lo más profundo e importante, que se
expresa en esta enseñanza de Jesús, es convencernos de que todos necesitamos de
la oración.
Es determinante, para el creyente, el
diálogo con el Padre, el recurso al Padre,
relación con
Él.
Si Jesús mismo lo
necesitó y lo frecuentó, ¿no lo vamos a necesitar nosotros?
SAN JOSAFAT, obispo
Josafat
es una palabra hebrea que significa "Dios es mi juez".
La
nación de Lituania es ahora de gran mayoría católica. Pero en un tiempo en ese
país la religión era dirigida por los cismáticos ortodoxos que no obedecen al
Sumo Pontífice. Y la conversión de Lituania al catolicismo se debe en buena
parte a San Josafat. Pero tuvo que derramar su sangre, para conseguir que sus
paisanos aceptaran el catolicismo.
Nació
en 1580, de padres católicos fervorosos. Su madre le enseñó a mirar de vez en
cuando el crucifijo y pensar en lo que Jesucristo sufrió por nosotros, y esto
le emocionaba mucho y le invitaba a dedicar su vida por hacer amar más a
Nuestro Salvador.
De
joven entró de ayudante de un vendedor de telas, y en los ratos libres se
dedicaba a leer libros religiosos. Esto le disgustaba mucho al principio al
dueño del almacén, pero después, viendo que el joven se dedicaba con tanto
esmero a los oficios que tenía que hacer, se dio cuenta de que las lecturas
piadosas lo llevaban a ser más bueno y mejor cumplidor de su deber. Y tanto se
encariñó aquel negociante con Josafat, que le hizo dos ofertas: permitirle
casarse con su hija y dejarlo como heredero de todos sus bienes. El joven le
agradeció sus ofrecimientos, pero le dijo que había determinado conseguir más
bien otra herencia: el cielo eterno. Y que para ello se iba a dedicar a la vida
religiosa.
Para
su fortuna se encontró con dos santos sacerdotes jesuitas que lo fueron guiando
en sus estudios, y lo encaminaron hacia el monasterio de la Sma. Trinidad en
Vilma, capital de Lituania, y se hizo religioso, dirigido por los monjes
basilianos en 1604. Al monasterio lo siguió un gran amigo suyo y personaje muy
sabio, Benjamín Rutsky, que será en adelante su eficaz colaborador en todo.
En
1595 los principales jefes religiosos ortodoxos de Lituania habían propuesto
unirse a la Iglesia Católica de Roma, pero los más fanáticos ortodoxos se
habían opuesto violentamente y se habían producido muchos desórdenes
callejeros. Ahora llegaba al convento el que más iba a trabajar y a
sacrificarse por obtener que su nación se pasara a la Iglesia Católica. Pero le
iba a costar hasta su propia sangre.
Josafat
fue ordenado de sacerdote, pero su vida siguió siendo como la del monje más
mortificado. Muchas horas, cada día y cada noche dedicadas a la oración.
Lectura y meditación en las Sagradas Escrituras y en los libros escritos por
los santos. Como penitencias aguantaba los terribles fríos del invierno y los
calores bochornosos del verano sin quejarse ni buscar refrescantes. Cuando lo
sorprendía una espantosa tormenta de lluvias, truenos y rayos en pleno viaje,
lo ofrecía todo por sus pecados. Cuando los pobres estaban en grave necesidad
se iba de casa en casa pidiendo limosnas para ellos, y la humillación de estar
pidiendo la ofrecía por sus pecados y por los de los demás pecadores. Pero su
especial mortificación era soportar las gentes ásperas e incomprensivas, sin
demostrar jamás disgusto ni resentimiento.
Fue
nombrado superior del monasterio, en Vilma, pero varios de los monjes que allí
vivían eran ortodoxos y antirromanos. Con gran paciencia, mucha prudencia y
caridad llena de finura y de santa diplomacia, se los fue ganando a todos.
Ellos se dieron cuenta de que Josafat tenía el don de consejo, y le iban a
consultar sus problemas e inquietudes y sus respuestas los dejaban muy
consolados y llenos de paz.
Con
sus sabias conferencias los fue convenciendo poco a poco de que la verdadera
Iglesia es la católica y que el sucesor de San Pedro es el Sumo Pontífice y que
a él hay que obedecer.
Con
razón los enemigos de la religión lo llamaban "ladrón de almas".
Como
jefe de los monasterios tenía el deber de visitar las casas que pertenecían a
la religión. Una vez fue a visitar oficialmente una casa donde vivían unos 200
hombres que decían que se dedicaban a la religión, pero que en verdad no
llevaban una vida demasiado santa. El jefe de esa casa salió furioso a
recibirlo con unos perros bravísimos, anunciándole que si se atrevía a entrar
allí sería destrozado por esas fieras. Pero el santo no se acobardó. Les habló
de buenas maneras y los logró apaciguar. Ellos habían determinado echarlo al
río, pero después de escucharlo y al darse cuenta de que era un hombre de Dios,
santo y amable, aceptaron su visita, se hicieron sus amigos y aceptaron sus
recomendaciones.
Las
gentes decían: "Ahora sí que se repitió el milagro antiguo: Daniel fue al
foso de los leones y estos no le hicieron nada".
En
1617, fue nombrado arzobispo de Polotsk, y se encontró con que su arzobispado
estaba en el más completo abandono.
Se
dedicó a reconstruir templos y a obtener que los sacerdotes se comportaran de
la mejor manera posible. Visitó una por una todas las parroquias. Redactó un
catecismo y lo hizo circular y aprender por todas partes. Dedicaba sus tiempos libres
a atender a los pobres e instruir a los ignorantes. Las gentes lo consideraban
un gran santo. Algunos decían que mientras celebraba misa se veían resplandores
a su alrededor. En 1620 ya su arzobispado era otra cosa totalmente diferente.
Pero
sucedió que un tal Melecio se hizo proclamar de arzobispo en vez de Josafat
(mientras este visitaba Polonia) y algunos revoltosos empezaron a recorrer los
pueblos atizando una revuelta contra el santo, diciendo que no querían obedecer
al Papa de Roma. Muchos relajados se sentían molestos porque san Josafat
atacaba a los vicios y a las malas costumbres.
En
1623, sabiendo que la ciudad de Vitebsk era la más rebelde y contraria a él,
dispuso ir a visitarla para tratar de hacer las paces con ellos. Sus amigos le
rogaban que no fuera, y varios le propusieron que llevara una escolta militar.
Él
no admitió esto y exclamó: "Si Dios me juzga digno de morir mártir, no
temo morir". El recibimiento fue feroz.
Insultos,
pedradas, amenazas. Cuando una chusma agresiva lo rodeó insultándolo, él les
dijo: "Sé que ustedes quieren matarme y que me atacan por todas partes. En
las calles, en los puentes, en los caminos, en la Plaza Central, en todas
partes me han insultado. Yo no he venido en son de guerra sino como pastor de
las ovejas, buscando el bien de las almas.
Pero
me considero verdaderamente feliz de poder dar la vida por el bien de todos
ustedes. Sé que estoy a punto de morir, y ofrezco mi sacrificio por la unión de
todas las iglesias bajo la dirección del Sumo Pontífice".
Los
enemigos se propusieron poner una trampa al santo para poderlo matar. Le
enviaron un individuo que todos los días llegaba a su casa, mañana y tarde a
insultarlo. Al fin uno de los secretarios del arzobispo detuvo al insultante
para que no faltara más al respeto al prelado, y esta era la señal que los
asesinos buscaban. Inmediatamente dieron voz de alarma en toda la ciudad,
reunieron la chusma y se lanzaron a despedazar a todos los ayudantes de San
Josafat.
Cuando
él vio que iban a linchar a sus colaboradores, salió al patio y gritó a los
atacantes: "Por favor, hijos míos, no golpeen a mis ayudantes, que ellos
no tienen la culpa de nada. Aquí estoy yo para sufrir en vez de ellos".
Al
oír esto los jefes de la sedición gritaron: "¡Que muera el amigo del
Papa!" y se lanzaron contra él. Le atravesaron de un lanzazo, le pegaron
un balazo, y arrastraron su cuerpo por las calles de la ciudad y lo echaron al
río Divna. Era el 12 de noviembre de 1623. Meses después los verdugos se
convirtieron a la fe católica y pidieron perdón de su terrible crimen.
El
Papa ha declarado a San Josafat, Patrono de los que trabajan por la unión de
los cristianos.
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