domingo, 28 de febrero de 2021

Párate un momento: El Evangelio del dia 2 DE MARZO - MARTES – 2ª – SEMANA DE CUARESMA – B - SAN CARLOS EL BUENO

 

 


2 DE MARZO - MARTES –

2ª – SEMANA DE CUARESMA – B

    SAN  CARLOS  EL BUENO

 

Lectura del libro de Isaías (1,10.16-20):

 

OÍD la palabra del Señor,

príncipes de Sodoma,

escucha la enseñanza de nuestro Dios, pueblo de Gomorra.

«Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones.

Dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien.

Buscad la justicia, socorred al oprimido, proteged el derecho del huérfano, defended a la viuda.

Venid entonces, y discutiremos

—dice el Señor—.

Aunque vuestros pecados sean como escarlata, quedarán blancos como nieve; aunque sean rojos como la púrpura, quedarán como lana.

Si sabéis obedecer, comeréis de los frutos de la tierra; si rehusáis y os rebeláis, os devorará la espada —ha hablado la boca del Señor—».

 

Palabra de Dios

                

Salmo: 49,8-9.16bc-17.21.23

 

R/. Al que sigue buen camino

le haré ver la salvación de Dios

 

V/. No te reprocho tus sacrificios,

pues siempre están tus holocaustos ante mí.

Pero no aceptaré un becerro de tu casa,

ni un cabrito de tus rebaños. R/.

 

V/. ¿Por qué recitas mis preceptos

y tienes siempre en la boca mi alianza,

tú que detestas mi enseñanza

y te echas a la espalda mis mandatos? R/.

 

V/. Esto haces, ¿y me voy a callar?

¿Crees que soy como tú?

Te acusaré, te lo echaré en cara.

El que me ofrece acción de gracias,

ése me honra;

al que sigue buen camino

le haré ver la salvación de Dios». R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Mateo (23,1-12):

 

EN aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a los discípulos, diciendo:

«En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen.

Lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar.

Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias en las plazas y que la gente los llame “rabbí”.

Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar “rabbí”, porque uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos.

Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo.

No os dejéis llamar maestros, porque uno solo es vuestro maestro, el Mesías.

El primero entre vosotros será vuestro servidor.

El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

 

Palabra del Señor

 

1.  Los especialistas en el estudio del evangelio de Mateo están generalmente de acuerdo en que este discurso, tal como está, no fue pronunciado así por Jesús. Este texto es un conjunto de dichos que recopiló y adaptó la comunidad de Mateo (U.  Luz, W. Carter).

En cualquier caso, el discurso expresa (en conjunto) el pensamiento de Jesús sobre un asunto capital: las deformaciones y contradicciones a que suele llegar la religión. Los "profesionales de la religión" le han metido en la cabeza a la gente que "hablar mal de los curas es no amar a la Iglesia".

A lo que hay que responder, 

- ¿queremos más a la Iglesia ocultando sus miserias y callándonos ante sus contradicciones?

- ¿Es que Jesús no quiso a su pueblo y a la religión popular, por denunciar públicamente las aberraciones

de los sacerdotes y letrados del Templo?

 

2.  Lo primero y lo más claro que aquí se dice es que la deformación de la religión no viene de abajo, de los que obedecen, sino que viene de arriba, de los que mandan. Porque imponen a la gente obligaciones pesadas que ellos no cumplen.   Cuanto más alto están, más lejos viven. Lejos de la gente y, por tanto, de Jesús y de Dios. Lo que les importa es su imagen: las vestimentas que se ponen, los sitios de honor que ocupan, los títulos solemnes que usan.  La apariencia les preocupa más que la realidad.

 

3.  Todo esto genera un proceso de descomposición. Ni los que mandan ven la realidad como realmente es, ni ellos son vistos como realmente son. El que se sitúa a un nivel de "dignidad" sobre los demás, se ve obligado a vivir en la hipocresía, para mantener su imagen, y obliga a los demás a que le traten de una forma ficticia, para defenderse ellos de un poder y de una dignidad que les resulta amenazante.  En tales condiciones, la verdadera relación humana se hace imposible y todos terminamos viviendo en la mentira. Es el germen de la descomposición.

 

SAN  CARLOS  EL BUENO

 


En Brujas, en Flandes, beato Carlos Bono, mártir, que, siendo príncipe de Dinamarca y después conde de Flandes, se mostró paladín de la justicia y defensor de los pobres, hasta que fue asesinado por unos soldados a los que buscaba en vano inducir a la paz.

El gobierno sabio y benéfico de Carlos, conde de Flandes y de Amiens, así como su santidad personal, le ganaron merecidamente el título de «el bueno». Era hijo de san Canuto, rey de Dinamarca, quien había sido asesinado en Odense, en 1086. Carlos no tenía entonces más de cinco años. Su madre se trasladó con él a la corte de su propio padre, Roberto, conde de Flandes. Al llegar a la edad requerida, Carlos recibió, junto con el espaldarazo de caballero, la espada de su padre, que había vuelto a sus manos de un modo singular, según cuenta la leyenda. En efecto, siendo todavía niño, Carlos había ido a visitar a los prisioneros en la cárcel de Brujas; entre ellos se encontraba Ivend Trenson, quien había pasado allí largos años como rehén. Ahora bien, Ivend Trenson había recogido la espada de san Canuto, después del asesinato de éste, y la tenía en la prisión, bajo la almohada de su lecho. Cuando Carlos fue a visitarle, lvend se hallaba acostado. El niño, al ver la espada, pidió a lvend permiso de ceñírsela y el prisionero le contestó: «Si quieres, puedes conservarla, pues es la espada de tu padre». Carlos volvió triunfante al palacio, con la espada, y logró que su abuelo pusiese en libertad a Ivend y a su compañero. Cuando Roberto II fue a la Cruzada de Palestina, su sobrino le acompañó y se cubrió de heridas y de gloria. Carlos también ayudó a su tío en su lucha contra los ingleses. Sucedió a Roberto en el trono su hijo Balduino; como éste no tenía hijos, nombró heredero a Carlos, a quien casó con Margarita, hija del conde Reinaldo de Clermont. Carlos participó en el gobierno desde antes de la muerte de Balduino, de suerte que el pueblo, que conocía ya la prudencia y bondad de Carlos, le aclamó espontáneamente como rey, en cuanto murió Balduino.

Pero había también otros pretendientes al trono y Carlos tuvo que hacer frente, durante varios años, a su oposición. Una vez que consiguió dominar la situación, se entregó a la tarea de crear una era de paz y justicia entre sus súbditos. Dictó excelentes leyes y exigió su estricto cumplimento. Trató de cristianizar a su pueblo, más todavía con su ejemplo que con sus leyes. Cuando alguien le reprochaba apoyar injustamente la causa de los pobres contra los ricos, respondía: «Eso se debe a que conozco muy bien las necesidades de los pobres y el orgullo de los ricos». Tenía tal horror a la blasfemia, que condenaba a ayunar a pan y agua, durante cuarenta días, a los miembros de su corte a quienes sorprendía jurando por el nombre de Dios. Una de sus leyes más sabias fue la de prohibir que se sacase a los hijos de la casa paterna, sin consentimiento de sus padres. Y se mostró tan severo con quienes oprimían a los pobres, que estos empezaron a gozar de una paz y una seguridad hasta entonces desconocidas para ellos. Pero aquella tranquilidad se turbó en agosto de 1124, a causa de un eclipse que los supersticiosos consideraron como un augurio de grandes calamidades, así como por la terrible hambre del año siguiente, a raíz de un invierno excepcionalmente largo y frío.

Carlos daba de comer diariamente a cien pobres en su castillo de Brujas y en cada uno de sus otros palacios. Sólo en Yprés distribuyó en un solo día 7.800 kilos de pan. Reprendió ásperamente a los habitantes de Gante que dejaban morir de hambre a los pobres delante de sus puertas y prohibió la fabricación de cerveza para que todo el grano se emplease en hacer pan. Igualmente mandó matar a todos los perros y fijó el precio del vino. Completó su obra con un decreto para que en las tres cuartas partes del terreno laborable se sembraran cereales y, en el cuarto restante, legumbres de crecimiento rápido. Al tener noticia de que ciertos nobles habían comprado grano para almacenarlo y venderlo más tarde a precios exorbitantes, Carlos y su tesorero, Tancmaro, les obligaron a revenderlo inmediatamente a precios razonables. Esto enfureció a los especuladores, quienes, capitaneados por Lamberto y su hermano Bertulfo, deán de San Donaciano de Brujas, tramaron una conspiración para asesinar al conde. Entre los conspiradores se hallaban un magistrado de Brujas, llamado Erembaldo y sus hijos, quienes querían vengarse de Carlos, porque este había reprimido sus violencias. El conde acostumbraba a ir todas las mañanas, descalzo, a la iglesia de San Donaciano, para orar antes de la misa. Un día, cuando iba a cumplir con su devoción, le avisaron que los conspiradores tramaban un atentado contra su vida. Carlos replicó tranquilamente: «Vivimos siempre en medio del peligro, pero estamos en manos de Dios; si tal es Su voluntad, no hay causa más noble que la de la verdad y la justicia para dar la vida por ella». Cuando estaba recitando el «Miserere» ante el altar de Nuestra Señora, los conspiradores cayeron sobre él; uno le arrancó un brazo y Borchardo, el sobrino de Bertulfo, le cortó la cabeza.

Las reliquias del mártir se conservan en la catedral de Brujas, donde se celebra su fiesta con gran solemnidad. Su culto fue confirmado en 1882. El cronista Galberto hace notar, como una especie de milagro, que la noticia del asesinato, que había tenido lugar el miércoles en la mañana, llegó a Londres el viernes a la misma hora, «y sin embargo era imposible cruzar el mar en tan poco tiempo».

 

 

 

 

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