jueves, 4 de mayo de 2017

Párate un momento: El Evangelio del dia 5 DE MAYO - VIERNES – 3ª - SEMANA DE PASCUA – A – SAN NICETO





5 DE MAYO - VIERNES –
3ª - SEMANA DE PASCUA – A –

Evangelio según san Juan 6, 52-59
    En aquel tiempo, disputaban los judíos entre sí:
“¿Cómo puede este darnos a comer su carne?"
Entonces Jesús les dijo:
"Os aseguro que, si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.
El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come, vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre".
Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaúm.

1.  Hay quien piensa que este texto, concretamente Jn 6, 51-58, es seguramente   una inserción que un redactor eclesial introdujo en el s. II (A. Sand). Pero la Iglesia ha reconocido estas palabras como provenientes de Jesús.
En todo caso, para entender lo que aquí se quiere decir es necesario recordar que la palabra "carne" (sarx), en el griego clásico indica "la condición de fugacidad" de los humanos.  Por el contrario, los dioses no son "sarx", sino que son "epistéme" (inteligencia) y "lógos" (palabra) (H. Seebas).
Para los rabinos del tiempo de Jesús, la "carne" (básár) designa al hombre en su condición de ser efímero.

2. Por otra parte, en el evangelio de Juan, "Dios mismo se hizo carne" (Jn 1, 14). Porque el mundo se cerró a la "palabra" (Jn 1, 10-11), por eso no basta la mera comunicación de palabras, ideas y conceptos.
De ahí que solo la palabra hecha carne, o sea Dios hecho humanidad, fragilidad efímera, tiene la capacidad y la fuerza para ser captada y aceptada por los seres humanos, nacidos y
encarnados en la fugacidad.

3. Todo esto viene a decir lo que para nosotros resulta sobrecogedor: el creyente, que come en la eucaristía la carne del Revelador de Dios, acepta y confiesa que la salvación está en la "Palabra" que se manifiesta en la "carne".
Es decir, la salvación que nos trae Jesús está en el Dios que se revela en la fragilidad y en la debilidad de lo más entrañablemente humano. Por tanto, cuando comulgamos, estamos afirmando, no ya que "fuera de la Iglesia no hay salvación", sino que (remedando el adagio latino) "extra fraglitatem et humanitatem nulla salus" = "fuera de la fragilidad y de la humanidad, no hay salvación".
Comulgando, no solo decimos que encontramos   a Jesús, sino además que lo encontramos de esa manera.

4. En todo caso, no olvidemos nunca que, cuando Jesús habla de comer "su carne" y de beber "su sangre", no podemos entender esas palabras refiriéndolas a la carne "histórica" y a la sangre "histórica" del Jesús que anduvo por
el mundo. Por la sencilla razón de que aquella carne y aquella sangre ya no existen.
Cuando Jesús "resucitó", eso no quiere decir que "revivió", o sea "no volvió a este mundo. El cuerpo del Resucitado no es ya el cuerpo del Jesús que andaba por Galilea y murió en Jerusalén.
Es aquel cuerpo "transformado" y "trascendente", que nosotros no podemos saber cómo es.
SAN NICETO


Varios hombres muy destacados de la época de Nicecio de Tréveris, como san Gregorio de Tours y san Venancio Fortunato, dan testimonio de los méritos de este santo, que fue el último obispo galo-romano de Tréveris, en los primeros tiempos del triunfo de los francos en la Galia. Nicecio nació en Auvernia. Como el cabello del niño formaba una especie de tonsura, las gentes lo interpretaron como un signo de que abrazaría el estado eclesiástico. En efecto, Nicecio se hizo monje y llegó a ser abad de su monasterio, que probablemente estaba en Limoges. En ese cargo atrajo sobre sí las miradas de Teodorico I.
Cuando murió san Aprúnculo, obispo de Tréveris, el clero y el pueblo enviaron una embajada al rey para pedirle que nombrase obispo a san Galo de Clermont. Teodorico se negó a ello y nombró a Nicecio. Los oficiales del monarca acompañaron al obispo electo a Tréveris y éste mostró desde aquel momento qué clase de prelado iba a ser. En efecto, cuando la comitiva acampó para pasar la noche, los soldados de la escolta soltaron a sus caballos en los campos de los vecinos. Nicecio les ordenó que los trajesen de nuevo al campamento, pero los oficiales se rieron de él. Entonces Nicecio amenazó con excomulgar a los opresores de los pobres y partió él mismo en busca de los caballos. El santo había predicado con frecuencia a sus monjes sobre el texto que dice que «el hombre puede caer de tres modos: por el pensamiento, por la palabra y por la obra», y reprendió sin temor a Teodorico y a su hijo Teodoberto por los excesos que cometían. Tal vez esos dos monarcas aprovecharon los consejos de san Nicecio. En todo caso Clotario I se mostró menos condescendiente, ya que, cuando el santo le excomulgó por sus crímenes, él le desterró. El destierro fue de corta duración, pues Clotario murió al poco tiempo, y su hijo Sigeberto, que le sucedió en el gobierno de esa porción de sus dominios, restituyó a Nicecio su diócesis.
El santo obispo asistió a varios importantes sínodos en Clermont y otras ciudades, y restableció infatigablemente la disciplina en una diócesis en la que los desórdenes civiles habían causado grandes estragos. El santo llevó a su diócesis obreros italianos para reconstruir su catedral y fortificar la ciudad por el lado del Mosela. También fundó una escuela para el clero, pero su ejemplo era la mejor escuela, tanto para los clérigos como para los laicos. Aunque san Nicecio gozaba del favor del rey Sigeberto, su celo no dejó de acarrearle persecuciones, pues no había miedo ni respeto humano que le impidiese defender la causa de Dios. En particular se creó enemigos tratando de desarraigar la costumbre de los matrimonios incestuosos, porque excomulgaba a los culpables. Se conservan algunas cartas del santo; una de ellas, escrita alrededor del año 561, está dirigida a Clodesinda, hija de Clotario I, casada con el arriano Alboino, rey de Lombardía. San Nicecio le aconseja que trate de convertir a su marido a la fe ortodoxa, haciéndole notar los milagros obrados en la iglesia católica por las reliquias de algunos santos a quienes los arrianos veneraban también. Y prosigue: «Haced que el rey envíe mensajeros a la iglesia de San Martín. Si se atreven a entrar en ella, se darían cuenta de que los ciegos recobran la vista, los sordos el oído y los mudos la palabra, los leprosos y enfermos salen curados, como nosotros mismos lo hemos visto. ¿Y qué diré de las reliquias de los santos obispos Germán, Hilario y Lupo, cuyos milagros son innumerables? Aun los endemoniados confiesan el poder de esas reliquias. ¿sucede acaso lo mismo en las iglesias de los arrianos? Ciertamente no. Un demonio nunca exorciza a otro». Una segunda carta está dirigida al emperador Justiniano, a quien su esposa había arrastrado a una especie de semimonofisismo. Nicecio le dice que, en Italia, Africa, España y Galia se ha lamentado su caída, y que se condenará si no abjura de sus errores. San Nicecio murió hacia el año 566, tal vez el 1° de Octubre.


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