15 de MAYO – MIÉRCOLES –
4ª – SEMANA DE PASCUA – C –
Lectura
del libro de los Hechos de los apóstoles (15,1-6):
EN aquellos días, unos
que bajaron de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se
circuncidaban conforme al uso de Moisés, no podían salvarse. Esto provocó un
altercado y una violenta discusión con Pablo y Bernabé; y se decidió que Pablo,
Bernabé y algunos más de entre ellos subieran a Jerusalén a consultar a los
apóstoles y presbíteros sobre esta controversia. Ellos, pues, enviados por la
Iglesia provistos de lo necesario, atravesaron Fenicia y Samaría, contando cómo
se convertían los gentiles, con lo que causaron gran alegría a todos los
hermanos. Al llegar a Jerusalén, fueron acogidos por la Iglesia, los apóstoles
y los presbíteros; ellos contaron lo que Dios había hecho con ellos.
Pero
algunos de la secta de los fariseos, que habían abrazado la fe, se levantaron,
diciendo:
«Es
necesario circuncidarlos y ordenarles que guarden la ley de Moisés».
Los
apóstoles y los presbíteros se reunieron a examinar el asunto.
Palabra
de Dios
Salmo:
121,1-2.4-5
R/.
Vamos alegres a la casa del Señor
¡Qué alegría cuando me
dijeron:
«Vamos a la casa del
Señor»!
Ya están pisando nuestros
pies
tus umbrales, Jerusalén.
R/.
Jerusalén está fundada
como ciudad bien
compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor. R/.
Según la costumbre de
Israel,
a celebrar el nombre del
Señor;
en ella están los
tribunales de justicia,
en el palacio de David. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Juan (15,1-8):
EN aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos:
«Yo
soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da
fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más
fruto.
Vosotros
ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en
vosotros.
Como
el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco
vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo
soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da
fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí
lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al
fuego, y arden.
Si
permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis,
y se realizará.
Con
esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis
discípulos míos».
Palabra
del Señor
1.
Vivimos tiempos difíciles. Los cambios, tan profundos y rápidos, que
estamos viviendo, nos desconciertan. Y una de las consecuencias de estos
cambios ha sido la crisis de religión, entre
tantas otras crisis. Es frecuente oír a personas de buena voluntad que no
quieren saber nada de asuntos de religión, menos aún de temas de Iglesia, y no
faltan quienes aseguran que no les interesa en absoluto lo de Dios. Para abreviar,
son los que afirman tranquilamente: "Jesús, sí. Dios, no".
- ¿Qué podemos responder a quienes
piensan y hablan así?
2.
Hay en todo esto algo que enseguida salta a la vista. Lo de Dios, es
visto por muchos como "misterio". Mientras que lo de Jesús se ve
como "ejemplo". Y, por
cierto, ejemplo de bondad y solidaridad con el dolor humano.
Es más, sabemos que lo de Dios se
sitúa en el ámbito de lo "trascendente", o sea, no se entiende, ni se
puede entender. En tanto que lo de Jesús
nos remite a algo "inmanente", algo de este mundo y para este mundo, relacionado
con la historia de los seres humanos y, por tanto, cercano a nuestros
problemas, intereses, preocupaciones y anhelos.
- ¿Cómo afrontar este problema?
- ¿Tiene solución todo esto?
3.
Según este evangelio, Jesús dijo: El que cree en mí, no cree en mí, sino
en el que me ha enviado. Y enseguida el mismo Jesús añade: El que me ve a mí,
ve al que me ha enviado. No hay que esforzarse mucho para comprender enseguida
que, con estas palabras, lo que este evangelio afirma es la identidad entre Dios
y Jesús. Creer en Jesús es creer en Dios. Ver a Jesús es ver a Dios. Se lo dijo
así el mismo Jesús al apóstol Felipe: El que me ve a mí, ve a Dios (Jn 14, 9).
Por tanto, que nadie se angustie porque le
resulta fácil aceptar a Jesús, mientras que lo de Dios no se entiende y cuesta
explicarlo o demostrarlo. No hagamos
problema de nada de esto. Dios se ha
encarnado en Jesús. Es decir, Dios se ha encarnado en lo humano. Por eso, a
Dios lo encontramos en todo lo verdaderamente humano. Dios se ha humanizado, en Jesús. Así de
simple. Y así de profundo también. Todo
el que busca su propia humanidad, por
eso mismo busca a Dios. Y lo encuentra en sí mismo, si es que es un ser verdaderamente
"humano".
San Isidro Labrador
Es el patrono de los agricultores y de Madrid.
Agricultor madrileño que destacó por su piedad y su generosidad.
Vida de San Isidro Labrador
Le pusieron ese nombre en honor
de San Isidoro, un santo muy apreciado en España. Sus padres eran unos
campesinos sumamente pobres que ni siquiera pudieron enviar a su hijo a la
escuela. Pero en casa le enseñaron a tener temor a ofender a Dios y gran amor
de caridad hacia el prójimo y un enorme aprecio por la oración y por la Santa
Misa y la Comunión.
Huérfano y solo en el mundo
cuando llegó a la edad de diez años Isidro se empleó como peón de campo,
ayudando en la agricultura a Don Juan de Vargas un dueño de una finca, cerca de
Madrid. Allí pasó muchos años de su existencia labrando las tierras, cultivando
y cosechando.
Se casó con una sencilla
campesina que también llegó a ser santa y ahora se llama Santa María de la
Cabeza (no porque ese fuera su apellido, sino porque su cabeza es sacada en
procesión en rogativas, cuando pasan muchos meses sin llover).
Isidro se levantaba muy de
madrugada y nunca empezaba su día de trabajo sin haber asistido antes a la
Santa Misa. Varios de sus compañeros muy envidiosos lo acusaron ante el patrón
por "ausentismo" y abandono del trabajo. El señor Vargas se fue a
observar el campo y notó que sí era cierto que Isidro llegaba una hora más
tarde que los otros (en aquel tiempo se trabajaba de seis de la mañana a seis
de la tarde) pero que mientras Isidro oía misa, un personaje invisible (quizá
un ángel) le aguaba sus bueyes y estos araban juiciosamente como si el propio
campesino los estuviera dirigiendo.
Los mahometanos se apoderaron de
Madrid y de sus alrededores y los buenos católicos tuvieron que salir huyendo.
Isidro fue uno de los inmigrantes y sufrió por un buen tiempo lo que es irse a
vivir donde nadie lo conoce a uno y donde es muy difícil conseguir empleo y
confianza de las gentes. Pero sabía aquello que Dios ha prometido varias veces
en la Biblia: "Yo nunca te abandonaré", y confió en Dios y fue
ayudado por Dios.
Lo que ganaba como jornalero,
Isidro lo distribuía en tres partes: una para el templo, otra para los pobres y
otra para su familia (él, su esposa y su hijito). Y hasta para las avecillas
tenía sus apartados. En pleno invierno cuando el suelo se cubría de nieve,
Isidro esparcía granos de trigo por el camino para que las avecillas tuvieran
con que alimentarse. Un día lo invitaron a un gran almuerzo. Él se llevó a
varios mendigos a que almorzaran también. El invitador le dijo disgustado que
solamente le podía dar almuerzo a él y no para los otros. Isidro repartió su
almuerzo entre los mendigos y alcanzó para todos y sobró. Los domingos los
distribuía así: un buen rato en el templo rezando, asistiendo a misa y
escuchando la Palabra de Dios. Otro buen rato visitando pobres y enfermos y por
la tarde saliendo a pasear por los campos con su esposa y su hijito. Pero un
día mientras ellos corrían por el campo, dejaron al niñito junto a un profundo
pozo de sacar agua y en un movimiento brusco del chiquitín, la canasta donde
estaba dio vuelta y cayó dentro del hoyo. Alcanzaron a ver esto los dos esposos
y corrieron junto al pozo, pero este era muy profundo y no había cómo rescatar
al hijo. Entonces se arrodillaron a rezar con toda fe y las aguas de aquel
aljibe fueron subiendo y apareció la canasta con el niño y a este no le había
sucedido ningún mal. No se cansaron nunca de dar gracias a Dios por tan
admirable prodigio.
Volvió después a Madrid y se
alquiló como obrero en una finca, pero los otros peones, llenos de envidia lo
acusaron ante el dueño de que trabajaba menos que los demás por dedicarse a
rezar y a ir al templo. El dueño le puso entonces como tarea a cada obrero
cultivar una parcela de tierra. Y la de Isidro produjo el doble que las de los
demás, porque Nuestro Señor le recompensaba su piedad y su generosidad.
En el año 1130 sintiendo que se
iba a morir hizo humilde confesión de sus pecados y recomendando a sus
familiares y amigos que tuvieran mucho amor a Dios y mucha caridad con el
prójimo, murió santamente. A los 43 años de haber sido sepultado en 1163
sacaron del sepulcro su cadáver y estaba incorrupto, como si estuviera recién
muerto. Las gentes consideraron esto como un milagro.
Poco después el rey Felipe III se
hallaba gravísimamente enfermo y los médicos dijeron que se moriría de aquella
enfermedad. Entonces sacaron los restos de San Isidro del templo a donde los
habían llevado cuando los trasladaron del cementerio. Y tan pronto como los
restos salieron del templo, al rey se le fue la fiebre y al llegar junto a él
los restos del santo se le fue por completo la enfermedad. A causa de esto el
rey intercedió ante el Sumo Pontífice para que declarara santo al humilde
labrador, y por este y otros muchos milagros, el Papa lo canonizó en el año
1622 junto con Santa Teresa, San Ignacio, San Francisco Javier y San Felipe
Neri.
Es patrono de los agricultores
españoles, declarado así por Juan XXIII por Bula del año 1960. También es
patrono de Madrid y su festividad es celebrada en gran número de pueblos españoles
y de Hispanoamérica con solemnidad. En España llevan su nombre multitud de
Cooperativas del campo, Hermandades de Agricultores y Ganaderos, iglesias y
hasta poblaciones (por ejemplo: San Isidro, en la República
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