3 DE FEBRERO – LUNES –
4ª – SEMANA DEL T. O. – A –
Lectura
del segundo libro de Samuel (15,13-14.30;16,5-13a):
En aquellos días, uno llevó esta noticia a David:
«Los israelitas se han puesto de parte de Absalón.»
Entonces David dijo a los cortesanos que estaban con él en Jerusalén:
«¡Ea, huyamos! Que, si se presenta Absalón, no nos dejará escapar. Salgamos
a toda prisa, no sea que él se adelante, nos alcance y precipite la ruina sobre
nosotros, y pase a cuchillo la población.»
David subió la cuesta de los Olivos; la subió llorando, la cabeza cubierta
y los pies descalzos. Y todos sus compañeros llevaban cubierta la cabeza, y
subían llorando.
Al llegar el rey David a Bajurín, salió de allí uno de la familia de Saúl,
llamado Semeí, hijo de Guerá, insultándolo según venía.
Y empezó a tirar piedras a David y a sus
cortesanos –toda la gente y los militares iban a derecha e izquierda del rey–,
y le maldecía:
«¡Vete, vete, asesino, canalla! El Señor te paga la matanza de la familia
de Saúl, cuyo trono has usurpado. El Señor ha entregado el reino a tu hijo
Absalón, mientras tú has caído en desgracia, porque eres un asesino.»
Abisay, hijo de Seruyá, dijo al rey:
«Ese perro muerto ¿se pone a maldecir a mi señor? ¡Déjame ir allá, y le
corto la cabeza!»
Pero el rey dijo:
«¡No os metáis en mis asuntos, hijos de Seruyá! Déjale que maldiga, que, si
el Señor le ha mandado que maldiga a David, ¿quién va a pedirle cuentas?»
Luego dijo David a Abisay y a todos sus cortesanos:
«Ya veis. Un hijo mío, salido de mis entrañas, intenta matarme, ¡y os
extraña ese benjaminita! Dejadlo que me maldiga, porque se lo ha mandado el
Señor. Quizá el Señor se fije en mi humillación y me pague con bendiciones
estas maldiciones de hoy.»
David y los suyos siguieron su camino.
Palabra de Dios
Salmo:
3,2-3.4-5.6-7
R/.
Levántate, Señor, sálvame
Señor, cuántos son mis enemigos,
cuántos se levantan contra mí;
cuántos dicen de mí:
«Ya no lo protege Dios.» R/.
Pero tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria,
tú mantienes alta mi cabeza.
Si grito, invocando al Señor,
él me escucha desde su monte santo. R/.
Puedo acostarme y dormir y despertar:
el Señor me sostiene.
No temeré al pueblo innumerable
que acampa a mi alrededor. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Marcos (5,1-20):
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a la
orilla del lago, en la región de los gerasenos. Apenas desembarcó, le salió al
encuentro, desde el cementerio, donde vivía en los sepulcros, un hombre,
poseído de espíritu inmundo; ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo; muchas
veces lo habían sujetado con cepos y cadenas, pero él rompía las cadenas y
destrozaba los cepos, y nadie tenía fuerza para domarlo. Se pasaba el día y la
noche en los sepulcros y en los montes, gritando e hiriéndose con piedras.
Viendo de lejos a Jesús, echó a correr, se postró ante él y gritó a voz en
cuello:
«¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Por Dios te lo
pido, no me atormentes.»
Porque Jesús le estaba diciendo:
«Espíritu inmundo, sal de este hombre.»
Jesús le preguntó:
«¿Cómo te llamas?»
Él respondió:
«Me llamo Legión, porque somos muchos.»
Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca.
Había cerca una gran piara de cerdos hozando en la falda del monte.
Los espíritus le rogaron:
«Déjanos ir y meternos en los cerdos.»
Él se lo permitió.
Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos; y
la piara, unos dos mil, se abalanzó acantilado abajo al lago y se ahogó en el
lago.
Los porquerizos echaron a correr y dieron la noticia en el pueblo y en los
cortijos. Y la gente fue a ver qué había pasado. Se acercaron a Jesús y vieron
al endemoniado que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio. Se
quedaron espantados. Los que lo habían visto les contaron lo que había pasado
al endemoniado y a los cerdos. Ellos le rogaban que se marchase de su país.
Mientras se embarcaba, el endemoniado le pidió que lo admitiese en su compañía.
Pero no se lo permitió, sino que le dijo:
«Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo
por su misericordia.»
El hombre se marchó y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús
había hecho con él; todos se admiraban.
Palabra del Señor
1. De las numerosas enseñanzas que nos deja este
extraño relato, parece que las más destacables son cuatro:
1) La curación del
endemoniado.
2) El paso de los
demonios del hombre a los cerdos.
3) El rechazo de
Jesús por parte de los dueños de los cerdos.
4) Jesús no acepta
el discipulado del endemoniado después de ser curado.
¿Qué nos enseñan
estos cuatro hechos?
2. 1) La curación del endemoniado es la victoria
de la vida sobre la muerte: Jesús no tolera creencias religiosas que admiten o
toleran la violencia que lleva a la muerte del ser humano.
2)
El paso de los demonios a la piara de cerdos indica la relación de las
fuerzas de la muerte con el poder de la riqueza: dos mil cerdos, en aquel
tiempo y en una región de dominio romano, tenían que valer una fortuna
increíble.
3) El rechazo de Jesús, que expresan los
dueños de los cerdos, nos viene a decir que los ricos prefieren soportar la
violencia de la muerte, en lugar de tener que soportar verse privados de sus
cerdos. Para los ricos, está antes su riqueza que la curación de los que se
encuentran deambulando por cementerios, entre cadenas y piedras que hieren. Es
la violencia brutal del dinero.
4) El rechazo del hombre curado es el
rechazo de aprovechar las curaciones para hacer proselitismo. Jesús no rechaza
al hombre recién curado. Rechaza el proselitismo interesado.
3. ¿Qué nos enseña
esto?
Jesús antepone la
vida a la ganancia. Los vecinos de aquel pueblo toleraban las fuerzas de
muerte, lo que no soportaron es que les privaran de sus "cerdos", es
decir, de su riqueza.
Jesús no curaba
enfermos para de eso sacar provecho. Jesús quería siempre el bien de los otros,
nunca el propio interés.
SAN BLAS y San Oscar, Obispos
San Blas (año 316) y San Oscar, (año 865)
Blas significa: "arma de la
divinidad". (año 316) San Blas fue obispo de Sebaste, Armenia (al sur de
Rusia).
Al principio ejercía la medicina, y aprovechaba
de la gran influencia que le daba su calidad de excelente médico, para
hablarles a sus pacientes en favor de Jesucristo y de su santa religión, y
conseguir así muchos adeptos para el cristianismo.
Al conocer su gran santidad, el pueblo lo
eligió obispo.
Cuando estalló la persecución de
Diocleciano, se fue San Blas a esconderse en una cueva de la montaña, y desde
allí dirigía y animaba a los cristianos perseguidos y por la noche bajaba a
escondidas a la ciudad a ayudarles y a socorrer y consolar a los que estaban en
las cárceles, y a llevarles la Sagrada Eucaristía.
Cuenta la tradición que a la cueva donde
estaba escondido el santo, llegaban las fieras heridas o enfermas y él las
curaba. Y que estos animales venían en gran cantidad a visitarlo cariñosamente.
Pero un día él vio que por la cuesta arriba llegaban los cazadores del gobierno
y entonces espantó a las fieras y las alejó y así las libró de ser víctimas de
la cacería.
Entonces los cazadores, en venganza, se
lo llevaron preso. Su llegada a la ciudad fue una verdadera apoteosis, o paseo
triunfal, pues todas las gentes, aun las que no pertenecían a nuestra religión,
salieron a aclamarlo como un verdadero santo y un gran benefactor y amigo de
todos.
El gobernador le ofreció muchos regalos y
ventajas temporales si dejaba la religión de Jesucristo y si se pasaba a la
religión pagana, pero San Blas proclamó que él sería amigo de Jesús y de su
santa religión hasta el último momento de su vida.
Entonces fue apaleado brutalmente y le
desgarraron con garfios su espalda. Pero durante todo este feroz martirio, el
santo no profirió ni una sola queja. El rezaba por sus verdugos y para que
todos los cristianos perseveraran en la fe.
El gobernador, al ver que el santo no
dejaba de proclamar su fe en Dios, decretó que le cortaran la cabeza. Y cuando
lo llevaban hacia el sitio de su martirio iba bendiciendo por el camino a la
inmensa multitud que lo miraba llena de admiración y su bendición obtenía la
curación de muchos.
Pero hubo una curación que entusiasmó
mucho a todos. Una pobre mujer tenía a su hijito agonizando porque se le había
atravesado una espina de pescado en la garganta. Corrió hacia un sitio por
donde debía pasar el santo. Se arrodilló y le presentó al enfermito que se
ahogaba. San Blas le colocó sus manos sobre la cabeza al niño y rezó por él.
Inmediatamente la espina desapareció y el niñito recobró su salud. El pueblo lo
aclamó entusiasmado.
Le cortaron la cabeza (era el año 316). Y
después de su muerte empezó a obtener muchos milagros de Dios en favor de los
que le rezaban. Se hizo tan popular que en sólo Italia llegó a tener 35 templos
dedicados a él. Su país, Armenia, se hizo cristiano pocos años después de su
martirio.
En la Edad Antigua era invocado como
Patrono de los cazadores, y las gentes le tenían gran fe como eficaz protector
contra las enfermedades de la garganta. El 3 de febrero bendecían dos velas en
honor de San Blas y las colocaban en la garganta de las personas diciendo:
"Por intercesión de San Blas, te libre Dios de los males de garganta".
Cuando los niños se enfermaban de la garganta, las mamás repetían: "San
Blas bendito, que se ahoga el angelito".
A San Blas, tan amable y generoso,
pidámosle que nos consiga de Dios la curación de las enfermedades corporales de
la garganta, pero sobre todo que nos cure de aquella enfermedad espiritual de
la garganta que consiste en hablar de todo lo que no se debe de hablar y en
sentir miedo de hablar de nuestra santa religión y de nuestro amable Redentor,
Jesucristo.
San Oscar (año 865)
Este
gran misionero fue el evangelizador y primer obispo de los países escandinavos,
o sea: Dinamarca, Suecia y Noruega. Murió muy joven, agotado de tanto misionar
y de tanto trabajar por extender el reino de Cristo. Su muerte sucedió el 3 de
febrero del año 865.
Propósito:
Pediré a Dios que me conceda su gran fortaleza para ser fiel creyente hasta el
final de la vida. Si no pido esta gracia quizás no la reciba, pero si la pido
muchas veces la voy a conseguir, porque Jesús prometió: "Todo el que pide,
recibe".
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