8 de MAYO – MIÉRCOLES –
3ª – SEMANA DE PASCUA – C –
Lectura
del libro de los Hechos de los apóstoles (8,1-8):
AQUEL día, se desató una
violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén; todos, menos los
apóstoles, se dispersaron por Judea y Samaría.
Unos hombres piadosos
enterraron a Esteban e hicieron gran duelo por él.
Saulo,
por su parte, se ensañaba con la Iglesia, penetrando en las casas y arrastrando
a la cárcel a hombres y mujeres.
Los
que habían sido dispersados iban de un lugar a otro anunciando la Buena Nueva
de la Palabra. Felipe bajó a la ciudad de Samaría y les predicaba a Cristo. El
gentío unánimemente escuchaba con atención lo que decía Felipe, porque habían
oído hablar de los signos que hacía, y los estaban viendo: de muchos poseídos
salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados
se curaban. La ciudad se llenó de alegría.
Palabra
de Dios
Salmo:
65,1-3a.4-5.6-7a
R/.
Aclamad al Señor, tierra entera
Aclamad al Señor, tierra
entera;
tocad en honor de su
nombre,
cantad himnos a su
gloria.
Decid a Dios: «¡Qué
temibles son tus obras!». R/.
«Que se postre ante ti la
tierra entera,
que toquen en tu honor,
que toquen para tu
nombre».
Venid a ver las obras de
Dios,
sus temibles proezas en
favor de los hombres. R/.
Transformó el mar en
tierra firme,
a pie atravesaron el
río.
Alegrémonos en él,
que con su poder
gobierna enteramente. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Juan (6,35-40):
EN aquel tiempo, dijo Jesús
al gentío:
«Yo
soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no
tendrá sed jamás; pero, como os he dicho, me habéis visto y no creéis.
Todo
lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera,
porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que
me ha enviado.
Esta
es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino
que lo resucite en el último día.
Esta
es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida
eterna, y yo lo resucitaré en el último día».
Palabra
del Señor
1.
La revolución religiosa que realizó Jesús es mucho más profunda de lo
que normalmente solemos imaginar. Cuando
Jesús dijo a los dirigentes judíos: "Destruid este templo y en tres
días lo levantaré" Jn 2, 19), se refería a su propia persona (Jn 2, 21).
Ahora afirma que "el pan de la vida", la fuente de la vida,
es también él mismo (Jn 6, 35). Es decir,
Jesús sustituye al templo y es la fuente
y la fuerza de la vida.
2.
Jesús, por tanto, entiende la religión de forma que es una religión sin
templo, o sea no está vinculada a "lo
sagrado". Y una religión sin ley, es decir,
no está vinculada a normas religiosas, ritos y
ceremonias. Se trata, por tanto, de que
se tiene que entender y vivir desde la "laicidad" y desde la
"libertad".
Porque la vida del que sigue a Jesús
se alimenta y tiene fuerza porque se fía de Jesús y tiene en Jesús su
seguridad.
3.
Jesús planteó así su proyecto
inmediatamente antes de hacer la
promesa de la eucaristía (Jn 6, 41-59), el gesto simbólico central del
cristianismo. Con lo que Jesús vino a
afirmar que la eucaristía no se entiende cuando se vive
enclaustrada en los templos, reglamentada con
normas litúrgicas. Los cristianos hemos deformado tanto la eucaristía, que ya
se nos hace casi imposible entenderla. Y más imposible, si cabe, vivirla. Por
eso la eucaristía nos da devoción y fervor religioso, pero normalmente no modifica nuestras vidas.
Una persona puede pasarse
cuarenta años comulgando a diario. Y,
después de
tanto tiempo recibiendo la eucaristía, sigue
teniendo los mismos defectos que al principio. ¿Tiene esto explicación?
San Pedro de Tarantasia
En
el monasterio de Bellevaux, en la región de Besançon, en Francia, tránsito de
san Pedro, obispo, que, siendo abad cisterciense, fue promovido a la sede de
Tarantasia, rigiéndola con fervorosa diligencia y esforzado fomento de la
concordia entre los pueblos (1174).
Breve Biografía
Nació en Saboya, en el Bourg de
Saint Maurice, cerca de Vienne. Fue hijo de labradores y también debería ser
labrador en el futuro, ya que el primogénito Lamberto se dedicaría a los
estudios, pero su inteligencia desde pequeño hizo que también ocupara los duros
bancos del cultivo intelectual y se enfrentara con los pergaminos para leer
latín y griego, adquirir las nociones de filosofía y familiarizarse con los
escritos de los Padres antiguos, la Sagrada Escritura y los cánones de la
Iglesia.
A los veinte años comunica a su
padre los deseos de entrar en la vida contemplativa y dedicarse a las cosas de
Dios en el silencio del recién fundado monasterio cisterciense de Boneval.
La primera generosidad del padre
se ve premiada con la vocación de todos los miembros de la familia a la vida
contemplativa; los varones se van incorporando sucesivamente al mismo
monasterio, incluido el padre, y las hembras van pasando a ocupar el recoleto
recinto del convento de religiosas, sin que falte la madre.
Proliferan las vocaciones; no hay
sitio en el convento; nacen nuevos monasterios. El abad de Boneval establece
una nueva casa en la ladera de los Alpes, donde confluyen los pasos y caminos,
que recibe el nombre simbólico de Estamedio y allí va nombrado como abad Pedro.
Pronto corren las voces que hablan de las virtudes del joven abad por el ducado
de Saboya y por el contiguo Delfinado.
Al morir el obispo de Tarantasia
(Tarentaise o Tarantaise) en la provincia saboyana en cuyo territorio está
afincado el monasterio-hospital de Estamedio, el clamor popular clama porque
ocupe la sede el abad; parece que el papa aprueba y nombra a Pedro que sigue
resistiéndose a mudar la paz del claustro por los asuntos episcopales. Hace
falta que el clero y el pueblo acudan al Capítulo General de la Orden del
Císter para pedir a Bernardo que le mande aceptara
Así se ha convertido Pedro en
obispo de la diócesis más abandonada del mundo que parece encerrar todos los
males de la época: la dureza del régimen feudal, fermentos de herejía, hurtos,
simonía, flaquezas, codicias y supersticiones. No queda otro remedio que
ponerse a rezar, hacer penitencia y tener comprensión que es caridad; son
necesarias energía y austeridad para servir de ejemplo a los orgullosos señores
y hacerse respetar por los clérigos levantiscos, perezosos y aseglarados que
han conseguido fabricar unos fieles indolentes. Piensa que el régimen
conventual es la llave del secreto que va a propiciar un cambio a mejor; se
levanta para maitines y ya no se vuelve a acostar; su dieta son legumbres
cocidas y sin condimentar, aunque las puertas del palacio episcopal están
abiertas para el indigente que llama; va y viene a pie de un sitio a otro por
su diócesis buscando al pecador arrepentido, consolando al que está
apesadumbrados y acompañando a los menesterosos; alguna vez da a un mendigo su
propia ropa para mitigar su frío, porque no tiene otra cosa que dar. Deja tras
de sí un reguero de paz, incluso monta dos refugios en los abruptos pasos
alpinos y encomienda su custodia a los monjes de Este medio para que sirvieran
de abrigo a peregrinos y caminantes.
El fiel cumplimiento de su
ministerio episcopal llevado con sacrificio continuado da el normal resultado
con la gracia de Dios. El éxito en lo humano es tan grande que tiene miedo de
dejarse prender en las redes de la soberbia y toma una decisión espectacular
por lo infrecuente. De noche y a escondidas desaparece del palacio episcopal,
pasa a Alemania y pide un sitio en una abadía de la Orden como un simple
hermano converso, empezando a cargar con los oficios más sencillos y penosos de
la casa. Sólo con el paso del tiempo se conoció la verdadera personalidad del
famoso y misteriosamente desaparecido obispo de Tarantasia cuya historia
llevaban los soldados, mercaderes y juglares por Europa, al ser descubierto por
un joven tarantasiano que allí pidió albergue.
Cuando se reincorpora a la sede
aún vacante de Tarantasia, interviene en la solución de las tensiones entre los
monarcas de Francia e Inglaterra enfrentados por ambiciones personales y por el
cisma provocado por el emperador Federico de Alemania a la muerte del papa
Adriano IV, queriendo mantener al antipapa Víctor frente al legítimo papa,
Alejandro III.
Murió en el 1174, cuando
regresaba de una delicada misión encomendada por el papa, como legado suyo, en
Francia, Saboya, Lorena e Italia. Enfermó gravemente en la aldea cercana al
monasterio cisterciense de Bellvaux. Muy poco tiempo después, en el año 1191,
el papa Celestino III lo canonizó.
Fuente: Archidiócesis de Madrid
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