14 de Mayo - Domingo –
5 Semana de Pascua – A
Lectura
del libro de los Hechos de los apóstoles (6,1-7):
EN aquellos
días, al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron
contra los de lengua hebrea, porque en el servicio diario no se atendía a sus
viudas. Los Doce, convocando a la asamblea de los discípulos, dijeron:
«No nos
parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos del servicio de las
mesas. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama,
llenos de espíritu y de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea; nosotros
nos dedicaremos a la oración y al servicio de la palabra».
La
propuesta les pareció bien a todos y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y
de Espíritu Santo; a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás,
prosélito de Antioquía. Se los presentaron a los apóstoles y ellos les impusieron
las manos orando.
La palabra
de Dios iba creciendo y en Jerusalén se multiplicaba el número de discípulos;
incluso muchos sacerdotes aceptaban la fe.
Salmo:32,1-2.4-5.18-19
R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo
esperamos de ti
Aclamad,
justos, al Señor,
que merece la alabanza de los buenos.
Dad gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez
cuerdas. R/.
La palabra
del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra. R/.
Los ojos del
Señor están puestos en quien lo teme,
en los que esperan en su
misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R/.
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pedro (2,4-9):
Queridos
hermanos:
Acercándoos
al Señor, piedra viva rechazada por los hombres, pero elegida y preciosa para
Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción de una
casa espiritual para un sacerdocio santo, a fin de ofrecer sacrificios
espirituales agradables a Dios por medio de Jesucristo.
Por eso se
dice en la Escritura:
«Mira,
pongo en Sion una piedra angular, elegida y preciosa; quien cree en ella no
queda defraudado».
Para
vosotros, pues, los creyentes, ella es el honor, pero para los incrédulos «la
piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular», y también
«piedra de choque y roca de estrellarse»; y ellos chocan al despreciar la
palabra. A eso precisamente estaban expuestos. Vosotros, en cambio, sois un linaje
elegido, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios
para que anunciéis las proezas del que os llamó de las tinieblas a su luz
maravillosa.
Lectura del santo evangelio según san Juan
(14,1-12):
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No se
turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi
Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos
un lugar.
Cuando vaya
y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo
estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino».
Tomás le
dice:
«Señor, no
sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?».
Jesús le
responde:
«Yo soy el
camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais
a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto».
Felipe le
dice:
«Señor,
muéstranos al Padre y nos basta».
Jesús le
replica:
«Hace tanto
que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe?
Quien me ha
visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees
que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí?
Lo que yo
os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo
hace las obras.
Creedme: yo
estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras.
En verdad,
en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún
mayores, porque yo me voy al Padre».
Iglesia
naciente, sufriente, creyente.
Como
indiqué el domingo pasado, las tres lecturas de los domingos de Pascua nos
hablan de los orígenes de la Iglesia, de las persecuciones de la Iglesia, y de
nuestra relación con Jesús.
Iglesia naciente
La
primera lectura nos cuenta la institución de los diáconos y el aumento
progresivo de la comunidad, subrayando el hecho de que se uniesen a ella
incluso sacerdotes.
La comunidad de Jerusalén estaba formada por judíos de lengua hebrea y
judíos de lengua griega (probablemente originarios de países extranjeros, la
Diáspora). Los problemas lingüísticos, tan típicos de nuestra época, se daban
ya entonces. Los de lengua hebrea se consideraban superiores, los auténticos. Y
eso repercute en la atención a las viudas. Lucas, que en otros pasajes del
libro de los Hechos subraya tanto el amor mutuo y la igualdad, no puede ocultar
en este caso que, desde el principio, se dieron problemas en la comunidad
cristiana por motivos económicos.
Los
diáconos son siete, número simbólico, de plenitud. Aunque parecen elegidos para
una misión puramente material, permitiendo a los apóstoles dedicarse al
apostolado y la oración, en realidad, los dos primeros, Esteban y Felipe,
desempeñaron también una intensa labor apostólica. Esteban será, además, el
primer mártir cristiano.
Iglesia sufriente
La
primera carta de Pedro recuerda las numerosas persecuciones y dificultades que
atravesó la primitiva iglesia. Lo vimos el domingo pasado y lo veremos en los
siguientes. Pero este domingo, aunque se menciona a quienes rechazan a Jesús y
el evangelio, la fuerza recae en recordar a cristianos difamados e insultados
la enorme dignidad que Dios les ha concedido: «Vosotros sois una raza
elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por
Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a
entrar en su luz maravillosa».
Iglesia creyente
El
evangelio nos sitúa en la última cena, cuando Jesús se despide de sus
discípulos. Sabe el miedo que puede embargarles a quedar solos. Y los anima a
no temblar, insistiéndoles en que volverán a encontrarse y estarán
definitivamente juntos.
Aparece
en este texto una de las mejores definiciones de Jesús, de las más adecuadas
para presentar su persona: «Yo soy el camino, la verdad y la vida.»
Camino para llegar al Padre (el evangelio parece sugerir que
para llegar a Dios hay muchos caminos, pero para llegar a Dios como Padre el
único camino es Jesús).
Verdad en medio de las dudas y frente al escepticismo que
mostrará poco más tarde Pilato preguntando: «¿Qué es la verdad?»
Vida que todos
anhelamos que no termine nunca, la vida eterna, que empieza ya en este mundo y
que consiste «en que te conozcan a ti, único dios verdadero, y a quien
enviaste, Jesucristo».
Como
ocurre siempre en el cuarto evangelio, el texto supone también un reto para la
fe. Nos invita a creer en Jesús como se cree en Dios; a creer que, quien lo ve
a él, ve al Padre; quien lo conoce a él, conoce al Padre; que él está en el
Padre y el Padre en él. Y al final, el mayor desafío: creer que nosotros, si
creemos en Jesús, haremos obras más grandes que las que él hizo. Parece
imposible. El padre del niño epiléptico habría dicho: «Creo, Señor, pero
me falta mucho. Compensa tú a lo que en mí hay de incrédulo».
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