29 DE NOVIEMBRE - MARTES
1ª - SEMANA DE ADVIENTO
San Saturnino de Tolosa
Evangelio
según san Lucas 10, 21-24
En aquel tiempo, lleno de la
alegría del Espíritu Santo, exclamó Jesús:
"Te doy
gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas
cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla.
Sí, Padre, porque así te ha parecido bien.
Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el
Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el
Hijo se lo quiere revelar".
Volviéndose a los
discípulos, les dijo:
"¡Dichosos
los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y
reyes desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que oís,
pero no lo oyeron".
1.
Este relato del Evangelio es desconcertante. Porque desconcertantes eran
los criterios que tenía Jesús, tal como aquí se nos presentan.
No es frecuente que un hombre, que se dedica
a transmitir unas enseñanzas para influir en los demás (como es el caso de un
profesor, un escritor, un conferenciante...), se alegre de que lo que enseña no
interesa a los "sabios" y a los "entendidos". Mientras que,
por el contrario, la doctrina que pretende transmitir es algo que solamente
interesa (porque son los que lo entienden) a la "gente sencilla", las
personas de condición humilde, los pobres e ignorantes, los que no tienen
importancia ni pintan nada en la vida. Y esto justamente es lo que aquí dice
Jesús.
El Evangelio es un mensaje que solamente cabe en la cabeza de los
insignificantes. Solamente es comprendido
por los que no son socialmente importantes. Y lo que más llama la atención es que Jesús
se alegra de eso. ¿Por qué?
2. Es evidente
que uno que se dedica a enseñar, ya sea profesor, docente, locutor, predicador...,
no se alegraría de ser socialmente hablando- un desastre, un fracasado. Porque
es criterio, comúnmente admitido, que los sabios, los intelectuales, y no
precisamente los ignorantes, son los que influyen en la sociedad.
Quienes tienen prestigio y poder son los que pueden
influir para cambiar las cosas. Y para hacer bien las cosas. De ahí, la
seducción que ejercen los "selectos", los "listos", los
"inteligentes", los "intachables", etc.
3. Y,
sin embargo, Jesús ve todo esto al revés.
En las sociedades mediterráneas del s. I, se
le daba más importancia al que tenía prestigio que al que tenía dinero. Al
Evangelio no le interesa ni lo uno ni lo otro. Porque Jesús no vino a enseñar
teorías de sabios e intelectuales. Jesús estaba persuadido de que los que
tienen poder no arreglan el mundo. Porque los importantes toman las decisiones que
favorecen su importancia. Y sin embargo sabemos que los protagonistas de la
Historia son los que están abajo en la sociedad, los proletarios y excluidos,
los ignorantes y los que sufren. Y todos los que ven la vida como la
ven esas gentes.
Porque esas pobres gentes no tienen más
fuerza que la enorme fuerza que tiene nuestra
humanidad. Porque "los pequeños, los nadies"
no tienen más fuerza que su bondad y su honradez. Y es eso -la
bondad y la honradez- es lo que
trasforma la sociedad y lo que puede dar un giro nuevo a la Historia y a la
Cultura.
San Saturnino de Tolosa,
obispo y mártir
En Toulouse, de la Galia Narbonense, conmemoración de san Saturnino
de Tolosa (Sanserenín), obispo y mártir que, según la tradición, en tiempo del
mismo Decio fue detenido por los paganos en el Capitolio de esta ciudad y
arrastrando por las escaleras desde lo alto del edificio, hasta que,
destrozados la cabeza y el cuerpo, entregó su alma a Cristo hacia el año 250.
Saturnino, obispo de Tolosa, es uno de los santos más populares en
Francia y en España. La Passio Saturnini es ante todo un documento muy
importante para el conocimiento de la antigua Iglesia de la Galia. Según el
autor de la Pasión, escrita entre el 430 y el 450, Saturnino fijó su residencia
en Tolosa en el 250, bajo el consulado de Decio y Grato. En ese tiempo, refiere
el autor, en Galia había pocas comunidades cristianas, con escaso número de
fieles, mientras los templos paganos se llenaban de fieles que sacrificaban a
los ídolos.
Saturnino, que había llegado desde hacía poco a Tolosa, probablemente
de Africa (el nombre es efectivamente africano) o de Oriente, como se lee en el
Missale Gothicum, había ya reunido los primeros frutos de su predicación,
atrayendo a la fe en Cristo a un buen número de ciudadanos. El santo obispo,
para llegar a un pequeño oratorio de su propiedad, pasaba todas las mañanas
frente al Capitolio, es decir, el principal templo pagano, dedicado a Júpiter
Capitolino, en donde los sacerdotes paganos ofrecían en sacrificio al dios pagano
un toro para obtener las gracias que pedían los fieles.
Parece que la presencia de Saturnino volvía mudos a los dioses y de
esto los sacerdotes paganos acusaron al obispo cristiano, cuya irreverencia
habría irritado la susceptibilidad de las divinidades paganas. Un día la
multitud rodeó amenazadora a Saturnino y le impuso que sacrificara un toro
sobre el altar de Júpiter. Ante el rechazo del obispo de sacrificar el animal,
que poco después se convertiría en el instrumento inconsciente de su martirio,
y sobre todo por lo que consideraban los paganos un ultraje a la divinidad,
pues Saturnino dijo que no les tenía miedo a los rayos de Júpiter, ya que era
impotente porque no existía, lo agarraron enfurecidos y lo ataron al cuello del
toro, al que picaron para que corriera escaleras abajo del Capitolio
arrastrando al obispo.
Saturnino, con el cuerpo despedazado, murió poco después y su cuerpo
quedó abandonado en la calle, de donde lo recogieron dos piadosas mujeres y le
dieron sepultura «en una fosa muy profunda». Sobre esta tumba, un siglo
después, San Hilario construyó una capilla de madera que pronto fue destruida y
se perdió por algún tiempo su recuerdo, hasta cuando en el siglo VI el duque
Leunebaldo, volviendo a encontrar las reliquias del mártir, hizo edificar en
ese lugar la iglesia dedicada a San Saturnino, en francés Saint-Sernin-du-Taur,
que en el Trescientos tomó el actual nombre de Notre-Dame du Taur.
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