11 DE FEBRERO – JUEVES
–
5ª – SEMANA DEL T.O. –
B –
NTRA. SEÑORA DE
LOURDES
-DIA DEL ENFERMO-
MENSAJE DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
PARA LA XXIX JORNADA
MUNDIAL DEL ENFERMO
Lectura del libro del
Génesis (2,18-25):
EL Señor Dios se dijo:
«No es bueno que el
hombre esté solo; voy a hacerle a alguien como él, que le ayude».
Entonces el Señor Dios modeló de la tierra todas las
bestias del campo y todos los pájaros del cielo, y se los presentó a Adán, para
ver qué nombre les ponía. Y cada ser vivo llevaría el nombre que Adán le
pusiera.
Así Adán puso nombre a
todos los ganados, a los pájaros del cielo y a las bestias del campo; pero no
encontró ninguno como él, que le ayudase.
Entonces el Señor Dios
hizo caer un letargo sobre Adán, que se durmió; le sacó una costilla, y le
cerró el sitio con carne.
Y el Señor Dios formó,
de la costilla que había sacado de Adán, una mujer, y se la presentó a Adán.
Adán dijo:
«Esta sí que es hueso
de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será mujer, porque ha salido del
varón».
Por eso abandonará el
varón a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola
carne.
Los dos estaban
desnudos, Adán y su mujer, pero no sentían vergüenza uno de otro.
Palabra de Dios
Salmo: 127,1-2.3.4-5
R/. Dichosos los que temen
al Señor
V/. Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien. R/.
V/. Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa. R/.
V/. Esta es la bendición del hombre
que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida. R/.
Lectura del santo
evangelio según san Marcos (7,24-30):
EN aquel tiempo, Jesús fue a la región de Tiro.
Entró en una casa
procurando pasar desapercibido, pero no logró ocultarse.
Una mujer que tenía
una hija poseída por un espíritu impuro se enteró enseguida, fue a buscarlo y
se le echó a los pies.
La mujer era pagana,
una fenicia de Siria, y le rogaba que echase el demonio de su hija.
Él le dijo:
«Deja que se sacien
primero los hijos. No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los
perritos».
Pero ella replicó:
«Señor, pero también
los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños».
Él le contestó:
«Anda, vete, que por eso
que has dicho, el demonio ha salido de tu hija».
Al llegar a su casa,
se encontró a la niña echada en la cama; el demonio se había marchado.
Palabra del Señor
1. Es verdad que, al final de este relato, la presencia de Jesús es también salud y vida para la chica que estaba enferma. Pero también es cierto que, según las palabras del propio Jesús, lo que sanó a la niña no fue el milagro de Jesús, sino lo que dijo la madre de aquella muchacha. Y lo que dijo aquella madre fueron unas palabras de tanta humildad y de tal bondad, que allí mismo se modificó el pensamiento de Jesús y se expulsó al demonio.
La humildad y la bondad de las buenas personas desarman a Dios y espantan
al diablo. No creemos lo
suficiente en la fuerza de la
bondad, y menos aún creemos en lo irresistible que es el poder de la humildad.
El orgullo, la arrogancia y la prepotencia son expresiones de la propia inconsistencia y de la propia debilidad.
2. Sin embargo, este evangelio muestra las dificultades que generan las religiones por causa de las divisiones y preferencias que establecen. En el judaísmo existía el convencimiento de que los judíos eran los preferidos de Dios, aunque la salvación alcanzaría también, en segundo lugar, a los demás pueblos. De esta idea participaba san Pablo (Rm 1, 16; cf. Hch 13, 46). Y es el criterio que Marcos, refleja aquí.
3. Jesús, educado en la cultura y en la religión de su pueblo,
seguramente participaba de estas ideas. Pero, a juicio del relato de Marcos, la
humanidad y la bondad de una pobre mujer extranjera fueron más fuertes que
todo. Al mismo Jesús le hicieron ver las cosas de otra manera.
NTRA. SEÑORA DE
LOURDES
-DIA DEL ENFERMO-
La festividad coincide con la Jornada Mundial por los enfermos. La imagen de
la Virgen se apareció a una niña en 1858 en Francia.
En el calendario católico, hoy, se celebra la festividad de Nuestra Señora
de Lourdes en el día su primera aparición: el 11 de febrero de 1858. Recién en
1992, el Papa Juan Pablo II instituyó la celebración de la “Jornada Mundial del
Enfermo” en ese mismo día, en memoria de la Virgen de Lourdes.
Cuenta la historia que el 11 de febrero de 1858, en la villa francesa de
Lourdes, a orilla del río Gave, apareció la Virgen María ante una niña de 14
años, llamada Bernadette (Bernardita) Soubirous.
Esta niña había salido junto a sus dos amigas en buscar de leña, en la Roca
de Masabielle. Para ello tenían que atravesar un pequeño río, pero como
Bernardita sufría de asma, no podía meter los pies en agua fría, y las aguas de
aquel riachuelo estaban muy heladas. Por eso ella se quedó a un lado del río,
mientras las dos compañeras iban a buscar la leña.
Fue en ese momento, que Bernardita vio a Nuestra Madre, y rezaron juntas. A
los pocos días, la Virgen vuelve a aparecer ante Bernardita en la misma gruta.
Sin embargo, al enterarse su madre se disgustó mucho creyendo que su hija
estaba inventando cuentos, al mismo tiempo algunos pensaban que se trataba de
un alma del purgatorio, y a Bernardita le fue prohibido volver a la roca y a la
gruta de Masabielle.
A pesar de la prohibición, muchos amigos de la niña le pedían que
vuelva a la gruta; ante ello, su mamá le dijo que consultara con su padre. El
señor Soubiruos, después de pensar y dudar, le permitió volver el 18 de
febrero.
Esta vez, Bernardita fue acompañada por varias personas. Al llegar todos los
presentes comenzaron a rezar el rosario; es en ese momento que Nuestra Madre se
aparece por tercera vez, donde la niña hablo con la Virgen y le dijo “si vienes
de parte de Dios, acércate”. Ella dio un paso hacia delante. La Virgen le dijo
“ven aquí durante quince días seguidos y yo te prometo que serás muy feliz, no
en este mundo, sino en el otro”.
Luego de ese intenso momento que cubrió a todos los presentes, la noticia de
las apariciones se corrió por todo el pueblo, y muchos acudían a la gruta
creyendo en el suceso que les había relatado.
MENSAJE DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
PARA LA XXIX JORNADA
MUNDIAL DEL ENFERMO
Uno solo es vuestro Maestro y todos vosotros sois hermanos (Mt 23,8).
La relación de
confianza, fundamento del cuidado del enfermo.
Queridos hermanos y
hermanas:
La celebración de la
29.a Jornada Mundial del Enfermo, que tendrá lugar el 11 de febrero de 2021,
memoria de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes, es un momento propicio
para brindar una atención especial a las personas enfermas y a quienes cuidan
de ellas, tanto en los lugares destinados a su asistencia como en el seno de
las familias y las comunidades. Pienso, en
particular, en quienes sufren en todo el mundo los
efectos de la pandemia del coronavirus.
A todos, especialmente
a los más pobres y marginados, les expreso mi cercanía espiritual, al mismo tiempo
que les aseguro la solicitud y el afecto de la Iglesia.
1. El tema de esta
Jornada se inspira en el pasaje evangélico en el que Jesús critica la
hipocresía de quienes dicen, pero no hacen (cf. Mt 23,1-12). Cuando la fe se
limita a ejercicios verbales estériles, sin involucrarse en la historia y las
necesidades del prójimo, la coherencia entre el credo profesado y la vida real
se debilita. El riesgo es grave; por este motivo, Jesús usa expresiones fuertes,
para advertirnos del peligro de caer en la idolatría de nosotros mismos, y
afirma: «Uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos» (v.
8).
La crítica que Jesús
dirige a quienes «dicen, pero no hacen» (v. 3) es beneficiosa, siempre y para todos,
porque nadie es inmune al mal de la hipocresía, un mal muy grave, cuyo efecto
es impedirnos florecer como hijos del único Padre, llamados a vivir una
fraternidad universal.
Ante la condición de
necesidad de un hermano o una hermana, Jesús nos muestra un modelo de comportamiento
totalmente opuesto a la hipocresía. Propone detenerse, escuchar, establecer una
relación directa y personal con el otro, sentir empatía y conmoción por él o
por ella, dejarse
involucrar en su sufrimiento hasta llegar a hacerse
cargo de él por medio del servicio (cf. Lc 10,30-35).
2. La experiencia de
la enfermedad hace que sintamos nuestra propia vulnerabilidad y, al mismo tiempo,
la necesidad innata del otro. Nuestra condición de criaturas se vuelve aún más
nítida y experimentamos de modo evidente nuestra dependencia de Dios.
Efectivamente, cuando estamos enfermos, la incertidumbre, el temor y a veces la
consternación, se apoderan de la mente y del corazón; nos encontramos en una
situación de impotencia, porque nuestra salud no
depende de nuestras capacidades o de que nos
“angustiemos” (cf. Mt 6,27).
La enfermedad impone
una pregunta por el sentido, que en la fe se dirige a Dios; una pregunta que
busca un nuevo significado y una nueva dirección para la existencia, y que a
veces puede ser que no encuentre una respuesta inmediata. Nuestros mismos
amigos y familiares no siempre pueden ayudarnos en esta búsqueda trabajosa.
A este respecto, la figura bíblica de Job es
emblemática. Su mujer y sus amigos no son capaces de acompañarlo en su
desventura, es más, lo acusan aumentando en él la soledad y el desconcierto.
Job cae en un estado de abandono e incomprensión. Pero precisamente por medio de
esta extrema fragilidad, rechazando toda hipocresía y eligiendo el camino de la
sinceridad con
Dios y con los demás, hace llegar su grito insistente
a Dios, que al final responde, abriéndole un nuevo horizonte. Le confirma que
su sufrimiento no es una condena o un castigo, tampoco es un estado de lejanía
de Dios o un signo de su indiferencia. Así, del corazón herido y sanado de Job,
brota esa conmovida declaración al Señor, que resuena con energía: «Te
conocía sólo de oídas,
pero ahora te han visto mis ojos» (42,5).
3. La enfermedad siempre
tiene un rostro, incluso más de uno: tiene el rostro de cada enfermo y enferma,
también de quienes se sienten ignorados, excluidos, víctimas de injusticias
sociales que niegan sus derechos fundamentales (cf. Carta enc. Fratelli tutti,
22). La pandemia actual ha sacado a la luz numerosas insuficiencias de los
sistemas sanitarios y carencias en la atención de
las personas enfermas. Los ancianos, los más débiles y
vulnerables no siempre tienen
garantizado el acceso a los tratamientos, y no siempre
es de manera equitativa. Esto depende de las decisiones políticas, del modo de
administrar los recursos y del compromiso de quienes ocupan cargos de
responsabilidad. Invertir recursos en el cuidado y la atención a las personas enfermas
es una prioridad vinculada a un principio: la salud es un bien común primario.
Al mismo tiempo, la pandemia ha puesto también de relieve la entrega y la
generosidad de agentes
sanitarios, voluntarios, trabajadores y trabajadoras,
sacerdotes, religiosos y religiosas que, con profesionalidad, abnegación,
sentido de responsabilidad y amor al prójimo han ayudado, cuidado,
consolado y servido a tantos enfermos y a sus
familiares. Una multitud silenciosa de hombres y mujeres que han decidido mirar
esos rostros, haciéndose cargo de las heridas de los pacientes, que sentían
prójimos por el hecho de pertenecer a la misma familia humana.
La cercanía, de hecho,
es un bálsamo muy valioso, que brinda apoyo y consuelo a quien sufre en la
enfermedad. Como cristianos, vivimos la projimidad como expresión del amor de
Jesucristo, el buen Samaritano, que con compasión se ha hecho cercano a todo
ser humano, herido por el pecado. Unidos a Él por la acción del Espíritu Santo,
estamos llamados a ser misericordiosos como el Padre y a amar, en particular, a
los hermanos enfermos, débiles y que sufren (cf. Jn13,34-35). Y vivimos esta
cercanía, no sólo de manera personal, sino también de forma
comunitaria: en efecto, el amor fraterno en Cristo
genera una comunidad capaz de sanar, que no abandona a nadie, que incluye y
acoge sobre todo a los más frágiles.
A este respecto, deseo
recordar la importancia de la solidaridad fraterna, que se expresa de modo concreto
en el servicio y que puede asumir formas muy diferentes, todas orientadas a
sostener al prójimo. «Servir significa cuidar a los frágiles de nuestras
familias, de nuestra sociedad, de
nuestro pueblo» (Homilía en La Habana, 20 septiembre 2015).
En este compromiso
cada uno es capaz de «dejar de lado sus búsquedas, afanes, deseos de
omnipotencia ante la mirada concreta
de los más frágiles. […] El servicio siempre mira el
rostro del hermano, toca su carne, siente su
projimidad y hasta en algunos casos la “padece” y
busca la promoción del hermano. Por eso nunca el servicio es ideológico, ya que
no se sirve a ideas, sino que se sirve a personas» (ibíd.).
4. Para que haya una
buena terapia, es decisivo el aspecto relacional, mediante el que se puede adoptar
un enfoque holístico hacia la persona enferma. Dar valor a este aspecto también
ayuda a los médicos, los enfermeros, los profesionales y los voluntarios a
hacerse cargo de aquellos que sufren para acompañarles en un camino de
curación, gracias a una relación interpersonal de
confianza (cf. Nueva Carta de los agentes sanitarios
[2016], 4). Se trata, por lo tanto, de
establecer un pacto entre los necesitados de cuidados
y quienes los cuidan; un pacto basado en la confianza y el respeto mutuos, en
la sinceridad, en la disponibilidad, para superar toda barrera defensiva, poner
en el centro la dignidad del enfermo, tutelar la profesionalidad de los agentes
sanitarios y mantener una buena relación con las familias de los pacientes.
Precisamente esta
relación con la persona enferma encuentra una fuente inagotable de
motivación y de fuerza en la caridad de Cristo, como
demuestra el testimonio milenario de hombres y mujeres que se han santificado
sirviendo a los enfermos. En efecto, del misterio de la muerte y resurrección
de Cristo brota el amor que puede dar un sentido pleno tanto a la condición del
paciente como a la de quien cuida de él. El Evangelio lo testimonia muchas
veces, mostrando que las curaciones que hacía Jesús nunca son gestos mágicos,
sino que siempre son fruto de un encuentro, de una relación interpersonal, en
la que al don de Dios que ofrece Jesús le corresponde la fe de quien lo acoge,
como resume la palabra que Jesús repite a menudo: “Tu fe
te ha salvado”.
5. Queridos hermanos y
hermanas: El mandamiento del amor, que Jesús dejó a sus discípulos, también
encuentra una realización concreta en la relación con los enfermos. Una
sociedad es tanto más humana cuanto más sabe cuidar a sus miembros frágiles y
que más sufren, y sabe hacerlo con eficiencia animada por el amor fraterno.
Caminemos hacia esta meta, procurando que
nadie se quede solo, que nadie se sienta excluido ni
abandonado.
Le encomiendo a María,
Madre de misericordia y Salud de los enfermos, todas las personas enfermas, los
agentes sanitarios y quienes se prodigan al lado de los que sufren. Que Ella,
desde la Gruta de Lourdes y desde los innumerables santuarios que se le han
dedicado en todo el mundo, sostenga nuestra fe y nuestra esperanza, y nos ayude
a cuidarnos unos a otros con amor fraterno. A todos y cada uno les imparto de
corazón mi bendición.
Roma, San Juan de
Letrán, 20 de diciembre de 2020, cuarto domingo de Adviento.
Francisco
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