10 de MAYO – VIERNES –
3ª – SEMANA DE PASCUA – C –
Lectura
del libro de los Hechos de los apóstoles (9,1-20):
EN aquellos días, Saulo,
respirando todavía amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se
presentó al sumo sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco,
autorizándolo a traerse encadenados a Jerusalén a los que descubriese que
pertenecían al Camino, hombres y mujeres.
Mientras caminaba,
cuando ya estaba cerca de Damasco, de repente una luz celestial lo envolvió con
su resplandor. Cayó a tierra y oyó una voz que le decía:
«Saulo,
Saulo, ¿por qué me persigues?».
Dijo él:
«¿Quién
eres, Señor?».
Respondió:
«Soy
Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, entra en la ciudad, y allí se te
dirá lo que tienes que hacer».
Sus
compañeros de viaje se quedaron mudos de estupor, porque oían la voz, pero no
veían a nadie. Saulo se levantó del suelo, y, aunque tenía los ojos abiertos,
no veía nada. Lo llevaron de la mano hasta Damasco. Allí estuvo tres días
ciego, sin comer ni beber.
Había
en Damasco un discípulo, que se llamaba Ananías. El Señor lo llamó en una
visión:
«Ananías».
Respondió
él:
«Aquí
estoy, Señor».
El
Señor le dijo:
«Levántate
y ve a la calle llamada Recta, y pregunta en casa de Judas por un tal Saulo de
Tarso. Mira, está orando, y ha visto en visión a un cierto Ananías que entra y
le impone las manos para que recobre la vista».
Ananías
contestó:
«Señor,
he oído a muchos hablar de ese individuo y del daño que ha hecho a tus santos
en Jerusalén, y que aquí tiene autorización de los sumos sacerdotes para
llevarse presos a todos los que invocan tu nombre».
El
Señor le dijo:
«Anda,
ve; que ese hombre es un instrumento elegido por mí para llevar mi nombre a
pueblos y reyes, y a los hijos de Israel. Yo le mostraré lo que tiene que
sufrir por mi nombre».
Salió
Ananías, entró en la casa, le impuso las manos y dijo:
«Hermano
Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció cuando venías por el camino, me ha
enviado para que recobres la vista y seas lleno de Espíritu Santo».
Inmediatamente
se le cayeron de los ojos una especie de escamas, y recobró la vista. Se
levantó, y fue bautizado. Comió, y recobró las fuerzas.
Se
quedó unos días con los discípulos de Damasco, y luego se puso a anunciar en
las sinagogas que Jesús es el Hijo de Dios.
Palabra
de Dios
Salmo:
116,1.2
R/.
Ir al mundo entero y proclamad el Evangelio
Alabad al Señor, todas
las naciones,
aclamadlo, todos los
pueblos. R/.
Firme es su misericordia
con nosotros,
su fidelidad dura por
siempre. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Juan (6,52-59):
EN aquel tiempo,
disputaban los judíos entre sí:
«¿Cómo
puede este darnos a comer su carne?».
Entonces
Jesús les dijo:
«En
verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no
bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi
sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi
carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y
bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
Como el Padre que vive
me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come
vivirá por mí.
Este
es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo
comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».
Esto
lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún.
Palabra
del Señor
1.
El acontecimiento central del cristianismo fue (y es) lo que
llamamos el Misterio de la Encarnación.
Dios (la Palabra) "se hizo carne" (sarx) (Jn 1, 14), es decir, Dios
"se humanizó", se rebajó, "se despojó de su rango" y
"no se aferró a su categoría de Dios" (Fil 2, 6-7).
Este acontecimiento, central en el
cristianismo, no es solo un contenido de la fe, sino que además y sobre todo es
el
"hecho normativo" fundamental para
los creyentes en Jesús: la norma de conducta, central en la vida, es la renuncia
a todo rango, categoría o poder que nos aleja de lo humano y, en definitiva,
nos "deshumaniza".
2.
A partir de este criterio, hay que entender las palabras de Jesús sobre
la
eucaristía. Comer la carne de Jesús es, desde
luego, integrar en la propia vida
a Jesús mismo. Pero esto nos lleva, a su vez,
a la convicción de que la comunión eucarística no es solamente recibir al
Señor, sino algo indeciblemente más fuerte: comulgar la "carne"
(sarx) de Jesús es integrar en la propia vida el
proyecto y el proceso de humanización de Dios
en Jesús.
3.
Comulgar no es ninguna dignidad. Es un abajamiento, es la renuncia a
toda
distinción o categoría. La renuncia, incluso,
a la separación de dignidad y
"santidad" que implica "lo
santo", "lo sagrado".
Por tanto, encarnarse en lo
simplemente humano, en lo laico, en lo
secular. Sencillamente, hacerse como
uno de tantos.
San Juan de Ávila
En
Montilla, de la región de Andalucía, en España, san Juan de Ávila, presbítero,
el cual recorrió toda la región de la Bética predicando a Cristo y, después de
haber sido acusado injustamente de herejía, fue recluido en la cárcel, en la
que escribió una parte importante de su doctrina espiritual. Patrón del clero
español.
Vida de San Juan de
Ávila
La condición de cristiano nuevo
en su tiempo era dar a entender a la gente que su ascendencia procedía de
nuevas cepas implantadas en el cristianismo y que sus antecesores sólo habían
sido o judíos o más probablemente discípulos del Profeta. Esto ponía graves
trabas a quienes padecían inculpablemente la novedad. En el ambiente
eclesiástico no había puestos que escalar y en la vida de los cristianos era un
baldón permanente para soportar; a la más mínima denuncia, aunque fuera adobada
con el condimento de la envidia, ya podía el cristiano nuevo echarse a temblar.
Juan de Ávila era uno de esos cristianos nuevos.
Nació en Almodóvar del Campo.
Hizo estudios de Teología y Derecho en Salamanca y Alcalá. Obtuvo grados y, más
importante que todo ello, quiso ponerlos a disposición del Señor que le había
puesto fuego en el alma. Ya sacerdote en 1525 mira como posibilidad la difusión
del Evangelio en las Indias y mantiene contacto con los dominicos
-principalmente con Garcés- que quizá pudieran abrirle puertas.
Pero el sur de España fue su
parcela de siembra, el arzobispo don Alonso Manrique supo retenerlo en Sevilla.
En Écija comienza su predicación y a leer públicamente las epístolas de san
Pablo, reúne niños en la misma casa donde se hospeda para enseñarles el catecismo,
a los mayores le comenta la Pasión y junta a un grupo de sacerdotes celosos,
predicadores y austeros. Lo mismo hizo en Alcalá de Guadaira. Su actividad poco
común, la reciedumbre de su predicación y la claridad en la doctrina conjugada
con la ascética personal más dura le valieron la envidia tan terriblemente
frecuente en el estamento clerical de todos los tiempos; por eso no pudo
publicar con su firma el conjunto de libros espirituales, entre ellos uno sobre
el modo de rezar el rosario; los publicó como anónimos, como hizo con la
traducción del Kempis que por largo tiempo se atribuyó al también dominico Luis
de Granada. No aconsejaba otra cosa el proceso de casi dos años al que lo
sometió el Tribunal de la Inquisición y que se resolvió sin nota condenatoria.
Su actividad se traslada a
Córdoba y luego a Granada donde, ya como maestro, tiene sitio y parte
apostólica activa en la universidad recién creada por el arzobispo don Gaspar
de Ávalos rodeándose de sacerdotes apostólicos, bien formados y santos. La mayor
parte de ellos -sin exclusividad- son también cristianos nuevos que tienen bien
cerradas las puertas de los mejores puestos por prejuicios seculares. (Con
harta frecuencia, los cargos donde trabaja el clérigo no se dan al buen pastor,
sino al amigo del dueño). Pero a pesar de ello, forman un numeroso grupo, es ya
todo un movimiento sacerdotal de predicadores y confesores cuyo director es el
Maestro Ávila que les inculca frecuencia en la confesión, amor a la Eucaristía,
oración, contemplación de la Pasión de Cristo y familiaridad con las Sagradas
Escrituras; en la vida práctica, viven con un desprendimiento completo de los
bienes y ni tan siquiera cobran dineros por las predicaciones y ministerio. El
amplio campo de apostolado ulterior de cada uno de ellos sólo es la
consecuencia normal del espíritu que se desborda.
Desde el principio, en el 1538,
supo ser en Baeza alma y maestro de la universidad fundada por don Rodrigo y
don Pedro López; aquello más que un centro de estudios superiores parece uno de
los seminarios que todavía no había inventado el Concilio grande de la Iglesia
que en aquel tiempo se celebraba en Trento y al que envió memoriales a ruegos
de los obispos allí reunidos para reformar la Iglesia que Juan de Ávila ya
reformaba desde hacía tiempo. Además, hay que contar su estancia en Montilla y
Priego, el trato con los importantes duques de Feria, el rastro que deja en
tierras extremeñas, las cartas y escritos espirituales, el tratado de vida
cristiana Audi filia compuesto a modo de cartas escritas a doña Sancha
Carrillo, la compañía frecuente con fray Luis de Granada que le admiraba y la
fundación de numerosos -hasta quince- colegios.
Tan popular es su figura, tan
evangélico su mensaje, tan claro su ejemplo, tan sincera su entrega y tan
cargado de frutos su celo que el jesuitismo incipiente se plantea seriamente
incorporarlo a sus filas para el bien de la Iglesia y del Reino. Será el
mismísimo jesuita Villanueva, encargado por Ignacio del negocio de estudiar la
conveniencia y de invitarlo a incorporarse a ellos, quien llegó a comentar con
veraz y certera intuición después de haberle tratado por algún tiempo: «En
tanta conformidad, no parece que haya otro acuerdo: o que él se una a nosotros
o que nosotros nos unamos con él». Llegaron las enfermedades con su compañía de
achaques, limitación y dolores que ya no desaparecerán hasta la muerte.
Entonces se plantea Juan dejar a la Compañía la herencia de hombres y colegios,
pero la persecución del cardenal Silíceo, obliga a tomar precauciones a la
Compañía ante los conversos y cristianos nuevos.
Murió Juan de Ávila el 10 de mayo
de 1569 con humildad y piedad ejemplar, repitiendo los nombres de Jesús y
María. Fue beatificado en 1894; Pío XII, el 2 de julio de 1946, lo proclama
patrón del clero español y lo canoniza Pablo VI en 1970, el 31 de mayo. La
Conferencia Episcopal Española ha pedido a la Santa Sede, con motivo del
centenario del nacimiento de san Juan de Ávila, que sea declarado Doctor de la
Iglesia Universal.
(Fuente: archimadrid.es)
Oración
a San Juan de Ávila
No me mueve mi Dios, para
quererte
el cielo que me tienes
prometido,
ni me mueve el infierno tan
temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el
verte
clavado en una cruz y
escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan
herido;
muéveme tus afrentas y tu
muerte,
Muéveme, en fin, tu amor de tal
manera
que, aunque no hubiera cielo yo
te amara
y aunque no hubiera infierno te
temiera.
No me tienes que dar por que te
quiera,
porque, aunque cuanto espero no
esperara
lo mismo que te quiero te
quisiera.
(Soneto atribuido a San Juan de Ávila)
No hay comentarios:
Publicar un comentario