28 de MAYO – MARTES –
6ª – SEMANA DE PASCUA – C –
Lectura
del libro de los Hechos de los apóstoles (16,22-34):
EN aquellos días, la
plebe de Filipos se amotinó contra Pablo y Silas, y los magistrados ordenaron
que les arrancaran y que los azotaran con varas; después de molerlos a palos,
los metieron en la cárcel, encargando al carcelero que los vigilara bien; según
la orden recibida, él los cogió, los metió en la mazmorra y les sujetó los pies
en el cepo.
A
eso de media noche, Pablo y Silas oraban cantando himnos a Dios. Los presos los
escuchaban. De repente, vino un terremoto tan violento que temblaron los
cimientos de la cárcel. Al momento se abrieron todas las puertas, y a todos se
les soltaron las cadenas. El carcelero se despertó y, al ver las puertas de la
cárcel de par en par, sacó la espada para suicidarse, imaginando que los presos
se habían fugado. Pero Pablo lo llamó a gritos, diciendo:
«No
te hagas daño alguno, que estamos todos aquí».
El
carcelero pidió una lámpara, saltó dentro, y se echó temblando a los pies de
Pablo y Silas; los sacó fuera y les preguntó:
«Señores,
¿qué tengo que hacer para salvarme?»
Le
contestaron:
«Cree
en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia».
Y
le explicaron la palabra del Señor, a él y a todos los de su casa.
A
aquellas horas de la noche, el carcelero los tomó consigo, les lavó las
heridas, y se bautizó en seguida con todos los suyos; los subió a su casa, les
preparó la mesa, y celebraron una fiesta de familia por haber creído en Dios.
Palabra
de Dios
Salmo:
137,1-2a.2bc.3.7c-8
R/.
Señor, tu derecha me salva
Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
porque escuchaste las
palabras de mi boca;
delante de los ángeles
tañeré para ti;
me postraré hacia tu
santuario. R/.
Daré gracias a tu nombre
por tu misericordia y tu
lealtad.
Cuando te invoqué, me
escuchaste,
acreciste el valor en mi
alma. R/.
Tu derecha me salva.
El Señor completará sus
favores conmigo.
Señor, tu misericordia
es eterna,
no abandones la obra de
tus manos. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Juan (16,5-11):
EN aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos:
«Ahora
me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: “¿Adónde vas?”. Sino
que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo,
os digo es la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá
a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré.
Y
cuando venga, dejará convicto al mundo acerca de un pecado, de una justicia y
de una condena. De un pecado, porque no creen en mí; de una justicia, porque me
voy al Padre, y no me veréis; de una condena, porque el príncipe de este mundo
está condenado».
Palabra
del Señor
1.
Tuvo que ser dolorosa la despedida
de los discípulos y Jesús. Porque no cabe duda de que, entre Jesús y los
discípulos se había creado una relación profunda, fuerte. Pero no era cuestión
solo de amistad. Es que, además de la
"amistad", allí había una vinculación de "fe" y, sobre
todo, de "seguimiento" de los discípulos en relación con Jesús.
Aquellos hombres veían en Jesús la
imagen de Dios, la cercanía de Dios, la presencia de Dios. Allí se produjo un
fenómeno de unión y experiencia religiosa tan fuerte, que aquello fue el punto
de
partida de un movimiento humano espiritual que
aún perdura, que se ha ido
transmitiendo de generación en generación y
que sigue vivo en todos los
rincones del mundo.
2.
Pero, aun siendo tan fuerte aquel vínculo de amistad y de fe, Jesús les
dice que "les conviene" que él se vaya, que él se quite de en medio.
Porque, si Jesús se queda en este mundo, eso representaría que, en esta tierra
nuestra, habría (y seguiría habiendo) un hombre genial, excelso, profético...
Pero, por muy excelso que fuera, siempre estaría localizado en un solo lugar.
Mientras que, al irse Jesús, al morir, entregó el Espíritu (Jn 19, 30) y cuando
resucitó lo volvió a entregar (Jn 20, 22).
Ahora bien, el Espíritu nunca está
limitado a un solo lugar. Todo lo contrario, el Espíritu es una fuerza de
libertad y expansión, que se derramó sobra toda carne (Hech 2, 17; cf. Joel 3,
1).
Es decir, está y estará en todo ser
mortal. Esto es más importante que la presencia física de Jesús en esta tierra.
3.
Pero el hecho es más profundo. Y más genial.
Dios, mediante la Encarnación, se ha
"humanizado". Es decir, se ha
hecho presente en "lo humano'. Por
eso, sin duda, Jesús dijo que nos conviene su ausencia material. Porque lo que
nos
interesa a los mortales es su presencia de
encarnación por la fuerza del Espíritu.
- ¿Qué quiere decir esto?
Que Jesús está presente en cada ser
humano, en todo ser humano. Por eso,
donde hay humanidad, allí está Jesús: Lo que hicisteis con uno de estos, a mí
me lo hicisteis (Mt 25, 40).
A Jesús lo tenemos con nosotros, y nos
relacionamos con él, constantemente y sin
darnos cuenta de que la humanización de la convivencia es nuestra constante divinización.
San Germán de París
En
París, en la Galia, san Germán, obispo, que habiendo sido antes abad de San
Sinforiano de Autún, fue llamado a la sede de París y, conservando el estilo de
vida monástico, ejerció una fructuosa cura de almas.
Vida de San Germán de París
Gran parte de su vida la
conocemos por el testimonio de su colega el obispo Fortunato que asegura estuvo
adornado del don de milagros.
Nació Germán en la Borgoña, en
Autun, del matrimonio que formaban Eleuterio y Eusebia en el último tercio del
siglo V. No tuvo buena suerte en los primeros años de su vida carente del
cariño de los suyos y hasta estuvo con el peligro de morir primero por el
intento de aborto por parte de su madre y luego por las manipulaciones de su
tía, la madre del primo Estratidio con quien estudiaba en Avalon, que intentó
envenenarle por celos.
Su pariente de Lazy -con quien
vive durante 15 años- es el que compensa los mimos que no tuvo Germán en la
niñez. Allí sí que encuentra amor y un ambiente de trabajo lleno de buen humor
y de piedad propicio para el desarrollo integral del muchacho que ya despunta
en cualidades por encima de lo común para su edad.
Con los obispos tuvo suerte.
Agripin, el de Autun, lo ordena sacerdote solucionándole las dificultades y
venciendo la resistencia de Germán para recibir tan alto ministerio en la
Iglesia; luego, Nectario, su sucesor, lo nombra abad del monasterio de san
Sinforiano, en los arrabales de la ciudad. Modelo de abad que marca el tono
sobrenatural de la casa caminando por delante con el ejemplo en la vida de
oración, la observancia de la disciplina, el espíritu penitente y la caridad.
Es allí donde comienza a
manifestarse en Germán el don de milagros, según el relato de Fortunato. Por lo
que cuenta su biógrafo, se había propuesto el santo abad que ningún pobre que
se acercara al convento a pedir se fuera sin comida; un día reparte el pan
reservado para los monjes porque ya no había más; cuando brota la murmuración y
la queja entre los frailes que veían peligrar su pitanza, llegan al convento
dos cargas de pan y, al día siguiente, dos carros llenos de comida para las
necesidades del monasterio. También se narra el milagro de haber apagado con un
roción de agua bendita el fuego del pajar lleno de heno que amenazaba con
arruinar el monasterio. Otro más -y curioso- es cuando el obispo, celoso -que
de todo hay- por las cosas buenas que se hablan de Germán, lo manda poner en la
cárcel por no se sabe qué motivo (quizá hoy se le llamaría «incompatibilidad»);
las puertas se le abrieron al estilo de lo que pasó al principio de la
cristiandad con el apóstol, pero Germán no se marchó antes de que el mismo
obispo fuera a darle la libertad; con este episodio cambió el obispo sus celos
por admiración.
El rey Childeberto usa su
autoridad en el 554 para que sea nombrado obispo de París a la muerte de
Eusebio y, además, lo nombra limosnero mayor. También curó al rey cuando estaba
enfermo en el castillo de Celles, cerca de Melun, donde se juntan el Yona y el
Sena, con la sola imposición de las manos.
Como su vida fue larga, hubo
ocasión de intervenir varias veces en los acontecimientos de la familia real.
Alguno fue doloroso porque un hombre de bien no puede transigir con la verdad;
a Cariberto, rey de París -el hijo de Clotario y, por tanto, nieto de
Childeberto-, tuvo que excomulgarlo por sus devaneos con mujeres a las que va
uniendo su vida, después de repudiar a la legítima Ingoberta.
El buen obispo parisino murió
octogenario, el 28 de mayo del 576. Se enterró en la tumba que se había mandado
preparar en san Sinfroniano. El abad Lanfrido traslada más tarde sus restos,
estando presentes el rey Pipino y su hijo Carlos, a san Vicente que después de
la invasión de los normandos se llamó ya san Germán. Hoy reposan allí mismo -y
se veneran- en una urna de plata que mandó hacer a los orfebres el abad
Guillermo, en el año 1408.
(Fuente: archimadrid.es)
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