25 DE FEBRERO – MARTES –
7ª – SEMANA DEL T. O. – A –
Lectura
de la carta del apóstol Santiago (4,1-10):
¿De dónde proceden las guerras y las contiendas entre
vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, que luchan en vuestros miembros?
Codiciáis y no tenéis; matáis, ardéis en envidia y no alcanzáis nada; os
combatís y os hacéis la guerra.
No tenéis, porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para dar
satisfacción a vuestras pasiones. ¡Adúlteros! ¿No sabéis que amar el mundo es
odiar a Dios? El que quiere ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios. No en
vano dice la Escritura: «El espíritu que Dios nos infundió está inclinado al
mal.» Pero mayor es la gracia que Dios nos da. Por eso dice la Escritura: «Dios
se enfrenta con los soberbios y da su gracia a los humildes.»
Someteos, pues, a Dios y enfrentaos con el diablo, que huirá de vosotros.
Acercaos a Dios, y Dios se acercará a vosotros. Pecadores, lavaos las manos;
hombres indecisos, purificaos el corazón, lamentad vuestra miseria, llorad y
haced duelo; que vuestra risa se convierta en llanto y vuestra alegría en
tristeza. Humillaos ante el Señor, que él os levantará.
Palabra de Dios
Salmo:
54,7-8.9-10a.10b-11.23
R/.
Encomienda a Dios tus afanes, que él te sustentará
Pienso: «¡Quién me diera alas de paloma
para volar y posarme!
Emigraría lejos,
habitaría en el desierto.» R/.
«Me pondría en seguida a salvo de la tormenta,
del huracán que devora, Señor;
del torrente de sus lenguas.» R/.
Violencia y discordia veo en la ciudad:
día y noche hacen la ronda
sobre sus murallas. R/.
Encomienda a Dios tus afanes,
que él te sustentará;
no permitirá jamás que el justo caiga. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Marcos (9,30-37):
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de
la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo
a sus discípulos.
Les decía:
«El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo
matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará.»
Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.
Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en
casa, les preguntó:
«¿De qué discutíais por el camino?»
Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más
importante.
Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:
«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de
todos.»
Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
«El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me
acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.»
Palabra del Señor
1. Este evangelio plantea un contraste fuerte.
Tan fuerte, que a mucha gente le parece intolerable y hasta posiblemente
inaceptable.
El relato nos viene
a decir que, precisamente cuando Jesús iba instruyendo a los apóstoles del
fracaso final que le esperaba, exactamente entonces, los apóstoles venían
discutiendo quién de ellos era el más importante.
Es decir, Jesús
había proyectado su vida de manera que, por causa de sus conflictos con los
dirigentes religiosos, religiosos, por eso se encaminaba hacia la exclusión de
un fracasado.
Los apóstoles,
justamente en el polo opuesto, andaban proyectando su vida de forma que querían
encaminarse hacia el éxito de un instalado. Y, además, ellos pensaban en un
instalado en el primer puesto, el sitio del "más importante".
2. Aquí tenemos retratado el contraste que hoy
seguimos viendo en la Iglesia.
El centro de su fe
y de su vida está en el Crucificado. Pero de sobra sabemos que las cosas han
venido a terminar en el hecho esperpéntico de que al Crucificado lo representan
los "instalados", hombres con poderes y títulos, que pretenden ser
los primeros, con dignidades y privilegios, vestidos y revestidos de pompa y
boato, erigidos en habladores de lo que, desde sus cátedras de dignidad, no se
puede explicar. Y hasta resulta ridículo pretender explicarlo.
La actualidad de
este evangelio es fuerte y da mucho que pensar.
3. Los evangelistas amaban a la Iglesia. Pero
ese amor no les nubló los ojos ni les cerró la boca. Ellos vieron y dejaron por
escrito, para todas las generaciones, las miserias de los apóstoles. Y sin
embargo hoy acusan de desamor a la Iglesia a quienes ven y hablan de las
miserias de los "sucesores de los apóstoles".
Amar a la Iglesia es querer su bien. Y el bien
de la fe de los seguidores de Jesús. Y si esto es así, no está fuera de lugar
tener los ojos abiertos para ver lo que sucede en la Iglesia. Y la lengua
suelta para decirlo -sin ira y sin resentimientos- cuando hay que decirlo.
Porque callar
ciertas cosas es hacerse
cómplice de ellas. Y eso no es amar. A nadie. Ni a la
Iglesia, ni a sus obispos, ni a los creyentes.
Y todavía un
detalle más: Jesús dijo lo que tenía que decirles a sus apóstoles
"sentándose" (kathisas).
En los evangelios,
Jesús "se sienta" cuando enseña, como maestro, algo importante (Mc 4,
1; 12, 41; 13, 3; Mt 5, 1-26, 55; Lc 4, 20-21; 5, 3; in 8, 2; cf. Mt 23, 2)
(Marcus Joel).
San Alejandro
San Alejandro (Álex, Alexandre), obispo, anciano célebre por el celo de su
fe, que fue elegido para la sede alejandrina como sucesor de san Pedro y
rechazó la nefasta herejía de su presbítero Arrio.
Vida de San Alejandro
Conmemoración de san Alejandro, obispo, anciano célebre por el celo de su fe,
que fue elegido para la sede alejandrina como sucesor de san Pedro y rechazó la
nefasta herejía de su presbítero Arrio, que se había apartado de la comunión de
la Iglesia. Junto con trescientos dieciocho Padres participó en el primer
Concilio de Nicea, que condenó tal error,
Nació hacia el año 250. Tuvo siempre un carácter apacible y bondadoso que de
modo especial demostraba con los débiles y menesterosos. Era por su natural un
hombre de paz, llevaba dentro de sí un espíritu conciliador como consecuencia
de la caridad.
A la muerte de Aquillas, en el 313, fue propuesto y nombrado para la sede de
Alejandría y aquí se va a ver envuelto en asuntos doctrinales que le harán
sufrir lo indecible, le madurarán en la profesión de la fe cristiana y lo convertirán
en su paladín. No le quedará más remedio que ser fiel a su condición de pastor
aún a costa de su fama y de su bienestar; tendrá que sobreponerse a sí mismo y
hacer que su bondad se manifieste como intransigencia en cuestiones que él no
puede tocar y menos cambiar.
El Patriarca es un hombre celoso en el cumplimiento de su oficio. Le
preocupan los indigentes y con ellos muestra una generosidad poco frecuente.
Alienta el ascetismo de los solitarios anacoretas que se entregan sin
condiciones a Dios, en el desierto de Egipto, con una vida de penitencia. Hizo
construir el templo de san Teonás, el mayor de Alejandría. Mantiene la paz y
tranquilidad mientras se resuelve la fecha para la celebración de la Pascua.
En torno a su persona y a su ministerio aparecerán figuras que para siempre
quedan presentes en el campo de la teología: Atanasio y Arrio. El primero
aprenderá a ser buen obispo a su sombra, aún a costa de destierros. El segundo
llevará colgado hasta el fondo de la historia, y sobrepasando su propia muerte,
el bochorno de su rebeldía y la tristeza de la pertinacia en el error. La
Iglesia saldrá enriquecida por la afirmación a perpetuidad de la Verdad y el
campo de la teología quedará armado con expresiones aptas para la expresión del
Credo.
Al poco tiempo de ser Alejandro Patriarca, comienza a dar castigo Arrio. Ha
comenzado a poner al descubierto su personalidad inquieta y su carácter díscolo
y rebelde; ahora comienza a predicar cosas extrañas sobre Jesucristo no
coincidentes con la verdad profesada en la Iglesia. No sirven los avisos del
Patriarca; es más, se empeora el asunto por el favorable eco que encuentra su
enseñanza en determinados sectores superficiales de creyentes y la facilidad
con que la aceptan algunos provenientes del paganismo. Aquellos círculos van
ampliándose y lo que comenzó solamente como una doctrina anormal va tomando
tintes de herejía por la pertinacia en la defensa y por lo importante del
error.
Arrianismo se denominará la herejía. Enseña Arrio que el Hijo no es eterno,
sino que sólo es una especial criatura. No tiene la naturaleza del Padre, sólo
hay una Persona divina. La Trinidad, misterio peculiar cristiano, queda
destruída. Como consecuencia directa, la Redención de Cristo es limitada, no
infinita.
El responsable de la fe en Alejandría no puede permanecer indiferente en
estas circunstancias. Convoca, en el 318, una reunión -la llaman sínodo- para
los obispos de Egipto y Libia; entre todos deben entender del tema y expresar
la verdad de la fe que en la Iglesia se profesa. Todo termina con la excomunión
de Arrio y la condena de su doctrina.
Como va aumentando el revuelo, el emperador Constantino toma cartas en el
asunto; está mal informado por los dos Eusebios, el de Cesarea y el de
Nicomedia, proclives a aceptar la doctrina nueva. Se envía como legado a Osio
de Córdoba para arreglar el asunto que se estimaba como «cuestión de palabras»,
pero ya sobre el terreno descubre lo irreductible a la fe de Arrio y la
importancia del tema. Sólo una reunión general de todos los obispos podrá
arreglar el problema; entre otros muchos allí está presente -aunque anciano-
Alejandro y su secretario Atanasio. De este modo nació, después del de
Jerusalén, el primer concilio, el de Nicea. En el año 325 expresa la Iglesia su
fe genuina -tal como la vivió siempre- recibida de los Apóstoles y contenida en
la Escritura Santa, condenando el arrianismo que por siglos durará entre
cristianos y los separará de la verdadera Iglesia.
El Patriarca Alejandro, defensor del tesoro recibido, murió poco después, en
el 326, en su sede, con la misión cumplida.
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