miércoles, 5 de febrero de 2020

Párate un momento: El Evangelio del dia 7 DE FEBRERO – VIERNES – 4ª – SEMANA DEL T. O. – A – San Ricardo, padre de familia






7 DE FEBRERO – VIERNES –
4ª – SEMANA DEL T. O. – A –

Lectura del libro del Eclesiástico (47,2-13):

Como la grasa es lo mejor del sacrificio, así David es el mejor de Israel. Jugaba con leones como con cabritos, y con osos como con corderillos; siendo un muchacho, mató a un gigante, removiendo la afrenta del pueblo, cuando su mano hizo girar la honda, y derribó el orgullo de Goliat.
Invocó al Dios Altísimo, quien hizo fuerte su diestra para eliminar al hombre aguerrido y restaurar el honor de su pueblo. Por eso le cantaban las mozas, alabándolo por sus diez mil.
Ya coronado, peleó y derrotó a sus enemigos vecinos, derrotó a los filisteos hostiles, quebrantando su poder hasta hoy. De todas sus empresas daba gracias, alabando la gloria del Dios Altísimo; de todo corazón amó a su Creador, entonando salmos cada día; trajo instrumentos para servicio del altar y compuso música de acompañamiento; celebró solemnemente fiestas y ordenó el ciclo de las solemnidades; cuando alababa el nombre santo, de madrugada, resonaba el rito. El Señor perdonó su delito y exaltó su poder para siempre; le confirió el poder real y le dio un trono en Jerusalén.

Palabra de Dios

Salmo: 17,31.47.50.51

R/. Bendito sea mi Dios y Salvador

Perfecto es el camino de Dios,
acendrada es la promesa del Señor;
él es escudo para los que a él se acogen. R/.

Viva el Señor, bendita sea mi Roca,
sea ensalzado mi Dios y Salvador.
Por eso te daré gracias entre las naciones, Señor,
y tañeré en honor de tu nombre. R/.

Tú diste gran victoria a tu rey,
tuviste misericordia de tu Ungido,
de David y su linaje por siempre. R/.

Lectura del santo evangelio según san Marcos (6,14-29):

En aquel tiempo, como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él.
Unos decían:
«Juan Bautista ha resucitado, y por eso los ángeles actúan en él.»
Otros decían:
«Es Elías.»
Otros:
«Es un profeta corno los antiguos.»
Herodes, al oírlo, decía:
«Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado.»
Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel, encadenado.
El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano. Herodías aborrecía a Juan y quería quitarlo de en medio; no acababa de conseguirlo, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre honrado y santo, y lo defendía.
Cuando lo escuchaba, quedaba desconcertado, y lo escuchaba con gusto. La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea.
La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados.
El rey le dijo a la joven:
«Pídeme lo que quieras, que te lo doy.»
Y le juró:
«Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino.»
Ella salió a preguntarle a su madre:
«¿Qué le pido?»
La madre le contestó:
«La cabeza de Juan, el Bautista.»
Entró ella en seguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió:
«Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista.»
El rey se puso muy triste; pero, por el juramento y los convidados, no quiso desairarla. En seguida le mandó a un verdugo que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre.
Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo enterraron.

Palabra del Señor

1.  Este relato es el ejemplo vivo de lo que es el poder despótico. Y también el precio que tiene la libertad profética. El poder despótico carece de ética. La libertad profética termina pagando con la vida el riesgo y el atrevimiento de lo que significa ser libre y actuar con libertad y coherencia.
Es la ley del poder. Y también la ley de la libertad frente a los abusos del poder. Así ocurría en los tiempos antiguos. Y exactamente lo mismo sigue ocurriendo en la actualidad, en este preciso momento.

2.  Pero hay algo, muy serio, que nunca conviene olvidar. La eficacia del poder es inmediata, como lo demuestra el encarcelamiento de Juan y el asesinato del que fue víctima. Por el contrario, la eficacia de la profecía es lenta, hasta dar la impresión de que, a veces, al profeta lo matan, lo entierran y no pasa nada, todo sigue igual.
La muerte de Juan Bautista, como la de Jesús, como la de tantos hombres y mujeres que han dado sus vidas por ser fieles a su conciencia, son una fuerza de cambio incontenible. Pero un cambio a largo plazo.

3.  Pero, mientras que el poder despótico de los tiranos se recuerda con desprecio, el dolor y el fracaso de los profetas es el motor de la historia.
Si hoy la sociedad es menos inhumana que en tiempos de Herodes y Pilatos, eso se debe a que han existido legiones de esclavos anónimos, de víctimas desconocidas, de personas ejemplares que han dado lo mejor de sí mismas, para que haya menos abusos y más humanidad.

San Ricardo, padre de familia



Elogio:
En Wrexham, en el País de Gales, san Ricardo Gwyn, mártir, que, siendo padre de familia y maestro de escuela, devoto de la fe católica, le encarcelaron bajo la acusación de animar a otras personas a la conversión, y tras repetidas torturas, manteniéndose en su fe, fue ahorcado y, mientras aun respiraba, descuartizado.
Durante cuarenta años a partir de la disolución de los monasterios, Gales conservó su intenso catolicismo, ya que la mayoría de las principales familias y de la gente del pueblo, permanecieron fieles a la fe. Pero, cuando los misioneros católicos empezaron a pasar del continente europeo a Inglaterra, la reina Isabel y sus ministros se propusieron desarraigar el catolicismo, cortando los canales de la gracia sacramental y silenciando las voces que predicaban la palabra de Dios. En Gales, la primera víctima de esa campaña fue un laico llamado Ricardo Gwyn (alias White). Nació en Llanidlos, en el Montgomeryshire, en 1537, y fue educado en el protestantismo. Después de hacer sus estudios en el Colegio de San Juan, de Oxford, abrió una escuela en Overton, de Flintshire. Poco después se convirtió al catolicismo. Cuando su ausencia de los servicios protestatantes despertó sospechas, Ricardo se transladó a Erbistock con su familia. En 1579, mientras se hallaba en Wrexham, fue reconocido por un apóstata, quien le denunció a las autoridades. Ricardo fue arrestado, pero consiguió escapar.
En junio de 1580, el consejo de la reina ordenó a los obispos protestantes que tratasen más enérgicamente a los católicos que se negaban a prestar el juramento de fidelidad, especialmente a «todos los maestros de escuela, así públicos como privados». De acuerdo con las instrucciones, los obispos mandaron arrestar, un mes después, a Ricardo Gwyn, a quien el juez envió a la prisión de Ruthin. Compareció nuevamente ante el juez alrededor del día de San Miguel, pero, como se negó a prestar el juramento de fidelidad, fue devuelto a la prisión. En mayo del año siguiente, el juez ordenó que se le condujese por fuerza a una iglesia protestante. Ricardo aprovechó la ocasión para interrumpir al predicador con el ruido ensordecedor de sus cadenas. En castigo, se le puso en el cepo desde las 10 de la mañana hasta las 8 de la noche, «en tanto que una turba de ministros protestantes le molestaba». Uno de ellos afirmaba que él poseía el poder de atar y desatar, exactamente lo mismo que san Pedro. Como aquel ministro tenía la nariz tan colorada como la de un bebedor, Ricardo le respondió exasperado: «La diferencia es que, en tanto que san Pedro recibió las llaves del Reino de los Cielos, vos habéis recibido, según parece, las llaves de la bodega». El juez le condenó a pagar una multa de 800 libras por haber causado desorden en la iglesia. En septiembre, se le impuso una multa de 1680 libras (con el valor de 1960) por no haber asistido a los servicios protestantes en todo el tiempo que llevaba en la prisión. El juez le preguntó cómo iba a pagar esas multas tan elevadas. Ricardo respondió: «Tengo algún dinero». «¿Cuánto?», preguntó el juez: «Seis peniques», replicó el santo sonriendo. Después de ser juzgado otras tres veces, fue enviado con otros tres laicos y el sacerdote jesuita Juan Bennet ante el consejo de las Marcas. Los mártires fueron torturados en Bewdley, Ludlow y Bridgnorth, para que revelasen los nombres de otros católicos.
En octubre de 1584, san Ricardo fue juzgado por octava vez, en Wrexham, junto con otros dos católicos, Hughes y Morris. Se le acusaba de haber tratado de reconciliar con la Iglesia de Roma a un tal Luis Gronow y de haber sostenido la soberanía pontificia. Ricardo respondió que jamás había cruzado una palabra con Gronow. Este último declaró más tarde, públicamente, que el vicario de Wrexham y otro fanático le habían pagado a él y a otras dos personas cierta suma para que levantasen falso testimonio. Como los miembros del jurado se negaron a asistir al juicio, el juez formó de improviso otro jurado, cuyos miembros tuvieron la ingenuidad de preguntarle, ¡a quiénes debían absolver y a quiénes debían condenar!, Ricardo Gwyn y Hughes fueron sentenciados a muerte, y Morris recobró la libertad. (Hughes fue después indultado). El juez mandó llamar a la esposa de Ricardo, quien se presentó con su hijito en los brazos y la exhortó a no imitar a su marido. Ella replicó: «Si lo que queréis es sangre, podéis quitarme la vida junto con la de mi esposo. Basta con que deis un poco de dinero a los testigos e inmediatamente declararán contra mí».
San Ricardo fue ejecutado en Wrexham (que es actualmente la cabecera de la diócesis de Mynwyn), el 15 de octubre de 1584. Era un día lluvioso. La multitud gritó que le dejasen morir antes de desentrañarlo, pero el alcalde, que era un apóstata, se negó a conceder esa gracia. El mártir gritó en la tortura: «¡Dios mío! ¿Qué es esto?» «Una ejecución que se lleva a cabo por orden de Su Majestad», replicó uno de los esbirros. «¡Jesús, ten misericordia de mí!», exclamó el santo. Unos instantes después, su cabeza rodaba por el suelo.
Durante sus cuatro años de prisión, el santo escribió en galés una serie de poemas religiosos, en los que exhortaba a sus compatriotas a permanecer fieles a la Santa Madre Iglesia y describía, con una violencia comprensible en sus circunstancias, a la nueva religión y sus ministros. Fue beatificado en 1929 y canonizado en 1970 por SS Pablo VI.


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