17 DE FEBRERO – LUNES –
6ª – SEMANA DEL T. O. – A –
LOS SIETE
SANTOS FUNDADORES SERVITAS
Comienzo
de la carta del apóstol Santiago (1,1-11):
Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo, saluda a las doce tribus
dispersas. Hermanos míos, teneos por muy dichosos cuando os veáis asediados por
toda clase de pruebas. Sabed que, al ponerse a prueba vuestra fe, os dará
constancia. Y si la constancia llega hasta el final, seréis perfectos e
íntegros, sin falta alguna.
En caso de que alguno de vosotros se vea falto de sabiduría, que se la pida
a Dios. Dios da generosamente y sin echar en cara, y él se la dará. Pero tiene
que pedir con fe, sin titubear lo más mínimo, porque quien titubea se parece al
oleaje del mar sacudido y agitado por el viento. Un individuo así no se piense
que va a recibir nada del Señor; no sabe lo que quiere y no sigue rumbo fijo.
El hermano de condición humilde esté orgulloso de su alta dignidad, y el
rico, de su pobre condición, pues pasará como la flor del campo: sale el sol y
con su ardor seca la hierba, cae la flor, y su bello aspecto perece; así se
marchitará también el rico en sus empresas.
Palabra de Dios
Salmo:
118,67.68.71.72.75.76
R/.
Cuando me alcance tu compasión, viviré, Señor
Antes de sufrir, yo andaba extraviado,
pero ahora me ajusto a tu promesa. R/.
Tú eres bueno y haces el bien;
instrúyeme en tus leyes. R/.
Me estuvo bien el sufrir,
así aprendí tus mandamientos. R/.
Más estimo yo los preceptos de tu boca
que miles de monedas de oro y plata. R/.
Reconozco, Señor, que tus mandamientos son justos,
que con razón me hiciste sufrir. R/.
Que tu bondad me consuele,
según la promesa hecha a tu siervo. R.
Lectura
del santo evangelio según san Marcos (8,11-13):
En aquel tiempo, se presentaron los fariseos y se
pusieron a discutir con Jesús; para ponerlo a prueba, le pidieron un signo del
cielo.
Jesús dio un profundo suspiro y dijo:
«¿Por qué esta generación reclama un signo? Os aseguro que no se le dará un
signo a esta generación.»
Los dejó, se embarcó de nuevo y se fue a la otra orilla.
Palabra del Señor
1. La petición de los fariseos, de
que Jesús les diera un "signo", es decir, una "señal" que
demostrase que él era el profeta "que tenía que venir", está
atestiguada varias veces en los evangelios (Mt 12, 38-42; 16, 1. 2-4; Mc 8,
11-12; Lc 11, 16. 29-32; cf. Jn 6, 30). Dado que, de Jesús se decía que era un
profeta (Mt 16, 13-14 par), es lógico que le pidieran una "señal"
para probar que eso era verdad. Sobre todo, sabiendo que, en aquellos mismos
años, andaban por Galilea predicadores ambulantes de los que se decía que eran
"profetas de señales": Teudas y el llamado
"el Egipcio" (Josefo, Ant. 20, 97; De Bello, 2. 261).
Tales "señales" consistían en
"milagros", hechos prodigiosos.
2. Jesús se negó a ofrecer
"señales". Por tanto, lo más seguro que hay en esta tradición evangélica
es que Jesús no quiso realizar hechos prodigiosos ("milagros") para
demostrar que él era el enviado de Dios.
Entonces, ¿qué sentido tienen los
numerosos relatos de hechos extraordinarios de los que nos informan los
evangelios?
La "señal de Jonás", de la que
hablan los otros sinópticos (Mt 12, 39; Lc 11, 29), se refiere obviamente a la
predicación de aquel profeta que cambió la vida de los habitantes de
Nínive. Por tanto, parece lo más lógico que el sentido de "lo
extraordinario", que realizó Jesús, tiene el sentido de que,
efectivamente, lo que hizo Jesús fue cambiar la vida de mucha gente.
Pero ¿qué significa esto más en concreto?
3. No significa que Jesús fue un
mago o un curandero. Jesús le cambió (y le sigue cambiando) la vida a mucha
gente, pero no por los milagros que hace, sino por la humanidad que tiene.
El "milagro", el
"misterio" y la "autoridad"
son los instrumentos que, según el gran Inquisidor de Dostoievski,
utilizó la Iglesia para cambiar el mensaje de Jesús y ponerlo a su servicio.
Jesús no quiere nada de eso. Porque lo que
de verdad cambia la vida de la gente es la bondad, es la humanidad, es la
humildad.
El problema de fondo, que hay en todo
esto, está en que tenemos mal situado a Dios. El Dios de Jesús no se sitúa en
"lo prodigioso", sino en "lo bondadoso", es decir, en
"lo verdaderamente humano".
Estos siete varones florentinos llevaron primero una vida
eremítica en el monte Senario, con particular dedicación al culto de la Virgen.
Después se dedicaron a predicar por toda la Toscana y fundaron la Orden de
Siervos de Santa María Virgen, «Servitas», reconocida por la Santa Sede en el
año 1304. Su memoria anual se celebra este día, en el que, según se dice, murió
uno de ellos, san Alejo Falconieri, en el año 1310.
Eran siete amigos, comerciantes de la ciudad
de Florencia, Italia. Sus nombres: Alejo, Amadeo, Hugo, Benito, Bartolomé,
Gerardino y Juan.
Pertenecían a una asociación de devotos de la
Virgen María, que había en Florencia, y poco a poco fueron convenciéndose de
que debían abandonar lo mundano y dedicarse a la vida de santidad. Vendieron
sus bienes, repartieron el dinero a los pobres y se fueron al Monte Senario a
rezar y a hacer penitencia. La idea de irse a la montaña a santificarse, les
llegó el 15 de agosto, fiesta de la Asunción de la Stma. Virgen, y la pusieron
en práctica el 8 de septiembre, día del nacimiento de Nuestra Señora. Ellos se
habían propuesto propagar la devoción a la Madre de Dios y confiarle a Ella
todos sus planes y sus angustias. A tan buena Madre le encomendaron que les
ayudara a convertirse de sus miserias espirituales y que bendijera
misericordiosamente sus buenos propósitos. Y dispusieron llamarse "Siervos
de María" o "Servitas".
En el monte Senario se dedicaban a hacer
muchas penitencias y mucha oración, pero un día recibieron la visita del Sr.
Cardenal delegado del Sumo Pontífice, el cual les recomendó que no se
debilitaran demasiado con penitencias excesivas, y que más bien se dedicaran a
estudiar y se hicieran ordenar sacerdotes y se pusieran a predicar y a propagar
el evangelio. Así lo hicieron, y todos se ordenaron de sacerdotes, menos Alejo,
el menor de ellos, que por humildad quiso permanecer siempre como simple
hermano, y fue el último de todos en morir.
Un Viernes Santo recibieron de la Stma.
Virgen María la inspiración de adoptar como Reglamento de su Asociación la
Regla escrita por San Agustín, que por ser muy llena de bondad y de
comprensión, servía para que se pudieran adaptar a ella los nuevos aspirantes
que quisieran entrar en su comunidad. Así lo hicieron, y pronto esta asociación
religiosa se extendió de tal manera que llegó a tener cien conventos, y sus
religiosos iban por ciudades y pueblos y campos evangelizando y enseñando a
muchos con su palabra y su buen ejemplo, el camino de la santidad. Su
especialidad era una gran devoción a la Santísima Virgen, la cual les conseguía
maravillosos favores de Dios.
El más anciano de ellos fue nombrado
superior, y gobernó la comunidad por 16 años. Después renunció por su
ancianidad y pasó sus últimos años dedicado a la oración y a la penitencia. Una
mañana, mientras rezaba los salmos, acompañado de su secretario que era San
Felipe Benicio, el santo anciano recostó su cabeza sobre el corazón del
discípulo y quedó muerto plácidamente. Lo reemplazó como superior otro de los
Fundadores, Juan, el cual murió pocos años después, un viernes, mientras
predicaba a sus discípulos acerca de la Pasión del Señor. Estaba leyendo
aquellas palabras de San Lucas: "Y Jesús, lanzando un fuerte grito, dijo:
¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!" (Lc. 23, 46). El Padre Juan
al decir estas palabras cerró el evangelio, inclinó su cabeza y quedó muerto
muy santamente.
Lo reemplazó el tercero en edad, el cual,
después de gobernar con mucho entusiasmo a la comunidad y de hacerla extender
por diversas regiones, murió con fama de santo.
El cuarto, que era Bartolomé, llevó una vida
de tan angelical pureza que al morir se sintió todo el convento lleno de un
agradabilísimo perfume, y varios religiosos vieron que de la habitación del
difunto salía una luz brillante y subía al cielo.
De los fundadores, Hugo y Gerardino,
mantuvieron toda la vida entre sí una grande y santísima amistad. Juntos se
prepararon para el sacerdocio y mutuamente se animaban y corregían. Después
tuvieron que separarse para irse cada uno a lejanas regiones a predicar. Cuando
ya eran muy ancianos fueron llamados al Monte Senario para una reunión general
de todos los superiores. Llegaron muy fatigados por su vejez y por el largo
viaje. Aquella tarde charlaron emocionados recordando sus antiguos y bellos
tiempos de juventud, y agradeciendo a Dios los inmensos beneficios que les
había concedido durante toda su vida. Rendidos de cansancio se fueron a acostar
cada uno a su celda, y en esa noche el superior, San Felipe Benicio, vio en
sueños que la Virgen María venía a la tierra a llevarse dos blanquísimas
azucenas para el cielo. Al levantarse por la mañana supo la noticia de que los
dos inseparables amigos habían amanecido muertos, y se dio cuenta de que
Nuestra Señora había venido a llevarse a estar juntos en el Paraíso Eterno a
aquellos dos que tanto la habían amado a Ella en la tierra y que en tan santa
amistad habían permanecido por años y años, amándose como dos buenísimos
hermanos.
El último en morir fue el hermano Alejo, que
llegó hasta la edad de 110 años. De él dijo uno que lo conoció: "Cuando yo
llegué a la Comunidad, solamente vivía uno de los Siete Santos Fundadores, el
hermano Alejo, y de sus labios oímos la historia de todos ellos. La vida del
hermano Alejo era tan santa que servía a todos de buen ejemplo y demostraba
como debieron ser de santos los otros seis compañeros". El hermano Alejo
murió el 17 de febrero del año 1310.
Que estos Santos Fundadores nos animen a
aumentar nuestra devoción a la Virgen Santísima y a no cansarnos nunca de
propagar la devoción a la Madre de Dios.
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