30 de MAYO – JUEVES – 6ª – SEMANA DE PASCUA – C –
Lectura
del libro de los Hechos de los apóstoles (18,1-8):
EN aquellos días, Pablo
dejó Atenas y se fue a Corinto. Allí encontró a un tal Aquila, judío natural
del Ponto, y a su mujer, Priscila; habían llegado hacía poco de Italia, porque
Claudio había decretado que todos los judíos abandonasen Roma.
Se
juntó con ellos y, como ejercía el mismo oficio, se quedó a vivir y trabajar en
su casa; eran tejedores de lona para tiendas de campaña. Todos los sábados
discutía en la sinagoga, esforzándose por convencer a judíos y griegos. Cuando
Silas y Timoteo bajaron de Macedonia, Pablo se dedicó enteramente a predicar,
dando testimonio ante los judíos de que Jesús es el Mesías.
Como
ellos se oponían y respondían con blasfemias, Pablo sacudió sus vestidos y les
dijo:
«Vuestra
sangre recaiga sobre vuestra cabeza. Yo soy inocente y desde ahora me voy con
los gentiles».
Se
marchó de allí y se fue a casa de un cierto Ticio Justo, que adoraba a Dios y
cuya casa estaba al lado de la sinagoga. Crispo, el jefe de la sinagoga creyó
en el Señor con toda su familia; también otros muchos corintios, al escuchar a
Pablo, creían y se bautizaban.
Palabra
de Dios
Salmo:
97,1-2ab.2cd-3ab.3cd-4
R/.
El Señor revela a las naciones su victoria
Cantad al Señor un
cántico nuevo,
porque ha hecho
maravillas.
Su diestra le ha dado la
victoria,
su santo brazo. R/.
El Señor da a conocer su
salvación,
revela a las naciones su
justicia.
Se acordó de su
misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de
Israel. R/.
Los confines de la tierra
han contemplado
la victoria de nuestro
Dios.
Aclama al Señor, tierra
entera;
gritad, vitoread, tocad.
R/.
Lectura
del santo evangelio según san Juan (16,16-20):
EN aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos:
«Dentro
de poco ya no me veréis, pero dentro de otro poco me volveréis a ver».
Comentaron
entonces algunos discípulos:
«¿Qué
significa eso de “dentro de poco ya no me veréis, pero dentro de otro poco me
volveréis a ver”, y eso de “me voy al Padre”?».
Y
se preguntaban:
«¿Qué
significa ese “poco”? No entendemos lo que dice».
Comprendió
Jesús que querían preguntarle y les dijo:
«¿Estáis
discutiendo de eso que os he dicho: “Dentro de poco ya no me veréis, y dentro
de otro poco me volveréis a ver”? En verdad, en verdad os digo: vosotros
lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis
tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría».
Palabra
del Señor
1. Os
animo a la leer con atención y reflexionar la palabra de Dios. Es el mejor
alimento diario de nuestra fe, si queremos seguir a Jesús. Y lo primero que hay
que hacer para tomar esta decisión de seguirle, es escuchar su llamada, tener
el oído despierto. Sabemos bien que la fe no consiste primordialmente en creer
algo sobre Jesús, sino en creerle a él, seguir con nuestra vida a su persona y
entregarle nuestro corazón.
Los apóstoles no siempre comprendían
lo que Jesús les explicaba, pero confiaban en él, en su persona y estaban a su
lado. “No entendemos lo que dice”, se lee en el evangelio de hoy. Y es que para
entender a Jesús primero hay que quererle. Sin darnos cuenta, nos acostumbramos
a vivir de manera rutinaria y repetitiva. Nos falta la alegría de quienes viven
alimentándose de su Palabra y dando gracias cada día de haberle conocido. Jesús
es nuestro Señor, nuestro Salvador, nuestro mejor Amigo que nunca falla. Él nos
lleva de la mano hasta el Padre.
2. Jesús
les anuncia que están llamados a dar a luz un mundo nuevo, basado en el amor y
guiado por el Espíritu Santo. El dar a luz produce un sufrimiento, pero acaba
en una alegría inmensa. Este momento está cercano, casi a la mano. Van a tener
valor para enfrentar todas las dificultades que se presenten, porque Jesús está
con ellos como el Padre ha estado siempre con Jesús.
Pero cuando falta el seguimiento de
Jesús, cuidado y reafirmado una y otra vez en el propio corazón y en la
comunidad cristiana, nuestra fe corre el riesgo de quedar reducida a una
aceptación de creencias, de costumbres, de palabras que no entendemos.
Es fácil entonces instalarnos en
algunas prácticas religiosas, sin dejarnos cuestionar por las llamadas que
Jesús nos hace desde el evangelio que leemos cada día. Sólo seremos sus
discípulos si le damos el abrazo de la fe y lo imitamos con nuestra vida.
3. Sucedió
el 19 de agosto 2000 en Roma con ocasión de la XV Jornada Mundial de la
Juventud ante dos millones de jóvenes reunidos en la Vigilia de oración con el
Santo Padre. Massimiliano, nacido en Roma, dio su testimonio: “He nacido en una
sociedad en la que todo se puede comprar y en la que tengo de todo. Tengo una
familia unida, en casa no me falta de nada, tengo estudios en la Universidad, tengo
asegurado mi puesto de trabajo. No he conocido ni la guerra ni las
deportaciones ni el control de la libertad, como muchos de los jóvenes que
están aquí. Me considero un joven privilegiado. Pero un día leyendo el
Evangelio de Jesús encontré estás palabras que me impresionaron muchísimo –las
que Jesús dijo al joven rico: “Todavía te falta una cosa...” ¿A mí me faltaba algo todavía? Sí, era
cierto: ME FALTABA EL AMOR A LOS POBRES... “
Hoy, en pleno siglo XXI, este joven ha sentido
el llamamiento a dar lo que tenía a los pobres y a seguir a Cristo. En su
encuentro con los pobres de Roma, este joven busca ahora vivir como Jesús,
entregando su vida por los demás. Y continúa diciendo: “Procuro hacerme amigo
de ellos: ellos ya conocen mi nombre y yo conozco el nombre de algunos de
ellos. Y todo esto no lo hago yo solo, pues estoy con un grupo de amigos que
tienen los mismos ideales que yo”.
Santa Juana de Arco
En
Rouen, de Normandía, en Francia, santa Juana de Arco, virgen, que, conocida
como la doncella de Orleans, luchó firmemente por su patria, pero al final fue
entregada al poder de los enemigos, condenada en un juicio injusto y quemada en
la hoguera.
Vida de Santa Juana de Arco
Esta santa a los 17 años llegó a
ser heroína nacional y mártir de la religión. Juana de Arco nació en el año
1412 en Donremy, Francia. Su padre se llamaba Jaime de Arco, y era un
campesino.
Juana creció en el campo y nunca
aprendió a leer ni a escribir. Pero su madre que era muy piadosa le infundió
una gran confianza en el Padre Celestial y una tierna devoción hacia la Virgen
María. Cada sábado la niña Juana recogía flores del campo para llevarlas al
altar de Nuestra Señora. Cada mes se confesaba y comulgaba, y su gran deseo era
llegar a la santidad y no cometer nunca ningún pecado. Era tan buena y
bondadosa que todos en el pueblo la querían.
Su patria Francia estaba en muy
grave situación porque la habían invadido los ingleses que se iban posesionando
rápidamente de muchas ciudades y hacían grandes estragos.
A los catorce años la niña Juana
empezó a sentir unas voces que la llamaban. Al principio no sabía de quién se
trataba, pero después empezó a ver resplandores y que se le aparecían el
Arcángel San Miguel, Santa Catalina y Santa Margarita y le decían: "Tú
debes salvar a la nación y al rey".
Por temor no contó a nadie nada
al principio, pero después las voces fueron insistiéndole fuertemente en que
ella, pobre niña campesina e ignorante, estaba destinada para salvar la nación
y al rey y entonces contó a sus familiares y vecinos. Las primeras veces las
gentes no le creyeron, pero después ante la insistencia de las voces y los
ruegos de la joven, un tío suyo se la llevó a donde el comandante del ejército
de la ciudad vecina. Ella le dijo que Dios la enviaba para llevar un mensaje al
rey. Pero el militar no le creyó y la despachó otra vez para su casa.
Sin embargo, unos meses después
Juana volvió a presentarse ante el comandante y este ante la noticia de una
derrota que la niña le había profetizado la envió con una escolta a que fuera a
ver al rey.
Llegada a la ciudad pidió poder
hablarle al rey. Este para engañarla se disfrazó de simple aldeano y colocó en
su sitio a otro. La joven llegó al gran salón y en vez de dirigirse hacia donde
estaba el reemplazo del rey, guiada por las "voces" que la dirigían
se fue directamente a donde estaba el rey disfrazado y le habló y le contó
secretos que el rey no se imaginaba. Esto hizo que el rey cambiara totalmente de
opinión acerca de la joven campesina.
Ya no faltaba sino una ciudad
importante por caer en manos de los ingleses. Era Orleans. Y estaba sitiada por
un fuerte ejército inglés. El rey Carlos y sus militares ya creían perdida la
guerra. Pero Juana le pide al monarca que le conceda a ella el mando sobre las
tropas. Y el rey la nombra capitana. Juana manda hacer una bandera blanca con
los nombres de Jesús y de María y al frente de diez mil hombres se dirige hacia
Orleans.
Animados por la joven capitana,
los soldados franceses lucharon como héroes y expulsaron a los asaltantes y
liberaron Orleans. Luego se dirigieron a varias otras ciudades y las liberaron
también.
Juana no luchaba ni hería a
nadie, pero al frente del ejército iba de grupo en grupo animando a los
combatientes e infundiéndoles entusiasmo y varias veces fue herida en las
batallas.
Después de sus resonantes
victorias, obtuvo Santa Juana que el temeroso rey Carlos VII aceptara ser
coronado como jefe de toda la nación. Y así se hizo con impresionante
solemnidad en la ciudad de Reims.
Pero vinieron luego las envidias
y entonces empezó para nuestra santa una época de sufrimiento y de traiciones
contra ella. Hasta ahora había sido una heroína nacional. Ahora iba a llegar a
ser una mártir. Muchos empleados de la corte del rey tenían celos de que ella
llegara a ser demasiado importante y empezaron a hacerle la guerra.
Faltaba algo muy importante en
aquella guerra nacional: conquistar a París, la capital, que estaba en poder
del enemigo. Y hacia allá se dirigió Juana con sus valientes. Pero el rey
Carlos VII, por envidias y por componendas con los enemigos, le retiró sus
tropas y Juana fue herida en la batalla y hecha prisionera por los Borgoñones.
Los franceses la habían
abandonado, pero los ingleses estaban supremamente interesados en tenerla en la
cárcel, y así pagaron más de mil monedas de oro a los de Borgoña para que se la
entregaran y la sentenciaron a cadena perpetua.
Los ingleses la hicieron sufrir
muchísimo en la cárcel. Las humillaciones y los insultos eran todos los días y
a todas horas, hasta el punto de que Juana llegó a exclamar: "Esta cárcel
ha sido para mí un martirio tan cruel, como nunca me había imaginado que
pudiera serlo". Pero seguía rezando con fe y proclamando que sí había oído
las voces del cielo y que la campaña que había hecho por salvar a su patria
había sido por voluntad de Dios.
En ese tiempo estaba muy de moda
acusar de brujería a toda mujer que uno quisiera hacer desaparecer. Y así fue
que los enemigos acusaron a Juana de brujería, diciendo que las victorias que
había obtenido era porque les había hecho brujerías a los ingleses para
poderlos derrotar. Ella apeló al Sumo Pontífice, pidiéndole que fuera el Papa
de Roma el que la juzgara, pero nadie quiso llevarle al Santo Padre esta
noticia, y el tribunal estuvo compuesto exclusivamente por enemigos de la
santa. Y aunque Juana declaró muchas veces que nunca había empleado brujerías y
que era totalmente creyente y buena católica, sin embargo, la sentenciaron a la
más terribles de las muertes de ese entonces: ser quemada viva.
Encendieron una gran hoguera y la
amarraron a un poste y la quemaron lentamente. Murió rezando y su mayor
consuelo era mirar el crucifijo que un religioso le presentaba y encomendarse a
Nuestro Señor. Invocaba al Arcángel San Miguel, al cual siempre le había tenido
gran devoción y pronunciando por tres veces el nombre de Jesús, entregó su
espíritu. Era el 29 de mayo del año 1431. Tenía apenas 19 años. Varios
volvieron a sus casas diciendo: "Hoy hemos quemado a una santa". 23
años después su madre y sus hermanos pidieron que se reabriera otra vez aquel
juicio que se había hecho contra ella. Y el Papa Calixto III nombró una
comisión de juristas, los cuales declararon que la sentencia de Juana fue una
injusticia. El rey de Francia la declaró inocente y el Papa Benedicto XV la
proclamó santa.
Juana de Arco: concédenos un gran
amor por nuestra patria.
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