5 DE MAYO - VIERNES –
3ª - SEMANA DE PASCUA – A –
Evangelio según san Juan 6,
52-59
En aquel tiempo,
disputaban los judíos entre sí:
“¿Cómo puede este darnos a comer su
carne?"
Entonces Jesús les dijo:
"Os aseguro que, si no coméis la carne
del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.
El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene
vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida
y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre,
habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el
Padre; del mismo modo, el que me come, vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo: no
como el de vuestros padres, que comieron y murieron: el que come este pan
vivirá para siempre".
Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando
enseñaba en Cafarnaúm.
1. Hay quien piensa
que este texto, concretamente Jn 6, 51-58, es seguramente una inserción que un redactor eclesial
introdujo en el s. II (A. Sand). Pero la Iglesia ha reconocido estas palabras
como provenientes de Jesús.
En todo caso, para entender lo que aquí se quiere
decir es necesario recordar que la palabra "carne" (sarx), en el
griego clásico indica "la condición de fugacidad" de los
humanos. Por el contrario, los dioses no
son "sarx", sino que son "epistéme" (inteligencia) y
"lógos" (palabra) (H. Seebas).
Para los rabinos del tiempo de Jesús, la
"carne" (básár) designa al hombre en su condición de ser efímero.
2. Por otra parte, en el evangelio de Juan, "Dios
mismo se hizo carne" (Jn 1, 14). Porque el mundo se cerró a la
"palabra" (Jn 1, 10-11), por eso no basta la mera comunicación de
palabras, ideas y conceptos.
De ahí que solo la palabra hecha carne, o sea Dios
hecho humanidad, fragilidad efímera, tiene la capacidad y la fuerza para ser
captada y aceptada por los seres humanos, nacidos y
encarnados
en la fugacidad.
3. Todo esto viene a decir lo que para nosotros
resulta sobrecogedor: el creyente, que come en la eucaristía la carne del
Revelador de Dios, acepta y confiesa que la salvación está en la
"Palabra" que se manifiesta en la "carne".
Es decir, la salvación que nos trae Jesús está en el Dios
que se revela en la fragilidad y en la debilidad de lo más entrañablemente
humano. Por tanto, cuando comulgamos, estamos afirmando, no ya que "fuera
de la Iglesia no hay salvación", sino que (remedando el adagio latino)
"extra fraglitatem et humanitatem nulla salus" = "fuera de la
fragilidad y de la humanidad, no hay salvación".
Comulgando, no solo decimos que encontramos a Jesús, sino además que lo encontramos de
esa manera.
4. En todo caso, no olvidemos nunca que, cuando Jesús
habla de comer "su carne" y de beber "su sangre", no
podemos entender esas palabras refiriéndolas a la carne "histórica" y
a la sangre "histórica" del Jesús que anduvo por
el
mundo. Por la sencilla razón de que aquella carne y aquella sangre ya no
existen.
Cuando Jesús "resucitó", eso no quiere decir
que "revivió", o sea "no volvió a este mundo. El cuerpo del
Resucitado no es ya el cuerpo del Jesús que andaba por Galilea y murió en Jerusalén.
Es aquel cuerpo "transformado" y
"trascendente", que nosotros no podemos saber cómo es.
SAN NICETO
Varios hombres muy destacados de la época de Nicecio de Tréveris,
como san Gregorio de Tours y san Venancio Fortunato, dan testimonio de los
méritos de este santo, que fue el último obispo galo-romano de Tréveris, en los
primeros tiempos del triunfo de los francos en la Galia. Nicecio nació en
Auvernia. Como el cabello del niño formaba una especie de tonsura, las gentes
lo interpretaron como un signo de que abrazaría el estado eclesiástico. En
efecto, Nicecio se hizo monje y llegó a ser abad de su monasterio, que probablemente
estaba en Limoges. En ese cargo atrajo sobre sí las miradas de Teodorico I.
Cuando murió san Aprúnculo, obispo de Tréveris, el clero y el pueblo
enviaron una embajada al rey para pedirle que nombrase obispo a san Galo de
Clermont. Teodorico se negó a ello y nombró a Nicecio. Los oficiales del
monarca acompañaron al obispo electo a Tréveris y éste mostró desde aquel
momento qué clase de prelado iba a ser. En efecto, cuando la comitiva acampó
para pasar la noche, los soldados de la escolta soltaron a sus caballos en los
campos de los vecinos. Nicecio les ordenó que los trajesen de nuevo al
campamento, pero los oficiales se rieron de él. Entonces Nicecio amenazó con
excomulgar a los opresores de los pobres y partió él mismo en busca de los
caballos. El santo había predicado con frecuencia a sus monjes sobre el texto
que dice que «el hombre puede caer de tres modos: por el pensamiento, por la
palabra y por la obra», y reprendió sin temor a Teodorico y a su hijo
Teodoberto por los excesos que cometían. Tal vez esos dos monarcas aprovecharon
los consejos de san Nicecio. En todo caso Clotario I se mostró menos
condescendiente, ya que, cuando el santo le excomulgó por sus crímenes, él le
desterró. El destierro fue de corta duración, pues Clotario murió al poco
tiempo, y su hijo Sigeberto, que le sucedió en el gobierno de esa porción de
sus dominios, restituyó a Nicecio su diócesis.
El santo obispo asistió a varios importantes sínodos en Clermont y
otras ciudades, y restableció infatigablemente la disciplina en una diócesis en
la que los desórdenes civiles habían causado grandes estragos. El santo llevó a
su diócesis obreros italianos para reconstruir su catedral y fortificar la
ciudad por el lado del Mosela. También fundó una escuela para el clero, pero su
ejemplo era la mejor escuela, tanto para los clérigos como para los laicos.
Aunque san Nicecio gozaba del favor del rey Sigeberto, su celo no dejó de
acarrearle persecuciones, pues no había miedo ni respeto humano que le
impidiese defender la causa de Dios. En particular se creó enemigos tratando de
desarraigar la costumbre de los matrimonios incestuosos, porque excomulgaba a
los culpables. Se conservan algunas cartas del santo; una de ellas, escrita
alrededor del año 561, está dirigida a Clodesinda, hija de Clotario I, casada
con el arriano Alboino, rey de Lombardía. San Nicecio le aconseja que trate de
convertir a su marido a la fe ortodoxa, haciéndole notar los milagros obrados
en la iglesia católica por las reliquias de algunos santos a quienes los
arrianos veneraban también. Y prosigue: «Haced que el rey envíe mensajeros a la
iglesia de San Martín. Si se atreven a entrar en ella, se darían cuenta de que
los ciegos recobran la vista, los sordos el oído y los mudos la palabra, los
leprosos y enfermos salen curados, como nosotros mismos lo hemos visto. ¿Y qué
diré de las reliquias de los santos obispos Germán, Hilario y Lupo, cuyos
milagros son innumerables? Aun los endemoniados confiesan el poder de esas
reliquias. ¿sucede acaso lo mismo en las iglesias de los arrianos? Ciertamente
no. Un demonio nunca exorciza a otro». Una segunda carta está dirigida al
emperador Justiniano, a quien su esposa había arrastrado a una especie de
semimonofisismo. Nicecio le dice que, en Italia, Africa, España y Galia se ha
lamentado su caída, y que se condenará si no abjura de sus errores. San Nicecio
murió hacia el año 566, tal vez el 1° de Octubre.
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