miércoles, 31 de mayo de 2017

Párate un momento: El Evangelio del día 1 DE JUNIO - JUEVES 7ª - SEMANA DE PASCUA – A SAN JUSTINO





1 DE JUNIO - JUEVES
7ª - SEMANA DE PASCUA – A
SAN  JUSTINO

Evangelio según san Juan 17, 20-26
      En aquel tiempo, Jesús levantando los ojos al cielo, oró diciendo:
"Padre Santo, no solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.
    También les di a ellos la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y los has amado como me has amado a mí.
Padre, ese es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo, donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo.
Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y estos han conocido que tú me enviaste.
Les he dado a conocer y les daré a conocer tu Nombre, para que el amor que me tenías esté en ellos, como también yo estoy en ellos”.

1.  Jesús prosigue —según este relato de Juan— su oración al Padre. Y continúa
insistiendo en un tema que, sin duda, es central en la mentalidad de Jesús y en su proyecto.
Se trata del tema de la unidad.
Está claro que Jesús vio, en este asunto concreto, dos cosas de primera importancia: 
1) La necesidad apremiante de la unidad entre los creyentes.
2) La enorme dificultad que eso representa.
De ahí, la insistencia de Jesús en pedir al Padre la unidad entre todos los que creen en el mismo Jesús su mismo Evangelio.

2.  La razón que aduce Jesús, en su plegaria al Padre, para insistir de forma tan machacona  en pedir la unidad, es que, a juicio del propio Jesús, la unión de los cristianos entre sí es el argumento que puede convencer al mundo de que Jesús es el enviado del Padre. Y es también el camino para que el mundo sepa que el Padre ama a Jesús y también   ama al mundo.  
O sea, lo que aquí viene a decir Jesús es que todo eso del amor de Dios y de la verdad de Jesús
se demuestra, no mediante razones y argumentos, sino mediante la unidad de todos los creyentes en Jesús.

3.  - ¿Por qué es esto así?  - ¿Qué relación tiene la unidad de los creyentes con la demostración de que lo de Dios es verdad y que, efectivamente, Dios nos quiere a todos?
Según el mito bíblico de la torre de Babel (Gen 11, 1-9), la causa de la desunión de la humanidad, y la incapacidad de los mortales para entenderse entre ellos, fue la ambición, concretamente la idea y el proyecto de poder igualarse a Dios.  Semejante deseo de poder y grandeza, eso es lo que divide, separa y enfrenta a los hombres. Hasta el extremo de no poder entenderse entre ellos.  Por eso Jesús vio claramente que donde los  hombres se unen y superan todas sus divisiones, diferencias y desigualdades, ahí es que está Dios. Y en eso es
donde únicamente se palpa de verdad la presencia de Dios y el amor de Dios.

4.  Pero, además del problema religioso de la unidad, no debemos olvidar el problema social, económico y político, que es inseparable de la unidad religiosa. Más aún, la unidad entre los humanos es un todo indisociable.
No será posible la unidad religiosa, si no tenemos unidad social, económica, política. Insistiendo, de nuevo, en que no se debe confundir la "unidad" con la "uniformidad".
Puede haber una diversidad de formas y expresiones de la convivencia. Pero la unidad es
algo mucho más profundo. Es la fuerza que nos une a quienes somos distintos y vivimos en la diversidad. A esto nos tiene que llevar la fe en Jesús, en Dios.

SAN  JUSTINO



No fue sacerdote, sino simplemente un laico, y fue el primer apologista cristiano. Se llama apologista al que escribe en defensa de algo. Y Justino escribió varias apologías o defensas del cristianismo. Sus escritos ofrecen detalles muy interesantes para saber cómo era la vida de los cristianos antes del año 200 y cómo celebraban sus ceremonias religiosas.
El mismo Justino cuenta que él era un Samaritano, porque nació en la antigua ciudad de Siquem, capital de Samaria (ciudad que en su tiempo se llamaba Naplus). Sus padres eran paganos, de origen griego, y le dieron una excelente educación, instruyéndolo lo mejor posible en filosofía, literatura e historia.
Durante algún tiempo se dedicó a estudiar la ciencia que enseñaban los que seguían la corriente llamada "estoicismo", pero luego dejó esa religión porque se dio cuenta de que no le enseñaban nada seguro acerca de Dios.
Un día que paseaba junto al mar, meditando acerca de Dios, vio que se le acercaba un venerable anciano, el cual le dijo: - Si quiere saber mucho acerca de Dios, le recomiendo estudiar la religión cristiana, porque es la única que habla de Dios debidamente y de manera que el alma queda plenamente satisfecha. El anciano le recomendó que le pidiera mucho a Dios la gracia de lograr saber más acerca de El, y le recomendó la lectura de la S. Biblia.
Justino se dedicó a leer la S. Biblia y allí encontró maravillosas enseñanzas que antes no había logrado encontrar en ningún otro libro. Tenía unos treinta años cuando se convirtió, y en adelante el estudio de la Sagrada Escritura fue para él lo más provechoso de toda su existencia.
El santo cuenta que cuando todavía no era cristiano, había algo que lo conmovía profundamente y era ver el valor inmenso con el cual los mártires preferían los más atroces martirios, con tal de no renegar de su fe en Cristo, y que esto lo hacia pensar: "Estos no deben ser criminales porque mueren muy santamente y Cristo en el cual tanto creen, debe ser un ser muy importante, porque ningún tormento les hace dejar de creer en El".
Los paganos conocían poco del cristianismo porque había pocos escritos que defendieran nuestra santa religión. Y Justino se convenció de que muchos paganos llegarían a ser cristianos si leían un libro donde se les comprobara filosóficamente que el cristianismo es la religión más santa de la tierra. Y se convenció de que es una grave obligación de los que están convencidos de la santidad de nuestra religión, tratar de animar a otros para que lleguen también a pertenecer al cristianismo. A él le llamaban la atención aquellas palabras del Libro del Eclesiástico en la S. Biblia: "Tener sabiduría y guardársela para uno mismo sin comunicarla a los demás, es una infidelidad y una inutilidad". Por eso se propuso recoger todas las pruebas que pudo y publicar Biblia sus "Apologías" en favor de la religión de Jesucristo.
Ataviado con las vestimentas características de los filósofos, Justino recorrió varios países y muchas ciudades, discutiendo con los paganos, con los herejes y los judíos, tratando de convencerlos de que el cristianismo es la religión verdadera y la mejor de todas las religiones.
En Roma tuvo Justino una gran discusión filosófica con un filósofo cínico llamado Crescencio, en la cual le logró demostrar que las enseñanzas de los cínicos (que no respetan las leyes morales) son de mala fe y demuestran mucha ignorancia en lo religioso. Crescencio, lleno de odio al sentirse derrotado por los argumentos de Justino, dispuso acusarlo de cristiano, ante el alcalde de la ciudad. Había una ley que prohibía declararse públicamente como seguidor de Cristo. Y además en el gobierno había ciertos descontentos porque Justino había dirigido sus "Apologías" al emperador Antonino Pío y a su hijo Marco Aurelio, exigiéndoles que si en verdad querían ser piadosos y ser justos tenían que respetar a la religión cristiana que es mejor que las demás.
En sus famosos libros de Apologías (o defensa del cristianismo) nuestro santo les decía a los gobernantes de ese tiempo: ¿Por qué persiguen a los seguidores de Cristo? ¿Porque son ateos? No lo son. Creen en el Dios verdadero. ¿Porque son inmorales? No. Los cristianos observan mejor comportamiento que los de otras religiones. ¿Porque son un peligro para el gobierno? Nada de eso. Los cristianos son los ciudadanos más pacíficos del mundo. ¿Porque practican ceremonias indebidas? Y les describe enseguida cómo es el bautismo y cómo se celebra la Eucaristía, y de esa manera les demuestra que las ceremonias de los cristianos son las más santas que existen.
Las actas que se conservan acerca del martirio de Justino son uno de los documentos más impresionantes que se conservan de la antigüedad. Justino es llevado ante el alcalde de Roma, y empieza entre los dos un diálogo emocionante:

Alcalde. ¿Cuál es su especialidad? ¿En qué se ha especializado?

Justino. Durante mis primero treinta años me dediqué a estudiar filosofía, historia y literatura. Pero cuando conocí la doctrina de Jesucristo me dediqué por completo a tratar de convencer a otros de que el cristianismo es la mejor religión.

Alcalde. Loco debe de estar para seguir semejante religión, siendo Ud. tan sabio.

Justino. Ignorante fui cuando no conocía esta santa religión. Pero el cristianismo me ha proporcionado la verdad que no había encontrado en ninguna otra religión.

Alcalde. ¿Y qué es lo que enseña esa religión?

Justino. La religión cristiana enseña que hay uno solo Dios y Padre de todos nosotros, que ha creado los cielos y la tierra y todo lo que existe. Y que su Hijo Jesucristo, Dios como el Padre, se ha hecho hombre por salvarnos a todos. Nuestra religión enseña que Dios está en todas partes observando a los buenos y a los malos y que pagará a cada uno según haya sido su conducta.

Alcalde. ¿Y Usted persiste en declarar públicamente que es cristiano?

Justino. Sí declaro públicamente que soy un seguidor de Jesucristo y quiero serlo hasta la muerte.
El alcalde pregunta luego a los amigos de Justino si ellos también se declaran cristianos y todos proclaman que sí, que prefieren morir antes que dejar de ser amigos de Cristo.

Alcalde. Y si yo lo mando torturar y ordeno que le corten la cabeza, Ud. que es tan elocuente y tan instruido ¿cree que se irá al cielo?

Justino. No solamente lo creo, sino que estoy totalmente seguro de que si muero por Cristo y cumplo sus mandamientos tendré la Vida Eterna y gozaré para siempre en el cielo.

Alcalde. Por última vez le mando: acérquese y ofrezca incienso a los dioses. Y si no lo hace lo mandaré a torturar atrozmente y haré que le corten la cabeza.

Justino. Ningún cristiano que sea prudente va a cometer el tremendo error de dejar su santa religión por quemar incienso a falsos dioses. Nada más honroso para mí y para mis compañeros, y nada que más deseemos, que ofrecer nuestra vida en sacrificio por proclamar el amor que sentimos por Nuestro Señor Jesucristo.
Los otros cristianos gritaron que ellos estaban totalmente de acuerdo con lo que Justino acababa de decir.
Justino y sus compañeros, cinco hombres y una mujer, fueron azotados cruelmente, y luego les cortaron la cabeza.
Y el antiquísimo documento termina con estas palabras: "Algunos fieles recogieron en secreto los cadáveres de los siete mártires, y les dieron sepultura, y se alegraron que les hubiera concedido tanto valor, Nuestro Señor Jesucristo a quien sea dada la gloria por los siglos de los siglos. Amen".



martes, 30 de mayo de 2017

Párate un momento: El Evangelio del dia 31 DE MAYO - MIÉRCOLES 7ª - SEMANA DE PASCUA – A LA VISITACIÓN DE LA VIRGEN MARÍA





31 DE MAYO - MIÉRCOLES
7ª - SEMANA DE  PASCUA – A

Lectura de la profecía de Sofonías (3,14-18):
Regocíjate, hija de Sión; grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos. El Señor será el rey de Israel, en medio de ti, y ya no temerás.
Aquel día dirán a Jerusalén: «No temas, Sión, no desfallezcan tus manos. El Señor, tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva. Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta.» Apartaré de ti la amenaza, el oprobio que pesa sobre ti.

Salmo Is 12,2-3.4bcd.5-6

R/. Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel

El Señor es mi Dios y salvador:
confiaré y no temeré,
porque mi fuerza y mi poder es el Señor,
él fue mi salvación.
Y sacaréis aguas con gozo
de las fuentes de la salvación. R/.

Dad gracias al Señor,
invocad su nombre,
contad a los pueblos sus hazañas,
proclamad que su nombre es excelso. R/.

Tañed para el Señor, que hizo proezas,
anunciadlas a toda la tierra;
gritad jubilosos, habitantes de Sión:
«Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel.» R/.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (1,39-56):
En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre.
Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?
En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.»
María dijo:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.»
María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.
 
La fiesta de hoy tiene mucho de entrañable. La historia de dos mujeres que se encuentran y que se saben embarazadas de la vida que crece en ellas.
Son dos y son cuatro. Son dos llenas de esperanza. Son dos convertidas en signos de esperanza para la humanidad. Porque cada vez que nace un niño nace la esperanza en nuestros corazones: la vida sigue, se renueva, renace. Es la alegría explosiva que brota en la familia al conocer la noticia. Es alegría para la madre, para el marido. Pero también para los abuelos.

      Pero en este caso, en el encuentro entre María y su prima Isabel hay un plus de alegría. Las dos son conscientes de que es Dios mismo el que ha intervenido en la historia para hacer que brote la vida y la esperanza. Lo que va a hacer no son sólo dos niños. Con ellos se hará presente en nuestra historia algo radicalmente nuevo: la presencia viva y real del amor de Dios.  Con ellos se va a cumplir la antigua promesa, la esperanza que venía de generación en generación anunciada. Aquella promesa que, de tan antigua, parecía que ya no se iba a cumplir nunca. Pues ya está aquí. Por eso la alegría no tiene límites.

      Por eso, María entona ese cántico tan conocido que habla de liberación para los oprimidos, de esperanza para los hundidos y frustrados. María “ve”, desde su fe, que un nuevo mundo se está alumbrando, que la fuerza del mal no puede nada contra la fuerza, la ventolera, el huracán del amor de Dios. Por mucho que parezca que todo sigue igual, que son sólo dos mujeres felicitándose mutuamente, ellas saben y nosotros sabemos, que lo que sucede es algo mucho más trascendental. Y a nosotros también se nos llena el corazón de esperanza.

      Por mucha injusticia y dolor y muerte y opresión que haya en nuestro mundo, aquí y ahora, Dios está con nosotros, Dios se ha vuelto del lado de los pobres y de los que sufren. Dios derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. Dios llena a los hambrientos de bienes y despide vacíos a los ricos. Porque se ha acordado de su misericordia y no nos ha dejado solos.

      Ya no hay excusa que valga. Salgamos a la calle, a la vida, a trabajar por la justicia, por el reino, por la fraternidad. Porque Dios está con nosotros.

Recordamos un fragmento de la oración con la que el papa Francisco conmemoró esta festividad en 2013:
"En la vida es difícil tornar decisiones; a menudo tendemos a dejar que otros decidan en mi nombre, a menudo preferimos dejar a los acontecimientos, a veces sabemos que hacer, pero no tenemos el valor, demasiado difícil el ir contra contracorriente.
María, en la anunciación, en la Visitación, en las bodas de Caná, va a contracorriente; se pone a la escucha de Dios, reflexiona y busca comprender la realidad, y decide confiarse totalmente en Dios. Decide visitar, aun estando embarazada, a la anciana pariente. Decide confiarse al Hijo con insistencia, para salvar la alegría de la boda”.

LA VISITACION DE LA VIRGEN MARIA


La fiesta de la Visitación se celebra el 31 de mayo. Hasta la reforma actual del Calendariam Romanum (decretada por Pablo VI el 14 de febrero de 1969) se celebraba el 2 de julio y en muchas localidades donde es su fiesta patronal se sigue celebrando en su antigua fecha. Pero como esa fecha es posterior a la del nacimiento de Juan el Bautista (24 de junio), en la reforma del calendario tras el Concilio Vaticano II se trasladó al 31 de mayo, con lo que también supone el cierre del mes de mayo, que la Iglesia tradicionalmente dedica a María.
En sus orígenes, la fiesta fue introducida en 1263 por San Buenaventura, general de la Orden Franciscana específicamente para su Orden. Con el crecimiento de ésta también la fiesta se fue divulgando y el Papa Pío V la introdujo en el calendario de la Iglesia universal.




lunes, 29 de mayo de 2017

Párate un momento: El Evangelio del dia 30 de MAYO - MARTES 7ª - SEMANA DE PASCUA – A SAN FERNANDO – III, Rey





30 de MAYO   - MARTES
7ª - SEMANA DE PASCUA – A

Evangelio según san Juan 17, 1-11a
      En aquel tiempo, Jesús levantando los ojos al cielo, dijo:
"Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a los que le confiaste.
Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo.
Yo te he glorificado sobre la tierra, he coronado la obra que me encomendaste. Y ahora, Padre, glorifícame cerca de ti, con la gloria que yo tenía cerca de ti antes que el mundo existiese.
 He manifestado tu Nombre a los hombres que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti; porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado.
Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por estos que tú me diste y son tuyos. Sí, todo lo mío es tuyo y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado. Ya no voy a estar en el mundo; pero ellos están en el mundo, mientras que yo voy a ti".

1.  Esta profunda y prolongada oración, que el evangelio de Juan pone en boca de Jesús inmediatamente antes de la pasión y muerte del Señor, es ante todo una profunda y firme afirmación de la identificación de Jesús con el
Padre. De forma que se advierte claramente la intención del evangelista de repetir, insistir y remachar la idea capital que recorre todo el IV evangelio: la idea que afirma y deja clara la presencia de Dios en Jesús.
Lo que hacía y decía Jesús es lo que Dios hace y dice. En Jesús vemos y oímos a Dios. En Jesús palpamos lo que Dios quiere y espera de nosotros.

2.  Esto ha de suponer, para los discípulos, un sentimiento constante y una experiencia honda de seguridad, de paz, de esperanza, con la consiguiente motivación de seguir el camino trazado por Jesús y mantenerse firme en él.
Esto es capital. Porque la fe es un acto libre. Y si es libre, eso significa que no depende de la evidencia, sino de la aceptación del creyente.
Pero, al ser una aceptación libre, es igualmente una aceptación que siempre llevará una fuerte carga de inseguridad.
No tengamos miedo a las dudas y a las oscuridades en la vida de fe. Eso también es constitutivo de la existencia de la persona creyente
en  Jesús y en Dios.

3.  Por el contrario, la plegaria de Jesús marca las diferencias: mientras que sitúa a los discípulos en su misma hoja de ruta, el "mundo", el sistema establecido, el "orden" presente, todo eso es algo que le interesa tan poco a Jesús, que ni pide a Dios por ello. Todo eso no tiene arreglo. No vale la pena pedir que eso cambie o se mejore. Lo que hay que hacer es desentenderse de semejante camino de perversión, deshumanización y maldad.

SAN FERNANDO – III, Rey

(1198-1252)
San Fernando (1198? - 1252) es, sin hipérbole, el español más ilustre de uno de los siglos cenitales de la historia humana, el XIII, y una de las figuras máximas de España; quizá con Isabel la Católica la más completa de toda nuestra historia política. Es uno de esos modelos humanos que conjugan en alto grado la piedad, la prudencia y el heroísmo; uno de los injertos más felices, por así decirlo, de los dones y virtudes sobrenaturales en los dones y virtudes humanos.
A diferencia de su primo carnal San Luis IX de Francia, Fernando III no conoció la derrota ni casi el fracaso. Triunfó en todas las empresas interiores y exteriores. Dios les llevó a los dos parientes a la santidad por opuestos caminos humanos; a uno bajo el signo del triunfo terreno y al otro bajo el de la desventura y el fracaso.
Fernando III unió definitivamente las coronas de Castilla y León. Reconquistó casi toda Andalucía y Murcia. Los asedios de Córdoba, Jaén y Sevilla y el asalto de otras muchas otras plazas menores tuvieron grandeza épica. El rey moro de Granada se hizo vasallo suyo. Una primera expedición castellana entró en África, y nuestro rey murió cuando planeaba el paso definitivo del Estrecho. Emprendió la construcción de nuestras mejores catedrales (Burgos y Toledo ciertamente; quizá León, que se empezó en su reinado). Apaciguó sus Estados y administró justicia ejemplar en ellos. Fue tolerante con los judíos y riguroso con los apóstatas y falsos conversos. Impulsó la ciencia y consolidó las nacientes universidades. Creó la marina de guerra de Castilla. Protegió a las nacientes Ordenes mendicantes de franciscanos y dominicos y se cuidó de la honestidad y piedad de sus soldados. Preparó la codificación de nuestro derecho e instauró el idioma castellano como lengua oficial de las leyes y documentos públicos, en sustitución del latín. Parece cada vez más claro históricamente que el florecimiento jurídico, literario y hasta musical de la corte de Alfonso X el Sabio es fruto de la de su padre. Pobló y colonizó concienzudamente los territorios conquistados. Instituyó en germen los futuros Consejos del reino al designar un colegio de doce varones doctos y prudentes que le asesoraran; más prescindió de válidos. Guardó rigurosamente los pactos y palabras convenidos con sus adversarios los caudillos moros, aun frente a razones posteriores de conveniencia política nacional; en tal sentido es la antítesis caballeresca del «príncipe» de Maquiavelo. Fue, como veremos, hábil diplomático a la vez que incansable impulsor de la Reconquista. Sólo amó la guerra bajo razón de cruzada cristiana y de legítima reconquista nacional, y cumplió su firme resolución de jamás cruzar las armas con otros príncipes cristianos, agotando en ello la paciencia, la negociación y el compromiso. En la cumbre de la autoridad y del prestigio atendió de manera constante, con ternura filial, reiteradamente expresada en los diplomas oficiales, los sabios consejos de su madre excepcional, doña Berenguela. Dominó a los señores levantiscos; perdonó benignamente a los nobles que vencidos se le sometieron y honró con largueza a los fieles caudillos de sus campañas. Engrandeció el culto y la vida monástica, pero exigió la debida cooperación económica de las manos muertas eclesiásticas y feudales. Robusteció la vida municipal y redujo al límite las contribuciones económicas que necesitaban sus empresas de guerra. En tiempos de costumbres licenciosas y de desafueros dio altísimo ejemplo de pureza de vida y sacrificio personal, ganando ante sus hijos, prelados, nobles y pueblo fama unánime de santo.
Como gobernante fue a la vez severo y benigno, enérgico y humilde, audaz y paciente, gentil en gracias cortesanas y puro de corazón. Encarnó, pues, con su primo San Luis IX de Francia, el dechado caballeresco de su época.
Su muerte, según testimonios coetáneos, hizo que hombres y mujeres rompieran a llorar en las calles, comenzando por los guerreros.
Más aún. Sabemos que arrebató el corazón de sus mismos enemigos, hasta el extremo inconcebible de logar que algunos príncipes y reyes moros abrazaran por su ejemplo la fe cristiana. «Nada parecido hemos leído de reyes anteriores», dice la crónica contemporánea del Tudense hablando de la honestidad de sus costumbres. «Era un hombre dulce, con sentido político», confiesa Al Himyari, historiador musulmán adversario suyo. A sus exequias asistió el rey moro de Granada con cien nobles que portaban antorchas encendidas. Su nieto don Juan Manuel le designaba ya en el En-xemplo XLI «el santo et bienauenturado rey Don Fernando».

* * *
Más que el consorcio de un rey y un santo en una misma persona, Fernando III fue un santo rey; es decir, un seglar, un hombre de su siglo, que alcanzó la santidad santificando su oficio.
Fue mortificado y penitente, como todos los santos; pero su gran proceso de santidad lo está escribiendo, al margen de toda finalidad de panegírico, la más fría crítica histórica; es el relato documental, en crónicas y datos sueltos de diplomas, de una vida tan entregada al servicio de su pueblo por amor de Dios, y con tal diligencia, constancia y sacrificio, que pasma. San Fernando roba por ello el alma de todos los historiadores, desde sus contemporáneos e inmediatos hasta los actuales. Físicamente, murió a causa de las largas penalidades que hubo de imponerse para dirigir al frente de todo su reino una tarea que, mirada en conjunto, sobrecoge. Quizá sea ésta una de las formas de martirio más gratas a los ojos de Dios.
  Vemos, pues, alcanzar la santidad a un hombre que se casó dos veces, que tuvo trece hijos, que, además de férreo conquistador y justiciero gobernante, era deportista, cortesano gentil, trovador y músico. Más aún: por misteriosa providencia de Dios veneramos en los altares al hijo ilegítimo de un matrimonio real incestuoso, que fue anulado por el gran pontífice Inocencio III: el de Alfonso IX de León con su sobrina doña Berenguela, hija de Alfonso VIII, el de las Navas.
Fernando III tuvo siete hijos varones y una hija de su primer matrimonio con Beatriz de Suabia, princesa alemana que los cronistas describen como «buenísima, bella, juiciosa y modesta» (optima, pulchra, sapiens et pudica), nieta del gran emperador cruzado Federico Barbarroja, y luego, sin problema político de sucesión familiar, vuelve a casarse con la francesa Juana de Ponthieu, de la que tuvo otros cinco hijos. En medio de una sociedad palaciega muy relajada su madre doña Berenguela le aconsejó un pronto matrimonio, a los veinte años de edad, y luego le sugirió el segundo. Se confió la elección de la segunda mujer a doña Blanca de Castilla, madre de San Luis.
Sería conjetura poco discreta ponerse a pensar si, de no haber nacido para rey (pues por heredero le juraron ya las Cortes de León cuando tenía sólo diez años, dos después de la separación de sus padres), habría abrazado el estado eclesiástico. La vocación viene de Dios y Él le quiso lo que luego fue. Le quiso rey santo. San Fernando es un ejemplo altísimo, de los más ejemplares en la historia, de santidad seglar.

* * *
Santo seglar lleno además de atractivos humanos. No fue un monje en palacio, sino galán y gentil caballero. El puntual retrato que de él nos hacen la Crónica general y el Septenario es encantador. Es el testimonio veraz de su hijo mayor, que le había tratado en la intimidad del hogar y de la corte.
San Fernando era lo que hoy llamaríamos un deportista: jinete elegante, diestro en los juegos de a caballo y buen cazador. Buen jugador a las damas y al ajedrez, y de los juegos de salón.
Amaba la buena música y era buen cantor. Todo esto es delicioso como soporte cultural humano de un rey guerrero, asceta y santo. Investigaciones modernas de Higinio Anglés parecen demostrar que la música rayaba en la corte de Fernando III a una altura igual o mayor que en la parisiense de su primo San Luis, tan alabada. De un hijo de nuestro rey, el infante don Sancho, sabemos que tuvo excelente voz, educada, como podemos suponer, en el hogar paterno.
Era amigo de trovadores y se le atribuyen algunas cantigas, especialmente una a la Santísima Virgen. Es la afición poética, cultivada en el hogar, que heredó su hijo Alfonso X el Sabio, quien nos dice: «todas estas vertudes, et gracias, et bondades puso Dios en el Rey Fernando».
Sabemos que unía a estas gentilezas elegancia de porte, mesura en el andar y el hablar, apostura en el cabalgar, dotes de conversación y una risueña amenidad en los ratos que concedía al esparcimiento. Las Crónicas nos lo configuran, pues, en lo humano como un gran señor europeo. El naciente arte gótico le debe en España, ya lo dijimos, sus mejores catedrales.
A un género superior de elegancia pertenece la menuda noticia que incidentalmente, como detalle psicológico inestimable, debemos a su hijo: al tropezarse en los caminos, yendo a caballo, con gente de a pie torcía Fernando III por el campo, para que el polvo no molestara a los caminantes ni cegara a las acémilas. Esta escena del séquito real trotando por los polvorientos caminos castellanos y saliéndose a los barbechos detrás de su rey cuando tropezaba con campesinos la podemos imaginar con gozoso deleite del alma. Es una de las más exquisitas gentilezas imaginables en un rey elegante y caritativo. No siempre observamos hoy algo parecido en la conducta de los automovilistas con los peatones. Años después ese mismo rey, meditando un Jueves Santo la pasión de Jesucristo, pidió un barreño y una toalla y echóse a lavar los pies a doce de sus súbditos pobres, iniciando así una costumbre de la Corte de Castilla que ha durado hasta nuestro siglo.
Hombre de su tiempo, sintió profundamente el ideal caballeresco, síntesis medieval, y por ello profundamente europea, de virtudes cristianas y de virtudes civiles. Tres días antes de su boda, el 27 de noviembre de 1219, después de velar una noche las armas en el monasterio de las Huelgas, de Burgos, se armó por su propia mano caballero, ciñéndose la espada que tantas fatigas y gloria le había de dar. Sólo Dios sabe lo que aquel novicio caballero oró y meditó en noche tan memorable, cuando se preparaba al matrimonio con un género de profesión o estado que tantos prosaicos hombres modernos desdeñan sin haberlo entendido. Años después había de armar también caballeros por sí mismo a sus hijos, quizá en las campañas del sur. Mas sabemos que se negó a hacerlo con alguno de los nobles más poderosos de su reino, al que consideraba indigno de tan estrecha investidura.
Deportista, palaciano, músico, poeta, gran señor, caballero profeso. Vamos subiendo los peldaños que nos configuran, dentro de una escala de valores humanos, a un ejemplar cristiano medieval.

* * *
De su reinado queda la fama de las conquistas, que le acreditan de caudillo intrépido, constante y sagaz en el arte de la guerra. En tal aspecto sólo se le puede parangonar su consuegro Jaime el Conquistador. Los asedios de las grandes plazas iban preparados por incursiones o «cabalgadas» de castigo, con fuerzas ágiles y escogidas que vivían sobre el país. Dominó el arte de sorprender y desconcertar. Aprovechaba todas las coyunturas políticas de disensión en el adversario. Organizaba con estudio las grandes campañas. Procuraba arrastrar más a los suyos por la persuasión, el ejemplo personal y los beneficios futuros que por la fuerza. Cumplidos los plazos, dejaba retirarse a los que se fatigaban.
Esta es su faceta histórica más conocida. No lo es tanto su acción como gobernante, que la historia va reconstruyendo: sus relaciones con la Santa Sede, los prelados, los nobles, los municipios, las recién fundadas universidades; su administración de justicia, su dura represión de las herejías, sus ejemplares relaciones con los otros reyes de España, su administración económica, la colonización y ordenamientos de las ciudades conquistadas, su impulso a la codificación y reforma del derecho español, su protección al arte. Esa es la segunda dimensión de un reinado verdaderamente ejemplar, sólo parangonable al de Isabel la Católica, aunque menos conocido.
Mas hay una tercera, que algún ilustre historiador moderno ha empezado a desvelar y cuyo aroma es seductor. Me refiero a la prudencia y caballerosidad con sus adversarios los reyes musulmanes. «San Fernando –dice Ballesteros Beretta en un breve estudio monográfico– practica desde el comienzo una política de lealtad.» Su obra «es el cumplimiento de una política sabiamente dirigida con meditado proceder y lealtad sin par». Lo subraya en su puntual biografía el padre Retana.
Sintiéndose con derecho a la reconquista patria, respeta al que se le declara vasallo. Vencido el adversario de su aliado moro, no se vuelve contra éste. Guarda las treguas y los pactos. Quizá en su corazón quiso también ganarles con esta conducta para la fe cristiana. Se presume vehementemente que alguno de sus aliados la abrazó en secreto. El rey de Baeza le entrega en rehén a un hijo, y éste, convertido al cristianismo y bajo el título castellano de infante Fernando Abdelmón (con el mismo nombre cristiano de pila del rey), es luego uno de los pobladores de Sevilla. ¿No sería quizá San Fernando su padrino de bautismo? Gracias a sus negociaciones con el emir de los benimerines en Marruecos el papa Alejandro IV pudo enviar un legado al sultán. Con varios San Fernandos, hoy tendría el África una faz distinta.
Al coronar su cruzada, enfermo ya de muerte, se declaraba a sí mismo en el fuero de Sevilla caballero de Cristo, siervo de Santa María, alférez de Santiago. Iban envueltas esas palabras en expresiones de adoración y gratitud a Dios, para edificación de su pueblo. Ya los papas Gregorio IX e Inocencio IV le habían proclamado «atleta de Cristo» y «campeón invicto de Jesucristo». Aludían a sus resonantes victorias bélicas como cruzado de la cristiandad y al espíritu que las animaba.
Como rey, San Fernando es una figura que ha robado por igual el alma del pueblo y la de los historiadores. De él se puede asegurar con toda verdad –se aventura a decir el mesurado Feijoo– que en otra nación alguna non est inventus similis illi [no se ha encontrado ninguno semejante a él].
Efectivamente, parece puesto en la historia para tonificar el espíritu colectivo de los españoles en cualquier momento de depresión espiritual.
Le sabemos austero y penitente. Mas, pensando bien, ¿qué austeridad comparable a la constante entrega de su vida al servicio de la Iglesia y de su pueblo por amor de Dios?
Cuando, guardando luto en Benavente por la muerte de su mujer, doña Beatriz, supo mientras comía el novelesco asalto nocturno de un puñado de sus caballeros a la Ajarquía o arrabal de Córdoba, levantóse de la mesa, mandó ensillar el caballo y se puso en camino, esperando, como sucedió, que sus caballeros y las mesnadas le seguirían viéndole ir delante. Se entusiasmó, dice la Crónica latina: «irruit... Domini Spiritus in rege». Veían los suyos que todas sus decisiones iban animadas por una caridad santa. Parece que no dejó el campamento para asistir a la boda de su hijo heredero ni al conocer la muerte de su madre.
Diligencia significa literalmente amor, y negligencia desamor. El que no es diligente es que no ama en obras, o, de otro modo, que no ama de verdad. La diligencia, en último término, es la caridad operante. Este quizá sea el mayor ejemplo moral de San Fernando. Y, por ello, ninguno de los elogios que debemos a su hijo, Alfonso X el Sabio, sea en el fondo tan elocuente como éste: «no conoció el vicio ni el ocio».
Esa diligencia estaba alimentada por su espíritu de oración. Retenido enfermo en Toledo, velaba de noche para implorar la ayuda de Dios sobre su pueblo. «Si yo no velo –replicaba a los que le pedían descansase–, ¿cómo podréis vosotros dormir tranquilos?» Y su piedad, como la de todos los santos, mostrábase en su especial devoción al Santísimo Sacramento y a la Virgen María.
A imitación de los caballeros de su tiempo, que llevaban una reliquia de su dama consigo, San Fernando portaba, asida por una anilla al arzón de su caballo, una imagen de marfil de Santa María, la venerable «Virgen de las Batallas» que se guarda en Sevilla. En campaña rezaba el oficio parvo mariano, antecedente medieval del santo rosario. A la imagen patrona de su ejército le levantó una capilla estable en el campamento durante el asedio de Sevilla; es la «Virgen de los Reyes», que preside hoy una espléndida capilla en la catedral sevillana. Renunciando a entrar como vencedor en la capital de Andalucía, le cedió a esa imagen el honor de presidir el cortejo triunfal. A Fernando III le debe, pues, inicialmente Andalucía su devoción mariana. Florida y regalada herencia.
La muerte de San Fernando es una de las más conmovedoras de nuestra Historia. Sobre un montón de ceniza, con una soga al cuello, pidiendo perdón a todos los presentes, dando sabios consejos a su hijo y sus deudos, con la candela encendida en las manos y en éxtasis de dulces plegarias. Con razón dice Menéndez Pelayo: «El tránsito de San Fernando oscureció y dejó pequeñas todas las grandezas de su vida». Y añade: «Tal fue la vida exterior del más grande de los reyes de Castilla: de la vida interior ¿quién podría hablar dignamente sino los ángeles, que fueron testigos de sus espirituales coloquios y de aquellos éxtasis y arrobos que tantas veces precedieron y anunciaron sus victorias?»
San Fernando quiso que no se le hiciera estatua yacente; pero en su sepulcro grabaron en latín, castellano, árabe y hebreo este epitafio impresionante:

«Aquí yace el Rey muy honrado Don Fernando, señor de Castiella é de Toledo, de León, de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia é de Jaén, el que conquistó toda España, el más leal, é el más verdadero, é el más franco, é el más esforzado, é el más apuesto, é el más granado, é el más sofrido, é el más omildoso, é el que más temie a Dios, é el que más le facía servicio, é el que quebrantó é destruyó á todos sus enemigos, é el que alzó y ondró á todos sus amigos, é conquistó la Cibdad de Sevilla, que es cabeza de toda España, é passos hi en el postrimero día de Mayo, en la era de mil et CC et noventa años.»
Que San Fernando sea perpetuo modelo de gobernantes e interceda porque el nombre de Jesucristo sea siempre debidamente santificado en nuestra Patria.

José M.ª Sánchez de Muniáin,
San Fernando III de Castilla y León,
en Año Cristiano, Tomo II,
Madrid, Ed. Católica (BAC 184),
1959, pp. 523- 531.

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domingo, 28 de mayo de 2017

Párate un momento el Evangelio del dia: 29 DE MAYO - LUNES 7ª - SEMANA DE PASCUA - A SAN GERARDO





29   DE MAYO   -  LUNES
7ª - SEMANA  DE  PASCUA - A

Evangelio según san Juan 16, 29-33
En aquel tiempo, dijeron los discípulos a Jesús:
“Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones.
Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten; por ello creemos que saliste de Dios".
Les contestó Jesús:
"¿Ahora creéis?
Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre.
Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí.
En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: Yo he vencido al mundo".

1.  Los discípulos manifiestan su satisfacción y su seguridad cuando han oído a Jesús afirmar su "origen" del Padre y su "retorno" al Padre.
Es decir, los discípulos se sienten tranquilos y lo ven todo claro cuando Jesús les aseguró que todo lo que él hacía y decía no era sino la manifestación de Dios, la presencia de Dios, allí junto a ellos y con ellos.
Muchas veces, se habían preguntado:
"¿Quién es este?".
Ahora ya lo saben: es el designio de Dios, la presencia de Dios, el camino de Dios.
Al conocer esta identificación de Jesús con Dios, se sienten tranquilos y lo ven todo claro.

2.   Pero, ante esta declaración satisfactoria y gozosa de los discípulos, Jesús les advierte que eso no significa que vayan a ser fieles hasta el final. Nada de eso.
Jesús les dice, sabiendo todo lo que saben y con toda la claridad y tranquilidad que llevan encima, con todo eso y a pesar de todo eso, lo van a dejar solo, se van a dispersar y lo van a abandonar. Así somos los mortales.
Queremos seguridades. Pero el miedo es más fuerte que todas las seguridades. Eso nos pasa a todos, no pocas veces en la vida.

3.   Y, sin embargo, Jesús es tan genial, que, no obstante, todas las infidelidades y cobardías humanas, él está por encima de todas nuestras limitaciones y contradicciones.
La palabra de Jesús es tajante y firme: "No tengáis miedo: Yo he vencido al mundo".
Es decir: la fuerza de las "convicciones éticas" es más poderosa que todos los poderes del sistema. Esto nos tiene que dar tranquilidad. Pero, sobre todo, nos tiene que motivar para el futuro.
Si tenemos convicciones éticas fuertes y firmes, superaremos todo lo que nos venga encima.

4.  Pero lo más importante, que nos dice este texto del evangelio de Juan, es que siempre debemos tener presente que el miedo ante el peligro de muerte es -o suele ser- más fuerte que la fe.
Cuando nos creemos más firmes y afianzados en nuestra integridad de cristianos, entonces nos puede suceder lo que les sucedió a los primeros discípulos: abandonamos todas nuestras presuntas fidelidades. Y dejamos solo a Jesús.
El miedo a sufrir la pasión en nuestras vidas nos amenaza siempre. Sobre todo -quizá- cuando ni pensamos en semejante cosa.

SAN GERARDO


Es de origen germánico. Sus componentes son probablemente geir, que significa lanza, y hard, componente de muchos nombres, que significa valiente. Con esta etimología el significado del nombre sería "lancero fuerte", "guerrero poderoso con la lanza". Otros etimologistas proponen que el primer elemento del nombre original sea wari (guardián, defensor). En este caso el significado sería "guardián o defensor valiente". Es un nombre que nos trajeron los godos y que gozó de un notable prestigio. Un poema provenzal del siglo XII, de 8.000 versos, cuyo original fue escrito en latín (Gesta nobilíssimi cómitis Gerardi de Roussillon) y un par más del siglo XIII (Roman de la Violette y Gerard de Viana) tienen como protagonistas a tres Gerardos, porque sonaba a nombre de héroe y de caballero galante. Hoy día que se aprecia mucho la diversidad de nombres, sobre todo si se trata de nombres antiguos con tradición y raíces, vuelven a ser más frecuentes los Gerardos.
San Gerardo, fundador de la orden de san Juan de Jerusalén, nació el año 1040, según unos en Amalfi y según otros en Saint-Geniès de Provenza. Era mercader de profesión. En uno de sus viajes, siendo aún joven, pasó a Siria y de allí a Jerusalén. En esta ciudad fue acogido por otros mercaderes que habían fundado un monasterio. Allí se quedó y al poco tiempo era nombrado prior de la aquella comunidad. Con las limosnas de los fieles construyó Gerardo un hospital al lado del monasterio para atender a los cristianos enfermos o heridos. El sitio de Jerusalén por Godofredo de Bouillon fue especialmente duro para el nuevo hospital. Así es como nació la orden de san Juan de Jerusalén, que el papa Pascual II aprobó el año 1113 y cuyos miembros eran llamados Hermanos Hospitalarios. Respecto al nombre del santo se da el caso de que durante mucho tiempo se le llamó Gerardo Tum o Tunc, pensando que este segundo elemento era su apellido, porque confundían el tunc o tum (que significa "entonces") de sus biografías latinas. Hasta hubo quien redondeando el error le asignó el apellido de Tenque o Thom.
Es sorprendente que siendo el de Gerardo un nombre de gesta, los Gerardos más insignes los haya dado la vida eclesiástica. Además del fundador de los Hermanos Hospitalarios, también hacia el fin del primer milenio causó impacto san Gerardo obispo de Toul. Se hizo proverbial su caridad. No dudó en vender todos los bienes de la iglesia para socorrer a sus feligreses en una de las mayores hambres que se conocieron en la región. San Gerardo de Brogne, también al final del milenio fue el primer abad de Brogni. En 917 se retiró al convento de Saint-Denis (París), donde permaneció 10 años. De vuelta a su país fundó 18 monasterios. Otro san Gerardo del siglo VIII fundó monasterios en Irlanda e Inglaterra, entre ellos el monasterio de Mayo. Cierra la lista de los santos de este nombre San Gerardo María Mayela (siglo XVIII) redentorista. Un nombre digno de celebrarse por la fuerza de su significado, porque ha sido un nombre de gestas y leyendas de caballerosidad y porque tiene unos magníficos patronos en el cielo. ¡Felicidades!