1 DE MAYO - SÁBADO –
4ª - SEMANA DE PASCUA – B –
San José, obrero
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (13,44-52):
El sábado siguiente, casi toda la ciudad acudió a oír la palabra del Señor.
Al ver el gentío, los judíos se llenaron de envidia y respondían con blasfemias
a las palabras de Pablo. Entonces Pablo y Bernabé dijeron con toda valentía:
«Teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como
la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos
dedicamos a los gentiles.
Así nos lo ha mandado el Señor:
“Yo te he puesto como luz de los gentiles, para que lleves la salvación
hasta el confín de la tierra”».
Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron y alababan la palabra del
Señor; y creyeron los que estaban destinados a la vida eterna.
La palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región. Pero los judíos
incitaron a las señoras distinguidas, adoradoras de Dios, y a los principales
de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los
expulsaron de su territorio.
Estos sacudieron el polvo de los pies contra ellos y se fueron a Iconio.
Los discípulos, por su parte, quedaban llenos de alegría y de Espíritu Santo.
Palabra de Dios
Salmo: 97,1-2ab.2cd.3ab.3cd-4
R/. Los confines de la tierra
han contemplado
la victoria de nuestro Dios
Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas.
Su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R/.
El Señor da a conocer su salvación,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R/.
Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan 14, 7-14
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
"Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo
conocéis y lo habéis visto'.
Felipe le dice:
"Señor, muéstranos al Padre y nos
basta'.
Jesús le replica:
"Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe?
Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre.
¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"? - ¿No crees que
yo estoy en el Padre y el Padre en mí?
Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en
mí, Él mismo hace las obras.
Creedme que yo estoy en el Padre y el Padre en mí... Si no, creed a las
obras.
Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y
aún mayores. Porque yo me voy al Padre, y lo que pidáis en mi
nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.
Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré'.
Palabra del Señor
1. Jesús plantea aquí directamente el problema que representa
conocer a Dios. No olvidemos que, en el lenguaje del Nuevo Testamento, el Padre
es el nombre propio de Dios.
Pues bien, Jesús afirma que quien le conoce a él, por eso mismo conoce a
Dios. Lo que es tanto como decir que Jesús es la imagen de Dios.
2. Pero Jesús da aquí un paso más. Se trata de un
conocimiento que entra por los ojos, es decir, por lo sensible, por lo más
carnal y humano que hay en nosotros. Esto explica la intervención de Felipe y
la respuesta que Jesús le da.
La propuesta de Felipe es enteramente lógica: "Muéstranos al
Padre", o sea, "Muéstranos a Dios", dinos cómo es Dios. Lo que
no parece lógico es la respuesta de Jesús: "Tanto tiempo que estoy yo con
vosotros y ¿todavía no me conoces?
Felipe veía en Jesús a un hombre. No se había enterado todavía
de que, en aquel hombre que él veía y palpaba, allí estaba viendo y palpando a
Dios.
3. Felipe seguía creyendo en el Dios Infinito y Absoluto del que
siempre había oído hablar. A veces, quizá se preguntaría si en Jesús no había
algo del antiguo Dios de siempre. Pero lo que seguramente no le cabía en su
cabeza es que el Dios fulminante del Sinaí, el Dios vencedor de todas las
batallas, estaba allí, delante de él, cenando,
despidiéndose de sus amigos.
Dios se había vaciado, había renunciado a su grandeza y había enfilado el
camino que, para los hombres de aquel tiempo, era un escándalo
y una locura (1 Cor 1, 23).
Más difícil de entender y aceptar que el Dios infinito es el Dios
humanizado. Por eso no entendemos ni aceptamos a
Jesús, aunque pensemos que lo entendemos y lo aceptamos.
San José, obrero
El 1 de mayo la Iglesia celebra la Fiesta de San José Obrero, patrono de los trabajadores, fecha que coincide con el Día Mundial del Trabajo. Esta celebración litúrgica fue instituida en 1955 por el Siervo de Dios, Papa Pío XII, ante un grupo de obreros reunidos en la Plaza de San Pedro en el Vaticano.
El Santo Padre pidió en esa
oportunidad que “el humilde obrero de Nazaret, además de encarnar delante de
Dios y de la Iglesia la dignidad del obrero manual, sea también el próvido
guardián de vosotros y de vuestras familias”.
Pío XII quiso que el Santo
Custodio de la Sagrada Familia, “sea para todos los obreros del mundo,
especial protector ante Dios, y escudo para tutela y defensa en las penalidades
y en los riesgos del trabajo”.
Por su parte, San Juan
Pablo II en su encíclica a los trabajadores “Laborem exercens” destacó que “mediante
el trabajo el hombre no sólo transforma la naturaleza adaptándola a las propias
necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en un cierto
sentido ‘se hace más hombre’”.
Posteriormente, en el
Jubileo de los Trabajadores en el 2000, el Papa de la Familia dijo: “Queridos
trabajadores, empresarios, cooperadores, agentes financieros y comerciantes,
unid vuestros brazos, vuestra mente y vuestro corazón para contribuir a
construir una sociedad que respete al hombre y su trabajo”.
“El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene. Cuanto se realiza
al servicio de una justicia mayor, de una fraternidad más vasta y de un orden
más humano en las relaciones sociales, cuenta más que cualquier tipo de
progreso en el campo técnico”, añadió”.
La Iglesia pone hoy a todos
los que trabajan bajo la intercesión y cuidado de san José, obrero. Si el
trabajo es motivo de cansancio, si a veces llegamos a sentir toda su exigencia,
es también nuestro modo de estar en el mundo, el cumplimiento de una misión y
algo que proporciona un sentido. El trabajo puede ser ocasión de establecer
relaciones con otras personas, pues normalmente no se trabaja solo.
El papa Francisco en Christus
vivit, 268: «el trabajo puede definir el uso del tiempo y puede determinar
lo que pueden hacer o comprar [los jóvenes adultos]. También puede determinar
la calidad y la cantidad del tiempo libre» .
Nuestra tarea cotidiana
implica asimismo tocar un pequeño pedazo de la creación del Padre, puesto en
nuestras manos. La Providencia se manifiesta cuando recibimos de quienes nos
preceden un espacio de este mundo que compartimos, para que, después de
transformarlo con nuestro trabajo, lo entreguemos a quienes nos sucedan.
Lo primero es recibirlo,
cada día. Aceptar esa actividad que se nos ofrece para hoy. Quizá la
encontremos repetitiva, quizá penosa o excesiva, incluso puede que se crucen
varias interrupciones con las que no contábamos, o que aparezca una novedad que
nos sorprenda. En cualquier caso, ha de ser esta actividad y no otra: limitada,
concreta, reducida, solo una más entre todas las que realizan los hombres. Pero
podemos tener la certeza de que es la forma concreta del amor que la
Providencia ha dispuesto para cada uno de nosotros en este momento.
Con esta certeza puede
nacer una respuesta personal, libre, desde el corazón, a eso que se nos
propone, y podemos entregarnos en cuerpo y alma. Entonces seguramente nos
preguntemos qué hemos de hacer, qué le falta y qué le sobra a esto que tenemos
entre manos, qué forma debería tener. A este respecto continua diciendonos el
papa Francisco Christus vivit, 273: «Saber que uno no hace las cosas porque
sí, sino con un significado, como respuesta a un llamado que resuena en lo más
hondo de su ser para aportar algo a los demás, hace que esas tareas le den al
propio corazón una experiencia especial de plenitud».
Sabemos que solo quien es
el origen de todo tiene esa respuesta. Puede que la urgencia de la tarea no nos
deje tiempo para pensar, tal vez su exigencia nos abrume un poco, quizá la
incertidumbre nos haga preguntarnos cómo seguir. Podemos pedir al amor
providente de Dios que cambie nuestra mirada, nuestro corazón y nuestras manos
para descubrir la verdad de lo que tenemos ante nosotros y realizar lo que se
nos pide. Si recibimos esa gracia, somos transformados, cambian los objetivos
que habíamos establecido, las dificultades son otras, porque se abren caminos
nuevos. Es posible, entonces, que todo lo propio pase a un segundo plano, y que
las pequeñas preocupaciones y distracciones se olviden, según los planes que la
Providencia haya trazado.
Pedimos a san José, modelo
de entrega a la tarea cotidiana, que, si nuevamente nos descubrimos atrapados
por nuestros propios deseos sobre aquello que se nos entrega, nos vuelva la
mirada al cielo y resuenen en nuestros oídos las palabras de María: «Haced lo
que él os diga» (Jn 2,5). Y si llega a parecernos que estamos ante un callejón
sin salida –bien porque se sobrepongan varias tareas, bien porque no
encontramos solución a lo que se nos pide, o porque apenas le veamos sentido a
lo que nos corresponde hacer–, recordemos que nos sostiene la esperanza en
quien lo ha puesto en nuestras manos. Y recordemos que «mis caminos no son
vuestros caminos, mis planes no son vuestros planes» (Is 55,8-9). Ese límite
con el que nos topamos tendrá el sentido de una transformación con la que no
contábamos, la que el cielo haya previsto.
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