29 de MAYO – MIÉRCOLES – 6ª – SEMANA DE PASCUA – C –
Lectura
del libro de los Hechos de los apóstoles (17,15.22–18,1):
EN aquellos días, los que
conducían a Pablo lo llevaron hasta Atenas, y se volvieron con el encargo de
que Silas y Timoteo se reuniesen con él cuánto antes.
Pablo,
de pie en medio del Areópago, dijo:
«Atenienses,
veo que sois en todo extremadamente religiosos. Porque, paseando y contemplando
vuestros monumentos sagrados, encontré incluso un altar con esta inscripción:
“Al
Dios desconocido”.
Pues
eso que veneráis sin conocerlo os lo anuncio yo. “El Dios que hizo el mundo y
todo lo que contiene”, siendo como es Señor de cielo y tierra, no habita en
templos construidos por manos humanas, ni lo sirven manos humanas, como si
necesitara de alguien, él que a todos da la vida y el aliento, y todo.
De
uno solo creó el género humano para que habitara la tierra entera, determinando
fijamente los tiempos y las fronteras de los lugares que habían de habitar, con
el fin de que lo buscasen a él, a ver si, al menos a tientas, lo encontraban;
aunque no está lejos de ninguno de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y
existimos; así lo han dicho incluso algunos de vuestros poetas: “Somos estirpe
suya”.
Por
tanto, si somos estirpe de Dios, no debemos pensar que la divinidad se parezca
a imágenes de oro o de plata o de piedra, esculpidas por la destreza y la
fantasía de un hombre. Así pues, pasando por alto aquellos tiempos de
ignorancia, Dios anuncia ahora en todas partes a todos los humanos que se
conviertan. Porque tiene señalado un día en que juzgará el universo con
justicia, por medio del hombre a quien él ha designado; y ha dado a todos la
garantía de esto, resucitándolo de entre los muertos».
Al
oír «resurrección de entre los muertos», unos lo tomaban a broma, otros
dijeron:
«De
esto te oiremos hablar en otra ocasión».
Así
salió Pablo de en medio de ellos. Algunos se le juntaron y creyeron, entre
ellos Dionisio el areopagita, una mujer llamada Dámaris y algunos más con
ellos.
Después de esto, dejó
Atenas y se fue a Corinto.
Palabra
de Dios
Salmo:
148,1-2.11-12.13.14
R/.
Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria
Alabad al Señor en el
cielo,
alabad al Señor en lo
alto.
Alabadlo todos sus
ángeles;
alabadlo todos sus
ejércitos. R/.
Reyes del orbe y todos
los pueblos,
príncipes y jueces del
mundo,
los jóvenes y también
las doncellas,
los ancianos junto con
los niños. R/.
Alaben el nombre del
Señor,
el único nombre sublime.
Su majestad sobre el
cielo y la tierra. R/.
Él acrece el vigor de su
pueblo.
Alabanza de todos sus
fieles,
de Israel, su pueblo
escogido. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Juan (16,12-15):
EN aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos:
«Muchas
cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando
venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues no
hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y os comunicará lo
que está por venir.
Él me glorificará,
porque recibirá de lo mío y os lo anunciará.
Todo
lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que recibirá y tomará de lo
mío y os lo anunciará».
Palabra
del Señor
1.
Según estas palabras de Jesús, la presencia y la actividad del Espíritu
se
prolonga y se extiende sin límites. El
Espíritu de la Verdad nos conduce a todos
hasta la verdad plena. Por tanto, no se puede
demostrar, en modo alguno, lo
que antiguamente enseñaban los teólogos que
explicaban el tratado sobre la revelación.
Según aquellos teólogos, la revelación
divina quedó clausurada con la muerte
del último apóstol. Semejante afirmación no es demostrable ante lo que
dice aquí Jesús sobre la incesante actividad reveladora del Espíritu.
2.
Como bien ha escrito Andrés Torres Queiruga, entendiendo la revelación
en su más hondo realismo, es decir, reconociendo que la presencia viva de
Dios es también acogida, aunque sea sin nombre, allí donde la cultura prolonga los
auténticos dinamismos de la creación, sobre todo en el amor y el servicio a la
justicia -"porque tuve hambre y me disteis de comer"- también con
ella se puede y se debe establecer un diálogo fraterno de ofrecimiento y
recepción: de anuncio del valor humano del Evangelio y de acogida de los
valores evangélicos de la "profecía externa".
Es decir, de la profecía que no viene,
ni de la Biblia, ni de la Iglesia, ni de la fe, sino de todo ser humano que
habla con buena voluntad, con rectitud y como expresión de lo mejor que
llevamos dentro de nosotros mismos.
3.
El problema está en comprender que Dios es inabarcable. Y de Dios
siempre tenemos que aprender. Y estar a la escucha de lo que nos quiere decir
en los acontecimientos de la vida y de la historia.
Esta actitud de acogida es, en el
fondo, la actitud del que siempre está a la escucha de lo que le revela el
Espíritu de Dios. Solo así, al hacer este mundo "más humano", por eso
mismo lo hacemos "más divino". Es una pena, un dolor que no se calma,
ver que la teología cristiana no acaba de enterarse de esto. Y de sacarle todas
sus consecuencias.
San Maximino de Tréveris
En
Tréveris, en la Galia Bélgica, san Maximino, obispo, que, como valiente
defensor de la integridad de la fe frente a los arrianos, acogió fraternalmente
a [san Atanasio de Alejandría] y a otros obispos desterrados y, siendo
expulsado de su sede por sus enemigos, murió en Poitiers, su tierra natal (c.
346).
Vida de San Maximino de
Tréveris
Maximino nació al comienzo del
siglo IV el Poitiers (Aquitania), al sudoeste de la antigua Galia. Provenía de
un hogar muy piadoso.
La santidad de Agricio, obispo de
Tréveris, llevó a Maximino a dejar el suelo natal e ir en busca de aquel
prelado, para recibir lecciones de religión, ciencias y humanidades. El santo
reconoció en el recién llegado una lúcida inteligencia y un firme amor a la
doctrina católica, razón por la cual le confirió las sagradas órdenes. En el
ejercicio de estas funciones hizo en breve tiempo notables progresos.
Al morir Agricio, conocidos por
el pueblo los atributos de Maximino, por voluntad unánime éste fue su sucesor,
ocupando la cátedra de Tréveris en el año 332.
Perturbaba en aquel tiempo en la
Iglesia el arrianismo, doctrina que negaba la unidad y consustancialidad en las
tres personas de la santísima Trinidad; según ellos el Verbo habría sido creado
de la nada y era muy inferior al Padre. El Verbo encarnado era Hijo de Dios,
pero por adopción.
Contra esta interpretación, que
disminuía el misterio de la encarnación y el de la redención del hombre, se
levantó Atanasio, obispo de Alejandría, que se había de constituir en el
campeón de la ortodoxia.
Reinaba entonces el emperador
Constantino el Grande, a quien los herejes engañaron acumulando calumnias sobre
Atanasio, y así lograron que lo desterraste a Tréveris en el año 336. Allí Maximino
lo recibió con evidencias de la veneración que le profesaba y trató por todos
los medios de suavizar la situación del desterrado. Lo mismo hizo con Pablo,
obispo de Constantinopla, también forzado a ir a Tréveris después de un remedo
de sínodo arriano. Al morir Constantino, el hijo mayor, Constantino el Joven,
su sucesor en Occidente, devolvió a Atanasio la sede de Alejandría.
En el año 345, Maximino concurrió
al concilio de Milán, donde los arrianos, cuyo jefe era Eusebio de Nicomedia,
fueron otra vez condenados. Considerado indispensable para cimentar la paz de
la Iglesia celebrar un nuevo concilio ecuménico. Maximino lo propuso al
emperador Constante; éste, hallándolo conveniente, escribió a su hermano
Constantino, concertándose para tal reunión la ciudad de Sárdica (hoy Sofía,
capital de Bulgaria).
Los arrianos quisieron atraer al
emperador a su secta y justificar la conducta seguida contra Atanasio. Pero
Maximino alertó al emperador, defendiendo así al obispo sin culpa; y Atanasio
fue nuevamente restablecido.
Vuelto a su Iglesia, Maximino
hizo frente a las necesidades, socorriendo a los pobres. Su familia residía en
Poitiers y allá fue a visitarlos, pero murió al poco tiempo en esa ciudad, en
el año 349. La fecha de hoy recuerda la traslación de sus reliquias a Tréveris.
Fuente: mercaba.org
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