23 DE FEBRERO – DOMINGO –
7ª – SEMANA DEL T. O. – A –
Lectura del libro del Levítico (19,1-2.17-18):
EL Señor habló así a Moisés:
«Di
a la comunidad de los hijos de Israel:
“Sed
santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo.
No
odiarás de corazón a tu hermano, pero reprenderás a tu prójimo, para que no
cargues tú con su pecado.
No
te vengarás de los hijos de tu pueblo ni les guardarás rencor, sino que amarás
a tu prójimo como a ti mismo.
Yo
soy el Señor”».
Palabra de Dios
Salmo: 102,1-2.3-4.8.10.12-13
R/. El Señor es compasivo y misericordioso
V/. Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R/.
V/. Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura. R/.
V/. El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia.
No nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas. R/.
V/. Como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.
Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por los que lo
temen. R/.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios
(3,16-23):
HERMANOS:
¿No
sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?
Si
alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de
Dios es santo: y ese templo sois vosotros.
Que
nadie se engañe. Si alguno de vosotros se cree sabio en este mundo, que se haga
necio para llegar a ser sabio.
Porque
la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios, como está escrito:
«Él
caza a los sabios en su astucia».
Y
también:
«El
Señor penetra los pensamientos de los sabios y conoce que son vanos».
Así,
pues, que nadie se gloríe en los hombres, pues todo es vuestro: Pablo, Apolo,
Cefas, el mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro.
Todo
es vuestro, vosotros de Cristo Y Cristo de Dios.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,38-48):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habéis
oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pero yo os digo: no hagáis
frente al que os agravia.
Al
contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que
quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien
te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al
que te pide prestado, no lo rehúyas.
Habéis
oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”.
Pero
yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que
seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y
buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.
Porque,
si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también
los publicanos?
Y,
si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen
lo mismo también los gentiles?
Por
tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».
Palabra de Dios
De la venganza al amor.
El domingo pasado vimos dos recursos de Jesús para
combatir el legalismo de los escribas: llevar la ley a sus últimas
consecuencias (asesinato, adulterio) y anular la ley en vigor (divorcio,
juramento). El evangelio de este domingo termina de tratar el tema
añadiendo un nuevo recurso: cambiar la norma por otra nueva. Lo
hace hablando de la venganza y de la relación con el prójimo.
Generosidad frente a venganza
Habéis oído que se dijo: "Ojo por ojo, diente por diente." Yo, en
cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te
abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte
pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para
caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide
prestado, no lo rehúyas.
El quinto caso toma como punto de partida la ley del
talión («ojo por ojo, diente por diente»). Esta ley no es tan cruel como a
veces se piensa. Intenta poner freno a la crueldad de Lamec, que anuncia: «Por
un cardenal mataré a un hombre, a un joven por una cicatriz» (Génesis 4,23).
Frente a la idea de la venganza incontrolada (muerte por cicatriz) la ley del
talión pretende que la venganza no vaya más allá de la ofensa (ojo por ojo). De
todos modos, sigue dominando la idea de que es lícito vengarse.
En Las Coéforas de Esquilo se advierte el valor universal de
esta idea. Después del asesinato de su padre, Electra pregunta al Coro qué debe
pedir, y éste le responde:
− Que un dios o un mortal venga sobre ellos...
− ¿Cómo juez o como vengador?
− Di simplemente, “alguien que devuelva muerte por
muerte”.
− Pero, ¿crees tú que los dioses encontrarán santo y
justo mi ruego?
− ¿Acaso no es santo y justo devolver a un enemigo mal por mal?
Jesús no acepta esta actitud en sus discípulos. No sólo no deben enfrentarse al
que lo ofende, sino que deben adoptar siempre una postura de entrega y
generosidad. Para expresarlo, recurre a cinco casos concretos. ¿Cómo debes
comportarte con quien te abofetea, te pone pleito para quitarte la túnica, te
fuerza a caminar una milla (quizá se refiera a los soldados romanos, que podían
obligar a los judíos a llevarles su impedimenta esa distancia), te pide, o te
pide prestado? Basta hacerse cada una de estas preguntas, pensando cómo
responderíamos nosotros, para advertir la enorme diferencia con las respuestas
de Jesús.
De todos modos, lo que dice no debemos interpretarlo al pie de letra, porque
terminaría amargándonos la existencia. El mismo Jesús, cuando lo abofetearon,
no puso la otra mejilla; preguntó por qué lo hacían. Lo importante es analizar
nuestra actitud global ante el prójimo, si nos movemos en un espíritu de
venganza, de rencor, de regatear al máximo nuestra ayuda, o si actuamos con
generosidad y
entrega.
Amor al enemigo
Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo"
y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y
rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en
el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a
justos e injustos.
Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo
mismo también los publicanos? Y, si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué
hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto,
sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.»
El último caso parte de una ley escrita («amarás a tu prójimo»: Levítico 19,18)
y de una norma no escrita, pero muy practicada («odiarás a tu enemigo»).
Es ciertos que el libro del Éxodo contiene dos leyes que hablan de portarse
bien con el enemigo: «Cuando encuentres extraviados el toro o el asno de
tu enemigo, se los llevarás a su dueño. Cuando veas al asno de tu
adversario caído bajo la carga, no pases de largo; préstale ayuda» (Ex 23,4-5). Pero es curioso cómo se cambia esta
ley en una etapa posterior: «Si ves extraviados al buey o a
la oveja de tu hermano, no te desentiendas: se los devolverás a tu
hermano. Si ves el asno o el buey de tu hermano caídos en el
camino, no te desentiendas, ayúdalos a levantarse» (Dt 22,1.4). La obligación no es ahora con el
enemigo y el adversario, sino con el hermano (en sentido amplio). Alguno dirá
que, para el Deuteronomio no hay enemigos, todos son hermanos. Pero es una
interpretación demasiado benévola.
El evangelio es muy realista: los seguidores de Jesús tienen enemigos. Sus
palabras hacen pensar en las persecuciones que sufrían las primeras comunidades
cristianas, odiadas y calumniadas por haberse separado del pueblo de Israel; y
en la que sufren tantas comunidades actuales en África y Asia. Frente a la
rabia y el odio que se puede experimentar en esas ocasiones, Jesús exhorta a no
guardar rencor; más aún, a perdonar y rezar por los perseguidores.
Lo que pide es tan duro que debe justificarlo. Lo hace contraponiendo dos
ejemplos: el de Dios Padre, el ser más querido para un israelita, y el de los
recaudadores de impuestos y paganos, dos de los grupos más odiados. ¿A quién de
ellos deseamos parecernos? ¿Al Padre que concede sus bienes (el sol y la
lluvia) a todos los seres humanos, prescindiendo de que sean buenos o malos, de
que se porten bien o mal con él? ¿O preferimos parecernos a quienes sólo aman a
los que los aman?
No se trata de elegir lo que uno prefiera. El cristiano está obligado a «ser
bueno del todo, como es bueno vuestro Padre del cielo».
Primera lectura (Levítico
19, 1-2.17-18)
El Señor habló a
Moisés:
Habla a la asamblea de los hijos de Israel y diles: "Seréis santos, porque
yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo. No odiarás de corazón a tu hermano.
Reprenderás a tu pariente, para que no cargues tú con su pecado. No te vengarás
ni guardarás rencor a tus parientes, sino que amarás a tu
prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor. "
La idea de imitar al Dios bueno y santo portándonos
bien con el prójimo es el tema de la primera lectura. La formulación es muy
interesante, alternando prohibiciones y mandatos. Prohíbe odiar, manda
reprender, prohíbe vengarse, manda amar. De ese modo, prohibiciones y
mandatos se complementan y comentan. No odiar de corazón significa, en la
práctica, no vengarse ni guardar rencor. Reprender es una forma de amar; de
hecho, lo más cómodo y fácil ante los fallos ajenos es callarse y criticarlos
por la espalda; para reprender cristianamente hace falta mucho
amor y mucha humildad.
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