11 de MAYO – SÁBADO –
3ª – SEMANA DE PASCUA – C –
Lectura
del libro de los Hechos de los apóstoles (9,31-42):
EN aquellos días, la
Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Se iba construyendo y
progresaba en el temor del Señor, y se multiplicaba con el consuelo del
Espíritu Santo.
Pedro, que estaba
recorriendo el país, bajó también a ver a los santos que residían en Lida.
Encontró allí a un cierto Eneas, un paralítico que desde hacía ocho años no se
levantaba de la camilla.
Pedro
le dijo:
«Eneas,
Jesucristo te da la salud; levántate y arregla tu lecho».
Se
levantó inmediatamente. Lo vieron todos los vecinos de Lida y de Sarón, y se
convirtieron al Señor.
Había
en Jafa una discípula llamada Tabita, que significa Gacela. Tabita hacía
infinidad de obras buenas y de limosnas. Por entonces cayó enferma y murió. La
lavaron y la pusieron en la sala de arriba.
Como
Lida está cerca de Jafa, al enterarse los discípulos de que Pedro estaba allí,
enviaron dos hombres a rogarle:
«No
tardes en venir a nosotros».
Pedro
se levantó y se fue con ellos. Al llegar, lo llevaron a la sala de arriba, y se
le presentaron todas las viudas, mostrándole con lágrimas los vestidos y mantos
que hacía Gacela mientras estuvo con ellas. Pedro, mandando salir a todos, se
arrodilló, se puso a rezar y, volviéndose hacia el cuerpo, dijo:
«Tabita,
levántate».
Ella
abrió los ojos y, al ver a Pedro, se incorporó. Él, dándole la mano, la levantó
y, llamando a los santos y a las viudas, la presentó viva.
Esto
se supo por todo Jafa, y muchos creyeron en el Señor.
Palabra
del Señor
Salmo:
115,12-13.14-15.16-17
R/.
¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?
¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha
hecho?
Alzaré la copa de la
salvación,
invocando el nombre del
Señor. R/.
Cumpliré al Señor mis
votos
en presencia de todo el
pueblo.
Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
R/.
Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu
esclava:
rompiste mis cadenas.
Te ofreceré un
sacrificio de alabanza,
invocando el nombre del
Señor. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Juan (6,60-69):
EN aquel tiempo, muchos
de los discípulos de Jesús dijeron:
«Este
modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?».
Sabiendo
Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo:
«¿Esto
os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El
Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he
dicho son espíritu y vida. Y, con todo, hay algunos de entre vosotros que no
creen».
Pues
Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar.
Y
dijo:
«Por
eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede».
Desde
entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces
Jesús les dijo a los Doce:
«¿También
vosotros queréis marcharos?».
Simón
Pedro le contestó:
«Señor,
¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y
sabemos que tú eres el Santo de Dios».
Palabra
del Señor
1.
Para comprender este evangelio, es imprescindible tener en cuenta que
una cosa es "el hecho" de la
presencia de Jesús en la eucaristía; y otra cosa es
"la explicación" de este hecho. Esta
"explicación" se ha intentado en la historia de la Iglesia, sobre
todo a partir del siglo XI, concretamente desde Berengario de Tours. El hecho
de la presencia no se ha puesto nunca en duda entre los cristianos. Es decir,
nunca se ha cuestionado que, en el pan de la eucaristía, está presente Jesús.
Otra cosa es explicar cómo se debe entender esa presencia.
Esta presencia se ha explicado desde
diversos puntos de vista. Y aquí es donde se han presentado las dificultades y
las discusiones teológicas.
2.
Parece lógico afirmar que muchos de los oyentes de Jesús, en la sinagoga
de Cafarnaúm, pensaron que Jesús estaba diciendo que "se lo tenían que
comer", en el sentido más material y
burdo de esa expresión. Es evidente
que Jesús no quiso decir eso. Además, es
importante saber que, en la larga
historia de los diez primeros siglos de la
Iglesia, no hubo ni una controversia
seria sobre este asunto. Y eso que, como
sabemos, en aquellos siglos existió una gran diversidad y libertad entre los
autores cristianos más reconocidos cuando explican al pueblo cómo está Jesús en
el pan eucarístico. Por ejemplo,
es seguro que, hoy en día, la Congregación de
la Doctrina de la Fe pondría muy serios reparos para admitir las explicaciones
que san Agustín daba, en sus catequesis o al comentar el evangelio de Juan,
sobre la eucaristía. Hoy, el lenguaje de san Agustín sobre la presencia de
Cristo en la eucaristía sería un escándalo.
3.
El nudo de este asunto está en que los autores anteriores al s. X,
utilizaron
el lenguaje "simbólico" de Platón. Mientras
que, a partir del s. XI, se empezó a utilizar el pensamiento metafísico de
Aristóteles. De ahí que, ya en el s. IX, cuando un monje de las Galias,
Pascasio Radberto, se puso a decir que, al comulgar, nos comemos la misma carne
que nació de María o que murió en la cruz, aquello fue motivo de
escándalo.
El obispo de Maguncia, Rabano Mauro,
que fue un escritor eminente, al enterarse de lo que enseñaba Pascasio, dijo
que jamás había oído semejante disparate. Estas discusiones arreciaron en el s.
XI, con Berengario de Tours. Hasta que el concilio de Trento, al condenar a
Lutero, definió que la presencia de Cristo en, la eucaristía, es verdadera,
real y sustancial.
En definitiva, Jesús está en la eucaristía.
Y, al comulgar, nos unimos
a él. A su vida y su proyecto. Esto es lo
fundamental.
San Mayolo de Cluny
En Souvigny, de Borgoña, san
Mayolo o Mayeul , abad de Cluny, quien, firme en la fe, seguro en la esperanza
y repleto de una doble caridad, renovó numerosos monasterios de Francia e
Italia.
Vida
de San Mayolo de Cluny
Hijo de Foquer, señor rico y
poderoso en Provenza. Mayolo o también Mayeul nació en el año 906, en la
pequeña villa de Valenzola. Sus padres murieron pronto, cuando Mayolo era aún
muy joven. Pronto le ronda por la cabeza el pensamiento de abandonar sus muchas
posesiones y retirarse a la soledad; pero antes de tomar esta determinación le
obligan a salir de sus tierras los sarracenos que van haciendo incursiones
desde España. Esta es la razón de refugiarse en Mâcon donde le conociera el
obispo Bernon que le da la prebenda de un canonicato al ver sus buenas cualidades
y disposiciones. Termina sus estudios en la entonces célebre escuela de Lyon de
donde regresa para instruir en filosofía y teología al clero local, recibir el
diaconado y ser nombrado arcediano, o sea, el primero del orden de los
diáconos. Como el ministerio del diaconado lleva consigo preparar la mesa a los
pobres, repartiéndoles las limosnas de la iglesia, su nuevo cargo le
proporciona la ocasión de ejercitar la caridad limosnera de un modo poco común;
de hecho, vende sus muebles, casas y tierras para repartirlos entre los más
menesterosos, incrementando así las limosnas del obispo.
Quieren nombrarlo obispo de
Besanzon a la muerte de Guifredo; pero se resiste y, temeroso de que se
presenten otras ocasiones que no pueda declinar, se retira al claustro. Cluny
la abadía recientemente fundada -en el 910, bajo la advocación de san Pedro
apóstol y sometido a la autoridad del papa, por Guillermo, duque de Aquitania-,
será su casa desde entonces, cuando su tercer abad es Aymardo. Se observa
estrictamente la Orden de San Benito de Arriano. Allí le encargan de la
biblioteca y le nombran apocrisario, una especie de legado para resolver
asuntos fuera del convento y, de modo especial, los que se refieren a las
relaciones con los nobles o los príncipes.
Pasa a ser abad de Cluny al
quedarse Aymardo imposibilitado para el gobierno por la ceguera. Con el abad
Mayolo es cuando la abadía más resplandece por su rectitud, disciplina y
espíritu de reforma, volviéndose hacia ella los ojos de los príncipes,
emperadores y papas.
La reforma propugnada por Cluny
pasa a los monasterios de Alemania a petición del emperador Otón I y de la
emperatriz Adelaida.
Las abadías de Marmontier de
Turena, San German de Auxerre, Moutier-San-Juan, San Benito de Dijon y San
Mauro de las Fosas, en las proximidades de París, conocen la reforma
cluniacense en Francia. El mismo papa Benedicto VII encomienda al abad Mayolo
la reforma del monasterio de Lerins.
Fue toda una labor apasionante y
pletórica realizada sólo en diez años. Claro está que nada de esto hubiera
podido realizarse con un espíritu pusilánime o sin oración, sin penitencia y
sin su piedad recia que incluía el tierno amor a Santa María como queda
expresado en sus peregrinaciones a los santuarios de Nuestra Señora de Valay y
de Loreto.
No todos los trabajos fueron ad
intra propiciando la reforma de los buenos. Tuvo también escarceos apostólicos
y proselitistas con los infieles sarracenos durante el tiempo en que le
tuvieron preso, en Pont-Ouvrier, y de quienes fue rescatado por una fuerte suma
de dinero que pudo reunirse entre los frailes y con las ayudas de amigos y
ricos nobles conocidos.
El emperador Otón II quiso que
fuera elegido papa, pero topó con su firme negativa.
Cansado de trabajos y pensando
que su misión estaba concluida, propone se elija a su fiel discípulo Odilón
para sucederle y renuncia a ser abad. Pero, aunque anciano ya, le queda todavía
una última aventura reformadora; fue Hugo, el fundador de la dinastía de los
Capetos, quien le pide como rey de Francia que regrese a París para introducir
la reforma en la abadía de san Dionisio; no supo negarse, se puso en camino y
muere en el intento generoso de mejorar ese monasterio para bien de la Iglesia;
en Souvigni, el 11 de Mayo del año 994, casi nonagenario, muere el reformador
Mayolo, uno de los hombres más eminentes de la cristiandad del siglo X,
organizador insigne que preparó el estallido de vitalidad del siglo XI. Su figura
se presenta magnífica en la escena del siglo de hierro en un mundo que estaba
en construcción. Además de extender la Orden de Cluny en influencia y prestigio
para reformar el mundo cristiano, su obra se extiende a otros aspectos de la
vida social: construye y restaura, favorece las letras e introduce las ideas
cristianas en los gobiernos de Alemania, de Francia y de Italia y, además, es
incapaz de contemplar a un necesitado sin derramar lágrimas.
La abadía de Cluny, el templo
mayor del mundo hasta que en el siglo XVI se construyó en Roma la basílica de
san Pedro, que llegó a ser uno de los más importantes centros religiosos, que
preparó decisivamente el camino a la reforma gregoriana y que se convirtió en
potente foco de radiación del románico europeo, está convertida hoy en un
montón de ruinas sólo recuperadas para la posteridad en el papel y el diseño.
Se cerró y arrasó en el 1790 por la Revolución francesa. Se entiende que no
todas las revoluciones son respetuosas con la cultura, ni con el arte, ni con
la historia o que quizá existan más interpretaciones de historia, de arte y de
cultura.
https://www.santopedia.com/
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