5 DE FEBRERO – VIERNES
–
4ª – SEMANA DEL T.O. –
B –
SANTA ÁGUEDA
Lectura de la Carta a los
Hebreos (13,1-8):
HERMANOS:
Conservad el amor
fraterno y no olvidéis la hospitalidad: por ella algunos, sin saberlo,
“hospedaron” a ángeles.
Acordaos de los presos
como si estuvierais presos con ellos; de los que son maltratados como si
estuvierais en su carne.
Que todos respeten el
matrimonio; el lecho nupcial, que nadie lo mancille, porque a los impuros y
adúlteros Dios los juzgará.
Vivid sin ansia de dinero, contentándoos con lo que
tengáis, pues él mismo dijo:
«Nunca te dejaré ni te
abandonaré»; así tendremos valor para decir:
«El Señor es mi
auxilio: nada temo;
¿qué podrá hacerme el hombre?».
Acordaos de vuestros
guías, que os anunciaron la palabra de Dios; fijaos en el desenlace de su vida
e imitad su fe.
Jesucristo es el mismo
ayer y hoy y siempre.
Palabra de Dios
Salmo: 26
R/. El Señor es mi luz y
mi salvación
V/. El Señor es mí luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar? R/.
V/. Si un ejército acampa contra mí,
mi corazón no tiembla;
si me declaran la guerra,
me siento tranquilo. R/.
V/. Él me protegerá en su tienda
el día del peligro;
me esconderá en lo escondido de su morada,
me alzará sobre la roca. R/.
V/. Tu rostro buscaré, Señor,
no me escondas tu rostro.
No rechaces con ira a tu siervo,
que tú eres mi auxilio;
no me deseches. R/.
Lectura del santo evangelio según san Marcos (6,14-29):
En aquel tiempo, como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes
oyó hablar de él.
Unos decían:
«Juan Bautista ha resucitado, y por eso los ángeles actúan en él.»
Otros decían:
«Es Elías.»
Otros:
«Es un profeta corno los antiguos.»
Herodes, al oírlo, decía:
«Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado.»
Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel,
encadenado.
El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano
Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano.
Herodías aborrecía a Juan y quería quitarlo de en medio; no acababa de
conseguirlo, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre
honrado y santo, y lo defendía.
Cuando lo escuchaba, quedaba desconcertado, y lo escuchaba con gusto. La
ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus
magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea.
La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los
convidados.
El rey le dijo a la joven:
«Pídeme lo que quieras, que te lo doy.»
Y le juró:
«Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino.»
Ella salió a preguntarle a su madre:
«¿Qué le pido?»
La madre le contestó:
«La cabeza de Juan, el Bautista.»
Entró ella en seguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió:
«Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el
Bautista.»
El rey se puso muy triste; pero, por el juramento y los convidados, no
quiso desairarla. En seguida le mandó a un verdugo que trajese la cabeza de
Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la
entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre.
Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo enterraron.
Palabra del Señor
1. Este relato es el ejemplo vivo de lo que es el poder
despótico. Y también el precio que tiene la libertad profética. El poder
despótico carece de ética. La libertad profética termina pagando con la vida el
riesgo y el atrevimiento de lo que significa ser libre y actuar con libertad y
coherencia.
Es la ley del poder. Y también la ley de la libertad frente a los abusos
del poder. Así ocurría en los tiempos antiguos. Y exactamente lo mismo sigue
ocurriendo en la actualidad, en este preciso momento.
2. Pero hay algo, muy serio, que nunca conviene olvidar. La
eficacia del poder es inmediata, como lo demuestra el encarcelamiento de Juan y
el asesinato del que fue víctima. Por el contrario, la eficacia de la profecía
es lenta, hasta dar la impresión de que, a veces, al profeta lo matan, lo
entierran y no pasa nada, todo sigue igual.
La muerte de Juan Bautista, como la de Jesús, como la de tantos hombres y
mujeres que han dado sus vidas por ser fieles a su conciencia, son una fuerza
de cambio incontenible. Pero un cambio a largo plazo.
3. Pero, mientras que el poder despótico de los tiranos se
recuerda con desprecio, el dolor y el fracaso de los profetas es el motor de la
historia.
Si hoy la sociedad es menos inhumana que en tiempos de Herodes y Pilatos,
eso se debe a que han existido legiones de esclavos anónimos, de víctimas
desconocidas, de personas ejemplares que han dado lo mejor de sí mismas, para
que haya menos abusos y más humanidad.
SANTA ÁGUEDA
Padeció el martirio en Catania (Sicilia), probablemente en la persecución de
Decio (249-251).
Desde la antigüedad su culto se extendió por toda la Iglesia y su nombre
fue introducido en el Canon romano.
La fama de su virtud heroica- virginidad consciente y
constante, puesta a prueba de mil modos insinuantes y coercitivos- se extendió
por toda la cristiandad y se confirmó por diversos prodigios después de su
muerte.
VIDA
Santa Águeda fue una joven cristiana de Catania (o
Palermo), en la isla de Sicilia, que murió mártir en el siglo III. Prometida en
matrimonio a Quinciano, gobernador de la isla, ella no acepta por haberse
consagrado a Dios desde su infancia.
A partir de esta negativa las fuentes nos hablan de
distintas pruebas que culminaron en su martirio durante la persecución de Decio
(Passio Santa Agathae), o durante la de Diocleciano (Aldelmo, De laudibus
virginitatis, cap. 42: PL 89, 142). Son, pues, inciertas las fechas de su
nacimiento y de su muerte (ca. 251).
El proceso de su martirio se narra en la Passio Santa
Agathae. Ante la primera negativa a los requerimientos del gobernador, Águeda
es encomendada a una tal Afrodisia que trata de persuadirla durante 30 días. Presentada
de nuevo ante el tribunal de Quinciano, se declara cristiana y es condenada a
prisión.
Después de algunos días la llevan nuevamente al
tribunal y la someten a nuevo interrogatorio. Vuelve a rehusar, haciendo
profesión de su fe en Cristo.
Su actitud provoca la ira del gobernador, quien ordena
le arranquen los pechos, y la envía una vez más a prisión.
En esta etapa de su encarcelamiento recibe la visita
milagrosa y confortante del apóstol San Pedro. La constancia de Águeda
encuentra réplica en la tozudez de Quinciano, que vuelve a la carga, haciéndole
renovadas instancias y disponiendo, finalmente, suplicios que le acarrearon la
muerte.
La fama de su virtud heroica- virginidad consciente y
constante, puesta a prueba de mil modos insinuantes y coercitivos- se extendió
por toda la cristiandad y se confirmó por diversos prodigios después de su
muerte.
EL
CULTO A SANTA ÁGUEDA
El fervor popular la constituyó patrona de Catania y
abogada en las erupciones del Etna. Más adelante se le consideró abogada en caso
de incendio.
Finalmente, y por una extensión fácilmente
comprensible, pasó a invocarse como patrona de los constructores de campanas
(éstas anunciaban la aparición de un fuego).
Las reliquias de Santa Águeda se conservaron primero en
Catania, mas, por temor a la profanación sarracena, fueron trasladadas a
Constantinopla, de donde se rescataron definitivamente en 1126.
Hay constancia de su culto muy difundido en diversos
documentos y monumentos: varias iglesias reciben su nombre. Aparece en el
Martirologio Jeronimiano, en el Calendario Cartaginés, y en el Calendario
Mozarábigo, en las Sinaxis griegas, y también se inserta su nombre en el Canon
de la Misa, probablemente por intervención directa del papa San Gregorio (cfr.
J. Jungmann, El sacrificio de la Misa, Madrid 1953, 937).
Los documentos litúrgicos de los siglos VI al X fijan
la fecha de celebración de su festividad el 5 de febrero.
El documento fundamental y más abundante
relacionado con su martirio es la Passio Santa Agathae. Existen de esta narración
varias recensiones, una latina y dos griegas, que se remontan a una recensión
original común del siglo VI que suscita la sospecha de los estudiosos a la hora
de pronunciarse sobre su valor histórico.
Ello no obstante, puede afirmarse sin ningún género de
duda que, en fuerza de los testimonios monumentales y litúrgicos aducidos, son
absolutamente seguros desde el punto de vista histórico tanto el hecho de su
martirio y del culto que se le tributó desde muy pronto, como también el lugar
de su muerte, aunque algunas particularidades que se dicen acompañaron a su
martirio resulten dudosas.
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