martes, 9 de mayo de 2017

Párate un momento: El Evangelio del dia 10 DE MAYO - MIÉRCOLES – 4ª - SEMANA DE PASCUA SAN JUAN DE AVILA, (presbítero y doctor de la iglesia)





10 DE MAYO - MIÉRCOLES –
4ª - SEMANA DE PASCUA
(presbítero y doctor de la iglesia)

Evangelio según san Juan 12,44-50

    En aquel tiempo, exclamó Jesús:
"El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, y así el que cree en mí no quedará en tinieblas.
Al que oiga mis palabras y no las cumpla, yo no le juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no acepta mis palabras, tiene quien lo juzgue: la Palabra que yo he pronunciado, esa lo juzgará en el último día.
Porque yo no he hablado por mi cuenta; el Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir y cómo he de hablar. Y sé que su mandato es vida eterna. Por tanto, lo que yo hablo, lo hablo como me ha encargado el Padre".

1.  Lo más claro y lo más fuerte, que aparece en este texto, es la afirmación de Jesús:
"El que me ve a mí, ve al que me ha enviado".
Es exactamente lo mismo que Jesús le dijo al apóstol Felipe cuando se despedía de sus discípulos:
"Quien me ve a mí está viendo al Padre" (Jn 14, 9).
¿Qué veía Felipe? ¿Qué veía la gente cuando veía a Jesús?
Todos veían a un hombre, que comía, dormía, se cansaba... Uno de tantos (cf. Fil 2, 7).
Esto plantea una pregunta fundamental
para el cristianismo y para cualquier creyente. ¿Qué pregunta?

2. - ¿Es que aquel vecino, modesto artesano de Nazaret, había sido elevado a la condición divina?
O por el contrario,     -¿se trataba de que Dios había descendido hasta identificarse con un ser de condición humana?
La respuesta es ni lo uno ni lo otro. La respuesta está que Dios se dio a conocer en aquel hombre que fue Jesús de Nazaret.
Por eso el N. T. dice que Jesús es la
-"imagen" de Dios (Col 1, 15), -la "reproducción" del ser de Dios (Heb 1, 3), - la "Palabra" de Dios (Jn 1, 1-18), -la "encarnación" de Dios (Jn 1, 14), - el "conocimiento" de Dios (Mt 11, 25; Lc 10, 21), - la "locura" y la "debilidad" de Dios (1 Cori, 25), - el "vaciamiento" de Dios (Fil 2, 6).
De forma que es cierto decir que, en Jesús, Dios se ha identificado con lo humano y se ha fundido con cualquier humano, sea quien sea (Mt 25, 31.46).

3.  Por eso Jesús afirma que él ha venido al mundo "como luz". Los seres humanos encontramos luz para nuestras vidas, no en el "milagro", el "misterio, la "autoridad" (F. Dostoyevsky), sino en la "humanidad" de las personas, en su bondad y su generosidad, su honradez y su transparencia.
Así fue Jesús. Y ese ha de ser nuestro camino, para ser luz en este mundo. Y toda la tarea de la fe consiste en vivir de tal manera que quien ve cómo vivimos, por eso mismo vea
en nosotros a Dios.
Esto es entender y vivir el Evangelio. Cosa que no consiste en ser santo, sino en ser, de verdad y siempre, un ser humano honrado y honesto.

SAN JUAN DE ÁVILA,
(1499-1569)
(Presbítero y doctor de la Iglesia
Patrono del Clero Secular de España)

JUAN DE ÁVILA nació el día de la Epifanía, 6 de enero, en Almodóvar del Campo (Ciudad Real, entonces diócesis de Toledo), hijo único de unos padres muy cristianos y en muy buena posición económica y social. A los 14 años lo llevaron a estudiar Leyes a la Universidad de Salamanca, pero abandonó estos estudios al concluir el cuarto curso, decidió regresar al domicilio familiar para dedicarse a reflexionar y orar.
Con el propósito de hacerse sacerdote y marchar después como misionero a las Indias, en 1520 realizó estudios de Artes y Teología en la prestigiosa Universidad de Alcalá. Recibida la ordenación de presbítero en 1529, celebró la primera Misa solemne en la parroquia de su pueblo. Como ya habían muerto sus padres, para festejar el acontecimiento invitó a su mesa a doce pobres y decidió vendar su cuantiosa fortuna procedente de las minas de plata que poseía la familia y darlo todo a los más necesitados. A continuación, marchó a Sevilla para esperar el momento de embarcar hacia Nueva España (México).
Mientras tanto se dedicó a la predicación en la ciudad y en las localidades cercanas. Allí se encontró con el sacerdote amigo Fernando de Contreras, mayor que él y prestigioso catequista, a quien había conocido cuando éste se doctoraba en Alcalá.
Entusiasmadamente por el modo de predicar del joven sacerdote Ávila, consiguió que el Arzobispo hispalense le hiciera desistir de su idea de ir a América para quedarse en Andalucía, donde urgía consolidar la fe de los creyentes después de siglos de dominación musulmana. Juan de Ávila permaneció en Sevilla, compartiendo casa, pobreza y vida de oración con Fernando de Contreras y, a la vez que se dedicaba asiduamente a la predicación y a la dirección espiritual de personas, continuó estudios de Teología en el Colegio Santo Tomás de Sevilla.
Pero sus éxitos apostólicos se vieron pronto nublados por una denuncia a la Inquisición, acusado de haber sostenido algunas doctrinas sospechosas. Mientras tuvo lugar el proceso, entre 1531 y 1533 quedó recluido en la cárcel. Allí se dedicó asiduamente a la oración, y durante esta dura situación recibió la gracia de penetrar con singular profundidad en el misterio del amor de Dios y el gran “beneficio” hecho a la humanidad por Jesucristo nuestro Redentor. En adelante será éste el eje de su vida espiritual y uno de los temas centrales de su actividad evangelizadora. En la cárcel escribió la primera versión de su obra más conocida, el tratado de vida espiritual Audi, filta, dedicado a doña Sancha Carrillo, una distinguida joven a quien seguía orientando espiritualmente después de su clamorosa conversión.
Emitida la sentencia absolutoria en 1533, continuó predicando con notable éxito ante el pueblo de y las autoridades, pero prefirió trasladarse a Córdoba, diócesis en la que quedó incardinado, y donde conoció a su discípulo, amigo y primer biógrafo, el dominico Fray Luis de Granada. Poco después, en 1536, fijó su residencia en Granada, donde también continuó estudios y comienza a figurar con el título de Maestro.
Viviendo muy pobremente y dedicándose a la oración y a la predicación, fue centrando su interés en mejorar la formación de quienes se preparaban para el sacerdocio, para lo que fundó Colegios mayores y menores, que después de Trento, habrían de convertirse en seminarios conciliares. Para el Maestro de Ávila, la reforma de Iglesia, que cada vez consideraba más necesaria, pasaba por la mayor santidad de clérigos, religiosos y fieles.
Sonadas conversiones como las del Marqués de Llombat, que llegó a ser san Francisco de Borja, o la de Juan Cidad -san Juan de Dios- y, sobre todo, su dedicación a la gente sencilla junto con la fundación de los niños y jóvenes, jalonan la vida del Maestro de Ávila. Fundó incluso una Universidad, la de Baeza (Jaén), que durante siglos fue un destacado referente para la cualificada formación de los sacerdotes.
Después de recorres Andalucía y parte de Extremadura orando y predicando, ya enfermo, en 1554 se retiró definitivamente a Montilla (Córdoba), donde ejerció su apostolado a través de abundante correspondencia y perfiló algunas de sus obras. Además de un catecismo o Doctrina cristiana en verso para que lo cantaran los niños y evangelizaran así a los mayores, el Maestro de Ávila es autor del conocido Tratado del amor de Dios, del Tratado sobre el sacerdocio y de otros escritos menores.
Aquejado de fortísimos dolores, con un Crucifijo entre las manos y acompañado de sus discípulos y amigos, el Maestro de Ávila entregó su alma al Señor en su humilde casa de Montilla en la mañana del 10 de mayo de 1569. Santa Teresa de Jesús, al enterarse de la noticia, no dudó en exclamar: lloro porque pierde la Iglesia de Dios una gran columna.
En 1623 se instruyó en la archidiócesis de Toledo su Causa de canonización. El papa Benedicto XIV aprobó y elogió su doctrina y escritos en 1742. El 4 de abril de 1894 León XIII lo beatificó. En 1946 fue nombrado patrono del clero secular de España por Pío XII y Pablo VI lo canonizó el 31 de mayo de 1970. Fue proclamado Doctor de la Iglesia el 7 de octubre de 2012, junto a Santa Hildegarda de Bilden, por el papa Benedicto XVI.





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