domingo, 6 de noviembre de 2016

Párate un momento: El Evangelio del día 7 DE NOVIEMBRE – LUNES 32 – SEMANA DEL T. O.-C SAN LÁZARO, confesor



7 DE NOVIEMBRE – LUNES
32 – SEMANA DEL T. O.-C
SAN LÁZARO, confesor

Evangelio según san Lucas 17, 1-6
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus
discípulos:
"Es inevitable que sucedan escándalos;
pero, ¡ay del que los provoca! Al que escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le encajaran en el cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar.
    Tened cuidado. Si tu hermano te ofende, repréndelo; si se arrepiente, perdónalo; si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: "lo siento", lo perdonas".
Los apóstoles le pidieron al Señor: "Auméntanos la fe".
El Señor contestó:
 "Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: "Arráncate de raíz y plántate en el mar", y os obedecería'.

     1.  Estas palabras de Jesús recogen tres temas importantes. El primero, es el escándalo. Jesús censura con severidad  a los  que "escandalizan".
     El verbo griego skandalizein, cuya raíz significa en Aristóteles "el resorte de una ratonera", pasó a tener este sentido: ser "causa de ruina para alguien" (G. Stáhlin).
     Pero Jesús concreta más. Y ve la máxima gravedad   en quienes escandalizan a los "pequeños".
     En el Reino de Dios, los privilegiados son los "pequeños" ("mikroi"), a los que Dios prefiere sobre los "grandes", los poderosos  (Nt 11, 11 par; Lc 7, 28; 9, 48). Así debería ser en la Iglesia.
         Pero sabemos que eso no es así.  Porque en ella, con frecuencia, precisamente los "grandes" son  los responsables de la pérdida de la fe para los "pequeños", los insignificantes. Jesús no tolera eso.

         2.  El segundo tema es el perdón   mutuo. Jesús les pide a sus discípulos que siempre, absolutamente   siempre y pase lo que pase, tienen que estar dispuestos a perdonar.  
         Perdonar no es hacerse insensible ante las ofensas de los demás.  Perdonar es no desea mal alguno a nadie. Y no hacer daño a nadie. Ahora es frecuente oír, a quienes han sufrido alguna agresión, que hay que exigir justicia, porque el ofendido no olvida ni perdona la ofensa recibida. Escuchar palabras de   generoso perdón es, más bien, cosa poco frecuente. Porque los criterios del Evangelio ya no   impregnan el tejido social. Ni el Evangelio suele ser el distintivo de quienes, por otra parte, decimos que somos "creyentes en Jesucristo".
         Ocurre   que se puede "creer en   Nuestro
Señor Jesucristo", pero "no creer en Jesús", el inquietante Jesús del Evangelio.

         3.  El tercer tema es la fe. Para Jesús, la fe no consiste en aceptar las ideas de un "credo".
         La fe de los evangelios es la "seguridad-confianza" en la fuerza que tiene el Evangelio. 
         ¿Para qué? Los textos paralelos de Marcos y Mateo  hablan   de la fe para trasladar a "esa colina" (Mc 11, 22-23; Mt 21, 21). Jesús se refería a una colina concreta ("esa").
         ¿De qué colina hablaba Jesús? Si, como parece lo más seguro, Jesús dijo estas  palabras al pie de la colina donde estaba el Templo de Jerusalén, la afirmación de Jesús es terrible. Porque viene a decir: "si tuvierais fe de verdad, la fe acabaría con todo este solemne tinglado del Templo, sus ceremonias, rituales y funcionarios".
         O sea, la fe que enseña Jesús, cuando es auténtica, derriba el gran tinglado que utiliza
la religión, no para lograr que la gente sea más "honrada", sino más "sumisa" a los oscuros intereses de este tipo de religión y sus dirigentes.

SAN LÁZARO, confesor

En Constantinopla, san Lázaro, monje, nacido en Armenia, el cual, insigne en la pintura artística de imágenes sagradas, fue atormentado con crueles suplicios al negarse a destruir sus obras por orden del emperador iconoclasta Teófilo, aunque después, apaciguadas las controversias sobre el debido culto a las imágenes, el emperador Miguel III le envió a Roma para afianzar la concordia y unidad de toda la Iglesia.
patronazgo: patrono de pintores.
         Lázaro, natural de Armenia, llegó desde muy joven a Constantinopla, donde se hizo monje. Aparte de practicar todos los ejercicios de la vida monástica, aprendió la pintura, un arte que era motivo de alto honor en los claustros, sobre todo después de que los iconoclastas declararan la guerra a las imágenes de santos. La reputación que adquirió Lázaro en su oficio motivó la persecución de que fue objeto. En el 829, el emperador Teófilo había sucedido a su padre, Miguel el Tartamudo; desde el comienzo de su reinado, decretó la pena de muerte para todos los pintores cristianos que se negasen a romper, desgarrar o pisotear las pinturas de los santos. Al poco tiempo, hizo traer a su presencia al monje Lázaro para obligarle a ejecutar su mandato; al principio creyó poderlo convencer con buenas maneras, pero como no obtuvo ningún resultado, echó mano de los métodos violentos. Los tormentos infligidos a Lázaro fueron particularmente crueles y se creyó que iba a expirar por la violencia de los suplicios. Con el cuerpo desgarrado, cubierto de llagas y quemaduras, fue arrojado a una charca inmunda, y abandonado allí para que muriese; pero al poco tiempo se anunció a Teófilo que el monje había recuperado las fuerzas y había reanudado su tarea de pintar cuadros religiosos. El emperador Teófilo mandó entonces que le quemaran las palmas de las manos con hierros candentes, Lázaro soportó este nuevo tormento, sin dar muestras de dolor o de impaciencia; sin embargo, cuando el calor había consumido la carne de sus manos hasta los huesos, cayó al suelo y pareció desmayado. La emperatriz Teodora, cuyas virtudes se pusieron a prueba por la impiedad de su marido, aprovechó esta circunstancia para hacer que dejaran en libertad a Lázaro. Ella misma ocultó al monje en la iglesia de San Juan Bautista y se preocupó de que le curaran las heridas. Al cabo de algún tiempo, Lázaro quedó nuevamente restablecido y, como una muestra de su agradecimiento pintó un hermoso cuadro con la imagen del santo Precursor; esa pintura, muy estimada, fue el instrumento de que Dios se valió para obrar muchos milagros.
      Al morir Teófilo, en el 842, la emperatriz Teodora y su hijo, el emperador Miguel III, restablecieron el culto a las santas imágenes, hicieron volver del exilio y salir de la prisión a todos los que habían sufrido castigos por esta causa. Lázaro pintó la imagen del Salvador y la expuso a la veneración pública y, después, ya no pensó más que en santificarse en el retiro de su monasterio y en ejercer su ministerio de sacerdote, sacramento que le fue conferido por entonces. Teodora le visitó para pedirle que perdonara a su difunto marido y le recomendó que lo tuviese presente en sus oraciones; parece que el santo monje Lázaro respondió que ya era demasiado tarde para cambiar las decisiones de la justicia divina en favor del infortunado emperador.

      En el año 856, el emperador Miguel III sacó a Lázaro de su claustro y lo envió como embajador ante el papa Benedicto III, luego de cargarle con ricos presentes para el Pontífice recientemente elegido. Al tiempo que cumplía con su misión, san Lázaro hacía gestiones ante el Papa para buscar los medios de afirmar la fe católica, hacer que desaparecieran los restos de las herejías y propiciar la unión de las Iglesias. Las otras actividades de este santo monje no fueron registradas; el resto de su existencia transcurrió en la quietud del claustro. Se dice que hacia el año 867 fue enviado a Roma por segunda vez y que murió en el camino, sin que se pueda precisar la fecha.

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