2 DE MAYO – DOMINGO –
5ª - SEMANA DE PASCUA – B –
San Atanasio
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (9,26-31):
En aquellos días, llegado Pablo a
Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos, pero todos le tenían miedo,
porque no se fiaban de que fuera realmente discípulo. Entonces Bernabé se lo
presentó a los apóstoles. Saulo les contó cómo había visto al Señor en el
camino, lo que le había dicho y cómo en Damasco había predicado públicamente el
nombre de Jesús. Saulo se quedó con ellos y se movía libremente en Jerusalén,
predicando públicamente el nombre del Señor.
Hablaba y discutía también con los judíos de lengua griega, que se
propusieron suprimirlo. Al enterarse los hermanos, lo bajaron a Cesarea y lo
enviaron a Tarso. La Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaria. Se
iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor, y se multiplicaba,
animada por el Espíritu Santo.
Palabra
de Dios
Salmo: 21,26b-27.28.30.31-32
R/. El Señor es mi alabanza en la gran asamblea
Cumpliré mis votos delante de sus fieles.
Los
desvalidos comerán hasta saciarse,
alabarán
al Señor los que lo buscan:
viva
su corazón por siempre. R/.
Lo recordarán y volverán al Señor
hasta
de los confines del orbe;
en su
presencia se postrarán las familias de los pueblos.
Ante
él se postrarán las cenizas de la tumba,
ante
él se inclinarán los que bajan al polvo. R/.
Me hará vivir para él, mi descendencia le
servirá,
hablarán
del Señor a la generación futura,
contarán
su justicia al pueblo que ha de nacer:
todo
lo que hizo el Señor. R/.
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (3,18-24):
Hijos míos, no amemos de palabra y de
boca, sino de verdad y con obras. En esto conoceremos que somos de la verdad y
tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra
conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo.
Queridos, si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza
ante Dios. Y cuanto pidamos lo recibimos de él, porque guardamos sus
mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y éste es su mandamiento: que creamos
en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como
nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en
esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio.
Palabra
de Dios
Lectura del santo evangelio según san Juan (15,1-8):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos:
«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo
sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda,
para que dé más fruto.
Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado;
permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por
sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése
da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada.
Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se
seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y
mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con
esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis
discípulos míos.»
Palabra
del Señor
El labrador, la vid y los sarmientos.
Una anécdota y un consejo
Hace años un amigo tuvo que predicar este domingo en un pueblo
de la Axarquía malagueña, donde los hombres estaban acostumbrados a ir todos
los días al bar a tomar una copa de vino. Un sitio ideal para hablar de la vid
y los sarmientos. Sin embargo, cuando terminó la misa, le preguntaron llenos de
curiosidad: “Padre, ¿qué es la vid?” En aquel pueblo a las vides las llaman
cepas. No se habían enterado de nada.
Otra experiencia parecida tuvo otro amigo cuando fue por primera
vez a dar unas charlas bíblicas en Centroamérica. La gente nunca había visto
una vid o un olivo. Por desgracia, Jesús nunca contó la parábola del buen
cafetero.
Lo primero que debe preguntarse el que vaya a tener una homilía
este domingo es si la gente entenderá una parábola contada en una cultura
campesina y mediterránea. En nuestros días, Jesús probablemente habría contado
otra muy distinta en la forma, aunque idéntica en el fondo. Una parábola en la
que el Padre es un informático, Jesús la corriente eléctrica y nosotros
ordenadores (computadoras) que no pueden funcionar si no están conectados a él.
Incluso a los que funcionan bien, el Padre los limpia a fondo para que
funcionen mejor. Pero esta adaptación, aparte de ser mucho menos poética,
comete el mismo error: quien no viva en una cultura tecnológica no la
entenderá; y dentro de unos años, cuando los ordenadores no necesiten estar
conectados a la red, la parábola perdería su sentido. Más vale atenerse a la
imagen original.
El labrador, la vid y los sarmientos
Para captar la originalidad del evangelio conviene recordar
otras referencias a la vid en el Antiguo Testamento. Un salmo compara al pueblo
de Israel con una vida pequeña, que Dios trasplanta a la tierra de Canaán,
donde crece de manera espléndida y extiende sus pámpanos hasta el Gran Río (el
Éufrates). Alude al imperio davídico. Pero llega un momento en que la vid se ve
asaltada, pisoteada y destruida por los pueblos vecinos y los grandes imperios.
¿Por qué ha ocurrido esto? Una canción de Isaías ofrece la respuesta: la vid,
que ha recibido inmensos cuidados por parte del labrador, en vez de dar uvas da
agrazones. Pasando de la imagen a la realidad, Dios esperaba de su pueblo
justicia y bondad y encontró malicia y maldad.
En el evangelio, la imagen cambia profundamente. La vid no es el
pueblo, sino Jesús. Y adquieren un protagonismo inesperado los sarmientos,
nosotros.
…dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy
la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da
fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más
fruto.
…permaneced en mí, y yo en
vosotros.
…el que permanece en mí y yo en
él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada.
Este pasaje se conoce como «la parábola de la vid y los
sarmientos». Título erróneo, porque no tiene en cuenta al protagonista, el
labrador, que es quien poda, arranca y tira los sarmientos que no dan fruto. Y
más bien que parábola es una fábula, donde los protagonistas son animales o
plantas que pueden hablar y actuar. En este caso, los protagonistas
secundarios, los sarmientos, no hablan, pero sí actúan. Algunos deciden
mantenerse unidos a la vid, y dan fruto abundante. Otros deciden
independizarse, cortar la relación con la vid, y dejan de dar fruto. (La imagen
de unas ramas en movimiento, en este caso alejándose del tronco, recuerda la
fábula de Yotán, que comienza: «Se pusieron en marcha los árboles para elegirse
un rey»).
El enfoque del evangelio, insistiendo en la idea de permanecer
en Jesús, se comprende recordando un episodio de Lucas. En la aparición a los
discípulos de Emaús, estos terminan pidiéndole: «Quédate con nosotros,
Señor». En Juan cambia la perspectiva. Es Jesús quien nos dice: «Permaneced
en mí». Es muy distinto «quedarse con» y «permanecer en»,
aunque parezcan lo mismo. Lo segundo habla de mayor intimidad, como la de un
niño en el seno de su madre.
El título habitual subraya la importancia de la vid. Y en
parte lleva razón: de estar unidos a ella o separados de ella depende el futuro
de los sarmientos. Pero la vid no hace nada. Simplemente está ahí. Todas las
acciones las realizan el labrador o los sarmientos. Enfoque curioso, que nos
obliga a reflexionar sobre la importancia de Dios Padre en la vida del
cristiano; y el papel fundamental de Jesús, aunque a veces tengamos la
impresión de que no hace nada en nuestra vida.
1ª lectura: la viña y la poda de Dios (Hechos de los Apóstoles 9,
26-31)
Aunque no tenga relación ninguna con el evangelio, el texto
de los Hechos se puede leer como una concreción del mismo. El final nos dice
cómo la vid, la comunidad cristiana, se extiende y fructifica. Y la primera
parte, la que trata de Pablo, recuerda lo que dice la fábula a propósito del
labrador: «a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto». Podar
es cortar, herir al árbol, despojarlo de algo que le ha costado tiempo y
esfuerzo producir. Pero el campesino lo hace para que esté más sano y fuerte.
Eso es lo que hace Dios con Pablo.
Después de su conversión, Pablo podría esperar que lo recibieran
muy bien en Jerusalén. Pero ocurre algo muy distinto: no se fían de él, lo
rehúyen, hasta que Bernabé lo presenta a los apóstoles. Cuando comienza a predicar,
los judíos de lengua griega intentan eliminarlo y debe huir a Tarso. En
realidad, toda la vida de Pablo fue una gran poda, una vida llena de
persecuciones y sufrimientos. Pero a través de ellos se convirtió en el mayor
de los apóstoles. Dio mucho fruto. Una buena enseñanza para los que quisiéramos
que todo nos fuera bien en la vida, sin ningún tipo de dificultades.
2ª lectura: cómo permanecer unidos a la vid (1ª carta de Juan 3,18-24)
El evangelio insiste en la necesidad de que el sarmiento esté
unido a la vid. La segunda lectura nos indica el modo concreto de mantener la
unión.
Hijos míos, no amemos de palabra y de
boca, sino de verdad y con obras…
…Quien guarda sus mandamientos permanece
en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el
Espíritu que nos dio.
El texto, como es habitual en Juan, resulta complicado y mezcla
diversos temas:
- el amor falso y el verdadero,
- el complejo de culpabilidad,
- la confianza en Dios,
- la observancia de los mandamientos,
- la fe en Jesús y el amor mutuo,
- la permanencia en Dios y el don del Espíritu.
Siguiendo la metáfora del evangelio, es una vid demasiado
frondosa que conviene podar.
Bastaría recordar que amar de verdad y con obras
equivale a creer en Jesús y amarnos unos a otros. Esa es la forma
de permanecer unidos a la vid y la única garantía de que daremos fruto como
cristianos.
San Atanasio
Nació en Egipto, Alejandría, en el año 295. Estudió
derecho y teología. Se retiró por algún tiempo a la vida solitaria, haciendo
amistad con los ermitaños del desierto. Regresando a la ciudad, se dedicó
totalmente al servicio de Dios.
En su tiempo, Arrio, clérigo de Alejandría, propagaba
la herejía de que Cristo no era Dios por naturaleza. Para enfrentarlo se
celebró el primero de los ecuménicos, en Nicea, ciudad del Asia Menor.
Atanasio, que era entonces diácono, acompañó a este concilio a Alejandro,
obispo de Alejandría. Con doctrina recta y gran valor sostuvo la verdad
católica y refutó a los herejes. El concilió excomulgó a Arrio y condenó su
doctrina arriana.
Pocos meses después de terminado el concilio murió san
Alejandro y Atanasio fue elegido patriarca de Alejandría. Los arrianos no
dejaron de perseguirlo hasta que lo desterraron de la ciudad e incluso de
Oriente. Cuando la autoridad civil quiso obligarlo a que recibiera de nuevo a
Arrio en la Iglesia a Arrio a pesar de que este se mantenía en la herejía,
Atanasio, cumpliendo con gran valor su deber, rechazó tal propuesta y perseveró
en su negativa, a pesar de que el emperador Constantino, en 336, lo desterró a
Tréveris.
Durante dos años permaneció Atanasio en esta ciudad, al
cabo de los cuales, al morir Constantino, pudo regresar a Alejandría entre el
júbilo de la población. Inmediatamente renovó con energía la lucha contra los
arrianos y por segunda vez, en 342, sufrió el destierro que lo condujo a Roma.
Ocho años más tarde se encontraba de nuevo en
Alejandría con la satisfacción de haber mantenido en alto la verdad de la
doctrina católica. Pero sus adversarios enviaron un batallón para prenderlo.
Providencialmente, Atanasio logró escapar y refugiarse en el desierto de
Egipto, donde le dieron asilo durante seis años los anacoretas, hasta que pudo
volver a reintegrarse a su sede episcopal; pero a los cuatros meses tuvo que
huir de nuevo. Después de un cuarto retorno, se vio obligado, en el año 362, a
huir por quinta vez. Finalmente, pasada aquella furia, pudo vivir en paz en su
sede.
Falleció el 2 de mayo del año 373. Escribió numerosas
obras.