20 DE MAYO - SÁBADO –
5ª - SEMANA DE
PASCUA - A
Evangelio
según san Juan 15, 18-21
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos:
Si el mundo
os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros.
Si fuerais
del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino
que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia.
Recordad lo
que os dije: No es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también
a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la
vuestra.
Y todo eso lo harán con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen
al que me envió".
1. Jesús ha hablado
inmediatamente antes del "amor de amistad". En eso ha consistido el
"encargo" que Jesús dejó a sus seguidores. Ese tipo de amor tenía que
ser su distintivo: "En esto conocerán todos que sois discípulos míos: en
que os tenéis amor entre vosotros" (Jn 13, 35).
Después de decir estas palabras, Jesús mismo concretó que el amor del que él habla es el
"amor de amistad".
Ahora bien, el amor de amistad se basa en la
"igualdad". Cuando entre dos
amigos, uno de ellos pretende situarse por encima del otro, la amistad se hace
imposible. Y se rompe. Las rivalidades son la causa del fin de la amistad.
2. El cristianismo
es la religión que se basa en un hecho humano: la amistad. Pero eso, a su vez,
supone y exige algo que la sociedad no tolera: la igualdad de todos. Igualdad
no es negar las diferencias. La diferencia es un hecho. La igual-
dad
es un derecho (L. Ferrajoli).
Jesús puso las bases de lo que ahora llamamos
los
"Derechos Humanos". Pero de
sobra sabemos que los Derechos Humanos
se ven constantemente pisoteados, negados, perseguidos, atropellados.
3. Por eso Jesús
habla con tanta crudeza de odios y persecuciones. Una persona que hoy se pone,
en serio, a trabajar y luchar por la puesta en práctica de los Derechos Humanos
(igualdad de mujeres y hombres, igual dignidad para todos, las mismas
libertades...), esa persona tiene asegurado el odio y la persecución.
La fuerza para afrontar este espantoso estado de cosas solamente
puede venir de la fe en el Evangelio y del seguimiento de Jesús. Lo que ocurre
es que, con frecuencia, las religiones, en lugar de fomentar la igualdad, hacen
todo lo contrario.
Cuando las creencias religiosas no nos llevan a la armonía
y el buen trato, sino al odio y las distancias, esas creencias son falsas. Y,
además
nos
engañan. Porque nos hacen creer que estamos en el buen camino, cuando en
realidad nos estamos alejando, no solo de Dios, sino igualmente de nuestra propia
humanidad.
SAN BERNARDINO DE SIENA,
presbítero
(1380-1444)
San Bernardino nace en Siena en 1380. Hijo de noble familia,
quedó muy pronto huérfano. Tuvo buenos maestros y una vasta formación. Pero fue
la Virgen María la que sobre todo lo tomó desde niño bajo su protección.
“Nací en el natalicio de Nuestra Señora. En la misma festividad
entré en el convento, vestí el hábito franciscano, hice los votos, celebré la
primera Misa y prediqué el primer sermón. Ella me llevará a la gloria".
Su ardiente devoción a María hace que, a pesar de tener un
carácter dulce y sosegado, defienda su pureza con medios expeditivos. Un
estudiante libertino se atreve a insinuarle un día una proposición vergonzosa.
Y Bernardino, rápido, estampa en su rostro un sonoro bofetón.
Una tía monja le repite con frecuencia: - Ten cuidado. Tienes una
cara demasiado guapa y un corazón demasiado tierno, que pueden perderte. -
Llegas tarde, tía, le responde con gracia el mancebo. Estoy locamente enamorado
de la doncella más noble y más hermosa de Siena. No hay otra igual. La tía se
asusta, hasta que se entera que se refiere a la Virgen María.
A los veinte años deja los estudios para dedicarse a los
apestados. Pasa unos meses enfermo. Cuando se recupera, entrega todos sus
bienes a los pobres y toma el hábito franciscano.
Su ilusión era dedicarse a la predicación. Con San Vicente Ferrer
y su discípulo San Juan de Capistrano, formarán el trío de los grandes
predicadores de la primera mitad del siglo XV. Una pertinaz ronquera se lo
dificultaba, pero -otra vez la mano de la Virgen- se siente curado totalmente.
Dios le había dotado de las mejores dotes para la predicación:
amplia cultura, noble ademán, palabra de fuego, dulzura y firmeza, don de
milagros, fama de santo. Las multitudes le siguen sin cansarse de oírle.
Empieza en Milán, luego toda Italia se lo disputa. Apacigua
discordias, despierta amor a la oración, les arrastra a la penitencia y reforma
de costumbres. "Toda Roma, escribe el futuro Pío II, acude a escucharle.
El mismo Papa y los Cardenales son sus oyentes más asiduos".
Es el iniciador del culto al Santo Nombre de Jesús, cuyo anagrama
extendió y popularizó en cartas, carteles, estampas, banderas, fachadas de
edificios. No fue bien interpretada al principio esta devoción. Fue acusado de
hereje ante Martín V, que lo manda recluirse en un convento. Esclarecida la
verdad, el Papa le da la razón, y le ofrece el obispado de Siena, al que
renuncia el Santo por humildad, como más tarde renunciará a los de Urbino y
Ferrara. Lo suyo era recorrer pueblos y ciudades, levantando fervores y
encendiendo los corazones en el amor a Jesús y a la Señora.
Le siguen llamando de todas partes y a todos los sitios acude sin
tomarse descanso alguno. En esta vida peregrinante le sorprende la muerte,
exhausto ya de fuerzas, en la ciudad de Aquila, camino de Nápoles. Era el 20 de
mayo de 1444, víspera de la Ascensión del Señor a los cielos.
Acababa de revisar sus Discursos sobre las Bienaventuranzas. El
buen operario ya podía descansar. Y la Virgen María acompañaría en el tránsito
a su fiel amante. Nicolás V lo eleva a los altares el año 1450.
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