5 DE FEBRERO – MIÉRCOLES –
4ª – SEMANA DEL T. O. – A –
Lectura
del segundo libro de Samuel (24,2.9-17):
En aquellos días, el rey David ordenó a Joab y a los
jefes del ejército que estaban con él:
«Id por todas las tribus de Israel, desde Dan hasta Berseba, a hacer el
censo de la población, para que yo sepa cuánta gente tengo.»
Joab entregó al rey los resultados del censo: en Israel había ochocientos
mil hombres aptos para el servicio militar, y en Judá quinientos mil.
Pero, después de haber hecho el censo del pueblo, a David le remordió la
conciencia y dijo al Señor:
«He cometido un grave error. Ahora, Señor, perdona la culpa de tu siervo,
porque ha hecho una locura.»
Antes que David se levantase por la mañana, el profeta Gad, vidente de
David, recibió la palabra del Señor:
«Vete a decir a David: "Así dice el Señor: Te propongo tres castigos;
elige uno, y yo lo ejecutaré."»
Gad se presentó a David y le notificó:
«¿Qué castigo escoges? Tres años de hambre en tu territorio, tres meses
huyendo perseguido por tu enemigo, o tres días de peste en tu territorio. ¿Qué
le respondo al Señor, que me ha enviado?»
David contestó:
«¡Estoy en un gran apuro! Mejor es caer en manos de Dios, que es compasivo,
que caer en manos de hombres.»
Y David escogió la peste. Eran los días de la recolección del trigo. El
Señor mandó entonces la peste a Israel, desde la mañana hasta el tiempo
señalado. Y desde Dan hasta Berseba, murieron setenta mil hombres del pueblo.
El ángel extendió su mano hacia Jerusalén para asolarla.
Entonces David, al ver al ángel que estaba hiriendo a la población, dijo al
Señor:
«¡Soy yo el que ha pecado! ¡Soy yo el culpable! ¿Qué han hecho estas
ovejas? Carga la mano sobre mí y sobre mi familia.»
El Señor se arrepintió del castigo, y dijo al ángel, que estaba asolando a
la población: «¡Basta! ¡Detén tu mano!»
Palabra de Dios
Salmo:
31,1-2.5.6.7
R/.
Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado
Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor
no le apunta el delito. R/.
Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito;
propuse: «Confesaré al Señor mi culpa»,
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. R/.
Por eso, que todo fiel te suplique
en el momento de la desgracia:
la crecida de las aguas caudalosas
no lo alcanzará. R/.
Tú eres mi refugio,
me libras del peligro,
me rodeas de cantos de liberación. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Marcos (6,1-6):
En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de
sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la
multitud que lo oía se preguntaba asombrada:
«¿De dónde saca todo eso?
¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado?
¿Y esos milagros de sus manos?
¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y
Judas y Simón?
Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?»
Y esto les resultaba escandaloso.
Jesús les decía:
«No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en
su casa.»
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles
las manos.
Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor
enseñando.
Palabra del Señor
1. Lo primero, que salta a la vista
leyendo este episodio, es que los evangelios de la infancia de Jesús no pueden
ser relatos históricos. Aquí queda en evidencia que Jesús y su familia eran
gente poco estimada en el pequeño pueblo de Nazaret. En un pueblo así, todo el mundo
se conoce. Y allí debía de haber gente que vivía y recordaba los años del
nacimiento y la infancia de Jesús. Y sí aquellas gentes sabían que aquel
vecino, el carpintero del pueblo nació tan milagrosamente, con apariciones de
ángeles, adoración de pastores visita sorprendente de magos de Oriente, matanza
de inocentes por parte de Herodes, etc., ¿cómo se explica que aquellas mismas
gentes se "sorprendieran", "desconfiaran" y hasta
"despreciaran" a Jesús? No pudo ser así.
Y lo que tiene más trazas de invento
al servicio de una "teología edificante" es todo lo que relatan los
evangelios de la infancia. Con ellos, se hizo "teología edificante",
no "historia creíble".
2.
Jesús enseñaba "con sabiduría". No transmitía "conocimientos", sino
todo un "pensamiento
simbólico", fruto de su experiencia espiritual. Y sobre todo fruto
de su vida tan profundamente humana.
Cuando uno trasmite lo que vive, eso
es lo único que impresiona y llega a la "inteligencia emocional" de
la gente. Esta forma de predicación es lo que echamos en falta en la mayoría de
las homilías y sermones.
3.
Los "hermanos" (adelphoi) de Jesús eran hermanos de sangre. No
eran simplemente "parientes". Siempre que, en el Nuevo Testamento, se
utiliza esa palabra, para indicar relaciones de parentesco, se refiere a
"hermanos de carne y sangre" (J. P. Meier).
Esto no es contrario a la fe de la
Iglesia. La "virginidad" de María no es un hecho fisiológico, sino
una verdad teológica, que nos enseña que de María nació el Hijo de Dios. No un
hombre que no era más que eso, un mero hombre.
No hay más que eso en el dogma de la
virginidad. Y esto no nos tiene que escandalizar, sino admirar. Así son los
caminos de Dios.
Ya indicó el conocido teólogo Karl
Rahner que una mujer, a la que se le hace una inseminación artificial y luego
se le practica una cesárea, es virgen. Pero eso, para la calidad religiosa de
esa mujer, ¿de qué sirve?
Nuestra fe en Dios y en la devoción a
María tienen que ser más serias y bien argumentadas.
SANTA ÁGUEDA
Padeció el martirio en Catania
(Sicilia), probablemente en la persecución de Decio (249-251).
Desde la antigüedad su culto se
extendió por toda la Iglesia y su nombre fue introducido en el Canon romano.
La
fama de su virtud heroica- virginidad consciente y constante, puesta a prueba
de mil modos insinuantes y coercitivos- se extendió por toda la cristiandad y
se confirmó por diversos prodigios después de su muerte.
VIDA
Santa
Águeda fue una joven cristiana de Catania (o Palermo), en la isla de Sicilia,
que murió mártir en el siglo III. Prometida en matrimonio a Quinciano,
gobernador de la isla, ella no acepta por haberse consagrado a Dios desde su
infancia.
A partir
de esta negativa las fuentes nos hablan de distintas pruebas que culminaron en
su martirio durante la persecución de Decio (Passio Santa Agathae), o durante
la de Diocleciano (Aldelmo, De laudibus virginitatis, cap. 42: PL 89, 142).
Son, pues, inciertas las fechas de su nacimiento y de su muerte (ca. 251).
El
proceso de su martirio se narra en la Passio Santa Agathae. Ante la primera
negativa a los requerimientos del gobernador, Águeda es encomendada a una tal Afrodisia
que trata de persuadirla durante 30 días. Presentada de nuevo ante el tribunal
de Quinciano, se declara cristiana y es condenada a prisión.
Después
de algunos días la llevan nuevamente al tribunal y la someten a nuevo interrogatorio.
Vuelve a rehusar, haciendo profesión de su fe en Cristo.
Su
actitud provoca la ira del gobernador, quien ordena le arranquen los pechos, y
la envía una vez más a prisión.
En
esta etapa de su encarcelamiento recibe la visita milagrosa y confortante del
apóstol San Pedro. La constancia de Águeda encuentra réplica en la tozudez de
Quinciano, que vuelve a la carga, haciéndole renovadas instancias y
disponiendo, finalmente, suplicios que le acarrearon la muerte.
La
fama de su virtud heroica- virginidad consciente y constante, puesta a prueba
de mil modos insinuantes y coercitivos- se extendió por toda la cristiandad y
se confirmó por diversos prodigios después de su muerte.
EL CULTO A SANTA ÁGUEDA
El
fervor popular la constituyó patrona de Catania y abogada en las erupciones del
Etna. Más adelante se le consideró abogada en caso de incendio.
Finalmente,
y por una extensión fácilmente comprensible, pasó a invocarse como patrona de
los constructores de campanas (éstas anunciaban la aparición de un fuego).
Las
reliquias de Santa Águeda se conservaron primero en Catania, mas, por temor a
la profanación sarracena, fueron trasladadas a Constantinopla, de donde se
rescataron definitivamente en 1126.
Hay
constancia de su culto muy difundido en diversos documentos y monumentos:
varias iglesias reciben su nombre. Aparece en el Martirologio Jeronimiano, en
el Calendario Cartaginés, y en el Calendario Mozarábigo, en las Sinaxis
griegas, y también se inserta su nombre en el Canon de la Misa, probablemente
por intervención directa del papa San Gregorio (cfr. J. Jungmann, El sacrificio
de la Misa, Madrid 1953, 937).
Los
documentos litúrgicos de los siglos VI al X fijan la fecha de celebración de su
festividad el 5 de febrero.
El
documento fundamental y más abundante relacionado con su martirio es la
Passio Santa Agathae. Existen de esta narración varias recensiones, una latina
y dos griegas, que se remontan a una recensión original común del siglo VI que
suscita la sospecha de los estudiosos a la hora de pronunciarse sobre su valor
histórico.
Ello
no obstante, puede afirmarse sin ningún género de duda que, en fuerza de los
testimonios monumentales y litúrgicos aducidos, son absolutamente seguros desde
el punto de vista histórico tanto el hecho de su martirio y del culto que se le
tributó desde muy pronto, como también el lugar de su muerte, aunque algunas
particularidades que se dicen acompañaron a su martirio resulten dudosas.
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