29 DE NOVIEMBRE – DOMINGO –
1ª – SEMANA DE
ADVIENTO – B –
San Saturnino
Lectura del libro de Isaías
(63,16b-17.19b;64,2b-7):
Tú, Señor,
eres nuestro padre, tu nombre de siempre es «Nuestro redentor». Señor, ¿por qué
nos extravías de tus caminos y endureces nuestro corazón para que no te tema?
Vuélvete, por amor a tus siervos y a las tribus de tu heredad.
¡Ojalá rasgases el cielo y bajases,
derritiendo los montes con tu presencia! Bajaste y los montes se derritieron
con tu presencia, jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera
tanto por el que espera en él. Sales al encuentro del que practica la justicia
y se acuerda de tus caminos. Estabas airado, y nosotros fracasamos; aparta
nuestras culpas, y seremos salvos.
Todos éramos impuros, nuestra justicia
era un paño manchado; todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos
arrebataban como el viento. Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por
aferrarse a ti; pues nos ocultabas tu rostro y nos entregabas en poder de
nuestra culpa. Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la
arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano.
Palabra de Dios
Salmo: 79,2ac.3b.15-16.18-19
R/. Oh Dios, restáuranos, que brille tu
rostro y nos salve
Pastor de
Israel, escucha,
tú que te sientas sobre querubines, resplandece.
Despierta tu poder y ven a salvarnos. R/.
Dios de los
ejércitos, vuélvete:
mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña,
la cepa que tu diestra plantó,
y que tú hiciste vigorosa. R/.
Que tu mano
proteja a tu escogido,
al hombre que tú fortaleciste.
No nos alejaremos de ti;
danos vida, para que invoquemos tu nombre. R/.
Lectura de la primera carta del apóstol san
Pablo a los Corintios (1,3-9):
La gracia y la
paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros.
En mi acción de gracias a Dios os tengo siempre presentes, por la gracia que
Dios os ha dado en Cristo Jesús. Pues por él habéis sido enriquecidos en todo:
en el hablar y en el saber; porque en vosotros se ha probado el testimonio de
Cristo. De hecho, no carecéis de ningún don, vosotros que aguardáis la
manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Él os mantendrá firmes hasta el
final, para que no tengan de qué acusaros en el día de Jesucristo, Señor
nuestro. Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo, Señor
nuestro. ¡Y él es fiel!
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san Marcos
(13,33-37):
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo
es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejó su casa, y dio
a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara.
Velad entonces, pues no sabéis cuándo
vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del
gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos.
Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!»
Palabra del Señor
La esposa del astronauta y el Adviento
En aquel tiempo se acercaron a Jesús sus
discípulos y le preguntaron:
-
Maestro, ¿por qué son tan complicadas las lecturas del Adviento? Unas prometen
tu venida, otras hablan de tu vuelta al fin del mundo.
Jesús
les dijo:
-
La Iglesia en tiempo del Adviento se parece a la esposa de un astronauta que debió
partir para una misión secreta, de duración desconocida. Apenas había despegado
el cohete espacial, sus hijos le preguntaron: «¿Cuándo volverá papá?».
Ella, para tranquilizarlos, les dijo: «Muy pronto. Papá volverá muy
pronto». Pasaron días, semanas, meses. Los niños repetían la misma pregunta y
ella les daba la misma respuesta: «Papá volverá muy pronto». Ensayaron
canciones e idearon infinidad de fiestas para recibirlo. Pero pasó el primer
año, el tercero, el décimo, y papá no volvía. Entonces la madre los reunió y
les dijo: «En vez preparar una fiesta para celebrar la vuelta de papá
vamos a celebrar su cumpleaños».
Jesús
los miró fijamente, seguro de que no lo habían entendido.
-
Al principio, durante muchos años, la Iglesia hablaba continuamente de mi
vuelta, la anunciaba como la cosa más segura. Cuando vio que yo no volvía, se
buscaron las explicaciones más diversas para justificarlo. Al final, ya que no
podían celebrar mi segunda venida, decidió celebrar la primera.
* * *
Los
textos bíblicos del Adviento han sido repartidos de tal manera en los cuatro
domingos que recuerdan a una complicada novela de ciencia ficción.
Imagina
a una señora joven, que dará a luz dentro de un mes. Ella, su marido, su familia,
sus amistades, solo piensan en lo poco que falta para el parto, tranquilos,
porque los médicos han garantizado que irá bien.
Pero
supongamos que ese niño no es un niño cualquiera. Su nacimiento ha sido
anunciado muchos antes de que sus padres se conocieran, siglos antes, y a
propósito de él se han formulado la esperanzas e ilusiones más maravillosas.
Naturalmente,
ese niño no comenzará a desarrollar su actividad a los dos días: deberá
prepararse, pasarán años. Y cuando comience a actuar en público se depositarán
en él nuevas esperanzas, a veces muy distintas de las antiguas.
La
historia no termina aquí. Ese niño, hecho ya un hombre, muere. Sin embargo, no
desaparece por completo. Su familia está convencida de que volverá pronto.
En
breve resumen, esta es la historia de Jesús, que abarca cuatro etapas muy
distintas: 1) la esperanza depositada en él antes de nacer; 2) el nacimiento;
3) su actividad pública; 4) su vuelta al final de la historia.
Si
estos temas se expusieran en orden cronológico no representarían gran problema,
y se podrían seguir con facilidad. Sin embargo, la liturgia de los domingos de
Adviento une los cuatro momentos, salta de uno a otro, y puede crear en el
cristiano una sensación de profundo desconcierto.
El
Adviento no pretende prepararnos durante cuatro domingos a recordar
románticamente un hecho pasado (la primera venida del Señor), sino ayudarnos a
comprender ese acontecimiento y recordarnos el encuentro definitivo con el
Señor (segunda venida).
Domingo 1º de Adviento
Súplica, admiración, vigilancia
Para vivir el espíritu del Adviento, la liturgia nos sugiere tres
actitudes: súplica (1ª lectura), admiración ante los bienes recibidos (2ª
lectura) y vigilancia (evangelio).
Suplica (Isaías 63, 16b-17. 19b; 64, 2b-7)
La
primera lectura nos sitúa unos cinco siglos antes de la venida de Jesús, cuando
la situación en Jerusalén y Judá dejaba mucho que desear desde todos los puntos
de vista: político, social, religioso. El pueblo de Israel se ve como un trapo
sucio, un árbol de ramas secas y hojas marchitas. La situación no sería muy
distinta de la nuestra. Pero el pueblo, en vez de culpar a los políticos, a los
independentistas, a los banqueros, al FMI, a los Presidentes de las grandes
potencias, se reúne en asamblea litúrgica y entona una lamentación.
Tú, Señor, eres nuestro padre, tu nombre
desde siempre es «nuestro libertador». ¿Por qué nos extravías, Señor, de tus
caminos y endureces nuestro corazón para que no te tema?
Las palabras del pueblo ofrecen un curioso contraste al hablar de Dios. A
veces destaca sus rasgos positivos: es «nuestro
padre», «nuestro redentor», «sales al encuentro del que practica la justicia»,
«somos todos obra de tu mano». Otras se
queja de que «nos extravías de tus caminos y
endureces nuestro corazón», «estabas airado y nosotros fracasamos», «nos
ocultabas tu rostro». Pero el pueblo reconoce que la
culpa no es de Dios, sino suya: «todos éramos
impuros, nuestra justicia era un paño manchado, nuestras culpas nos arrebataban
como el viento, nadie invocaba tu nombre, ni se esforzaba por aferrarse a ti».
¿Cuál es la solución? Sorprendentemente, que Dios se convierta: «vuelve por amor a tus siervos», «ojalá rasgases el cielo y descendieses»,
«aparta nuestras culpas». Los profetas
anteriores (Amós, Isaías, Jeremías…) habían concedido gran importancia a la
conversión, al hecho de que el pueblo volviese a Dios y cambiase su forma de
actuar. Quienes rezan esta lamentación no confían en ellos mismos. Debe ser
Dios quien vuelva y, como buen alfarero, moldee una nueva vasija.
En el contexto del Adviento, la frase que más llama la atención y ha
motivado la inclusión de este texto en la liturgia es: «¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses!». Aunque el profeta piensa en la venida de Dios, la liturgia nos hace pensar
en la venida de Jesús. Pero ese recuerdo debe ir acompañado del reconocimiento
de nuestra debilidad y de la necesidad de ser salvados
Admiración por los bienes recibidos (1 Corintios 1,3-9)
La respuesta de Dios supera con creces lo que pedía el pueblo en la lectura
de Isaías, aunque de modo distinto. Dios Padre no rasga el cielo, no sale a
nuestro encuentro personalmente. Envía a Jesús, y desde el momento en el que lo
aceptamos, nuestra vida cambia por completo.
Hermanos: A vosotros, gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del
Señor Jesucristo.
Pablo habla de nuestro pasado, futuro y presente.
En el pasado, Dios nos ha enriquecido en todo; nos ha
llamado a participar de la vida de su Hijo, Jesucristo. La imagen es potente y
extraña. Recuerda a la experiencia de un hijo con su madre, de la que recibe la
vida. Pero esa relación vital no termina cuando se corta el cordón umbilical,
perdura siempre.
Con respecto al futuro, aguardamos la manifestación de Jesucristo, la segunda y definitiva venida
del Señor, tema esencial para los primeros cristianos y que debería serlo para
nosotros en este tiempo de Adviento.
En el presente, «no carecemos de nada». Cuando tanta
gente se lamenta, a veces con razón, de las muchas cosas de que carece, estas
palabras pueden resultar casi hirientes: «No carecéis de ningún don». Buen
momento, este del Adviento, para pensar en qué cosas valoramos: si las
materiales, que a menudo faltan, o la riqueza espiritual que proporciona Jesús.
Esta enseñanza de Pablo no se produce en un contexto de fría reflexión
teológica, sino de oración y acción de gracias al pensar en sus cristianos de
Corinto, la más complicada y problemática de sus comunidades.
Vigilancia (Marcos 13, 33-37)
No deja de ser irónico que precisamente el evangelio no hable de Dios Padre
ni de Jesús. Se centra en nosotros, en la actitud que debemos tener: «vigilad», «velad», «velad». Tres veces la
misma orden en pocas líneas. Porque el Adviento no solo pretende recordar la
venida del Señor, sino también prepararnos para el encuentro final con Él.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-Estad atentos, vigilad: pues no sabéis cuando es el momento…..
….Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa,….
La actividad pública de Jesús termina con un discurso sobre el fin del
mundo y su segunda venida, que no está dirigido a todos los discípulos, como
sugiere la introducción del evangelio de hoy, sino solo a los cuatro primeros
llamados por Jesús: Pedro, Santiago, Juan y Andrés (Mc 13,3-37). Jesús ha dicho
poco antes que de los grandes edificios del templo no quedará piedra sobre
piedra. Para estos cuatro, el fin del templo de Jerusalén equivale al fin del
mundo, y desean saber cuándo ocurrirá y qué señales lo precederán. Un tema que
a nosotros nos parece más propio de los Testigos de Jehová, pero que creaba
enorme preocupación en las primeras comunidades cristianas. El discurso
responde a estas cuestiones, pero termina con esta exhortación a la vigilancia,
que la liturgia, con pleno sentido, aplica a todos los discípulos y a todos
nosotros.
¿En qué consiste la vigilancia? Se sugiere con muy pocas palabras: «dio a cada uno de sus criados su tarea». Esa es, en parte, la misión del Adviento: reflexionar sobre la propia tarea
recibida de Dios y examinar si la cumplimos debidamente.
San Saturnino
Saturnino, obispo
de Tolosa, es uno de los santos más populares en Francia y en España. La Passio
Saturnini es ante todo un documento muy importante para el conocimiento de la
antigua Iglesia de la Galia. Según el autor de la Pasión, escrita entre el 430
y el 450, Saturnino fijó su residencia en Tolosa en el 250, bajo el consulado
de Decio y Grato. En ese tiempo, refiere el autor, en Galia había pocas
comunidades cristianas, con escaso número de fieles, mientras los templos
paganos se llenaban de fieles que sacrificaban a los ídolos.
Saturnino, que
había llegado desde hacía poco a Tolosa, probablemente de África (el nombre es
efectivamente africano) o de Oriente, como se lee en el Missale Gothicum, había
ya reunido los primeros frutos de su predicación, atrayendo a la fe en Cristo a
un buen número de ciudadanos. El santo obispo, para llegar a un pequeño
oratorio de su propiedad, pasaba todas las mañanas frente al Capitolio, es
decir, el principal templo pagano, dedicado a Júpiter Capitolino, en donde los
sacerdotes paganos ofrecían en sacrificio al dios pagano un toro para obtener
las gracias que pedían los fieles.
Parece que la
presencia de Saturnino volvía mudos a los dioses y de esto los sacerdotes
paganos acusaron al obispo cristiano, cuya irreverencia habría irritado la
susceptibilidad de las divinidades paganas. Un día la multitud rodeó
amenazadora a Saturnino y le impuso que sacrificara un toro sobre el altar de
Júpiter. Ante el rechazo del obispo de sacrificar el animal, que poco después
se convertiría en el instrumento inconsciente de su martirio, y sobre todo por
lo que consideraban los paganos un ultraje a la divinidad, pues Saturnino dijo
que no les tenía miedo a los rayos de Júpiter, ya que era impotente porque no
existía, lo agarraron enfurecidos y lo ataron al cuello del toro, al que
picaron para que corriera escaleras abajo del Capitolio arrastrando al obispo.
Saturnino, con el
cuerpo despedazado, murió poco después y su cuerpo quedó abandonado en la
calle, de donde lo recogieron dos piadosas mujeres y le dieron sepultura «en
una fosa muy profunda». Sobre esta tumba, un siglo después, San Hilario
construyó una capilla de madera que pronto fue destruida y se perdió por algún
tiempo su recuerdo, hasta cuando en el siglo VI el duque Leunebaldo, volviendo
a encontrar las reliquias del mártir, hizo edificar en ese lugar la iglesia
dedicada a San Saturnino, en francés Saint-Sernin-du-Taur, que en el
Trescientos tomó el actual nombre de Notre-Dame du Taur.
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