21 DE FEBRERO - DOMINGO –
1ª – SEMANA DE CUARESMA – B
SAN PEDRO DAMIAN
Lectura del libro del Génesis (9,8-15):
Dios dijo a Noé y a sus hijos:
«Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros descendientes, con todos los
animales que os acompañaron: aves, ganado y fieras; con todos los que salieron
del arca y ahora viven en la tierra.
Hago un pacto con vosotros: el diluvio no volverá a destruir la vida, ni
habrá otro diluvio que devaste la tierra.»
Y Dios añadió:
«Ésta es la señal del pacto que hago con vosotros y con todo lo que vive
con vosotros, para todas las edades: pondré mi arco en el cielo, como señal de
mi pacto con la tierra. Cuando traiga nubes sobre la tierra, aparecerá en las
nubes el arco, y recordaré mi pacto con vosotros y con todos los animales, y el
diluvio no volverá a destruir los vivientes.»
Palabra de Dios
Salmo 24,4bc-5ab.6-7bc.8-9
R/. Tus sendas, Señor, son misericordia y lealtad
para los que guardan tu alianza
Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y
Salvador. R/.
Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas.
Acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor. R/.
El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los
pecadores;
hace caminar a los humildes con
rectitud,
enseña su camino a los
humildes. R/.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro (3,18-22):
Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los
culpables, para conduciros a Dios. Como era hombre, lo mataron; pero, como
poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida. Con este Espíritu, fue a proclamar
su mensaje a los espíritus encarcelados que en un tiempo habían sido rebeldes,
cuando la paciencia de Dios aguardaba en tiempos de Noé, mientras se construía
el arca, en la que unos pocos, ocho personas, se salvaron cruzando las aguas.
Aquello fue un símbolo del bautismo que actualmente os salva: que no consiste
en limpiar una suciedad corporal, sino en impetrar de Dios una conciencia pura,
por la resurrección de Jesucristo, que llegó al cielo, se le sometieron
ángeles, autoridades y poderes, y está a la derecha de Dios.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,12-15):
En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el
desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y
los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a
proclamar el Evangelio de Dios.
Decía:
«Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y
creed en el Evangelio.»
Palabra del Señor
Tentación sin tentaciones.
Volver a empezar
El primer
domingo de Cuaresma, en cualquiera de los tres ciclos, se dedica a recordar las
tentaciones de Jesús. Eso supone que debemos dar marcha atrás, olvidarnos de
que ya estaba recorriendo Galilea con sus discípulos y volver a empezar. Jesús
acaba de ser bautizado, ha recibido una misión de Dios. Pero, antes de lanzarse
a una actividad pública, el Espíritu lo impulsa al desierto. Con este relato,
muy simbólico, y que no se presta a conclusiones piadosas, Marcos quiere
plantearnos desde el comienzo el misterio de la persona de Jesús.
Un relato sin tentaciones (Marcos 1,12-13)
Si
se hiciera una encuesta a los cristianos sobre las tentaciones de Jesús
(suponiendo que hayan oído hablar de Jesús y de las tentaciones) algunos
mencionarían la de convertir una piedra en pan; otros, que Satanás le ofreció
toda la gloria y riqueza si lo adoraba; los más listos incluso recordarían lo
de tirarse desde el pináculo del templo. Con eso, demostrarían conocer los
relatos de las tentaciones que cuentan Mateo y Lucas. Pero Marcos no dice nada
de eso.
En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se
quedó en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás; vivía con las
fieras y los ángeles lo servían.
Más que un relato parece un
guion con seis datos que el catequista deberá desarrollar.
El Espíritu. En la tradición bíblica, el
Espíritu es el que impulsa a los Jueces y a los profetas a realizar la misión
que Dios les encomienda: salvar al pueblo de sus enemigos o transmitir su palabra.
En este caso, con notable diferencia, el Espíritu impulsa a Jesús al desierto.
El desierto es el
lugar de la prueba, como lo fue para el pueblo de Israel cuando salió de
Egipto, camino de la Tierra Prometida. Allí fue tentado para ver si era fiel. Y
la inmensa mayoría sucumbió en la prueba, mostrándose un pueblo de corazón duro
y obstinado. Jesús, en cambio, superará en el desierto la tentación.
Los cuarenta días equivalen a los cuarenta años
que, según la tradición bíblica, pasó Israel en el desierto. Es número de
plenitud, de tiempo redondo (recuérdense los cuarenta días del diluvio, los
cuarenta días de Moisés en el Sinaí, los cuarenta días entre la resurrección de
Jesús y la Ascensión, etc.).
Satanás. Nosotros
hemos adornado este personaje con tantos elementos (incluidos cuernos y rabo)
que conviene dejar claro cómo lo concibe Mc. El evangelista usa el nombre de
Satanás en cinco ocasiones (1,13; 3,23.26; 4,15; 8,33), y desaparece en la
segunda parte del evangelio (cc.9-16); curiosamente, la última vez que se
menciona a Satanás no se refiere al demonio sino el apóstol Pedro, que quiere
apartar a Jesús de la pasión y la cruz. Por consiguiente, Satanás es el símbolo
de la oposición al plan de Dios. Satanás quiere apartar a Jesús del camino que
Dios le ha trazado en el bautismo: hacer que se olvide de pobres y afligidos,
dejar de consolar a los tristes, de anunciar la buena noticia. O, como hará
Pedro más adelante, pedirle que cumpla su misión, pero sin pensar en cruz ni
sufrimientos.
Fieras y ángeles. Esta curiosa mención está
cargada de simbolismo. Los animales del desierto no son los que ve cualquier
campesino galileo a su alrededor: mulos, vacas, ovejas... Son escorpiones,
alacranes, etc. Y esto nos recuerda el Salmo 91,11-13, donde aparecen
mencionados junto con los ángeles:
«A sus ángeles ha
dado órdenes
para que te
guarden en todos tus caminos;
te llevarán en sus
palmas
para que tu pie no
tropiece en la piedra;
caminarás
sobre chacales y víboras,
pisotearás leones
y dragones».
Jesús, en el desierto, sufre
la tentación de Satanás. Pero Dios está a su lado, lo protege mediante sus
ángeles, y hace que triunfe en todos los peligros.
Estos elementos (tentación,
vivir con los animales, servicio de los ángeles) recuerdan al relato de Adán en
el paraíso, tal como se contaba en las tradiciones rabínicas. De este
modo, Mc presenta a Jesús como el nuevo Adán, que, a diferencia del
primero, no sucumbe a la tentación, sino que la supera.
Primera
actividad de Jesús y síntesis de su predicación (Marcos 1,14-15)
El relato de las
tentaciones en Mc es tan breve que la liturgia ha añadido las frases
siguientes. Aunque tratan un tema muy distinto (el comienzo de la actividad de
Jesús), la invitación a la conversión encaja muy bien al comienzo de la
Cuaresma.
Después de que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a
proclamar el Evangelio de Dios. Decía: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca
el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio.»
Esas palabras ya las
leímos el domingo 3º del Tiempo Ordinario. Recuerdo lo que comenté a propósito
de ellas. Marcos ofrece tres datos: 1) momento en el que Jesús comienza a
actuar; 2) lugar de su actividad; 3) contenido de su predicación.
Momento. Cuando
encarcelan a Juan Bautista. Como si ese acontecimiento despertase en él la
conciencia de que debe continuar la obra de Juan. Nosotros estamos
acostumbrados a ver a Jesús de manera demasiado divina, como si supiese
perfectamente lo que debe hacer en cada instante. Pero es muy probable que Dios
Padre le hablase igual que a nosotros, a través de los acontecimientos. En este
caso, la desaparición de Juan Bautista y la necesidad de llenar su vacío.
Lugar de actividad.
A diferencia de Juan, Jesús no se instala en un sitio concreto,
esperando que la gente venga a su encuentro. Como el pastor que busca la oveja
perdida, se dedica a recorrer los pueblecillos y aldeas de Galilea, 204 según
Flavio Josefo. Galilea era una región de 70 km de largo por 40 de ancho, con
desniveles que van de los 300 a los 1200 ms. En tiempos de Jesús era una zona
rica, importante y famosa, como afirma el libro tercero de la Guerra
Judía de Flavio Josefo (BJ III, 41-43), aunque su riqueza estaba muy
mal repartida, igual que en todo el Imperio romano.
Los judíos de Judá y
Jerusalén no estimaban mucho a los galileos: «Si alguien quiere enriquecerse,
que vaya al norte; si desea adquirir sabiduría, que venga al sur», comentaba un
rabino orgulloso. Y el evangelio de Juan recoge una idea parecida, cuando los
sumos sacerdotes y los fariseos dicen a Nicodemo: «Indaga y verás que de
Galilea no sale ningún profeta» (Jn 7,52).
Mensaje.
¿Qué dice Jesús a esa pobre gente, campesinos de las montañas y
pescadores del lago? Su mensaje lo resume Marcos en un anuncio («Se ha cumplido
el tiempo y está cerca el reino de Dios») y una invitación («convertíos y creed
en el Evangelio»).
El anuncio encaja en
la mentalidad apocalíptica, bastante difundida por entonces en algunos grupos
religiosos judíos. Ante las desgracias que ocurren en el mundo, y a las que no
encuentran solución, esperan un mundo nuevo, maravilloso: el reino de Dios.
Para estos autores era fundamental calcular el momento en el que irrumpiría ese
reinado de Dios y qué señales lo anunciarían. Jesús no cae en esa trampa: no
habla del momento concreto ni de las señales. Se limita a decir que «está
cerca».
Pero lo más
importante es que vincula ese anuncio con una invitación a convertirse y a
creer en la buena noticia.
Convertirse implica dos cosas: volver a Dios y mejorar la
conducta. La imagen que mejor lo explica es la del hijo pródigo: abandonó la
casa paterna y terminó dilapidando su fortuna; debe volver a su padre y cambiar
de vida. Esta llamada a la conversión es típica de los profetas y no extrañaría
a ninguno de los oyentes de Jesús.
Pero Jesús invita
también a «creer en la buena noticia» del reinado de Dios, aunque los romanos
les cobren toda clase de tributos, aunque la situación económica y política sea
muy dura, aunque se sientan marginados y despreciados. Esa buena noticia se
concretará pronto en la curación de enfermos, que devuelve la salud física, y
el perdón de los pecados, que devuelve la paz y la alegría interior.
El recuerdo del bautismo (dos primeras
lecturas)
Desde antiguo, la
celebración de la Pascua quedó vinculada con el bautismo de los catecúmenos el
Sábado Santo, y eso ha influido en la selección de las lecturas. Ya la primera
carta de Pedro ve en la salvación de ocho personas del diluvio atravesando el
agua un símbolo del bautismo que ahora nos salva. Este texto se recoge en la
segunda lectura. La primera, como es lógico, recuerda el relato del Génesis.
9.8-15
La carta de Pedro
(llamada así, aunque no la escribió san Pedro) ve en el diluvio un simbolismo
del bautismo: Noé y sus hijos se salvaron cruzando las aguas del diluvio, el
cristiano se salva sumergiéndose en el agua bautismal. 1 Pedro 3, 18-22
Jesús y nuestro bautismo
La presentación de
Jesús como nuevo Adán está estrechamente relacionada con la nueva vida que
comienza en el cristiano con el bautismo. La Cuaresma es el mejor momento para
profundizar en este sacramento que, en la mayoría de los casos, recibimos sin
ser conscientes de lo que recibíamos.
SAN PEDRO
DAMIAN
Doctor de la Iglesia (año 1072).
Damián significa: el que doma su cuerpo. Domador de sí mismo.
San Pedro Damián fue un hombre austero y rígido que Dios envió a la Iglesia
Católica en un tiempo en el que la relajación de costumbres era muy grande y se
necesitaban predicadores que tuvieran el valor de corregir los vicios con sus
palabras y con sus buenos ejemplos. Nació en Ravena (Italia) el año 1007.
Quedó huérfano muy pequeñito y un hermano suyo lo humilló terriblemente y lo
dedicó a cuidar cerdos y lo trataba como al más vil de los esclavos. Pero de
pronto un sacerdote, el Padre Damián, se compadeció de él y se lo llevó a la
ciudad y le costeó los estudios. En honor a su protector, en adelante nuestro
santo se llamó siempre Pedro Damián.
El antiguo cuidador de cerdos resultó tener una inteligencia privilegiada y
obtuvo las mejores calificaciones en los estudios y a los 25 años ya era
profesor de universidad. Pero no se sentía satisfecho de vivir en un ambiente
tan mundano y corrompido, y dispuso hacerse religioso.
Estaba meditando cómo entrarse a un convento, cuando recibió la visita de
dos monjes benedictinos, de la comunidad fundada por el austero San Romualdo, y
al oírles narrar lo seriamente que en su convento se vivía la vida religiosa,
se fue con ellos. Y pronto resultó ser el más exacto cumplidor de los
severísimos reglamentos de su convento.
Pedro, para lograr dominar sus pasiones sensuales, se colocó debajo de su
camisa correas con espinas (cilicio, se llama esa penitencia) y se daba azotes,
y se dedicó a ayunar a pan y agua. Pero sucedió que su cuerpo, que no estaba
acostumbrado a tan duras penitencias, empezó a debilitarse y le llegó el
insomnio, y pasaba las noches sin dormir, y le afectó una debilidad general que
no le dejaba hacer nada. Entonces comprendió que las penitencias no deben ser
tan exageradas, y que la mejor penitencia es tener paciencia con las penas que
Dios permite que nos lleguen, y que una muy buena penitencia es dedicarse a
cumplir exactamente los deberes de cada día y a estudiar y trabajar con todo
empeño.
Esta experiencia personal le fue de gran utilidad después al dirigir espiritualmente
a otros, pues a muchos les fue enseñando que en vez de hacer enfermar al cuerpo
con penitencias exageradas, lo que hay que hacer es hacerlo trabajar
fuertemente en favor del reino de Dios y de la salvación de las almas.
En sus años de monje, Pedro Damián aprovechó aquel ambiente de silencio y
soledad para dedicarse a estudiar muy profundamente la Sagrada Biblia y los
escritos de los santos antiguos. Esto le servirá después enormemente para
redactar sus propios libros y sus cartas que se hicieron famosas por la gran
sabiduría con la que fueron compuestas.
En los ratos en que no estaba rezando o estudiando, se dedicaba a labores de
carpintería, y con los pequeños muebles que construía ayudaba a la economía del
convento.
Al morir el superior del convento, los monjes nombraron como su abad a Pedro
Damián. Este se oponía porque se creía indigno pero entre todos lo lograron
convencer de que debía aceptar. Era el más humilde de todos, y pedía perdón en
público por cualquier falta que cometía. Y su superiorato produjo tan buenos
resultados que de su convento se formaron otros cinco conventos, y dos de sus
dirigidos fueron declarados santos por el Sumo Pontífice (Santo Domingo
Loricato y San Juan de Lodi. Este último escribió la vida de San Pedro Damián).
Muchísimas personas pedían la dirección espiritual de San Pedro Damián. A
cuatro Sumos Pontífices les dirigió cartas muy serias recomendándoles que
hicieran todo lo posible para que la relajación y las malas costumbres no se
apoderaran de la Iglesia y de los sacerdotes. Criticaba fuertemente a los que
son muy amigos de pasear mucho, pues decía que el que mucho pasea, muy
difícilmente llega a la santidad.
A un obispo que en vez de dedicarse a enseñar catecismo y a preparar
sermones pasaba las tardes jugando ajedrez, le puso como penitencia rezar tres
veces todos los salmos de la Biblia (que son 150), lavarles los pies a doce
pobres y regalarles a cada uno una moneda de oro. La penitencia era fuerte,
pero el obispo se dio cuenta de que sí se la merecía, y la cumplió y se
enmendó.
Los dos peores vicios de la Iglesia en aquellos años mil, eran la impureza y
la simonía. Muchos sacerdotes eran descuidados en cumplir su celibato, o sea
ese juramento solemne que han hecho de esforzarse por ser puros, y además la simonía
era muy frecuente en todas partes. Y contra estos dos defectos se propuso
luchar Pedro Damián.
Varios Sumos Pontífices, sabiendo la gran sabiduría y la admirable santidad
del Padre Pedro Damián, le confiaron misiones delicadísimas. El Papa Esteban IX
lo nombró Cardenal y Obispo de Ostia (que es el puerto de Roma). El humilde
sacerdote no quería aceptar estos cargos, pero el Papa lo amenazó con graves
castigos si no lo aceptaba. Y allí, con esos oficios, obró con admirable
prudencia. Porque al que es obediente consigue victorias.
Resultó que el joven emperador Enrique IV quería divorciarse, y su
arzobispo, por temor, se lo iba a permitir. Entonces el Papa envió a Pedro
Damián a Alemania, el cual reunió a todos los obispos alemanes, y
valientemente, delante de ellos le pidió al emperador que no fuera a dar ese
mal ejemplo tan dañoso a todos sus súbditos, y Enrique desistió de su idea de
divorciarse.
Sus sermones eran escuchados con mucha emoción y sabiduría, y sus libros
eran leídos con gran provecho espiritual. Así, por ejemplo, uno que se llama
"Libro Gomorriano", en contra de las costumbres de su tiempo.
(Gomorriano, en recuerdo de Gomorra, una de las cinco ciudades que Dios
destruyó con una lluvia de fuego porque allí se cometían muchos pecados de impureza).
A los Pontífices y a muchos personajes les dirigió frecuentes cartas
pidiéndoles que trataran de acabar con la Simonía, o sea con aquel vicio que
consiste en llegar a los altos puestos de la Iglesia comprando el cargo con
dinero (y no mereciéndolo con el buen comportamiento). Este vicio tomó el
nombre de Simón el Mago, un tipo que le propuso a San Pedro apóstol que le
vendiera el poder de hacer milagros. En aquel siglo del año mil era muy
frecuente que un hombre nada santo llegara a ser sacerdote y hasta obispo,
porque compraba su nombramiento dando mucho dinero a los que lo elegían para
ese cargo. Y esto traía terribles males a la Iglesia Católica porque llegaban a
altos puestos unos hombres totalmente indignos que no iban a hacer nada bien
sino mucho mal. Afortunadamente, el Papa que fue nombrado al año siguiente de
la muerte de San Pedro Damián, y que era su gran amigo, el Papa Gregorio VII,
se propuso luchar fuertemente contra ese vicio y tratar de acabarlo.
La gente decía: el Padre Damián es fuerte en el hablar, pero es santo en el
obrar, y eso hace que le hagamos caso con gusto a sus llamadas de atención.
Lo que más le agradaba era retirarse a la soledad a rezar y a meditar. Y
sentía una santa envidia por los religiosos que tienen todo su tiempo para
dedicarse a la oración y a la meditación. Otra labor que le agradaba muchísimo
era el ayudar a los pobres. Todo el dinero que le llegaba lo repartía entre la
gente más necesitada. Era mortificadísimo en comer y dormir, pero sumamente
generosos en repartir limosnas y ayudas a cuantos más podía.
El Sumo Pontífice lo envió a Ravena a tratar de lograr que esa ciudad
hiciera las paces con el Papa. Lo consiguió, y al volver de su importante
misión, al llegar al convento sintió una gran fiebre y murió santamente. Era el
21 de febrero del año 1072. Inmediatamente la gente empezó a considerarlo como
un gran santo y a conseguir favores de Dios por su intercesión.
El Papa lo canonizó y lo declaró Doctor de la Iglesia por los elocuentes
sermones que compuso y por los libros tan sabios que escribió.
San Pedro Damián: consíguenos de Dios la gracia de que nuestros sacerdotes y
obispos sean verdaderamente santos y sepan cumplir fielmente su celibato.
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