22 DE NOVIEMBRE – DOMINGO –
34ª – SEMANA DEL T. O. – A –
Fiesta de Cristo Rey. Ciclo A
Stª – CECILIA, virgen y mártir
Lectura de la profecía de Ezequiel
(34,11-12.15-17):
Así dice el Señor
Dios:
«Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo
su rastro. Como sigue el pastor el rastro de su rebaño, cuando las ovejas se le
dispersan, así seguiré yo el rastro de mis ovejas y las libraré, sacándolas de
todos los lugares por donde se desperdigaron un día de oscuridad y nubarrones.
Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo
mismo las haré sestear –oráculo del Señor Dios–. Buscaré las ovejas perdidas,
recogeré a las descarriadas; vendaré a las heridas; curaré a las enfermas: a
las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré como es debido.
Y a vosotras, mis ovejas, así dice el Señor:
Voy a juzgar entre oveja y oveja, entre
carnero y macho cabrío.»
Palabra de Dios
Salmo: 22,1-2a.2b-3.5.6
R/. El Señor es mi pastor, nada me falta
El Señor es mi
pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar. R/.
Me conduce hacia
fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre. R/.
Preparas una mesa
ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. R/.
Tu bondad y tu
misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. R/.
Lectura de la primera carta de san Pablo
a los Corintios (15,20-26.28):
Cristo resucitó de
entre los muertos: el primero de todos. Si por un hombre vino la muerte, por un
hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos
volverán a la vida. Pero cada uno en su puesto: primero Cristo, como primicia;
después, cuando él vuelva, todos los que son de Cristo; después los últimos,
cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo
principado, poder y fuerza.
Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga
de sus enemigos estrado de sus pies. El último enemigo aniquilado será la
muerte. Y, cuando todo esté sometido, entonces también el Hijo se someterá a
Dios, al que se lo había sometido todo. Y así Dios lo será todo para todos.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san
Mateo (25,31-46)
En aquel tiempo,
dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando venga en su gloria el Hijo del
hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y
serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un
pastor separa las ovejas, de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las
cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: "Venid
vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde
la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me
disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me
vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme."
Entonces los justos le contestarán:
"Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y
te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te
hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y
fuimos a verte?"
Y el rey les dirá:
"Os aseguro que cada vez que lo
hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis."
Y entonces dirá a los de su izquierda:
"Apartaos de mí, malditos, id al fuego
eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me
disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me
hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me
visitasteis.
Entonces también éstos contestarán:
"Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o
con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te
asistirnos?"
Y él replicará:
"Os aseguro que cada vez que no lo
hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo."
Y éstos irán al castigo eterno, y los justos
a la vida eterna.»
Palabra
del Señor
Dos regalos, con una condición.
Fiesta de Cristo Rey.
Como la Iglesia
siempre va por sus caminos, el próximo domingo termina el año litúrgico, con
más de un mes de anticipación al año civil. Los domingos siguientes los
dedicaremos a preparar la Navidad (tiempo de Adviento) y a celebrarla. Pero
ahora nos toca cerrar el año, y la Iglesia lo hace con la fiesta de Cristo Rey.
Motivo y sentido
de la fiesta
No
se trata de una fiesta muy antigua, la instituyó Pío XI en 1925. ¿Qué pretendía
con ella? Para comprenderlo hay que recordar los principales acontecimientos de
la época. La Primera Guerra Mundial ha terminado siete años antes. Alemania,
Francia, Italia, Rusia, Inglaterra, Austria, incluso los Estados Unidos, han
tenido millones de muertos. La crisis económica y social posterior fue tan dura
que provocó la caída del zar y la instauración del régimen comunista en Rusia
en 1917; la aparición del fascismo en Italia, con la marcha sobre Roma de
Mussolini en 1922, y la del nazismo, con el Putsch de Hitler en 1923. Mientras
en los Estados Unidos se vive una época de euforia económica, que llevará a la
catástrofe de 1929, en Europa la situación de paro, hambre y tensiones sociales
es terrible.
Ante
esta situación, Pío XI no hace un simple análisis sociopolítico-económico. Se
remonta a un nivel más alto, y piensa que la causa de todos los males, de la
guerra y de todo lo que siguió, fue el “haber alejado a Cristo y su ley de la
propia vida, de la familia y de la sociedad”; y que “no podría haber esperanza
de paz duradera entre los pueblos mientras los individuos y las naciones
negasen y rechazasen el imperio de Cristo Salvador”. Por eso, piensa que lo
mejor que él puede hacer como Pontífice para renovar y reforzar la paz es
“restaurar el Reino de Nuestro Señor”. Las palabras entre comillas las he
tomado del comienzo de la encíclica Quas primas, con la que
instituye la fiesta.
La
posible objeción es evidente: ¿se pueden resolver tantos problemas con la
simple instauración de una fiesta en honor de Cristo Rey?, ¿conseguirá una
fiesta cambiar el corazón de la gente? Los noventa años que han pasado desde
entonces demuestran que no.
Por
eso, en 1970 se cambió el sentido de la fiesta. Pío XI la había colocado en el
mes de octubre, el domingo anterior a Todos los Santos. En 1970 fue trasladada
al último domingo del año litúrgico, como culminación de lo que se ha venido
recordando a propósito de la persona y el mensaje de Jesús.
Ahora,
la celebración no pretende primariamente restaurar ni reforzar la paz entre las
naciones sino felicitar a Cristo por su triunfo. Como si después de su vida de
esfuerzo y dedicación a los demás, hasta la muerte, le concedieran el mayor
premio.
Pero
las lecturas no hablan de una celebración de campanas al vuelo y ceremonias
deslumbrantes. Hablan de lo bien que se porta Cristo Rey con nosotros y de la
respuesta que espera de nuestra parte.
Primer
regalo: su preocupación por nosotros (Ezequiel)
En
el Antiguo Oriente, la imagen habitual para hablar del rey era la del pastor.
Simbolizaba la preocupación y el sacrificio por su pueblo, como la de un pastor
por su rebaño. En la práctica, no siempre era así. El c. 34 de Ezequiel habla de los reyes judíos como malos pastores que han
abusado de su pueblo y luego se han desinteresado de él y lo han abandonado
cuando se produjo la caída de Jerusalén y la deportación a Babilonia.
Pero Dios no
va a permanecer impasible: eliminará a esos malos reyes y ocupará su puesto
haciendo dos cosas:
1) como
Rey-pastor, buscará a sus ovejas, las cuidará, etc.
2) como
Rey-juez, juzgará a su rebaño, defendiendo a las ovejas y salvándolas de los
machos cabríos (por eso llamamos en España “cabrones” a los que se portan mal
con otros).
El texto del evangelio (el Juicio Final) empalma con el segundo tema. Pero
la liturgia se ha centrado en el primero, que subraya la preocupación de Dios
por su pueblo. Es interesante advertir la cantidad de acciones que subrayan su
amor e interés: «seguiré el rastro de mis ovejas, las libraré, apacentaré, las
haré sestear, buscaré, recogeré, vendaré a las heridas, curaré a las enfermas».
En el contexto de la fiesta de hoy, estas frases habría que aplicarlas a Jesús
y ofrecen una imagen muy distinta de Cristo Rey: no lo caracterizan el
esplendor y la gloria sino su cercanía y entrega plena a todos nosotros. Buen
momento para recordar cómo se ha comportado con cada uno, buscándonos,
librándonos, curando...
Segundo
regalo: victoria sobre la muerte (1ª carta a los Corintios)
Pablo,
influido sin duda por las campañas romanas de su tiempo, presenta a Dios Padre
como el gran emperador que termina triunfando y sometiendo todo. Pero quien
guerrea en su nombre es Cristo, que debe enfrentarse a numerosos enemigos. El
último de ellos, el más peligroso, es la muerte, a la que Jesús vence en el
momento de resucitar. De esa victoria sobre la muerte participamos también
todos nosotros. El fin del año litúrgico, que recuerda el fin de la vida, es un
momento adecuado para superar la incertidumbre y la angustia ante la muerte y
agradecer la esperanza de la resurrección.
Una condición
(evangelio)
El evangelio
no se centra en el triunfo de Cristo, que da por supuesto, sino en la conducta
que debemos tener para participar de su Reino.
La parábola
es tan famosa y clara que no precisa comentario, sino intentar vivirla. Pero
indico algunos datos de interés.
1. A diferencia de otras presentaciones del
Juicio Final en la Apocalíptica judía, quien lo lleva a cabo no es Dios, sino
el Hijo del Hombre, Jesús. Es él quien se sienta en el trono real y el que
actúa como rey, premiando y
castigando.
2.
Los criterios para premiar o condenar se orientan exclusivamente en la línea de
preocupación por los más débiles: los que tienen hambre, sed, son extranjeros,
están desnudos, enfermos o en la cárcel. Estas fórmulas tienen un origen muy
antiguo. En Egipto, en el capítulo 125 del Libro de los Muertos, encontramos
algo parecido: «Yo di pan al hambriento y agua al que padecía sed; di vestido
al hombre desnudo y una barca al náufrago». Dentro del AT, la formulación más
parecida es la del c. 58 de Isaías: «El ayuno que yo quiero es éste: partir tu
pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo
y no cerrarte a tu propia carne.» Lo único que Jesús tendrá en cuenta a la hora
de juzgarnos será si en nuestra vida se han dado o no estas acciones capitales.
Otras cosas a las que a veces damos tanta importancia (creencias, prácticas
religiosas, vida de oración...) ni siquiera se mencionan.
3.
La novedad absoluta del planteamiento de Jesús es que lo que se ha hecho con
estas personas débiles se ha hecho con Él. Algo tan sorprendente que extraña
por igual a los condenados y a los salvados. Ninguno de ellos ha actuado o
dejado de actuar pensando en Jesús; pero esto es secundario.
Stª – CECILIA, virgen y mártir
Durante más de
mil años, Santa Cecilia ha sido una de las mártires de la primitiva Iglesia más
veneradas por los cristianos. Su nombre figura en el canon de la misa. Las
"actas" de la santa afirman que pertenecía a una familia patricia de
Roma y que fue educada en el, cristianismo. Solía llevar un vestido de tela muy
áspera bajo la túnica propia de su dignidad, ayunaba varios días por semana y
había consagrado a Dios su virginidad. Pero su padre, que veía las cosas de un
modo diferente, la casó con un joven patricio llamado Valeriano. El día de la
celebración del matrimonio, en tanto que los músicos tocaban y los invitados se
divertían, Cecilia se sentó en un rincón a cantar a Dios en su corazón y a
pedirle que la ayudase. Cuando los jóvenes esposos se retiraron a sus
habitaciones, Cecilia, armada de todo su valor, dijo dulcemente a su esposo:
"Tengo que comunicarte un secreto. Has de saber que un ángel del Señor
vela por mí. Si me tocas como si fuera yo tu esposa, el ángel se enfurecerá y
tú sufrirás las consecuencias; en cambio sí me respetas, el ángel te amará como
me ama a mí." Valeriano replicó: "Muéstramelo. Si es realmente un
ángel de Dios, haré lo que me pides." Cecilia le dijo: "Si crees en
el Dios vivo y verdadero y recibes el agua del bautismo verás al ángel."
Valeriano accedió y fue a buscar al obispo Urbano, quien se hallaba entre los
pobres, cerca de la tercera mojonera de la Vía Apia. Urbano le acogió con gran
gozo. Entonces se acercó un anciano que llevaba un documento en el que estaban
escritas las siguientes palabras: "Un solo Señor, un solo bautismo, un
solo Dios y Padre de todos, que está por encima de todo y en nuestros
corazones." Urbano preguntó a Valeriano: "¿Crees esto?"
Valeriano respondió que sí y Urbano le confirió el bautismo. Cuando Valeriano
regresó a donde estaba Cecilia, vio a un ángel de pie junto a ella. El ángel
colocó sobre la cabeza de ambos una guirnalda de rosas y lirios. Poco después
llegó Tiburcio, el hermano de Valeriano y los jóvenes esposos le ofrecieron una
corona inmortal si renunciaba a los falsos dioses. Tiburcio se mostró incrédulo
al principio y preguntó: " ¿Quién ha vuelto de más allá de la tumba a
hablarnos de esa otra vida?" Cecilia le habló largamente de Jesús.
Tiburcio recibió el bautismo, y al punto vio muchas maravillas.
Desde
entonces, los dos hermanos se consagraron a la práctica de las buenas obras.
Ambos fueron arrestados por haber sepultado los cuerpos de los mártires.
Almaquio, el prefecto ante el cual comparecieron empezó a interrogarlos. Las
respuestas de Tiburcio le parecieron, desvaríos de loco. Entonces, volviéndose
hacia Valeriano, le dijo que esperaba que le respondería en forma más sensata.
Valeriano replicó que tanto él como su hermano estaban bajo cuidado del mismo
médico, Jesucristo, el Hijo de Dios, quien les dictaba sus respuestas. En
seguida comparó, con cierto detenimiento, los gozos del cielo con los de la
tierra; pero Almaquio le ordenó que cesase de disparatar y dijese a la corte si
estaba dispuesto a sacrificar a los dioses para obtener la libertad. Tiburcio y
Valeriano replicaron juntos: "No, no sacrificaremos a los dioses sino al
único Dios, al que diariamente ofrecemos sacrificio." El prefecto les
preguntó si su Dios se llamaba Júpiter. Valeriano respondió: "Ciertamente
no. Júpiter era un libertino infame, un criminal y un asesino, según lo
confiesan vuestros propios escritores."
Valeriano se
regocijó al ver que el prefecto los mandaba azotar y hablaron en voz alta a los
cristianos presentes: "¡Cristianos romanos, no permitáis que mis sufrimientos
os aparten de la verdad! ¡Permaneced fieles al Dios único, y pisotead los
ídolos de madera y de piedra que Almaquio adora!" A pesar de aquella
perorata, el prefecto tenía aún la intención de concederles un respiro para que
reflexionasen; pero uno de sus consejeros le dijo que emplearían el tiempo en
distribuir sus posesiones entre los pobres, con lo cual impedirían que el
Estado las confiscase. Así pues, fueron condenados a muerte. La ejecución se
llevó a cabo en un sitio llamado Pagus Triopius, a seis kilómetros de Roma. Con
ellos murió un cortesano llamado Máximo, el cual, viendo la fortaleza de los
mártires, se declaró cristiano.
Cecilia
sepultó los tres cadáveres. Después fue llamada para que abjurase de la fe. En
vez de abjurar, convirtió a los que la inducían a ofrecer sacrificios. El Papa
Urbano fue a visitarla en su casa y bautizó ahí a 400 personas, entre las
cuales se contaba a Gordiano, un patricio, quien estableció en casa de Cecilia
una iglesia que Urbano consagró más tarde a la santa. Durante el juicio, el
prefecto Almaquio discutió detenidamente con Cecilia. La actitud de la santa le
enfureció, pues ésta se reía de él en su cara y le atrapó con sus propios
argumentos. Finalmente, Almaquio la condenó a morir sofocada en el baño de su
casa. Pero, por más que los guardias pusieron en el horno una cantidad mayor de
leña, Cecilia pasó en el baño un día y una noche sin recibir daño alguno.
Entonces, el prefecto envió a un soldado a decapitarla. El verdugo descargó
tres veces la espada sobre su cuello y la dejó tirada en el suelo. Cecilia pasó
tres días entre la vida y la muerte. En ese tiempo los cristianos acudieron a
visitarla en gran número. La santa legó su casa a Urbano y le confió el cuidado
de sus servidores. Fue sepultada junto a la cripta pontificia, en la catacumba
de San Calixto.
Esta historia
tan conocida que los cristianos han repetido con cariño durante muchos siglos,
data aproximadamente de fines del siglo V, pero desgraciadamente no podemos
considerarla como verídica ni fundada en documentos auténticos. Tenemos que
reconocer que lo único que sabemos con certeza sobre San Valeriano y San
Tiburcio es que fueron realmente martirizados, que fueron sepultados en el
cementerio de Pretextato y que su fiesta se celebraba el 14 de abril. La razón
original del culto de Santa Cecilia fue que estaba sepultada en un sitio de
honor por haber fundado una iglesia, el "titulus Caeciliae". Por lo
demás, no sabemos exactamente cuándo vivió, ya que los especialistas sitúan su
martirio entre el año 177 (de Rossi) y la mitad del siglo IV (Kellner).
El Papa San
Pascual I (817-824) trasladó las presuntas reliquias de Santa Cecilia, junto
con las de los santos Tiburcio, Valeriano y Máximo, a la iglesia de Santa
Cecilia in Transtévere. (Las reliquias de la santa habían sido descubiertas,
gracias a un sueño, no en el cementerio de Calixto, sino en el cementerio de
Pretextato). En 1599, el cardenal Sfondrati restauró la iglesia en honor a la
Santa en Transtévere y volvió a enterrar las reliquias de los cuatro mártires.
Según se dice, el cuerpo de Santa Cecilia estaba incorrupto y entero, por más
que el Papa Pascual había separado la cabeza del cuerpo, ya que, entre los años
847 y 855, la cabeza de Santa Cecilia formaba parte de las reliquias de los
Cuatro Santos Coronados. Se cuenta que, en 1599, se permitió ver el cuerpo de
Santa Cecilia al escultor Maderna, quien esculpió una estatua de tamaño
natural, muy real y conmovedora. "No estaba de espaldas como un cadáver en
la tumba," dijo más tarde el artista, sino recostada del lado derecho,
como si estuviese en la cama, con las piernas un poco encogidas, en la actitud
de una persona que duerme." La estatua se halla actualmente en la iglesia
de Santa Cecilia, bajo el altar próximo al sitio en el que se había sepultado
nuevamente el cuerpo en un féretro de plata. Sobre el pedestal de la estatua
puso el escultor la siguiente inscripción: "He aquí a Cecilia, virgen, a
quien yo vi incorrupta en el sepulcro. Esculpí para vosotros, en mármol, esta
imagen de la santa en la postura en que la vi." De Rossi determinó el
sitio en que la santa había estado originalmente sepultada en el cementerio de
Calixto, y se colocó en el nicho una réplica de la estatua de Maderna.
Sin embargo,
el P. Delehaye y otros autores opinan que no existen pruebas suficientes de
que, en 1599, se haya encontrado entero el cuerpo de la santa, en la forma en
que lo esculpió Maderna. En efecto, Delehaye y Dom Quentin subrayan las
contradicciones que hay en los relatos del descubrimiento, que nos dejaron Baronio
y Bosio, contemporáneos de los hechos. Por otra parte, en el período
inmediatamente posterior a las persecuciones no se hace mención de ninguna
mártir romana llamada, Cecilia. Su nombre no figura en los poemas de Dámaso y
Prudencio, ni en los escritos de Jerónimo y Ambrosio, ni en la "Depositio
Martyrum" (siglo IV). Finalmente, la iglesia que se llamó más tarde
"titulus Sanctae Caeciliae" se llamaba originalmente "títulus
Caecilia", es decir, fundada por una dama llamada Cecilia.
Santa Cecilia
es muy conocida en la actualidad por ser la patrona de los músicos. Sus
"actas" cuentan que, al día de su matrimonio, en tanto que los
músicos tocaban, Cecilia cantaba a Dios en su corazón. Al fin de la Edad Media,
empezó a representarse a la santa tocando el órgano y cantando.
Tomado del libro: Vida de los Santos de
Butler, vol. IV.
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