jueves, 29 de abril de 2021

Párate un momento: El Evangelio del dia 1 DE MAYO - SÁBADO – 4ª - SEMANA DE PASCUA – B – San José, obrero

 

 

 


 1 DE MAYO - SÁBADO –

4ª - SEMANA DE PASCUA – B –

San José, obrero

                  

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (13,44-52):

El sábado siguiente, casi toda la ciudad acudió a oír la palabra del Señor. Al ver el gentío, los judíos se llenaron de envidia y respondían con blasfemias a las palabras de Pablo. Entonces Pablo y Bernabé dijeron con toda valentía:

«Teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles.

Así nos lo ha mandado el Señor:

“Yo te he puesto como luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el confín de la tierra”».

Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron y alababan la palabra del Señor; y creyeron los que estaban destinados a la vida eterna.

La palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región. Pero los judíos incitaron a las señoras distinguidas, adoradoras de Dios, y a los principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron de su territorio.

Estos sacudieron el polvo de los pies contra ellos y se fueron a Iconio. Los discípulos, por su parte, quedaban llenos de alegría y de Espíritu Santo.

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 97,1-2ab.2cd.3ab.3cd-4

 

      R/. Los confines de la tierra han contemplado

la victoria de nuestro Dios

Cantad al Señor un cántico nuevo,

porque ha hecho maravillas.

Su diestra le ha dado la victoria,

su santo brazo. R/.

El Señor da a conocer su salvación,

revela a las naciones su justicia:

se acordó de su misericordia y su fidelidad

en favor de la casa de Israel. R/.

Los confines de la tierra han contemplado

la victoria de nuestro Dios.

Aclama al Señor, tierra entera;

gritad, vitoread, tocad. R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Juan 14, 7-14

    En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

"Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto'.

Felipe le dice:

      "Señor, muéstranos al Padre y nos basta'.

Jesús le replica:

"Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe?

Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre.

¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"?  - ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí?

Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, Él mismo hace las obras.

Creedme que yo estoy en el Padre y el Padre en mí... Si no, creed a las obras.

Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores.  Porque yo me voy al Padre, y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.

Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré'.

 

Palabra del Señor

 

1.  Jesús plantea aquí directamente el problema que representa conocer a Dios. No olvidemos que, en el lenguaje del Nuevo Testamento, el Padre es el nombre propio de Dios. 

Pues bien, Jesús afirma que quien le conoce a él, por eso mismo conoce a Dios. Lo que es tanto como decir que Jesús es la imagen de Dios.

 

2.  Pero Jesús da aquí un paso más.  Se trata de un conocimiento que entra por los ojos, es decir, por lo sensible, por lo más carnal y humano que hay en nosotros. Esto explica la intervención de Felipe y la respuesta que Jesús le da.

La propuesta de Felipe es enteramente lógica: "Muéstranos al Padre", o sea, "Muéstranos a Dios", dinos cómo es Dios. Lo que no parece lógico es la respuesta de Jesús: "Tanto tiempo que estoy yo con vosotros y ¿todavía no me conoces?

Felipe veía en Jesús a un hombre.  No se había enterado todavía de que, en aquel hombre que él veía y palpaba, allí estaba viendo y palpando a Dios.

 

3.  Felipe seguía creyendo en el Dios Infinito y Absoluto del que siempre había oído hablar. A veces, quizá se preguntaría si en Jesús no había algo del antiguo Dios de siempre. Pero lo que seguramente no le cabía en su cabeza es que el Dios fulminante del Sinaí, el Dios vencedor de todas las batallas, estaba allí, delante de él, cenando, despidiéndose de sus amigos. 

Dios se había vaciado, había renunciado a su grandeza y había enfilado el camino que, para los   hombres de aquel tiempo, era un escándalo y una locura (1 Cor 1, 23).

Más difícil de entender y aceptar que el Dios infinito es el Dios humanizado.  Por eso no entendemos   ni aceptamos a Jesús, aunque pensemos que lo entendemos y lo aceptamos.

 

 San José, obrero



 

   El 1 de mayo la Iglesia celebra la Fiesta de San José Obrero, patrono de los trabajadores, fecha que coincide con el Día Mundial del Trabajo. Esta celebración litúrgica fue instituida en 1955 por el Siervo de Dios, Papa Pío XII, ante un grupo de obreros reunidos en la Plaza de San Pedro en el Vaticano.

   El Santo Padre pidió en esa oportunidad que “el humilde obrero de Nazaret, además de encarnar delante de Dios y de la Iglesia la dignidad del obrero manual, sea también el próvido guardián de vosotros y de vuestras familias”.

   Pío XII quiso que el Santo Custodio de la Sagrada Familia, “sea para todos los obreros del mundo, especial protector ante Dios, y escudo para tutela y defensa en las penalidades y en los riesgos del trabajo”.

     Por su parte, San Juan Pablo II en su encíclica a los trabajadores “Laborem exercens” destacó que “mediante el trabajo el hombre no sólo transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en un cierto sentido ‘se hace más hombre’”.

   Posteriormente, en el Jubileo de los Trabajadores en el 2000, el Papa de la Familia dijo: “Queridos trabajadores, empresarios, cooperadores, agentes financieros y comerciantes, unid vuestros brazos, vuestra mente y vuestro corazón para contribuir a construir una sociedad que respete al hombre y su trabajo”.

“El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene. Cuanto se realiza al servicio de una justicia mayor, de una fraternidad más vasta y de un orden más humano en las relaciones sociales, cuenta más que cualquier tipo de progreso en el campo técnico”, añadió”.

     La Iglesia pone hoy a todos los que trabajan bajo la intercesión y cuidado de san José, obrero. Si el trabajo es motivo de cansancio, si a veces llegamos a sentir toda su exigencia, es también nuestro modo de estar en el mundo, el cumplimiento de una misión y algo que proporciona un sentido. El trabajo puede ser ocasión de establecer relaciones con otras personas, pues normalmente no se trabaja solo.

   El papa Francisco en Christus vivit, 268: «el trabajo puede definir el uso del tiempo y puede determinar lo que pueden hacer o comprar [los jóvenes adultos]. También puede determinar la calidad y la cantidad del tiempo libre» .

   Nuestra tarea cotidiana implica asimismo tocar un pequeño pedazo de la creación del Padre, puesto en nuestras manos. La Providencia se manifiesta cuando recibimos de quienes nos preceden un espacio de este mundo que compartimos, para que, después de transformarlo con nuestro trabajo, lo entreguemos a quienes nos sucedan.

   Lo primero es recibirlo, cada día. Aceptar esa actividad que se nos ofrece para hoy. Quizá la encontremos repetitiva, quizá penosa o excesiva, incluso puede que se crucen varias interrupciones con las que no contábamos, o que aparezca una novedad que nos sorprenda. En cualquier caso, ha de ser esta actividad y no otra: limitada, concreta, reducida, solo una más entre todas las que realizan los hombres. Pero podemos tener la certeza de que es la forma concreta del amor que la Providencia ha dispuesto para cada uno de nosotros en este momento.

   Con esta certeza puede nacer una respuesta personal, libre, desde el corazón, a eso que se nos propone, y podemos entregarnos en cuerpo y alma. Entonces seguramente nos preguntemos qué hemos de hacer, qué le falta y qué le sobra a esto que tenemos entre manos, qué forma debería tener. A este respecto continua diciendonos el papa Francisco Christus vivit, 273: «Saber que uno no hace las cosas porque sí, sino con un significado, como respuesta a un llamado que resuena en lo más hondo de su ser para aportar algo a los demás, hace que esas tareas le den al propio corazón una experiencia especial de plenitud».

   Sabemos que solo quien es el origen de todo tiene esa respuesta. Puede que la urgencia de la tarea no nos deje tiempo para pensar, tal vez su exigencia nos abrume un poco, quizá la incertidumbre nos haga preguntarnos cómo seguir. Podemos pedir al amor providente de Dios que cambie nuestra mirada, nuestro corazón y nuestras manos para descubrir la verdad de lo que tenemos ante nosotros y realizar lo que se nos pide. Si recibimos esa gracia, somos transformados, cambian los objetivos que habíamos establecido, las dificultades son otras, porque se abren caminos nuevos. Es posible, entonces, que todo lo propio pase a un segundo plano, y que las pequeñas preocupaciones y distracciones se olviden, según los planes que la Providencia haya trazado.

   Pedimos a san José, modelo de entrega a la tarea cotidiana, que, si nuevamente nos descubrimos atrapados por nuestros propios deseos sobre aquello que se nos entrega, nos vuelva la mirada al cielo y resuenen en nuestros oídos las palabras de María: «Haced lo que él os diga» (Jn 2,5). Y si llega a parecernos que estamos ante un callejón sin salida –bien porque se sobrepongan varias tareas, bien porque no encontramos solución a lo que se nos pide, o porque apenas le veamos sentido a lo que nos corresponde hacer–, recordemos que nos sostiene la esperanza en quien lo ha puesto en nuestras manos. Y recordemos que «mis caminos no son vuestros caminos, mis planes no son vuestros planes» (Is 55,8-9). Ese límite con el que nos topamos tendrá el sentido de una transformación con la que no contábamos, la que el cielo haya previsto.

                                    

 


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