31 de MAYO – VIERNES – 6ª – SEMANA DE PASCUA – C –
Visitación de Nuestra Señora a Santa Isabel
Lectura
del libro de los Hechos de los apóstoles (18,9-18):
CUANDO estaba Pablo en
Corinto, una noche le dijo el Señor en una visión:
«No
temas, sigue hablando y no te calles, pues yo estoy contigo, y nadie te pondrá
la mano encima para hacerte daño, porque tengo un pueblo numeroso en esta
ciudad».
Se
quedó, pues, allí un año y medio, enseñando entre ellos la palabra de Dios.
Pero,
siendo Gallón procónsul de Acaya, los judíos se abalanzaron de común acuerdo
contra Pablo y lo condujeron al tribunal diciendo:
«Este
induce a la gente a dar a Dios un culto contrario a la ley».
Iba Pablo a tomar la
palabra, cuando Gallón dijo a los judíos:
«Judíos, si se tratara
de un crimen o de un delito grave, sería razón escucharos con paciencia; pero,
si discutís de palabras, de nombres y de vuestra ley, vedlo vosotros. Yo no
quiero ser juez de esos asuntos».
Y
les ordenó despejar el tribunal.
Entonces
agarraron a Sóstenes, jefe de la sinagoga, y le dieron una paliza delante del
tribunal, sin que Galión se preocupara de ello.
Pablo se quedó allí
todavía bastantes días; luego se despidió de los hermanos y se embarco para
Siria con Priscila y Aquila. En Cencreas se había hecho rapar la cabeza, porque
había hecho un voto.
Palabra
de Dios
Salmo:
46,2-3,4-5.6-7
R/.
Dios es el rey del mundo
Pueblos todos, batid
palmas,
aclamad a Dios con
gritos de júbilo;
porque el Señor altísimo
es terrible,
emperador de toda la
tierra. R/.
Él nos somete los pueblos
y nos sojuzga las
naciones;
él nos escogió por
heredad suya:
gloria de Jacob, su
amado. R/.
Dios asciende entre
aclamaciones;
el Señor, al son de
trompetas:
tocad para Dios, tocad;
tocad para nuestro Rey,
tocad. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Juan (16,20-23a):
EN aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos:
«En
verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el
mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se
convertirá en alegría.
La
mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero,
en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al
mundo le ha nacido un hombre.
También
vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro
corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Ese día no me preguntaréis nada».
Palabra
del Señor
1.
Este evangelio alcanza una profundidad sorprendente. Cada ser humano es lo que es su
"afectividad". El motor de nuestra conducta es nuestro mundo interior afectivo. Pero nunca deberíamos olvidar que el "afecto"
es "pasión". Y la pasión no es "decisión", sino
"atracción". De ahí que el "poder coactivo" se está desplazando
hacia el "poder seductor".
Toda la tecnología de la Informática,
como las técnicas de la publicidad y la propaganda, se basan en este
principio. Que opera también en lo
político. Es lo que Byung-Chul Han ha denominado la Psicopolítica.
Siglos antes, habían intuido este
mecanismo de nuestra conducta hombres geniales como Tomás de Aquino (Sum. Theol. q. 26, a. 3) y F. Suárez, que define
el amor por el "principio de pasividad" (De Passion. I, IV, 2). De
ahí que la pregunta constante que tenemos que
afrontar es esta:
- "¿Qué es lo que más me seduce
en la vida?". - ¿El Evangelio? -
¿El dinero? - ¿El bienestar?
2.
Pero no se trata de que, en la mentalidad de Jesús, la privación, la
renuncia, el fastidiarse y pasarlo mal, el sufrimiento y la ascética, todo eso
por sí mismo y por sí solo, nos lleve a Dios.
No es posible creer en un Dios así. Ni
aceptar un Evangelio tan deforme. Eso va contra un derecho básico y primordial
de todo ser humano: el derecho a vivir feliz.
Entonces, - ¿por qué habla Jesús como habla en este evangelio?
3.
Porque, tal como está configurado y funciona el psiquismo humano, el "deseo
de satisfacción inmediata" tiene más fuerza y es más determinante de
nuestra conducta que todo cuando nos puede ofrecer la fe y la esperanza de
cualquier religión.
Como también es más fuerte, para el
común de los mortales, que las propuestas sociales que se nos hacen desde los
movimientos más utópicos y altruistas. Por eso Jesús termina haciendo una
oferta de alegría que nada ni nadie nos podrá arrebatar.
El Evangelio vivido con coherencia
lleva derechamente a la alegría, a la paz, al
gozo y al disfrute de todo lo bueno, bello y satisfactorio que ofrece la vida.
Este tiene que ser el criterio rector de nuestra vida.
Visitación de Nuestra Señora a Santa Isabel
La
Virgen María (después de la encarnación del Verbo en su seno, visita a su prima
Isabel que esperaba un niño (San Juan Bautista). Isabel reconoce a la Virgen
como "la madre de mi Señor".
La
celebración de la fiesta es iniciativa de San Buenaventura, franciscano, en el
1263. El Papa Urbano VI (1378-89), la extendió a toda la Iglesia, pidiendo el
fin del cisma que sufría la Iglesia.
En el misterio de la Visitación, el preludio de la misión del Salvador
Catequesis mariana Santo Padre Juan Pablo II 2 de
octubre de 1996
En el relato de la Visitación,
san Lucas muestra cómo la gracia de la Encarnación, después de haber inundado a
María, lleva salvación y alegría a la casa de Isabel. El Salvador de los
hombres oculto en el seno de su Madre, derrama el Espíritu Santo,
manifestándose ya desde el comienzo de su venida al mundo.
El evangelista, describiendo la
salida de María hacia Judea, use el verbo anístemi, que significa levantarse,
ponerse en movimiento. Considerando que este verbo se use en los evangelios
pare indicar la resurrección de Jesús (cf. Mc 8, 31; 9, 9. 31; Lc 24, 7.46) o
acciones materiales que comportan un impulso espiritual (cf. Lc 5, 27¬28; 15,
18. 20), podemos suponer que Lucas, con esta expresión, quiere subrayar el impulso
vigoroso que lleva a María, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a dar al
mundo el Salvador.
El texto evangélico refiere,
además, que María realice el viaje "con prontitud" (Lc 1, 39).
También la expresión "a la región montañosa" (Lc 1, 39), en el
contexto lucano, es mucho más que una simple indicación topográfica, pues
permite pensar en el mensajero de la buena nueva descrito en el libro de
Isaías: "¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que
anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión:
'Ya reina tu Dios'!" (Is 52, 7).
Así como manifiesta san Pablo,
que reconoce el cumplimiento de este texto profético en la predicación del
Evangelio (cf. Rom 10, 15), así también san Lucas parece invitar a ver en María
a la primera evangelista, que difunde la buena nueva, comenzando los viajes
misioneros del Hijo divino.
La dirección del viaje de la
Virgen santísima es particularmente significativa: será de Galilea a Judea,
como el camino misionero de Jesús (cf. Lc 9, 51).
En efecto, con su visita a
Isabel, María realiza el preludio de la misión de Jesús y, colaborando ya desde
el comienzo de su maternidad en la obra redentora del Hijo, se transforma en el
modelo de quienes en la Iglesia se ponen en camino para llevar la luz y la
alegría de Cristo a los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos.
El encuentro con Isabel presenta
rasgos de un gozoso acontecimiento salvífico, que supera el sentimiento
espontáneo de la simpatía familiar. Mientras la turbación por la incredulidad
parece reflejarse en el mutismo de Zacarías, María irrumpe con la alegría de su
fe pronta y disponible: "Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel"
(Lc 1, 40).
San Lucas refiere que
"cuando oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su
seno" (Lc 1, 41). El saludo de María suscita en el hijo de Isabel un salto
de gozo: la entrada de Jesús en la casa de Isabel, gracias a su Madre,
transmite al profeta que nacerá la alegría que el Antiguo Testamento anuncia
como signo de la presencia del Mesías.
Ante el saludo de María, también
Isabel sintió la alegría mesiánica y "quedó llena de Espíritu Santo; y
exclamando con gran voz, dijo: 'Bendita tu entre las mujeres y bendito el fruto
de tu seno'" (Lc 1, 41¬42).
En virtud de una iluminación
superior, comprende la grandeza de María que, más que Yael y Judit, quienes la
prefiguraron en el Antiguo Testamento, es bendita entre las mujeres por el
fruto de su seno, Jesús, el Mesías.
La exclamación de Isabel
"con gran voz" manifiesta un verdadero entusiasmo religioso, que la
plegaria del Avemaría sigue haciendo resonar en los labios de los creyentes,
como cántico de alabanza de la Iglesia por las maravillas que hizo el Poderoso
en la Madre de su Hijo.
Isabel, proclamándola
"bendita entre las mujeres" indica la razón de la bienaventuranza de
María en su fe: "¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que
le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1, 45). La grandeza y la alegría
de María tienen origen en el hecho de que ella es la que cree.
Ante la excelencia de María,
Isabel comprende también qué honor constituye pare ella su visita: "De
dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?" (Lc 1, 43). Con la
expresión "mi Señor", Isabel reconoce la dignidad real, más aun, mesiánica,
del Hijo de María. En efecto, en el Antiguo Testamento esta expresión se usaba
pare dirigirse al rey (cf. IR 1, 13, 20, 21, etc.) y hablar del rey-mesías (Sal
110, 1). El ángel había dicho de Jesús: "EI Señor Dios le dará el trono de
David, su padre" (Lc 1, 32). Isabel, "llena de Espíritu Santo",
tiene la misma intuición. Más tarde, la glorificación pascual de Cristo
revelará en qué sentido hay que entender este título, es decir, en un sentido
trascendente (cf. Jn 20, 28; Hch 2, 34-36).
Isabel, con su exclamación llena
de admiración, nos invita a apreciar todo lo que la presencia de la Virgen trae
como don a la vida de cada creyente.
En la Visitación, la Virgen lleva
a la madre del Bautista el Cristo, que derrama el Espíritu Santo. Las mismas
palabras de Isabel expresan bien este papel de mediadora: "Porque, apenas
llegó a mis oídos la voz de tu saludo saltó de gozo el niño en mi seno"
(Lc 1, 44). La intervención de María produce, junto con el don del Espíritu
Santo, como un preludio de Pentecostés, confirmando una cooperación que,
habiendo empezado con la Encarnación, está destinada a manifestarse en toda la
obra de la salvación divina.
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