17 DE NOVIEMBRE – MARTES –
33ª – SEMANA DEL T. O. – A –
SANTA ISABEL DE HUNGRIA
Lectura del libro del Apocalipsis
(3,1-6.14-22):
Yo, Juan, escuché al Señor que me decía:
«Escribe al ángel de la Iglesia en
Sardes:
“Esto dice el que tiene los siete
Espíritus de Dios y las siete estrellas. Conozco tus obras, tienes nombre como
de quien vive, pero estás muerto.
Sé vigilante y reanima lo que te
queda y que estaba a punto de morir, pues no he encontrado tus obras perfectas
delante de mi Dios. Acuérdate de cómo has recibido y escuchado mi palabra, y
guárdala y conviértete. Si no vigilas, vendré como ladrón y no sabrás a qué
hora vendré sobre ti. Pero tienes en Sardes unas cuantas personas que no han
manchado sus vestiduras, y pasearán conmigo en blancas vestiduras, porque son
dignos.
El vencedor será vestido de blancas
vestiduras, no borraré su nombre del libro de la vida y confesaré su nombre
delante de mi Padre y delante de sus ángeles. El que tenga oídos, oiga lo que
el Espíritu dice a las iglesias”.
Escribe al ángel de la Iglesia en
Laodicea:
“Esto dice el Amén, el testigo fiel y
veraz, el principio de la creación de Dios. Conozco tus obras: no eres ni frío
ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero porque eres tibio, ni frío ni
caliente, estoy a punto de vomitarte de mi boca. Porque dices:
‘Yo soy rico, me he enriquecido, y no
tengo necesidad de nada’; y no sabes que tú eres desgraciado, digno de lástima,
pobre, ciego y desnudo. Te aconsejo que me compres oro acrisolado al fuego para
que te enriquezcas; y vestiduras blancas para que te vistas y no aparezca la
vergüenza de tu desnudez; y colirio para untarte los ojos a fin de que veas.
Yo, a cuantos amo, reprendo y
corrijo; ten, pues, celo y conviértete. Mira, estoy de pie a la puerta y llamo.
Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él
y él conmigo.
Al vencedor le concederé sentarse
conmigo en mi trono, como yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su
trono.
El que tenga oídos, oiga lo que el
Espíritu dice a las iglesias».
Palabra de Dios
Salmo: 14,2-3ab.3cd-4ab.5
R/. Al vencedor le concederé sentarse
conmigo en mi trono.
El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua. R/.
El que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino.
El que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor. R/.
El que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.
El que así obra nunca fallará. R/.
Lectura del santo evangelio según san
Lucas (19,1-10):
En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando la
ciudad. En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico,
trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque
era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para
verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio,
levantó los ojos y le dijo:
«Zaqueo, date prisa y baja, porque es
necesario que hoy me quede en tu casa».
Él se dio prisa en bajar y lo recibió
muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban
diciendo:
«Ha entrado a hospedarse en casa de
un pecador».
Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor:
«Mira, Señor, la mitad de mis bienes
se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces
más».
Jesús le dijo:
«Hoy ha sido la salvación de esta
casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido
a buscar y a salvar lo que estaba perdido».
Palabra del Señor
1. Este episodio tiene
mucho que ver con la vocación de Leví y el banquete siguiente
(Lc 5, 27-32). Y es una renovación resumida del capítulo 15 de Lucas, en el que
Jesús explicó cómo se comporta Dios con los perdidos y extraviados.
En esos relatos se explica la
atracción que Jesús ejercía sobre los pecadores y los recaudadores de
impuestos, que eran los grupos más despreciados social y religiosamente.
Sin duda, la gente sabía que Jesús,
no solo no rechazaba ni reprendía a esa clase de individuos, sino que tenía con
ellos tan buena relación, que solía comer con ellos, lo que era el signo más
claro de una amistad y una acogida sin condiciones.
2. Por todo esto nos
explica que Zaqueo tuviera tanto interés por ver a Jesús. Y sus sentimientos
llegaron al colmo de la admiración cuando Jesús le dijo que tenía que ir a
hospedarse en su casa. Era inimaginable que un profeta de Dios se fuera a cenar
y pasar la noche en la casa del hombre más despreciable y despreciado del
pueblo.
La reacción de Zaqueo
impresiona:
1) Por lo que hizo, dar la mitad de
su fortuna a los pobres y devolver cuatro veces más que había robado.
2) Por lo que no dice el texto, ya
que el relato no habla ni de conversión, ni de arrepentimiento, ni se pondera
la contrición de aquel pecador.
Según este relato, al Evangelio no le
interesan los sentimientos, le interesan los hechos.
3. - ¿De qué les sirven, a
los que acumulan fortunas, sus sentimientos de devolución, piedad,
arrepentimiento y solidaridad, si no sueltan lo que han robado ellos
o sus antepasados [San Jerónimo]), sabiendo que hay millones de criaturas que
tienen que vivir con menos de un euro al día, al tiempo que ellos se gastan en
consumismo innecesario cantidades que nadie se atreve a declarar.
¡Necesitamos “Zaqueos”
urgentemente!
SANTA ISABEL DE HUNGRIA
santa Isabel de Hungría, que siendo casi
niña se casó con Luis, landgrave de Turingia, a quien dio tres hijos, y al
quedar viuda, después de sufrir muchas calamidades y siempre inclinada a la
meditación de las cosas celestiales, se retiró a Marburgo, en la actual
Alemania, en un hospital que ella misma había fundado, donde, abrazándose a la
pobreza, se dedicó al cuidado de los enfermos y de los pobres hasta el último
suspiro de su vida, que fue a los veinticinco años de edad († 1231).
Biografía
A los cuatro
años había sido prometida en matrimonio, se casó a los catorce, fue madre a los
quince y enviudó a los veinte. Isabel, princesa de Hungría y duquesa de
Turingia, concluyó su vida terrena a los 24 años de edad, el I de noviembre de
1231. Cuatro años después el Papa Gregorio IX la elevaba a los altares. Vistas
así, a vuelo de pájaro, las etapas de su vida parecen una fábula, pero si
miramos más allá, descubrimos en esta santa las auténticas maravillas de la
gracia y de las virtudes.
Su padre, el rey
Andrés II de Hungría, primo del emperador de Alemania, la había prometido por
esposa a Luis, hijo de los duques de Turingia, cuando sólo tenia 11 años. A
pesar de que el matrimonio fue arreglado por los padres, fue un matrimonio
vivido en el amor y una feliz conjunción entre la ascética cristiana y la
felicidad humana, entre la diadema real y la aureola de santidad. La joven
duquesa, con su austeridad característica, despertando el enojo de la suegra y
de la cuñada al no querer acudir a la Iglesia adornada con los preciosos
collares de su rango: “¿Cómo podría—dijo cándidamente—llevar una corona tan
preciosa ante un Rey coronado de espinas?”. Sólo su esposo, tiernamente
enamorado de ella, quiso demostrarse digno de una criatura tan bella en el
rostro y en el alma y tomó por lema en su escudo, tres palabras que expresaron
de modo concreto el programa de su vida pública: “Piedad, Pureza, Justicia”.
Juntos crecieron
en la recíproca donación, animados y apoyados por la convicción de que su amor
y la felicidad que resultaba de él eran un don sacramental: “Si yo amo tanto a
una criatura mortal—le confiaba la joven duquesa a una de sus sirvientes y
amiga—, ¿cómo debería amar al Señor inmortal, dueño de mi alma?”.
A los quince
años Isabel tuvo a su primogénito, a los 17 una niña y a los 20 otra niña,
cuando apenas hacía tres semanas había perdido a su esposo, muerto en una
cruzada a la que se había unido con entusiasmo juvenil. Cuando quedó viuda,
estallaron las animosidades reprimidas de sus cuñados que no soportaban su generosidad
para con los pobres. Privada también de sus hijos, fue expulsada del castillo
de Wartemburg. A partir de entonces pudo vivir totalmente el ideal franciscano
de pobreza en la Tercera Orden, para dedicarse, en total obediencia a las
directrices de un rígido e intransigente confesor, a las actividades
asistenciales hasta su muerte, en 1231.
Fuente:
Arquidiócesis de Madrid
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