9 DE FEBRERO – DOMINGO –
5ª – SEMANA DEL T. O. – A
Lectura del libro de Isaías (58,7-10):
ESTO dice el Señor:
«Parte
tu pan con el hambriento,
hospeda a los pobres sin techo,
cubre a quien ves desnudo
y no te desentiendas de los tuyos.
Entonces surgirá tu luz como la aurora,
enseguida se curarán tus heridas,
ante ti marchará la justicia,
detrás de ti la gloria del Señor.
Entonces clamarás al Señor y te responderá;
pedirás ayuda y te dirá: “Aquí estoy”.
Cuando
alejes de ti la opresión,
el dedo acusador y la calumnia,
cuando ofrezcas al hambriento de lo tuyo
y sacies al alma afligida,
brillará tu luz en las tinieblas,
tu oscuridad como el mediodía».
Palabra de Dios
Salmo: 111,4-5.6-7.8a.9
R/. El justo brilla en las tinieblas como una luz
V/. En las
tinieblas brilla como una luz
el que es justo, clemente y compasivo.
Dichoso el que se apiada y presta,
y administra rectamente sus asuntos. R/.
V/. Porque
jamás vacilará.
El recuerdo del justo será perpetuo.
No temerá las malas noticias,
su corazón está firme en el Señor. R/.
V/. Su corazón
está seguro, sin temor.
Reparte limosna a los pobres;
su caridad dura por siempre
y alzará la frente con dignidad. R/.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (2,1-5):
YO mismo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios,
no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me
precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y este crucificado.
También
yo me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi
predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y
el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los
hombres, sino en el poder de Dios.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,13-16):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Vosotros
sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No
sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo.
No
se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco
se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en
el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Brille
así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den
gloria a vuestro Padre que está en los cielos».
Palabra del Señor
La sal y la luz.
El evangelio de
este domingo consta de dos breves parábolas muy fáciles de entender. Pero se
puede profundizar en ellas situándolas en su contexto y utilizándolas para un
examen de conciencia.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos:
Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con
qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta
en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del
candelero, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y
den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.
Diseccionando el texto
Aunque
empiezan de forma muy parecida, el desarrollo de las dos parábolas es distinto.
La primera consta de dos elementos: afirmación (vosotros sois la sal) y advertencia sobre el peligro
de perder el sabor.
La segunda es más compleja, consta de cuatro
elementos: entre la afirmación (vosotros sois la luz) y
la advertencia sobre el peligro de meter la
lámpara en el armario, encontramos una nueva imagen sobre la ciudad en lo alto del monte, y termina con
una exhortación a hacer brillar nuestra luz.
Pido perdón por
destripar el texto, pero lo hago para dejar claro la difícil tarea de los
evangelistas, que reunieron palabras pronunciadas por Jesús en diversos
momentos, y no tenían la posibilidad moderna de marcar bloque y trasladar o
borrar sin enorme gasto de tiempo y de dinero.
El contexto: las parábolas y las bienaventuranzas
El evangelio de
Mateo sitúa estas dos parábolas inmediatamente después de las bienaventuranzas.
Como vimos el domingo pasado, las bienaventuranzas hablan de las personas que
pueden interesarse por el mensaje de Jesús y entenderlo; de las que pueden
entrar a formar parte de la comunidad cristiana (el reinado inicial de Dios)
por los motivos más diversos en su actitud ante Dios y el prójimo. Proclamando
los valores más inauditos, son un canto de esperanza para todos los que se
sienten marginados por la sociedad y el estamento religioso: Dios Rey los acoge
como súbditos.
Pero Mateo,
siempre tan realista, no quiere que los cristianos lancemos las campanas al
vuelo, que nos sintamos maravillosos y al seguro. Por eso, antes de entrar en
el cuerpo central del Sermón del Monte, nos da un doble toque de atención con
estas dos parábolas.
Los dos peligros
Leídas juntas, las dos parábolas
pretende ilusionar a los oyentes recordándoles que Dios les ha concedido la
capacidad de dar sabor, y energía para iluminar a todos los hombres, redundando
en gloria de Dios.
Pero caben dos peligros: el
primero, perder la energía (parábola de la sal); el
segundo, ocultarla (parábola de la luz del mundo).
¿Cómo se puede perder
la energía? Más adelante, en la parábola
del sembrador, Mateo ofrece unas pistas cuando habla de la semilla
sembrada entre cardos: las preocupaciones mundanas y la seducción de la
riqueza lo ahogan, y no da fruto (Mt 13,22).
¿Cómo conservar la
energía? Si tomamos como modelo a Jesús, sus dos
fuentes de energía fueron la oración (tema que subrayan los cuatro evangelios)
y el contacto directo con el prójimo, especialmente con los más necesitados
(enfermos, marginados).
¿Cómo ocultar la luz? Dejándonos arrastrar por lo cómodo y fácil. Jesús fue luz del mundo
porque no se recluyó cómodamente en su mundo, prefirió el esfuerzo, el riesgo,
el cansancio, la adversidad y la muerte.
¿Cómo hacer que brille
nuestra luz?
La primera lectura, tomada del c.58 de Isaías, encaja perfectamente con
la parábola de la luz.
Así dice el
Señor:
Parte tu pan con el hambriento,
hospeda a los pobres sin techo,
viste al que ves desnudo,
y no te cierres a tu propia carne.
Entonces romperá tu luz como la aurora,
en seguida te brotará la carne sana;
te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del
Señor.
Entonces clamarás al Señor, y te responderá;
gritarás, y te dirá: «Aquí estoy.
Cuando destierres de ti la opresión, el gesto
amenazador y la maledicencia,
cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el
estómago del indigente,
brillará tu luz en las
tinieblas, tu oscuridad se volverá
mediodía.
Tras la destrucción de Jerusalén y la deportación a Babilonia (año 586
a.C.), la situación del pueblo judío fue trágica, incluso después de la vuelta
del destierro (año 538 a.C.).
La capital siguió prácticamente despoblada hasta mediados o finales del
siglo V (época de Nehemías) y la situación económica era de absoluta penuria.
El pueblo se sentía como un cuerpo enfermo y sumergido en tinieblas.
En esas circunstancias de
desánimo, busca la solución en una serie de ceremonias religiosas,
especialmente el ayuno (que implicaba no sólo abstenerse de alimentos sino
también realizar otros ritos, como cubrirse de saco y ceniza, etc.), para
ganarse el favor de Dios. Pero Dios no hace nada. Y el pueblo se queja y
protesta. «¿Para qué ayunar si no haces caso?» Dios responde por medio del
profeta: si quieres que tu situación mejore, que brille tu luz en las
tinieblas, que rompa tu luz como la aurora, comprométete con el que pasa
hambre, tiene sed, está desnudo y sin techo (las famosas obras de misericordia,
que se conocían ya en el antiguo Egipto); destierra la opresión y la
maledicencia.
Hay una idea capital en esta lectura. Cuando habla de los necesitados
termina diciendo: «y no te cierres a tu propia carne». El hambriento, desnudo o sin techo no es un ser extraño, ajeno a mí,
al que hago un favor si me apetece. Es mi propia carne, que reclama cuidado y
atención, como un miembro cualquiera de nuestro cuerpo.
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