4 DE MAYO – JUEVES –
3ª - SEMANA DE PASCUA – A –
SAN SILVANO
Evangelio según san
Juan 6, 44-51
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
"Nadie puede venir a mí, si no lo trae
el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día.
Está escrito en los profetas: "Serán
todos discípulos de Dios".
Todo el que escucha lo que dice el Padre y
aprende, viene a mí.
No es que nadie haya visto al Padre, a no
ser el que viene de Dios: este ha visto al Padre.
Os lo aseguro: el que cree, tiene vida
eterna.
Yo soy el pan de vida. Vuestros padres
comieron en el desierto el maná y murieron; este es el pan que baja del cielo,
para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo:
el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne,
para la vida del mundo".
1. El evangelio
de Juan insiste en que "nadie ha visto al Padre". Ya lo había dicho
al final del prólogo de este mismo evangelio: "Nadie ha visto jamás a
Dios" (Jn 1, 18).
Pero la identificación de "lo divino" de
Dios con "lo humano" de Jesús es tal, que el mismo Jesús le dijo al
apóstol Felipe: "Quien me ve a mí
está
viendo al Padre" (Jn 14, 9). Por eso Jesús afirma con claridad que quien
cree en Él, por eso mismo "tiene vida eterna".
Es decir, la adhesión a Jesús es
adhesión
a Dios. Lo que, vuelto del revés, viene a decir que, en la humanidad del hombre
Jesús, vemos y encontramos la divinidad del Dios que es el Padre.
2. Por eso
Jesús dice con seguridad: "el que cree en mí, tiene vida".
Es decir, adherirse a Jesús es adherirse a Dios. De
forma que solo mediante la adhesión
a
lo humano (Jesús) es posible la adhesión a lo divino.
La vida cristiana es así: no encontramos a Dios elevándonos
al cielo y huyendo del mundo, sino
siendo
fieles hijos de esta tierra, cuidando la vida y amando esta vida que Dios nos
ha dado. Pero no olvidemos nunca que,
para cuidar de la vida y amar la vida, hace falta la fe en Jesús, según lo
explica el propio Jesús. Y eso es creer en Jesús, tal como el Evangelio
presenta la fe cristiana.
3. A partir de
lo dicho, es posible entender el sentido que el evangelio de Juan le da a la
eucaristía.
Dice Jesús: "El pan que yo daré es mi carne, para
la vida del mundo" (Jn 6, 51).
El pan de la eucaristía es "la carne", lo
más humano y lo más débil (sarx) del ser humano que fue (y sigue siendo) Jesús.
Pero es precisamente esa humanidad, y nuestra humanidad, lo que es fuente de
vida.
No es fuente de vida el poder, la grandeza, la
dignidad o la majestad. Jesús pone la fuente de la vida para este mundo en que
seamos profundamente humanos. En esto
consiste la revolución de la religiosidad que llevó a cabo
Jesús.
La revolución expresada en su centro más visible y tangible, que es la
eucaristía.
Jesús
nos dejó la eucaristía para humanizarnos. Porque solo así podemos tener acceso
a Dios.
SAN SILVANO
La leyenda cuenta que Silvano huyó del norte
de África junto a su padre Eleuterio, a causa de la persecución de los
Vándalos, estableciéndose en Terracina, la antigua Anxur de los Volscos. En el
443, muerto el obispo Juan, Silvano fue llamado a sucederle, pero permaneció en
vida sólo nueve meses, y después fue elegido su padre, Eleuterio.
Un apunte del Martirologio Jeronimiano del 10
de febrero trae: «En Terracina, el nacimiento [es decir, la muerte] de san
Silvano, obispo y confesor»; este título de «confesor» se daba inicialmente a
quienes habían confesado la fe, es decir, a los mártires, lo que llevó a pensar
que san Silvano habría muerto mártir, teniendo además en cuenta la brevedad de
su episcopado y su joven edad. Aunque debe reconocerse que la palabra
«confesor» también tuvo un sentido extendido que equivalía a quienes habían
sufrido por la fe, pero no muerto por ella, y aún más amplio como simple
equivalente de santo, por tanto es muy difícil establecer a ciencia cierta si
cuando un texto antiguo habla de un «confesor» se está o no refiriendo a un
mártir, a falta de otras fuentes.
El único recuerdo del santo son los restos de
una antiquísima iglesia y monasterio, muy famosos en el siglo X, intitulados de
San Silvano, que se encontraban en las afueras de Terracina, en la ladera del
monte Leano, frente a la Vía Apia Nueva. Las tradiciones manuscritas y el uso
popular han transformado el nombre de Silvano -de origen latino, «habitante de
las selvas»- en Silviano, Silvino, Salviano, Salviniano; así, por ejemplo, la
localidad surgida en las afueras de Terracina donde se alza la iglesia tomó el
nombre de San Silviano.
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