26 de MAYO – DOMINGO –
6ª – SEMANA DE PASCUA – C –
Lectura
del libro de los Hechos de los apóstoles (15,1-2.22-29):
En aquellos días, unos
que bajaron de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se
circuncidaban conforme a la tradición de Moisés, no podían salvarse. Esto
provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y Bernabé; y se decidió
que Pablo, Bernabé y algunos más subieran a Jerusalén a consultar a los
apóstoles y presbíteros sobre la controversia. Los apóstoles y los presbíteros
con toda la Iglesia acordaron entonces elegir algunos de ellos y mandarlos a
Antioquía con Pablo y Bernabé.
Eligieron
a Judas Barsabá y a Silas, miembros eminentes entre los hermanos, y les
entregaron esta carta: «Los apóstoles y los presbíteros hermanos saludan a los
hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia convertidos del paganismo. Nos hemos
enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, os han alarmado e
inquietado con sus palabras.
Hemos decidido, por
unanimidad, elegir algunos y enviároslos con nuestros queridos Bernabé y Pablo,
que han dedicado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo. En vista de esto,
mandamos a Silas y a Judas, que os referirán de palabra lo que sigue: Hemos
decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las
indispensables: que os abstengáis de carne sacrificada a los ídolos, de sangre,
de animales estrangulados y de la fornicación. Haréis bien en apartaros de todo
esto. Salud.»
Palabra
de Dios
Salmo:
66,2-3.5.6.8
R/.
Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben
El Señor tenga piedad y
nos bendiga,
ilumine su rostro sobre
nosotros;
conozca la tierra tus
caminos,
todos los pueblos tu
salvación. R/.
Que canten de alegría las
naciones,
porque riges el mundo
con justicia,
riges los pueblos con
rectitud
y gobiernas las naciones
de la tierra. R/.
Oh Dios, que te alaben
los pueblos,
que todos los pueblos te
alaben.
Que Dios nos bendiga;
que le teman hasta los
confines del orbe. R/.
Lectura
del libro del Apocalipsis (21,10-14.21-23):
El ángel me transportó en
éxtasis a un monte altísimo, y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba
del cielo, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios. Brillaba como una
piedra preciosa, como jaspe traslúcido.
Tenía
una muralla grande y alta y doce puertas custodiadas por doce ángeles, con doce
nombres grabados: los nombres de las tribus de Israel. A oriente tres puertas,
al norte tres puertas, al sur tres puertas, y a occidente tres puertas. La
muralla tenía doce basamentos que llevaban doce nombres: los nombres de los
apóstoles del Cordero. Santuario no vi ninguno, porque es su santuario el Señor
Dios todopoderoso y el Cordero.
La
ciudad no necesita sol ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la
ilumina y su lámpara es el Cordero.
Palabra
de Dios
Lectura
del santo evangelio según san Juan 14,23-29):
En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos:
«El
que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos
morada en él.
El
que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es
mía, sino del Padre que me envió.
Os
he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el
Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo
y os vaya recordando todo lo que os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; no
os la doy yo como la da el mundo.
Que
no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir:
"Me
voy y vuelvo a vuestro lado."
Si
me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo.
Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis
creyendo.»
Palabra
del Señor
Del interior del templo
al interior del ser humano.
"Vendremos a él y haremos morada en
él"
Igual que
el domingo anterior, la primera lectura (Hechos) habla de la iglesia primitiva;
la segunda (Apocalipsis) de la iglesia futura; el evangelio (Juan) de nuestra
situación presente, como morada de Dios.
1ª lectura:
la iglesia pasada (Hechos de los Apóstoles 15, 1-2. 22-29)
Uno de
los motivos del éxito de la misión de Pablo y Bernabé entre los paganos fue el
de no obligarlos a circuncidarse. Esta conducta, compartida por la comunidad
cristiana de Antioquía de Siria, no sólo provocó la indignación de los judíos
sino también de un grupo cristiano de Jerusalén educado en el judaísmo más
estricto. Para ellos, renunciar a la circuncisión equivalía a oponerse a la
voluntad de Dios, que se la había ordenado a Abrahán. Algo tan grave como si
entre nosotros dijese alguno ahora que no es preciso el bautismo para
salvarse.
Como ese
grupo de Jerusalén se consideraba “la reserva espiritual de oriente”, al
enterarse de lo que ocurre en Antioquía manda unos cuantos a convencerlos de
que, si no se circuncidan, no pueden salvarse. Para Pablo y Bernabé esta
afirmación es una blasfemia: si lo que nos salva es la circuncisión, Jesús fue
un estúpido al morir por nosotros.
En el
fondo, lo que está en juego no es la circuncisión sino otro tema:
- ¿nos
salvamos nosotros a nosotros mismos cumpliendo las normas y leyes
religiosas, o nos salva Jesús con su vida y muerte?
Cuando
uno piensa en tantos grupos eclesiales de hoy que insisten en la observancia de
la ley, se comprende que entonces, como ahora, saltasen chispas en la
discusión. Hasta que se decide acudir a los apóstoles de
Jerusalén.
Tiene
entonces lugar lo que se conoce como el “concilio de Jerusalén”, que es el tema
de la primera lectura de hoy. Para no alargarla, se ha suprimido una parte
esencial: los discursos de Pablo y Santiago (versículos 3-21).
En la
versión que ofrece Lucas en el libro de los Hechos, el concilio llega a un
pacto que contente a todos: en el tema capital de la circuncisión, se da la
razón a Pablo y Bernabé, no hay que obligar a los paganos a circuncidarse; al
grupo integrista se lo contenta diciendo a los paganos que observen cuatro
normal muy importantes para los judíos: abstenerse de comer carne sacrificada a
los ídolos, de comer sangre, de animales estrangulados y de la
fornicación.
Esta versión
del libro de los Hechos difiere en algunos puntos de la que ofrece Pablo en su
carta a los Gálatas. Coinciden en lo esencial: no hay que obligar a los paganos
a circuncidarse. Pero Pablo no dice nada de las cuatro normas finales.
El tema
es de enorme actualidad, y la iglesia primitiva da un ejemplo espléndido al
debatir una cuestión muy espinosa y dar una respuesta revolucionaria. Hoy día,
cuestiones mucho menos importantes ni siquiera pueden insinuarse. Pero no nos
limitemos a quejarnos. Pidámosle a Dios que nos ayude a cambiar.
2ª lectura:
la iglesia futura (Lectura del libro del Apocalipsis 21,10-14. 22-23)
En la
misma tónica de la semana pasada, con vistas a consolar y animar a los
cristianos perseguidos, habla el autor de la Jerusalén futura, símbolo de la
iglesia.
El autor
se inspira en textos proféticos de varios siglos antes. El año 586 a.C.
Jerusalén fue incendiada por los babilonios y la población deportada. Estuvo en
una situación miserable durante más de ciento cincuenta años, con las murallas
llenas de brechas y casi deshabitada. Pero algunos profetas hablaron de un
futuro maravilloso de la ciudad. En el c.54 del libro de Isaías se dice:
11 ¡Oh afligida, venteada,
desconsolada!
Mira, yo mismo te coloco piedras de
azabache, te cimento con zafiros,
12 te pongo almenas de rubí, y puertas
de esmeralda, y muralla de piedras preciosas.
El libro
de Zacarías contiene algunas visiones de este profeta tan surrealistas como los
cuadros de Dalí. En una de ellas ve a un muchacho dispuesto a medir el
perímetro de Jerusalén, pensando en reconstruir sus murallas. Un ángel le
ordena que no lo haga, porque:
Por la multitud de hombres y ganados que
habrá, Jerusalén será ciudad abierta; yo la rodearé como muralla de fuego y mi
gloria estará en medio de ella oráculo del Señor (Zac 2,8-9).
Podría
citar otros textos parecidos. Basándose en ellos dibuja su visión el autor del
Apocalipsis. La novedad de su punto de vista es que esa Jerusalén futura,
aunque baja del cielo, está totalmente ligada al pasado del pueblo de Israel
(las doce puertas llevan los nombres de las doce tribus) y al pasado de la
iglesia (los basamentos llevan los nombres de los doce apóstoles).
Pero hay
una diferencia esencial con la antigua Jerusalén: no hay templo, porque su
santuario es el mismo Dios, y no necesita sol ni luna, porque la ilumina la
gloria de Dios.
3ª lectura:
la comunidad presente (Juan 14, 23-29)
El texto
del evangelio de Juan ofrece, en pocas líneas, tres temas:
1) El
cumplimiento de la palabra de Jesús y sus consecuencias.
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo
amará, y vendremos a él y haremos morada en él.
El que no me ama no guardará mis palabras. Y la
palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.
Se
contraponen dos actitudes: el que me ama ‒ el que no me ama. A la primera sigue una gran
promesa: el Padre lo amará. A la segunda, un severo toque de atención: mis
palabras no son mías, sino del Padre.
La
primera parte es muy interesante cuando se compara con el libro del
Deuteronomio, que insiste en el amor a Dios (“amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente, con todo tu
ser”) y pone
ese amor en el cumplimiento de sus leyes, decretos y mandatos. En el evangelio,
Jesús parte del mismo supuesto: “el que me
ama guardará mi palabra”. Pero
añade algo que no está en el Deuteronomio: “mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en
él”.
El tema
de Dios habitando en nosotros se trata con poca frecuencia porque lo hemos
relegado al mundo de los místicos: santa Teresa, san Juan de la Cruz, etc. Pero
el evangelio nos recuerda que se trata de algo que nos afecta a cada uno de
nosotros y que no debemos pasar por alto. Pensemos en el influjo enorme que
siguen ejerciendo en nosotros personas que han muerto hace años: familiares, amigos,
educadores, que siguen “vivos dentro de nosotros”. Una reflexión parecida
deberíamos hacer sobre cómo Dios está presente dentro de nosotros e influye de
manera decisiva en nuestra vida. Y lo deberíamos ver como una prueba del amor
de Dios: “mi Padre lo amará y vendremos a
él y haremos morada en él”.
Por otra
parte, decir que Dios viene a nosotros y habita en nosotros supone una novedad
capital con respecto al Antiguo Testamento, donde se advierten diversas
posturas sobre el tema.
1) Dios
no habita en nosotros, nos visita, como visita a Abrahán.
2) Dios
se manifiesta en algún lugar especial, como el Sinaí, pero sin que el pueblo
tenga acceso al monte.
3) Dios
acompaña a su pueblo, haciéndose presente en el arca de la alianza, tan sagrada
que, quien la toca sin tener derecho a ello, muere.
4)
Salomón construye el templo para que habite en él la gloria del Señor, aunque
reconoce que Dios sigue habitando en “su morada del cielo”.
5)
Después del destierro de Babilonia, cuando el profeta Ageo anima a reconstruir
el templo de Jerusalén, otro profeta muestra su desacuerdo en nombre del Señor:
“El cielo es mi trono, y la tierra
el estrado de mis pies; ¿Qué templo podréis construirme o qué lugar para mi
descanso?” (Isaías
66,1).
Cuando Jesús
promete que él y el Padre habitarán en quien cumpla su palabra, anuncia un
cambio radical: Dios no es ya un ser lejano, que impone miedo y respeto, un
Dios grandioso e inaccesible; tampoco viene a nosotros en una visita ocasional.
Decide quedarse dentro de nosotros. ¿Qué le ofrecemos? ¿Un hotel de cinco
estrellas o un hostal?
2) La promesa del Espíritu Santo.
Os he hablado
de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo,
que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya
recordando todo lo que os he dicho.
Dentro de
poco celebraremos la fiesta de Pentecostés. Es bueno irse preparando para ella
pensando en la acción del Espíritu Santo en nuestra vida. Este breve texto se
fija en el mensaje: enseña y recuerda lo dicho por Jesús. Dicho de forma
sencilla: cada vez que, ante una duda o una dificultad, recordamos lo que Jesús
enseñó e intentamos vivir de acuerdo con ello, se está cumpliendo esta promesa
de que el Padre enviará el Espíritu.
Pero hay
algo más: el Espíritu no solo recuerda, sino que aporta ideas nuevas, como
añade Jesús en otro pasaje de este mismo discurso:
“Me quedan
por deciros muchas cosas, pero no podéis con ellas por ahora. Cuando venga él,
el Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena.”
Parece
casi herético decir que Jesús no nos transmite la verdad plena. Pero así lo
dice él. Y la historia de la Iglesia confirma que los avances y los cambios,
imposibles de fundamentar a veces en las palabras de Jesús, se producen por la
acción del Espíritu.
3) La vuelta de Jesús junto al Padre
La paz os
dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo.
Que no
tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir:
"Me voy
y vuelvo a vuestro lado." Si me amarais, os alegraríais de que vaya al
Padre, porque el Padre es más que yo.
Os lo he
dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.»
Estas palabras anticipan la próxima fiesta
de la Ascensión. Para comprenderlas, lo mejor es compararlas con la famosa oda
de Fray Luis de León:
¿Y dejas, Pastor santo,
tu
grey en este valle hondo, escuro,
con
soledad y llanto;
y
tú, rompiendo el puro
aire,
¿te vas al inmortal seguro?
Los antes bienhadados,
y
los agora tristes y afligidos,
a
tus pechos criados,
de
ti desposeídos,
¿a
dó convertirán ya sus sentidos?
¿Qué
mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura,
que
no les sea enojos?
Quien
oyó tu dulzura,
¿qué no tendrá por sordo y desventura?
Aqueste
mar turbado,
¿quién
le pondrá ya freno?
¿Quién concierto
al
viento fiero, airado?
Estando
tú encubierto,
¿qué
norte guiará la nave al puerto?
¡Ay!,
nube, envidiosa
aun deste breve gozo, ¿qué te aquejas?
¿Dó
vuelas presurosa?
¡Cuán
rica tú te
alejas!
¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos
dejas!
Las
palabras de Jesús en el evangelio de Juan pretenden que no nos sintamos tristes
y afligidos, pobres y ciegos, sino alegres por el triunfo de Jesús.
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